¡Revolución! ¿De qué estamos hablando? (por Jan Doxrud)
Vamos sintetizando. En primer lugar tenemos que Revolución es un cambio brusco y radical, pero cabe preguntarse si acaso todo cambio brusco y radical constituye una revolución. En segundo lugar tenemos que una Revolución puede darse en diversos ámbitos (político, religioso, social, científico, tecnológico) En tercer lugar, una Revolución no va necesariamente de la mano con la moral y la ética, de manera que podemos preguntarnos: ¿para que una revolución sea, efectivamente, una revolución debe darse dentro de ciertos márgenes éticos? En cuarto lugar, las Revoluciones no traen necesariamente cambios positivos, de manera que podemos preguntarnos ¿deben las revoluciones traer cambios positivos para ser llamadas efectivamente revoluciones?)
En quinto lugar tenemos que los efectos de una Revolución pueden apreciarse dentro de distintas extensiones temporales. En sexto lugar, un “revolucionario” sería una persona que genera cambios en ámbitos específicos (político, científicos, religioso, etc) y que es capaz de adelantarse a su época, pensar fuera “del molde” e ir contra lo que se considera “normal” o “tradicional” dentro de una época determinada (siempre teniendo en consideración el tercer y cuarto punto mencionados). De acuerdo a lo anterior podemos preguntarnos ¿es un revolucionario toda aquella persona que quiere cambios radicales independiente de cuales sean los fines y los medios que está dispuesto a poner en práctica?
¿Cómo saber si estamos ante una verdadera revolución política y socioeconomica? (si acaso esta pregunta está bien planteada) De acuerdo a Giovanni Sartori (1923 - 2017) la palabra Revolución, al menos hasta la Revolución Gloriosa de 1688, se utilizaba en un sentido astronómico: “movimiento constante y recurrente, de movimiento circular”. El autor considera que la primera revolución política fue la de Oliver Cromwell y los puritanos en los años 1644-1660, en donde Carlos I Estuardo fue ejecutado y Cromwell se transformó en “Lord Portector”. Pero tal acontecimiento no fue percibido como una “Revolución” y habría que esperar la revolución en Francia (1789) para que el término cambiara su significado astronómico y pasara a vincularse con una “ruptura” desde abajo. Continúa explicando Sartori que, posteriormente, el marxismo introdujo algunos añadidos al concepto de Revolución.
El primero consiste en establecer que las evoluciones “que no sean de izquierda” no constituyen auténticas revoluciones. El segundo añadido es la extiende el concepto de Revolución. Esto se traducía en que para el marxista la Revolución no terminaba con la mera conquista del poder y la implantación de un nuevo orden político, puesto que también tenía que ser económico y social. Pero, sumado a lo anterior, Sartori enfatiza que tal intervención en la esfera económica y social instaurada por la Revolución debe ser también realizada por medio de “métodos revolucionarios”. Así, Sartori distingue entre Revolución y el “después” o la “Postrevolución”. Advierte el politólogo italiano que cuando se borra el límite entre el acontecimiento revolucionario y el gobierno posrevolucionario, entonces “la revolución permanente se convierte en la justificación de la dictadura permanente”.
Esta es la Revolución como un proceso perpetuo que avanza y sufre retrocesos, pero que, a la larga, nunca termina. Otro tema que toca Sartori es el de la “cultura de la revolución” que se refiere a la exaltación de la Revolución así como también de la violencia (un fenómeno reciente). Así, en el caso del marxismo, su violencia queda legitimada para lucha contra de esa otra violencia que carecería de legitimidad. En suma, la violencia será buena o mala en virtud de la clase social que la ejerce (proletariado o burguesía) y lo mismo acontecía con la Dictadura: sólo la del proletariado es una dictadura legítima. Añade el mismo autor que una revolución es una sublevación desde abajo y no simplemente una pura y simple rebelión. Tal revolución tiene que ser guiada por un proyecto e ideales que transformen un sistema económico, político y social.
De acuerdo a lo anterior, la Revolución constituye una ruptura violenta como fue el caso de la Revolución francesa. ¿Qué sucedió con la Revolución Rusa? Sartori no la considera una revolución, sino que un golpe de Estado por parte de los bolcheviques. Así, la tristemente célebre “Revolución de Octubre” fue una “conquista militar de una noche”, un mero “golpe de mano”, de acuerdo a Sartori. Lo que los comunistas bolcheviques hicieron fue precipitar la caída del gobierno provisional de Kerensky y secuestrar la revolución de febrero para subordinarla a sus propios intereses ideológicos. Finalmente sepultaron la idea de una Asamblea Constituyente para así hacerse con el poder total sin competencia alguna e instaurar un régimen totalitario más de 70 años. Este golpe de Estado bolchevique fue guiado por una elite comunista o vanguardia del partido, y no fue una sublevación popular. La mayor parte de obreros y campesinos ni siquiera sabían quienes eran Marx y Engels y, de conocerlos nominalmente, no habían leído sus obras medulares.
Para Hannah Arendt, las revoluciones – junto a las guerras – constituían los dos temas políticos principales del siglo XX. Al igual que Sartori, Arendt señala que el concepto de Revolución no existía antes de la Edad Moderna. En palabras de Arendt:
“El concepto moderno de revolución, unido inextricablemente a la idea de que el curso de la historia comienza súbitamente de nuevo, que una historia totalmente nueva, ignota y no contada hasta entonces, está a punto de desplegarse, fue desconocido con anterioridad a las dos grandes revoluciones que se produjeron a finales del siglo XVIII”.
De acuerdo a la filósofa, los cambios no interrumpían el curso de lo que la Edad Moderna ha llamado la historia, “la cual, lejos de iniciar la marcha desde un nuevo origen, fue concebida como la vuelta a una etapa diferente de su ciclo, de acuerdo a un curso que estaba ordenado de antemano por la propia naturaleza de los asuntos humanos y que, por consiguiente, era inmutable”. Igualmente Arendt cree descubrir algunos antecedentes de las revoluciones en la era anterior a la Edad moderna como es el caso de la “cuestión social”, esto es, la motivación económica como chispa de las revoluciones. Así, para la autora, la “Cuestión Social” comenzó a jugar un papel revolucionario solamente cuando, en Ia Edad Moderna (no antes) los seres humanos comenzaron a dudar que la pobreza fuese inherente a la condición humana
Luis Villoro señalaba que el concepto de Revolución se aplicaba, en primer lugar, a movimientos colectivos amplios, por lo que aquellos actos rupturistas llevados a cabo por grupos reducidos pasarían a denominarse “golpes de Estado” y no revoluciones. En segundo lugar se aplica a procesos disruptivos del orden social y jurídico, de manera que si apoyan el orden establecido o intentan restaurarlos, no caerían bajo el concepto de revolución. En tercer lugar la revolución intenta reemplazar el poder supremo existente por otro distinto, de manera que si sólo se intentan cambios sobre la base de la aplicación del mismo poder supremo, se trata de reformas y no de revoluciones. Finalmente Villoro señala que la Revolución es una transformación radical en la sociedad existente, de manera que constituye un corte, una ruptura en el tiempo y en la historia, en donde el pasado es rechazado y el futuro, esperado. Añade el mismo autor que una Revolución es una “acción colectiva contra el sistema de dominación existente. Pero no es necesariamente un corte brusco; puede pasar por diferentes etapas.
El ya mencionado Raymond Aron explicaba que la democracia liberal y la revolución eran dos conceptos que se contraponía. Si concebimos las democracias liberales como una competencia pacífica por el poder por medio de elecciones, en donde existe la tolerancia de diversas ideologías, pluripartidismo, aceptación de procedimientos lentos y en donde las decisiones tomadas pueden ser revocables, entonces la Revolución no puede dejar de ser su contrario. La razón de esto es que la Revolución, explicaba Aron, constituía la negativa de aceptar el otro que piensa distinto y representaba una ruptura de la legalidad en donde la competencia pacífica por el poder político se transforma en violencia. Aron se refiere particularmente al caso del comunismo, que busca la legitimidad de su violencia en el principio del partido que vendría a encarnar al proletariado (o al pueblo).
Ahora bien, Aron hace una precisión y es que democracia y Revolución, si bien son antitéticos, se encuentran estrechamente vinculados puesto que las democracias comenzaron a partir de revoluciones. Pero, si bien las democracias nacieron a partir de una ruptura violenta, Aron señala que tal violencia no puede perpetuarse puesto que entraría en conflicto con el proceso electoral. Es en este sentido que, para el politólogo francés, la democracia vendría a ser “el apaciguamiento o enfriamiento (…) del ardor revolucionario”. Por lo tanto son los fanáticos que mencionamos en el artículo anterior o los “creyentes”, como los denomina Aron, los que pueden poner en peligro a la democracia. En palabras del autor:
“Una de las condiciones para que el sistema del procedimiento electoral sea barrido por la revolución es, evidentemente, la existencia de creyentes. Cuando hay fanáticos, no les queda más remedio que ser irritados por la democracia o, al menos, por la mayoría de las democracias, pues estas manifiestan sus defectos y disimulan sus virtudes. Las virtudes de la democracia son, ante todo, negativas, porque las democracias tienen la virtud de proteger de las locuras proverbiales de otros regímenes”
En mi opinión, puede resultar difícil ponerse de acuerdo sobre el significado del concepto de Revolución. Para ser más preciso, podemos coincidir con ciertos rasgos de las definiciones dadas, por ejemplo, el cambio brusco, radical y cuasi refundacional. Los problemas son, al menos, dos. En primer lugar está el tema ético, es decir, si acaso las revoluciones deben darse dentro de ciertos márgenes éticos para ser considerados como tal o, por el contrario, debemos vaciar completamente este concepto de cualquier contenido moral, al igual como sucede con otros conceptos como el de “cambio” (¿debe ser bueno y positivo un “cambio” para que sea efectivamente considerado como un “cambio”?) Quizás, en casos en donde el cambio radical sólo trae miseria y caos (revoluciones totalitarias), podríamos hablar de “involución” o crear algún concepto como el de “retro - revolución”: aquel cambio brusco y radical que sólo trae desintegración social y pauperización económica, sumado a la violencia política que solo trae consigo miseria y muertes, y un retroceso en relación con el pasado.
¿Qué respuestas podemos dar ante las siguientes preguntas?:
1-¿Podemos considerar a Hitler como un revolucionario, específicamente, su idea de crear una nueva sociedad alemana fundamentada en la superioridad de la raza aria por encima de otras?
2-¿Podemos considerar a Hitler como una nacionalista revolucionario? ¿No fue Hitler quien durante el Putsch de Münich manifesto que la “revolución nacional” había estallado?
3-¿Fue Lenin un revolucionario a pesar de proceder de una manera arbitraria, intolerante y dictatorial?
4-¿Puede ser considerado Fidel Castro como un revolucionario a pesar de que, como Lenin, secuestró la revolución para sus propios fines ideológicos e instaurar una dictadura?
*En segundo lugar, y vinculado a lo anterior, está el de sentar a la Revolución en el banquillo para juzgarla en base a sus resultados.
5-¿Debemos considerar a Stalin como parte de la familia revolucionaria? ¿Acaso no fue él quien industrializó Rusia por medio de los planes quinquenales? Pero podemos también preguntarnos, ¿cuál fue el costo humano de tal política? ¿Qué hay de las masacres de minorías étnicas o el genocidio mediante el hambre contra la población ucraniana?
En fin ¿acaso el concepto de Revolución debe ir necesariamente de la mano del progreso moral y material, o que cumpla con uno de estos? ¿Es el concepto de Revolución normativo o debemos, por el contrario, considerarlo como uno meramente descriptivo?