5) La Guerra Civil Española: El debate en torno al conflicto (por Jan Doxrud)
Antes de entrar de lleno en el desarrollo de la guerra civil, examinemos la relevancia de esta para algunos autores y algunas polémicas que han surgido entre los estudiosos. Pio Moa (ex marxista-leninista y miembro del grupo terrorista de izquierda Grapo), uno de los más destacados (y odiados) historiadores (aunque algunos, curiosamente le niegan ese título) puesto que ha dedicado sus esfuerzos desmitificar y cuestionar la narrativa oficial de la Guerra Civil Moa. Como bien señala Moa, el historiador se encuentra condicionado por su actitud y valoraciones previas, ideológicas o de otro género, y esto resulta ser algo bastante evidente en el estudio de la Guerra Civil Española.
No obstante lo anterior, Moa añade que de lo anterior no cabe concluir “que la aproximación a la verdad sea imposible, o que todos los enfoques valgan igual”. Además de los sesgo ideológicos, Moa añade otros problemas que han obstaculizado el estudio de este conflicto, como lo es la plétora de documentos, siendo el resultado la creación un verdadero “laberinto de papeles” que pueden llegar a oscurecer los hechos. En palabras de Moa:
“Es factible acumular material supuestamente probatorio de cualquier tesis, incluso la más ajena a la realidad: basta centrar la atención en los hechos atípicos. Pero si algunos robles en un pinar deben recibir atención, ésta no debe enturbiar la visión del tipo de bosque en que crecen. Para salir del laberinto, de nuevo el cuidado por los hechos, por su constancia y su lógica, debe privar sobre las conveniencias de la teoría”.
Junto a lo anterior, Moa también denuncia una gran cantidad de bibliografía, mucha de la cual no es más que propaganda rebosante de “palabras hechas” y con un fuerte contenido emocional, la cual ha tenido un gran éxito para movilizar a las masas y, obviamente, a una incomprensión del conflicto
En su libro “Los orígenes de la Guerra Civil Española” (1999), Moa resume como sigue lo que el esquema básico de este relato oficial sobre la guerra civil (que también resumí al comienzo del artículo):
(…) la guerra civil, comenzada en julio de 1936 por el ejército y la reacción, se incubó en los años anteriores, debido a que la república amenazaba los intereses retrógrados de la derecha y no tuvo la decisión de aplastar a tiempo esos intereses. La derecha habría conspirado desde el primer momento para derrocar la república y, tras el intento fallido de Sanjurjo, había logrado su objetivo después de una feroz contienda de tres años contra la legalidad democrática. Entre medias, en 1934 se había levantado en Asturias la clase obrera, y en Cataluña la Generalitat, para cortar el ascenso fascista”.
Como señala el mismo autor, incluso resulta ser difícil nombrar a los contendientes. En palabras de Moa:
“¿Fascistas y demócratas? ¿Nacionales y rojos? ¿Nacionalistas y republicanos? Etc. Casi ninguno de estos nombres resulta adecuado. El gobierno de octubre del 34 no era en absoluto fascista, ni demócratas los sublevados. Los rebeldes de 1936 eran nacionalistas, pero también lo eran en el otro bando, no sólo, a su manera, los del PNV y la Esquerra, sino también los demás, cuya propaganda adquirió un tono españolista muy agudo”.
Frente al dilema de los rótulos, Moa opta por llamar a los sublevados de 36 como “franquistas” o “nacionales”. “Franquistas” debido a que el poder que concentró Franco y no por la existencia de una supuesta “ideología franquista” que, para Moa, es inexistente. En cuanto al rótulo de “nacional” se debe a que el vínculo definitorio existente entre los rebeldes fue “la consideración de España como una nación, idea menos firme y unánime en sus adversarios”.
En lo que respecta al otro bando – común y erróneamente denominado como “republicano” – Moa los denomina “frentepopulistas” o, , “populares” o “populistas” Tal denominación obedece a que el Frente Popular se transformó a durante el conflicto en un nuevo régimen, aun cuando las disputas internas le impidieron consolidarse como un bloque unido y homogéneo. Al comienzo del libro citado, Moa, desde un comienzo es claro y contundente al afirmar que la insurrección de la izquierda en 1934 constituyo, “literal y rigurosamente”, el comienzo de la guerra civil española, de manera que tal insurrección habría sido un mero episodio distinto o un simple precedente de ella.
En este sentido Moa (como el mismo lo reconoce) sigue la línea de otros autores como el del historiador Enrique Barco Teruel y su libro “El golpe socialista del 6 de octubre de 1934”; Ángel Palomino y su obra “1934. La guerra civil empezó en Asturias”, y el escritor e hispanista británico, Gerald Brenan, para quien la revuelta en Asturias había sido la “primera batalla de la guerra civil” (ver su libro “El laberinto español”).
Junto a esto, Moa también cuestiona la versión de que tal levantamiento habría sido una reacción defensiva contra la Confederación Española de Derecha Autónomas (CEDA), la cual es presentada, erróneamente, como un grupo de corte fascista. También rechaza el autor la versión de que las masas, en la desesperación que sufrían producto de la explotación de la derecha y el centro, habrían terminado por radicalizar al PSOE y a la Esquerra (Partido político catalán). La verdad fue que las condiciones de vida estas masas no empeoró cuando la izquierda perdió el poder en 1933 y, por ende, la radicalización de estas 2 agrupaciones obedeció más bien a su propia ideología. El PSOE se caracterizó por su desdén hacia la democracia liberal y creyó, comos señala Moa, que en España se reunían las condiciones adecuadas para una revolución socialistas.
En este aspecto el PCE se mostró más disciplinado, es decir, su vocación totalitaria no había cambiado (la esencia de su ideología) pero, por órdenes de Stalin, tuvieron que postergar la orgía revolucionaria en favor de la legalidad, de ahí su choque con otros grupos de izquierda que no se cuadraron con la línea soviética. Pero, como bien señala Moa, la alianza izquierdista no era ni demócrata ni republicana y lo que predominaba en las filas del PSOE, PCE y CNT eran tendencias totalitarias , y golpistas en el caso del Manuel Azaña (sucesor de Alcala-Zamora en la presidencia) y el líder de la Esquerra catalana: Lluís Companys. A esto Moa, añade la tendencia racista del Partido Nacional Vasco.
Moa también señala a otro culpable de la guerra: Niceto Alcalá-Zamora (1877-1949). Sin entrar en detalles, para Moa fue el Presidente del gobierno español – quien goberno entre diciembre de 1931 y abril de 1936 – fue el culpable de obstaculizar el gobierno de la centro derecha en España, en aras de convertirse él mismo en el líder del centro político. Tal cálculo fue erróneo y lo único que logró fue preparar el camino para que la izquierda regresara en 1936 al poder bajo el disfraz del Frente Popular.
En otro de sus libros, “Los mitos de la Guerra Civil” (2003) Moa se pregunta cuál es el panorama actual en relación con la guerra civil. Su respuesta es que, lo que ha triunfado, ha sido una interpretación propagandística del conflicto, impulsada por autores como Tuñón de Lara, Paul Preston y Gabriel Jackson. En palabras de Moa:
“La influencia del marxismo, aún caído el Muro de Berlín, sigue siendo sorprendente: no es fácil cambiar hábitos mentales muy arraigados. A esos historiadores los he llamado lisenkianos por analogía con la seudobiología marxista de Lisenko en el siglo XXI”.
Lo más grave de esto es que tal versión ha sido impuesta por medio de la ley, bajo el nombre de “Memoria Histórica” que Moa considera como un peligro para las investigaciones historiográficas independientes. En palabras de Moa: “La ley de memoria histórica es en sí misma un brutal atentado a la independencia académica y a la verdad histórica documentada”.
En suma, para el historiador español la guerra civil fue el resultado del derrumbe de la ley republicana.De acuerdo a Moa, la causa última de las guerras civiles radica en el derrumbe de la ley, vale decir, cuando el poder no la respeta, cuando esta es débil o porque la sociedad la rechaza y pretende sustituirla por otro orden radicalmente diferente. Moa la ubica tal erosión de la ley en el primer bienio de la II República (abril de 1931 a noviembre de 1933) y empeoró en el segundo bienio (noviembre de 1933 a febrero de 1936). En palabras del historiador:
“La relación de hechos es suficientemente aclaratoria: en el primer bienio fueron izquierdistas quienes sabotearon y ocasionaron crisis graves al poder y a la ley impuestos por otros izquierdistas. Y en el segundo bienio fueron las izquierdas en pleno, más los separatistas, catalanes y vascos (aunque el PNV se abstuvo en al insurrección del 34), quienes se volcaron en masa contra un poder derechista legítimo, avalado por las urnas”.