La Filosofía política de Friedrich Hayek (1): Evolución, Incertidumbre y Orden Espontáneo (por Jan Doxrud)
No es posible entender el pensamiento político, así como la concepción del Derecho de Friedrich Hayek, sin entender su visión sobre el dinamismo de las culturas y civilizaciones. Esta cosmovisión hayekiana puede ser sintetizada en las siguientes palabras: evolución, incertidumbre e ignorancia. Hayek posee una concepción evolutiva de la cultura y piensa que, si bien existen fenómenos que pueden ser diseñados por los seres humanos en vistas de conseguir objetivos planteados de antemano, existen también una enorme cantidad de fenómenos que escapan al control del ser humano, es decir, son fruto de la acción humana pero no del diseño de estos. Es por ello que Hayek establece una distinción entre dos formas de considerar la estructura de las actividades humanas que conducen a conclusiones muy diferentes en lo que respecta a la explicación de estas mismas, así como a las posibilidades de modificarlas deliberadamente.
El primer enfoque, explica Hayek, sostiene que las instituciones humanas sólo pueden servir a los objetivos del hombre si han sido deliberadamente diseñadas para esos fines. De acuerdo a esta visión, la misma existencia de esas instituciones sería prueba “de que ha sido creada para un fin, y siempre que hay que remodelar la sociedad y sus instituciones todos nuestros actos tienen que ser guiados por fines conocidos”[1]. Esta errónea concepción de cómo se forman y evolucionan las instituciones tiene su origen en una propensión fuertemente arraigada en el pensamiento primitivo, y que consiste en interpretar las regularidades observadas en clave antropomórfica y como el resultado de la intención de una mente pensante.
El ser humano es por naturaleza un ser que busca hacer sentido de todo cuanto le rodea, es un ser que busca establecer patrones, de manera que no aceptamos que las cosas sucedan al azar, por lo que buscamos explicaciones que nos den un cierto sentido y orden a los fenómenos que nos rodean. Tales explicaciones pueden ser animistas, religiosas, filosóficas o científicas. Los mitos son una expresión de esta particularidad del ser humano de estar constantemente dando sentido a todo cuanto le rodea. Esta verdadera máquina dotadora de sentido evoluciona también a lo largo de miles de años y, por supuesto, no todas proporcionan una explicación exacta y verdadera. Hayek considera errónea aquella visión que concibe que todo lo que no es natural debe entonces ser una creación intencionada de los seres humanos. Este enfoque primitivo continuaría manifestándose en el racionalismo cartesiano y en sus seguidores. Al respecto escribe Hayek:
“Reproduce una renovada propensión a atribuir el origen de todas las instituciones culturales a la innovación o diseño. La moral, la religión y el derecho, el lenguaje y la escritura, el dinero y el mercado si concibieron como si hubieran sido construidos deliberadamente por alguien o por lo menos como si parte de su perfección se debiera a semejante diseño. Esta explicación intencionalista o pragmática de la historia tuvo su máxima expresión en la concepción de la formación de la sociedad mediante un contrato social, primero en Hobbes y luego en Rousseau, que en varios aspectos es un discípulo directo de Descartes”[2].
Este primer enfoque que hemos caracterizado recibe el nombre de racionalista-constructivista, en donde el diseño y planificación conciente y deliberada, juega un rol fundamental. Examinemos ahora el segundo enfoque. Hayek explica que este sostiene
“que el modelo de orden social que tanto ha incrementado la eficacia de la acción humana no se debía solamente a instituciones o prácticas inventadas o diseñadas para tal objetivo, sino que en gran medida respondía a un proceso inicialmente denominado ‘crecimiento’ y luego ‘evolución’, un proceso en el que ciertos comportamientos que al principio fueron adoptados por otras razones, o incluso de manera puramente accidental, se conservaron porque permitían al grupo en que habían surgido prevalecer sobre otros grupos”[3].
De acuerdo a este segundo modelo, Hayek explica que las instituciones que han sido cruciales e imprescindibles para alcanzar nuestros objetivos han sido fruto de costumbres y prácticas, de manera que no han sido inventadas deliberadamente para alcanzar tales propósitos. De acuerdo a esto, las normas de conducta no habrían surgido como condiciones reconocidas para alcanzar un objetivo conocido, sino que estas se formaron debido a que los grupos que las practicaron tuvieron más éxito que otros a los que desplazaron. Esto significa que tales normas que emergieron en un medio particular permitieron, a aquellos grupos que las adoptaron y llevaron a la práctica, tener más éxito y asegurar así su supervivencia. De esta forma, Hayek señala que estas normas poseen dos atributos, siendo el primero el que son observadas en la acción, vale decir, que no son conocidas por las personas que actúan de una manera articulada. El segundo atributo de estas normas es que son observadas por el grupo debido a que les proporciona una fuerza, pero tal efecto no es de público conocimiento.
Relacionado estrechamente con el tema que hemos estado examinando, tenemos otro que Hayek destaca y consiste en la errónea distinción entre aquellos fenómenos considerados como “naturales” y aquellos “artificiales”. Tal distinción se puede rastrear hasta los antiguos griegos quienes diferenciaban entre physei (aquellos que es por naturaleza) y nomo (por acuerdo) o thesei (por decisión deliberada). En el siglo II después de Cristo, el escritor romano Aulo Gelio tradujo los términos griegos physei y thesei por naturalis y positivus. Hayek considera errónea esta dicotomía y plantea la existencia de una categoría intermedia de fenómenos que son el resultado de la acción humana pero no de la intención humana. Esta categoría intermedia habría sido reconocida durante la Edad Media, como por ejemplo cuando Luis de Molina explicaba el “precio natural” como aquel que resultaba de la propia cosa y que no obedecía a ley o decreto alguno, sino que era fruto del resultado de muchas circunstancias, como los sentimientos humanos, su estima, gusto y capricho.
La teoría del precio justo desarrollada por los escolásticos consideraba una serie de factores que influían en los precios: abundancia de la mercancía, capacidad de los productores, las características del bien, la escasez del bien y accidentes tales como las plagas. Pero sería cientos de años después cuando surgiría el enfoque evolucionista, encarnado en los precursores del segundo enfoque anticonstructivista como lo fueron Bernard de Mandeville, David Hume y Adam Smith. Este último lo planteó por medio de su célebre y mal comprendida metáfora de la “mano invisible”. Esta tradición continuaría su desarrollo sistemático en Alemania en el ámbito de los fenómenos sociales bajo figuras como Wilhelm von Humboldt y el ya mencionado F. C. Savigny. En Austria, el enfoque sería adoptado por quien es considerado el padre de la Escuela Austriaca de Economía: Carl Menger.
Ahora bien, Hayek introduce algunas precisiones en relación al concepto de “evolución”. Señala que es errónea la creencia de que este sea un concepto que las ciencias sociales tomaron de la biología, ya que la situación fue justamente la inversa. Escribe Hayek:
“Fue la discusión de ciertas formaciones sociales como el lenguaje y la moral, el derecho y el dinero, lo que permitió finalmente en el siglo XVIII formular claramente los paralelos conceptos de evolución y formación espontánea de un orden, y lo que proporcionó los instrumentos intelectuales que permitieron a Darwin y a sus contemporáneos aplicarlo a la evolución biológica. Aquellos filósofos morales del siglo XVIII y los estudiosos de las escuelas históricas del derecho y del lenguaje podrían muy bien ser calificados como darwinistas antes de Darwin…”[4].
Hayek también critica el “darwinismo social” que cometió el error de centrar su atención en la selección de los individuos y no de las instituciones y costumbres. Hayek también rechaza la idea de que la teoría de la evolución se fundamente en el descubrimiento de “leyes de la evolución”. Explica el autor:
“Esto es así a lo sumo en un sentido especial de la palabra ley, pero ciertamente no lo es, como a menudo sep piensa, en el sentido de que por ley deba entenderse una secuencia necesaria de estadios o fases particulares por los que el proceso de evolución debería pasar y que por extrapolación conduciría a predecir el futuro curso de la evolución. Lo único que la teoría de la evolución aporta es la descripción de un proceso cuyos resultados dependen de un conjunto muy amplio de hechos particulares, demasiado numerosos para que podamos conocerlos enteramente, y que por tanto no permite predecir el futuro”[5].
De acuerdo al pensador austriaco las pretendidas leyes de la evolución general nada tienen que ver con la verdadera teoría de la evolución y más bien derivan de diversas concepciones del historicismo y el holismo de Hegel, Comte y Marx, y de la idea de una necesidad puramente mística de que la evolución supuestamente sigue un curso determinado. Como explica el académico de la Universidad de Pisa, Raimondo Cobeddu, Hayek distinguía entre la “escuela histórica” de principios del siglo XIX y la mayoría de los historiadores profesionales, y aquel historicismo representado por Marx o Werner Sombart, historicismo que pretendía descubrir leyes del desarrollo histórico. Escribe Cobeddu que la tesis del historicismo en virtud de la cual por medio de la observación se pueden descubrir leyes, resulta ser es errónea y tal error consiste en que intenta buscar leyes donde en realidad no existen. Continúa explicando Cobeddu:
“La afinidad del historicismo con el positivismo se basa, pues, en la común creencia de poder construir una teoría, o una filosofía de la historia, sobre una base empírica. Viciado por un prejuicio empirista sobre la naturaleza de los objetos del mundo social, el historicismollega de este ldo a la falaz conclusión de que la historia humana, ‘el resultado de la interacción de innumerables mentes humanas, debe estar sujeta a leyes perfectamente accesible a la mente humana’”[6].
Pero el hecho es que la interpretación constructivista o intencionalista ha invadido la manera de pensar de las personas y esto se debe, en gran parte, al lenguaje antropomórfico. Por ejemplo, mientras que en el ámbito de las ciencias el uso de términos y frases como “fuerza”, “inercia” y que un cuerpo “actúa” sobre otro, se emplean en un sentido técnico, tal no es el caso cuando se habla de los fenómenos sociales, ya que existe la tendencia a concebir que la sociedad “piensa” o “actúa”, o que la sociedad es “culpable”, o que la economía “asigna recursos”. Sobre este tema escribe Hayek:
“En general nos referiremos a esta propensión llamándola ‘antropomorfismo’, si bien este término no es del todo acertado. Para ser más exactos, deberíamos distinguir entre la actitud humana más primitiva que personifica tales entidades como la sociedad, atribuyéndoles la posesión de una mente, y que apropiadamente se describe como antropomorfismo o animismo, y la interpretación ligeramente más sofisticada que atribuye su orden y funcionamiento al proyecto de algún actor individualizado, y que con más propiedad podría calificarse de intencionalismo, artificialismo, o, como hacemos aquí, constructivismo”[7].
Para Hayek, el positivismo jurídico, que se jacta de haber trascendido el antropomorfismo, pero en realidad es una tradición que se mantiene fiel a la falacia constructivista y resulta además ser fruto del racionalismo constructivista en virtud del cual el ser humano crea su propia cultura e instituciones. Lo contrario de este racionalismo constructivista no es el irracionalismo, ya que esta es una dicotomía que Hayek no acepta, por lo que prefiere distinguir entre racionalismo constructivista y racionalismo evolutivo, o siguiendo a Karl Popper, entre racionalismo ingenuo y racionalismo crítico. Otro aspecto que separa al racionalismo constructivista del racionalismo evolutivo, explica Hayek, es que el primero no se encuentra a gusto con la abstracción, no reconociendo así que los conceptos abstractos constituyen un medio para vencer la complejidad de lo concreto que nuestra mente es incapaz de dominar plenamente. En cambio, el racionalismo evolutivo “reconoce que la abstracción es el único instrumento con el que nuestra mente puede tratar una realidad cuya plena comprensión se le escapa”[8]. Así el racionalismo constructivista, con su ciega fe en el poder organizativo de la razón, es una verdadera rebelión contra la razón y una exaltación de los poderes de la voluntad particular. Escribe Hayek:
“La ilusión que constantemente conduce a los racionalistas constructivistas a una especie de entronización de la voluntad consiste en la idea de que la razón puede trascender el reino de lo abstracto y determinar por sí misma la deseabilidad de acciones particulares…La ilusión de que la razón puede por sí sola decirnos lo que debemos hacer, y que por tanto todos los hombres razonables deben unirse en el empeño de perseguir fines comunes en cuanto miembros de una organización, se desvanece rápidamente apenas intentamos ponerla en práctica. A pesar de todo, el deseo de emplear nuestra razón para convertir a la sociedad en su conjunto en un mecanismo racionalmente dirigido persiste, y para poder realizarlo se imponen a todos unos fines comunes que no pueden justificarse por la razón ni pueden ser otra cosa que decisiones de voluntades particulares”[9].
Pasemos ahora a examinar otra dimensión del pensamiento de Hayek, concerniente a la epistemología: los límites de nuestro conocimiento. En “La arrogancia fatal”, Hayekreflexiona acerca de cómo el ser humano ha dado respuesta al desafío de habitar en un mundo complejo y cambiante. Este escrito no sólo constituye una explicación sobre la ignorancia epistemológica humana y los órdenes espontáneos, sino que también constituye una crítica a todas aquellas doctrinas planificacionistas como es el caso de todas las formas de socialismo que representan una tradición utópica que ha tenido como hilo conductor la idea de que, ante la incertidumbre y la complejidad, las sociedades deben y pueden ser diseñadas en su totalidad de acuerdo a un plan preestablecido. Tal tradición la podemos apreciar en Platón, Tomás Moro, Comte y en el mal llamado socialismo “científico” de Marx.
Si bien las utopías solemos asociarlas a lugares ideales, la realidad es que la utopia es un “no lugar”, y en todos los casos donde estas han intentado materializarse, degeneraron en distopias, ya que aquella sociedad ideal que se buscaba por medio de la planificación sólo era alcanzable mediante de una férrea disciplina, un igualitarismo absoluto, la abolición de la propiedad privada y el sacrificio del individuo en el altar del colectivismo. Hayek advierte sobre los peligros de esta arrogancia del ser humano de querer implantar un orden artificial sobre lo que denomina un “orden extenso” que escapa a la racionalidad humana que es limitada.
El economista e intelectual austriaco, Ludwig von Mises, ya había advertido sobre esté límite infranqueable con el que se enfrentaba el aparato planificador socialista. Hayek continúa desarrollando esta idea llegando a la conclusión de que, en términos epistemológicos, el socialismo se encuentra en callejón sin salida, es decir, el socialismo es un error lógico-intelectual, ya que nunca podrá hacerse con toda la información que se encuentra dispersa entre millones de personas. Esta mentalidad ingenieril con una visión mecanicista de la sociedad, pasa por alto que la causalidad social opera de manera sistémica como bien lo ha afirmado Thomas Sowell, donde se establecen interacciones recíprocas de carácter complejas que escapan al control del planificador.
Este tema de los límites del conocimiento y la incertidumbre están en el centro de la reflexión del pensador austriaco. Tan es así que el discurso pronunciado por Hayek al recibir el Nobel en 1974, no versó sobre el neoliberalismo, ni consistió una alabanza a las políticas de Margaret Thatcher, ni sobre la necesidad de privatizar o de reducir el papel del Estado en la sociedad, ni a alabar y justificar el orden económico existente, como podrían pensar sus detractores. El tema del discurso era sobre la “Pretensión del conocimiento” al cual nos referiremos más adelante.
Hayek criticó el socialismo por caer en lo que Taleb describe como “arrogancia epistémica” quees el resultado de la medición de la diferencia entre lo que uno realmente sabe y lo mucho que piensa que sabe. En el libro “La Fatal Arrogancia. Los errores del socialismo”, Hayek señala en la introducción que el orden que caracteriza a la sociedad civilizada es uno que no ha sido fruto del designio o una intención determinada, sino que deriva de la incidencia de ciertos procesos de carácter espontáneo. Estonos lleva a aclarar un concepto clave en Hayek que es el de “orden extenso”. En primer lugar cabe aclarar qué es lo que Hayek entiende por “orden”. El filósofo austriaco distingue dos conceptos de orden.
El primero se refiere al “resultado de la actividad mental orientada a la clasificación de objetos o acontecimientos en función de los diversos aspectos que de ellos percibimos, tal como lo hace la reordenación científica del mundo sensorial…”. El segundo sentido de “orden” se refiere a la “concreta ordenación física que ciertos objetos o acontecimientos poseen o se les atribuye en un determinado en un determinado momento”. No hay que confundir el orden extenso con el orden de mercado, ya que el primero es fruto de un largo período de tiempo, con muchos estadio intermedios, mientras que el orden de mercado es algo reciente. El orden extenso no se encuentra solamente integrado por individuos, sino que también por órdenes de menor entidad, íntimamente implicados.
Como señalan los economistas José Miguel Benavente, Jorge Katz y Juan José Price, para Hayek “el orden social puede evolucionar espontáneamente y que es siempre el producto de la acción humana pero no necesariamente el resultado del propósito humano”. Para estos autores Hayek, junto a Thorstein Veblen, pueden ser considerados como “uno de los pensadores más importantes en términos de la aplicación de las ideas evolucionistas al ámbito socioeconómico”. Añaden que lo se puede argumentar es que los tres mecanismos que producen evolución por selección natural, esto es, variación, herencia y selección, tienen su contrapartida en la evolución cultural de Hayek. En palabra de los autores:
“Según Hayek, la evolución de las condiciones de entorno influye en las expectativas de los agentes, quienes definen entonces estrategias que son sometidas a un proceso de selección. En esto, la percepción de los individuos es selectiva, fruto de una acción interpretativa de la realidad, siendo el conocimiento un hábito adquirido a través de la experiencia y sometido a revisión constante”.
Como bien señalan los economistas citados, la visión de Hayek se aleja de la teoría del comportamiento de la microeconomía neoclásica, del homo economicus maximizador. También se aleja Hayek del paradigma neoclásico donde la información es completa y con un costo de adquisición nulo, y donde la incertidumbre no tiene un papel relevante. En el enfoque de Hayek la incertidumbre juega un papel clave. El discurso pronunciado por el austriaco en la ceremonia del Nobel de Economía versó sobre los límites del conocimiento y el intento de los economistas de emular a las ciencias físicas. Citaremos algunos pasajes del discurso. El lector podrá percatarse que Hayek toma distancia de la ortodoxia económica, de la síntesis neoclásicas. En este primer pasaje Hayek critica lo que hasta en ese momento había logrado la ciencia económica:
“Por una parte, el establecimiento aún reciente del Premio Nóbel en Economía marca un punto importante del proceso por el cual, en la opinión pública, la economía ha recibido la dignidad y el prestigio de las ciencias físicas. Por la otra, se está pidiendo ahora a los economistas que expliquen cómo el mundo libre podrá librarse de la grave amenaza de la inflación acelerada, una amenaza creada –debemos admitirlo– por las políticas recomendadas y aún aconsejadas a los gobiernos por la mayoría de los economistas. En efecto, tenemos escasas razones para sentirnos orgullosos: como profesionales hemos enredado las cosas”.
A continuación critica el cientificismo en que ha caído la ciencia económica:
“Me parece que esta incapacidad de los economistas para guiar la política económica con mayor fortuna se liga estrechamente a su inclinación a imitar en la mayor medida posible los procedimientos de las ciencias físicas que han alcanzado éxitos tan brillantes, un intento que en nuestro campo puede conducir directamente al fracaso. Es este un enfoque que se ha descrito como la actitud «científica» y que en realidad, como lo definí hace cerca de treinta años, es decididamente anticientífica en el verdadero sentido del término, ya que implica una aplicación mecánica y nada crítica de hábitos de pensamiento a campos distintos de aquellos en que tales hábitos se han formado".
Para Hayek el error radica en los intentos de la economía de querer constituirse en una “ciencia dura”:
“Esto me lleva a la cuestión fundamental. Al revés de lo que ocurre en las ciencias físicas, en la economía y otras disciplinas que se ocupan esencialmente de fenómenos complejos, los aspectos de los hechos que deben explicarse, acerca de los cuales podemos obtener datos cuantitativos son necesariamente limitados y pueden no incluir los más importantes. Mientras en las ciencias físicas se supone generalmente, quizá con razón, que todo factor importante que determina los hechos observados podrá ser directamente observable y mensurable, en el estudio de fenómenos tan complejos como el mercado, que depende de las acciones de muchos individuos, es muy improbable que puedan conocerse o medirse por completo todas las circunstancias que determinarán el resultado de un proceso… Y mientras que en las ciencias físicas el investigador podrá medir lo que considera importante de acuerdo con una teoría previa, en las ciencias sociales se trata a menudo como importante lo que resulte ser accesible a la medición. Esto se lleva en ocasiones hasta el punto de que se exija que nuestras teorías se formulen en términos tales que se refieran sólo a magnitudes mensurables”.
Esta es una crítica que está plasmada en su obra “The counter revolution of science” (1955) donde Hayek aborda principalmente temas de metodología y filosofía. Una idea clave de esta obra es que existen diferencias irreductibles entre las ciencias naturales y las ciencias sociales, lo que se traduce en que los métodos aplicados en las primeras no son adecuados para las segundas, no son extrapolables. De esta manera los científicos sociales, entre ellos los economistas, deben renunciar a la pretensión de creer que se puede extender el método científico a todos los dominios del saber humano, puesto que esto significa caer en el “cientismo” (scientism) o “cientificismo”. Hayek ve el origen de este error en la creación de la Escuela Politécnica en Francia (1794). La educación impartida por esta favoreció el desarrollo del positivismo, el cientificismo y el socialismo.
El problema para los constructivistas sociales es que la sociedad está compuesta de individuos que tienen intenciones, motivaciones, fantasías, ideas creativas, es decir, es un gran mundo subjetivo que no tiene un correlato físico que pueda ser estudiado por la ciencia. En realidad este es un tema debatido en el ámbito de la filosofía de la mente, por ejemplo, cuando se critica al enfoque conductista o el materialismo eliminativo por dejar de lado los fenómenos subjetivos o los “qualia”.
Dos autores que se han referido al tema de la subjetividad y la conciencia como aspectos que quedan fuera del alcance científico son los ensayos del filósofo Thomas Nagel, “¿Cómo es ser un murciélago?” y del filósofo australiano, Frank Jackson, “lo que Mary no sabía”. En resumen, aunque el ser humano sea una entidad enteramente física, es decir, que sus emociones, sentimientos, dolores tengan un fundamento físico, esto no significa que el ser humano pueda y deba estudiarse solamente por las ciencias físicas, ya que caemos en un peligroso reduccionismo. Existen propiedades emergentes que los componentes materiales no poseen y que, por ende, no pueden ser estudiadas por las ciencias físicas, sino que por otras disciplinas como la psicología o la sociología. Es importante aclarar que Hayek no rechaza la ciencia per se, es decir, no tienen una “actitud heideggeriana” hacia la ciencia. Lo que el autor advierte es el método científico es deseable siempre que se aplique dentro de un campo determinado, de manera que los científicos deben conocer sus propios límites, por ejemplo percatarse que la experiencia subjetiva constituye un campo que escapa a esa clase de conocimiento.
Hacia el final del discurso concluye Hayek:
“Para que el hombre no haga más mal que bien en sus esfuerzos por mejorar el orden social, deberá aprender que aquí, como en todos los demás campos donde prevalece la complejidad esencial organizada, no puede adquirir todo el conocimiento que permitirá el dominio de los acontecimientos. En consecuencia, tendrá que usar el conocimiento que pueda alcanzar, no para moldear los resultados como el artesano moldea sus obras, sino para cultivar el crecimiento mediante la provisión del ambiente adecuado, a la manera en que el jardinero actúa con sus plantas. En el sentimiento de excitación generado por el poderío siempre creciente engendrado por el adelanto de las ciencias físicas, y que tienta al hombre, existe el peligro de que éste, ‘embriagado de éxito’, para usar una frase característica del comunismo inicial, trate de someter al control de una voluntad humana no sólo nuestro ambiente natural sino también el ambiente humano. En realidad, el reconocimiento de los límites insuperables de su conocimiento debiera enseñar al estudioso de la sociedad una lección de humildad que lo protegiera en contra de la posibilidad de convertirse en cómplice de la tendencia fatal de los hombres a controlar la sociedad, una tendencia que no sólo los convierte en tiranos de sus semejantes sino que puede llevarlos a destruir una civilización no diseñada por ningún cerebro, alimentada de los esfuerzos libres de millones de individuos”.
[1] Friedrich Hayek, Derecho, Legislación y Libertad (España: Unión Editorial, 2006), 26.
[2] Ibid., 28.
[3] Ibid., 26.
[4] Ibid., 43-44.
[5] Ibid., 45.
[6] Raimondo Cobeddu, La filosofía de la Escuela Austriaca (España: Unión Editorial, 1997), 83-84.
[7] Friedrich Hayek, Derecho, Legislación y Libertad., 49.
[8] Ibid., 52.
[9] Ibid., 54.