El Estado (7): otros enfoques (por Jan Doxrud)
Tal como señalé al comienzo de esta sección, continuaré con aquellas posturas críticas del Estado tal como lo describieron los teóricos alemanes. En primer lugar comenzaré con aquellas ideas que han tenido como objetivo someter a un revisionismo a aquel concepto de Estado que se encuentra poderosamente influido por las reflexiones de Max Weber. Como explica el sociólogo y psicólogo indio, Ashis Nandy, lo que hemos aprendido a llamar Estado es en realidad el Estado-nación moderno que apenas llegó a ser una presencia importante en el paisaje europeo posterior al Tratado de Westfalia (1648). Continúa explicando Nandy que este concepto adquirió un poder de influencia tremendo cuando, tras la Revolución Francesa, el concepto de Estado fue vinculado al de nación y nacionalismo. En palabras del autor:
“Con la difusión del republicanismo en Europa después de la Revolución francesa, entre las elites europeas surgieron grandes dudas sobre la sustentabilidad de la validez de largo plazo en los nuevos Estados no monárquicos. En ese momento el nacionalismo venía muy bien y era sistemáticamente promovido como base alterna de dicha legitimidad. El carisma weberiano, antes concentrado en la persona del monarca, que supuestamente mediaba entre el orden sagrado y secular, ahora se distribuía entre la población, aunque, por supuesto, no de forma equitativa. Dada la pérdida de ese carisma monárquico centralizado, se consideró que un nacionalismo impersonal, menos específico, sería el mejor garante de la estabilidad del Estado”[1].
El punto del autor es que el concepto de Estado que predomina, por así decirlo, en el “imaginario colectivo”, es un concepto específico y limitado. Este límite es en dos sentido. En primer lugar es limitado conceptualmente, ya que no logra explicar el Estado real, limitándose a describir solamente un Estado ideal. En segundo lugar, es limitado ya que es un concepto que nació dentro de lo que se conoce como “civilización occidental”, de manera que no incluye otras formas de Estado no occidentales. Nandy explica que este concepto de Estado-nación no sólo marginó a los demás conceptos de Estado en Europa, sino que también comenzó a colarse por los intersticios de la conciencia pública por toda Asia, Sudamérica y África. La hegemonía de este concepto, explica el mismo autor, en otras culturas tuvo al menos dos consecuencias. La primera fue que el Estado comenzó a ser percibido de forma idealizada, como un árbitro imparcial y secular entre las diferentes etnias, clases e intereses. En segundo lugar, cada Estado-nación comenzó a considerarse como un depósito de valores culturales específicos. Pero en realidad lo que se buscaba era equiparar tales valores con un concepto territorial de nacionalidad que incidía contra el significado más amplio de cultura, explica Nandy.
Si bien hubo algunas excepciones en donde el Estado-nación realizó ciertos compromisos con otras formas de organización no occidentales, como fue el caso del dominio británico en la India, a la larga este concepto terminó por anular otras nociones de Estado existentes: “A pesar de estos primeros compromisos, el concepto de Estado-nación gradualmente logró desacreditar las otras nociones de Estado supervivientes fuera de Occidente como instancias de medievalismo y primitivismo”[2].
Nandy señala que las mismas elites del llamado “Tercer Mundo” abrazaron esta idea de Estado-nación, comenzando de esa manera un proceso de endoculturación e internalización de la idea de Estado moderno. Ejemplos de personajes que impulsaron este proceso fue Kemal Atatürk (1881-1938) en Turquía y Sun Yat-Sen (1866-1925) en China. Así, la idea del Estado-nación llegó a la mayoría de las sociedades no occidentales por medio de la conexión colonial. Ahora bien, el autor explica que una vez iniciado el proceso de descolonización, las elites autóctonas se hicieron con el control del aparato estatal y “aprendieron rápidamente a buscar legitimidad en una versión nativa de la misión civilizadora e intentaron establecer una relación colonial similar entre el Estado y la sociedad”[3].
Tales elites adoptaron también el discurso modernizador y el rol o misión del Estado (y sus funcionario), como el principal agente modernizador. Ejemplos de lo anterior fue el caso de Ferdinand Marcos (1917-1989) en Filipinas, Lee Kuan Yew (1923-2015) en Singapur. Para qué hablar de las violaciones de los derechos fundamentales de las personas por parte de estos regímenes en nombre de la modernización. En palabras de Nandy:
“Ninguno de estos ilustres personajes se molestó siquiera en justificarse como guardián de los derechos civiles o de la democracia, si bien todos resultaron beneficiados indirectamente o producto de los movimientos de autogobierno y derechos democráticos en el período colonial. Cuando mucho, se mostraron como benefactores públicos eliminando los obstáculos para una futura democracia que los ciudadanos en sus sociedades algún día llegarían a merecer; claro, si los ciudadanos se educaban adecuadamente en las complejidades de las instituciones sociales y económicas modernas”[4].
Los cuatro elementos de la ideología del Estado moderno que se han propagado a lo largo del mundo son: seguridad nacional, desarrollo, racionalidad científica y el Estado como medio de la secularización de la sociedad. Pero el autor cuestiona estos principios, por ejemplo, en lo que respecta a la seguridad nacional, el Estado se ha mostrado incapazde garantizar realmente la seguridad de sus ciudadanos. Por ejemplo, si estallase una guerra entre China e India, Nepal se vería en una situación compleja ante la cualel Estado no podría hacer demasiado a favor de los ciudadanos. Para qué hablar actualmente de la situación en Siria donde el mismo presidente bombardea a civiles con barriles explosivos a la propia población.
En cuanto al tema del desarrollo, Nandy explica que el espectacular desarrollo controlado por el Estado no es garantía que tal desarrollo beneficie a la sociedad en su conjunto. En el caso de los países del “Tercer Mundo” escribe el autor:
“Hay varios Estados en el mundo en los cuales el desarrollo se traduce sólo en desarrollo del propio Estado, o, cuando mucho, del sector estatal. De hecho, en ciertos casos, el desarrollo del Estado ha sido el mejor pronóstico del subdesarrollo de una sociedad. En consecuencia, algunos estudiosos han definido el desarrollo como lema mediante el cual el Estado moviliza recursos interna y externamente y después los consume, en vez de permitir que lleguen al fondo y a la periferia de la sociedad. Hay suficientes evidencias de que cuando se transplanta el Estado-nación al mundo del sur puede superar a cualquier despotismo oriental en cuanto a autoritarismo y violencia organizada”[5].
En lo que respecta a la racionalidad científica, esto es, a la estrecha alianza entre el Estado con la ciencia y las tecnologías modernas, Nandy señala que han surgido cuestionamientos y oposición principalmente en aquellos países que pertenecieron al Segundo y Tercer Mundo, en nombre de un tipo de conocimiento no moderno o la “pluralidad de conocimientos”. Piénsese por ejemplo (caso extremo) en la idea de otras epistemologías que defiende el sociólogo brasileño Boaventura de Sousa Santos. El autor desarrolla el concepto de “epistemologías del sur” para designar la diversidad epistemológica del mundo. Por último, tenemos que, en relación al Estado como medio de secularización, Nandy afirma que el Estado, lejos de promover la tolerancia de la diversidad étnica, ha secularizado los conflictos étnicos y los ha llevado al ámbito estatal. Concluye el autor que es éste concepto occidental de Estado el que finalmente ha logrado posicionarse como la única versión legítima y verdadera de lo que es el Estado. Al respecto escribe:
“…en la mayor parte del mundo, las referencias al Estado suelen ser al Estado-nación. Todos los acuerdos políticos y todos los sistemas de Estado se juzgan ahora por la medida en que atienden las necesidades de la idea del Estado-nación, o se apegan a éste Incluso las diferentes formas de desafiar al Estado suelen ser caracterizadas por este concepto estandarizado del mismo. Cuando habló del desvanecimiento del Estado, Karl Marx tenía en mente un Estado-nación que primero tenía que ser capturado por una vanguardia muy especial my versada en las complejidades de un gobierno moderno, léase «occidental», y cuando las personas del estilo de Mijail Bakunin y Piotr Kropotkin hablaban de los males del Estado, invariablemente pensaban en el Estado-nación occidental”[6].
Así tenemos que, de acuerdo a Nandy, desde los aduladores del Estado hasta sus más fervientes enemigos, todos están insertos dentro de un paradigma eurocentrista y muestran poco conocimiento, sino una ignorancia total, sobre las diversas tradiciones de conceptualización del Estado en otras partes del mundo. Los Estados concebidos fuera de este paradigma eurocéntrico son considerados como simples versiones arcaicas del verdadero modelo, mero “Estados premodernos” o “despotismos orientales”. De acuerdo a Nandy, este proceso de incorporación “fue sancionado e institucionalizado de forma científica a través de la sociología política weberiana, en particular su versión parsoniana posterior a la segunda Guerra Mundial, la cual dominó la tendencia conductista en la ciencia política occidental hasta los años setenta”[7].
Continúa explicando el autor que los diferentes tipos de sistemas de Estados tradicionales, diferentes al moderno Estado-nación, eran menos violentos y autoritarios, y no estaban imbuidos de la arrogancia filosófica de creer que podían llevar a cabo un trabajo de ingeniería social por medio de su intervención en las distintas áreas de la vida humana. Ahora bien, pueden existir algunas vías de escape al control que ejerce el Estado-nación sobre la libertad y derechos de los ciudadanos, por ejemplo, a través de la mantención de un gobierno plenamente democrático. Pero con el desarrollo de la tecnología y con los sistemas de administración y control de la información, tal vía de escape puede ser bloqueada. En nuestros días se hace cada vez más evidente que la globalización y la creciente democratización de la información ha entrado en una relación “dialéctica” con la misma idea y fundamento del Estado-nación. Recientemente hemos sido testigo de estos choques a propósito de Wikileaks, Edward Snowden yChelsea Manning, que han tenido que enfrentar la justicia estadounidense en el caso de la segunda. Otros han tenido que refugiarse en embajadas o países para no ser procesado por la justicia estadounidense, ya que representan una amenaza a los intereses de aquella nación.
Claro está que el Estado señala que lo que se pone en peligro es el interés de todos los estadounidenses pero, debemos añadir que es también un derecho de todos los ciudadanos el tener conocimiento de las acciones en las que incurre su gobierno, más aún cuando tales acciones ha significado la muerte de personas inocentes. Hay quienes opinan que los Estados se han transformado en panópticos con un alcance nunca antes visto, mientras que otros autores, como el sociólogo Manuel Castells, opina que el estatismo se desintegró en contacto con las nuevas tecnologías de la información (en lugar de poder someterlas y dominarlas). De acuerdo a Castells estas nuevas tecnologías “liberaron el poder de la interconexión y la descentralización, socavando realmente la lógica centralizadora de las instrucciones de un solo sentido y la vigilancia burocrática vertical. Nuestras sociedades no son prisiones ordenadas, sino junglas desordenadas”[8].
No obstante lo anterior, Castells reconoce la posibilidad de que el Estado se sirva de las tecnologías para ejercer control, vigilancia y represión, pero también pueden ser utilizadas por los ciudadanos para optimizar su control sobre el Estado. Más que hablar de un “Gran hermano”, Castells habla de “hermanas pequeñas” bienintencionadas que se relacionan con cada uno de nosotros de manera personal, por ejemplo en la actualidad tenemos los ordenadores, tablets, teléfonos inteligentes, twitter, facebook, instagram, likedin, etc., en cada una de estas está contenida la información de cada uno de nosotros y que llega a otros miles de personas así, como también a empresas. Los Estados se han mostrado también incapaces de abordar temasglobales que son sensibles ante la opinión pública. Como explica Castells, estamos ante un fenómeno de soberanía compartida en la gestión de problemas económicos, medioambientales y de seguridad, de manera que el Estado-nación ha visto progresivamente erosionado su poder a cambio de su perduración.
Destaca el autor que a partir de la década de 1990 las sociedades civiles tomaron en sus manos la responsabilidad ante temas de interés global. Continúa explicando Castells:
“De este modo, Amnistía Internacional, Greenpeace, Médicos Sin Fronteras, Oxfam y tantas otras organizaciones humanitarias no gubernamentales se han convertido en una importante fuerza en el ámbito internacional…atrayendo con frecuencia más fondos, actuando con mayor eficacia y recibiendo una mayor legitimidad que los esfuerzos internacionales patrocinados por los gobiernos. La «privatización» del humanitarismo global hace cada vez más débil uno de los últimos razonamientos sobre la necesidad del estado-nación”[9].
Otro autor que ha criticado el concepto de Estado, específicamente, aquel que vive bajo la sombra de las reflexiones de Max Weber, es el profesor de la Universidad de Washington, Joel S. Migdal. De acuerdo al académico, la sombra de Weber ha cubierto a las ciencias sociales durante el siglo XX hasta el punto que su definición de Estado se ha convertido en la definición clásica de Estado. Los académicos han ofrecido diversas definiciones de Estado, todas inspiradas en la definición de Weber. Tales definiciones, por lo general, colocan el énfasis en el carácter institucional del Estado (el Estado como organización o conjunto de organizaciones), sus funciones (especialmente la creación de reglas) y su recurso a la coacción (monopolio de la violencia legítima). Los académicos entienden el Estado como la culminación de un proceso que trasciende las antiguas organizaciones localizadas. El Estado se presenta como algo publico e impersonal sobre sociedades territorialmente delimitadas. Continúa explicando el autor:
“Desde el siglo XVI, sostienen las teorías, el surgimiento de este nuevo tipo poder público, con sus grandes ejércitos permanentes, imponentes burocracias y ley codificada, ha vuelto anticuadas las formas anteriores de gobierno. El Estado ha forjado naciones muy integradas a partir de sociedades que no eran más que asociaciones laxas de grupos locales. Simplemente se asume que ya no cabe cuestionar que el Estado es el marco para la creación de reglas dotas de autoridad…”[10].
Ahora bien, Weber hacía alusión a un Estado ideal tipo, heurístico, señala Migdal. Pero tal ideal se ha transformado en el parámetro con el que se comparan los Estados reales:
“Mientras la idea que se tiene del Estado sea uniforme y constante, la variación de los Estados, incluso el fracaso de algunos, sólo puede expresarse en términos de desviación del estándar. Si los Estados reales se quedaban por debajo del estándar, como solía ocurrir, había que inventar todo tipo de excusas para expresar el espacio entre la práctica real y el ideal…La comparación se hace al especificar y medir la desviación de la norma o del ideal. La capacidad del Estado se mide con Una vara cuyo extremo es una variante del Estado ideal de Weber”[11].
Migdal considera insuficientes e insatisfactorias estas teorizaciones del Estado influidas fuertemente por el pensamiento de Weber. Por ejemplo, señala que la idea de que es el Estado el que crea o debería crear reglas, y que es el Estado el que mantiene o debería mantener los medios de violencia para hacer que la gente obedezca tales reglas “minimiza, trivializa la rica negociación, interacción y resistencia que ocurre en toda sociedad humana entre múltiples sistemas de reglas”[12]. El autor cuestiona la imagen de un Estado como una organización coherente en un territorio determinado. Migdal enfrenta la imagen que se nos presenta del Estado con las prácticas reales. Estas últimas pueden reforzar la imagen tradicional que se tiene del Estado, así como también, cuestionar la imagen misma. Cuando el autor habla de prácticas se refiere esencialmente al desempeño cotidiano de los organismos y actores estatales, y cuando habla de una suerte de imagen ideal del Estado que puede verse cuestionada por tales prácticas, se refiere a la imagen de un Estado dominante y coherente, dotado de un territorio determinado y que vela por el bien público, en contraposición de bienestar privado.
Tomemos un ejemplo que desdibujan las fronteras de la imagen ideal del Estado, como es el caso de los funcionarios del Estado que utilizan sus oficinas para llevar a cabo negocios privados, lo cual significa un duro golpe a la división que se traza entre lo público y lo privado. Otros ejemplos que da el autor es la de Sudáfrica del apartheid donde las pandillas criminales desarrollaron estrechos lazos con las fuerzas de seguridad, y en donde estas últimas incluso han desarrollado empresas criminales como el tráfico de armas, piedras preciosas y drogas. Existen otras prácticas que cuestionan las fronteras territoriales propias de un Estado. Ejemplo de esto son las alianzas entre funcionarios turcos liberales y activistas kurdos, que tuvo como consecuencia el debilitamiento de la imagen territorial del Estado turco.
Casos similares es el caso de grupos independentistas en España como los vascos y catalanes, así como el caso ucraniano donde la población misma se dividió en relación entre los “rusófilos” o “eslavófilos” y aquellos que querían ser parte de la Unión Europea (eurófilos). Para Migdal el Estado se presenta como una entidad contradictoria que actúa en contra de sí misma. El problema con la definición clásica del Estado es que plantea ciertos problemas. Por ejemplo, resalta particularmente el aspecto burocrático de este y, junto a esto, laimagen de un Estado con grandes capacidades y aptitud para alcanzar un conjunto fijo de metas. El problema con esta imagen es que ignora otro aspecto del Estado y es la formulación y transformación de sus objetivos:
“A medida que la organización estatal va entrando en contacto con otras fuerzas sociales, choca y se adapta a diferentes órdenes morales. Estos compromisos, que se dan en numerosas coyunturas, cambian las bases sociales y los propósitos del Estado. Este no es una entidad ideológica fija. Más bien, encarna una dinámica constante, un conjunto de objetivos cambiantes según va captando otras fuerzas sociales”[13].
Más adelante continúa explicando el autor:
“La resistencia que otras fuerzas sociales presentan a los designios del estado, así como la incorporación de grupos a la organización del mismo, cambia sus apoyos sociales e ideológicos. La formulación de la política del Estado es tanto un producto de esta dinámica como el simple resultado de los objetivos de los líderes principales o directamentede un proceso legislativo. Los resultados del acuerdo (y el desacuerdo) con otras fuerzas sociales pueden modificar notablemente el programa del Estado; de hecho pueden alterar su propia naturaleza”[14].
Migdal cita el siguiente ejemplo de lo anterior:
“Sin duda la china de Mao expresó las políticas estatales en el lenguaje de la lucha de clases, defendiendo el socialismo y aumentando la conciencia revolucionaria. Sin embargo, las redes sociales que…se introdujeron en todos los aspectos de las relaciones políticas, sociales y económicas, matizaron los objetivos y las acciones del Estado y afectaron su carácter a nivel tanto local como nacional”[15].
En resumen, los estudios se han enfocado principalmente en el poder y autonomía del Estado, así como en la atención excesiva en las elites de los niveles más altos de la organización estatal. El problema con esto, explica Migdal, es que el Estado está lejos de recrear los propósitos y las voluntades de la elite estatal. En la práctica, el estado posee múltiples niveles que se encuentran relacionados entre sí y que muchas veces son impulsados por intereses opuestos y que se dirigen en diferentes direcciones. Además, estos diferentes componentes de la organización estatal operan en entornos estructurales diferentes. De acuerdo con lo anterior escribe el autor:
“El Estado, entonces, no genera una única respuesta homogénea a una cuestión o problema; ni siquiera, necesariamente, produce un conjunto de respuestas diversas pero coordinadas. Más bien sus resultados – la formulación e implementación de sus políticas – son una serie de acciones diferentes basadas en el cálculo de presiones que enfrenta cada componente del Estado en su ambiente específico de acción. Esos ambientes de acción, las sedes de conflictos y coaliciones, de presión y de apoyo, que involucran partes del Estado y otras fuerzas sociales, son lo que hemos denominado escenarios de dominación y oposición”[16].
Es por esto que el autor propone la necesidad de desarrollar una nueva antropología del Estado que sea capaz de observar los múltiples niveles de este mismo. Esta antropología o estudio de las partes del Estado debe además analizar el ambiente, así como la relación que se dan entre sus distintas partes.
Otro autor que cabe destacar es el sociólogo e historiador británico Philip Abrams (1933-1981). En una conferencia de la Asociación Sociológica Británica (1977), Abrams manifestaba la falta de claridad que existía en torno al concepto de Estado. El problema radica, en primer lugar, en la naturaleza misma del Estado y, en segundo lugar, en las predisposiciones de quienes estudian el Estado. De acuerdo a Abrams se debe tomar en serio la advertencia de Friedrich Engels de que el Estado se nos presenta él mismo como el primer poder ideológico sobre el ser humano. El Estado vendríaa ser así una “cosa ideológica”, un dispositivo en función del cual se legitima el sometimiento. Más adelante añade Abrams: “…podríamos decir que el estado es la falsa representación colectiva característica de las sociedades capitalistas. Al igual que otras falsas representaciones colectivas constituye un hecho social…pero no un hecho en la naturaleza. Los hechos sociales no deben ser tratados como cosas”[17].
Un punto importante en el que insiste el académico es que el Estado no es una cosa, no es una entidad. El problema con los autores marxistas como Ralph Milliband (1924-1994) o Nicos Poulantzas (1936-1979), explica Abrams, es que no pudieron resolver la tensión entre la teoría marxista y la práctica marxista. Para ser más claro, por un lado la teoría marxista, para explicar la integración de las sociedades de clases, necesita al Estado como un objeto formal-abstracto, pero la práctica marxista necesita, a su vez, al Estado como un objeto real y concreto, esto es, al Estado como objeto de la lucha de clases. Así, de una u otra manera los autores marxistas terminan por cosificar el Estado.
Entonces, ¿cuál es la propuesta que Abrams propuso en 1977? No plantea eliminar el Estado del análisis social, sino que propone “abandonar el estado como objeto material de estudio, sea concreto o abstracto, sin dejar de tomar muy en serio la idea de Estado”[18]. Abrams considera al Estado como un “objeto de tercer orden” o como un “proyecto ideológico”, un “ejercicio de legitimación”. Continúa explicando Abrams:
“Es, ante todo, un ejercicio de legitimación; y es de suponer que lo que se legitima es algo que, si se pudiera ver directamente y tal como es, sería ilegítimo, una dominación inaceptable. Si no ¿para qué tanto trabajo legitimador? En suma, el estado es un intento de lograr sustento para la tolerancia de lo indefendible y lo intolerable, presentándolos como algo distinto de lo que son, es decir, dominación legítima, desinteresada. El estudio del estado, visto de este modo, empezaría por el estudio de la actividad esencial que está implícita en una visión seria del estado: la legitimación de lo ilegítimo”[19].
Abrams se refiere también al Estado como el “triunfo del ocultamiento”, es decir, oculta “la historia y las relaciones de sujeción reales detrás de una máscara ahistórica de legitimidad ilusoria”[20], sin embargo, el verdadero secreto oficial, agrega Abrams, es el secreto de la no existencia del Estado. Esto significa que el Estado no es la realidad que se encuentra detrás de la máscara de la práctica, sino que el Estado es la máscara misma que impide ver la práctica política como tal
[1] Ashis Nandy, Umágenes del Estado. Cultura, violencia y desarrollo (México: FCE, 2011), 19.
[2] Ibid., 22.
[3] Ibid., 27-28.
[4] Ibid., 28.
[5] Ibid., 30.
[6] Ibid., 24.
[7] Ibid., 25.
[8] Manuel Castells, La era de la información. Economía, sociedad y cultura, vol II (México: Siglo XXI Editores, 2004), 330
[9] Ibid., 297.
[10] Joel S. Migdal, Estados débiles, Estados fuertes (México: FCE, 2003), 145.
[11] Ibid., 33.
[12] Ibid.
[13] Ibid., 146.
[14] Ibid.
[15] Ibid.
[16] Ibid., 152.
[17] Philip Abrams, Akhil Gupta y Timothy Mitchell, Antropología del Estado (México: FCE, 2015), 52.
[18] Ibid., 51.
[19] Ibid., 53.
[20] Ibid., 55.