7) La Guerra Civil Española: El debate en torno al conflicto (por Jan Doxrud)
Por su parte, Enrique Moradiellos, en una entrevista dada para “El Confidencial” (2016), señalaba que la guerra civil era todavía un referente frecuente de identificación política e ideológica. Junto a esto, añadía que la tarea de la historiografía era superar tales condicionantes para así poder ofrecer una lectura interpretativa y superadora de la propaganda, así como también de las simplificaciones maniqueas y monocausales (siendo esto “difícil, pero no imposible”).
Así, de acuerdo al historiador español, la lectura histórica exige estar “atento al matiz intermedio, a las zonas de sombras grises del espectro cromático, a la explicación por confluencia de causas plurales razonadas y demostradas”. Desde esta óptica, para Moradiellos la labor del historiador es ir a contracorriente del “mito sagrado”, en el sentido de que su función es ser fundamentalmente desacralizadora en su búsqueda de la cruda verdad. Esto resulta ser de gran importancia entenderlo puesto que, como señala el mismo autor, al nivel de la ideas parece operar lo que en economía se denomina como la “Ley de Gresham”. Claro que en este caso no hablamos de monedas, sino que de ideas malas que terminan por expulsar ideas buenas. Pero más importante aún es que los historiadores (Moradiellos incluido) estén a la altura de las palabras de Moradiellos. A esto añade el historiador español:
“Me atrevería a decir que la historia es por definición desmitificadora porque es necesariamente crítica y anti-dogmática: demanda distancia personal respecto de los fenómenos analizados y rechaza la adhesión emotiva que suele oscurecer la comprensión de la razón de las cosas”.
En cuanto a la guerra civil, el historiador afirma en la misma entrevista que esta no fue el producto “exigido por ninguna prescripción inmanente del pasado histórico español ni tampoco fue la derivación de ninguna finalidad teleológica misteriosa”.
En su ya citado libro “1936. Mitos de la Guerra Civil”, Moradiellos desarrolla más este tema sobre la inevitabilidad o contingencia de la guerra civil (capítulo 4). El historiador explica son muy escasas (por no decir nulas) las interpretaciones historiográficas que conciben el conflicto como determinado e inevitable. En virtud de lo anterior, Moradiellos distingue, entre las interpretaciones canónicas, 3 “escuelas” en virtud de las formas en cómo organizan las causas y factores. En primer lugar tenemos a los estructuralistas o quienes ponen el énfasis en la “larga duración”. Tal escuela centra su interés en aspectos como el latifundismo agrario meridional y las miserias de las masas campesinas; el conflicto entre centralismo y los desafíos descentralizadores nacionalistas y regionalistas; o el choque entre clericalismo y anticlericalismo.
En segundo lugar tenemos a los coyunturales, esto es, lo que se centran en el radio temporal “medio”, que se centran en hechos como las consecuencias de la crisis económica de 1929 y las dificultades del Ministerio de Hacienda de hacerle frente o la polarización y fragmentación del sistema político. En tercer y último lugar tenemos a quienes atienden a las causas inmediatas, “detonantes” o “catalizadores”, de manera que nos situamos aquí en el “tiempo corto”. Aquí es la “chispa” la que “enciende” la “mecha” (causas estructurales y coyunturales). Dentro de este enfoque las causas pueden recaer en individuos (Mola, Caballero, Azaña, Calvo Sotelo), colectividades (PSOE, CNT, UGT, Falange, CEDA) o hechos puntuales como la insurrección de 1934 o la susticución de Niceto Alcalá-Zamora en 1936.
En virtud de lo anterior, la guerra civil no fue un ejemplo de una “crónica de una muerte anunciada”, ya sea anunciada en 1931, con la proclamación de la II República o en 1934, con la insurrección catalana y socialista. Sobre este último aspecto, Moradiellos explica que si la guerra hubiese comenzado efectivamente en octubre de 1934, entonces esto significaría exonerar a los golpista de 1936 puesto que habrían actuado en legítima defensa. El autor sintetiza esta postura como sigue:
“(…) la guerra civil, como conflicto bélico prolongado entre grupos armados bien definidos, comenzó el 17 de julio de 1936 al estallar una amplia (pero no unánime) insurrección militar contra el gobierno republicano del Frente Popular. El hecho de que esa insurrección fuera muy amplia, pero no abrumadora ni unánime, permitió que otra facción del Ejército se opusiera a la misma y consiguiera aplastarla en casi la mitad de España”.
Por ende, para Moradiellos la guerra comienza en julio de 1936, dentro de un “extraordinario contexto de crisis económica brutal, grave polarización socio-cultural y aguda crisis de representación política e institucional consecuente”. El autor también defiende a la II República, a pesar de sus problemas internos. Para ser más precisos, Moradiellos afirma que la República sufrió divisiones internas entre fuerzas democráticas reformistas y fuerzas revolucionarias y comunistas. Pero, de lo anterior, no se puede concluir que la República se transformó en una “simple dictadura comunista y revolucionaria”. En virtud de lo anterior, la República, y en palabras de Moradiellos “siempre mantuvo los rasgos básicos de un régimen democrático parlamentario y constitucional, pese a las limitaciones impuestas por la guerra y las fricciones políticas internas”.
El autor, al igual que Preston, dirige sus dardos contra los revisionistas, citando el caso de Pio Moa (mencionado en la pregunta por el entrevistador). Frente a esto Moradiellos, habla de la “mal llamada literatura revisionista” sobre la guerra. La razón de esto es que para el historiador español, este supuesto “revisionismo” es, en realidad, una mera reactualización de la doctrina oficial historiográfica del régimen franquista sin apenas modificaciones apreciables, desde el punto de vista de las interpretaciones y las fuentes probatorias documentales. Así, frente a este tema, el autor es tajante:
“Por eso creo que aquella literatura era más bien propaganda presentista de clara intencionalidad política derechista y con un básico objetivo: impugnar la enormidad de los crímenes cometidos en el franquismo con el argumento de que la violencia la iniciaron “los otros” y que la exclusiva responsabilidad del fracaso de la democracia republicana era cosa de la izquierda irresponsable y antidemocrática”.
En lo que respecta al trabajo del ya citado Pio Moa, Moradiellos, señala que se halla “seriamente lastrada por graves defectos historiográficos”. Ejemplo de esto serian sus simplificaciones abusivas y apasionadas de procesos históricos complejos. A esto añade que Moa
“se inclina a lograr una efectista coherencia argumentativa a costa de crecientes dosis de dualismo interpretativo claramente maniqueo; y evidencia una parcialidad acrítica en el uso selectivo de fuentes informativas bibliográficas, hemerográficas y archivísticas”.
Frente al tema de la “Memoria Histórica”, el autor se muestar en contra de este concepto entendido en “mayúscula” y en “singular”, de manera que lo que verdaderamente existe son “memorias” sobre el pasado histórico
Hay que señalar que Moradiellos ya había sostenido otras polémicas con Moa en las que han intervenido otros autores como Antonio Sánchez Martines, polémicas que son bastante extensas y profundas como para tratarlas aquí. Pero estas son un ejemplo de las disputas historiográficas que aun perduran en España en torno a la guerra civil y que, en ocasiones, se tornan bastante subidas de tono. Así, el ya citado Sánchez, que defiende la obra de Moa, da a entender en un escrito titulado “El cerrojo ideológico de Moradiellos”, que el historiador español es un simple representante de la perjudicial historiografía “progresista” plagada de sesgos ideológicos.
En otro escrito, Sánchez también aborda el tema de la censura a la que ha sido sometido Moa producto de sus ideas. Moa también ha lanzado sus dardos contra Moradiellos y, en una nota a pie de página de “Los mitos de la Guerra Civil”, deja irónicamente entrever que Moradiellos habría heredado los trucos argumentativos de su maestro Paul Preston.También ha respondido Moa a los puntos de disenso con Moradeillos en relación con temas como la intervención soviética en la guerra civil, el rol de Juan Negrín en esta y la insurrección de 1934, y la responsabilidad del Frente Popular en el colapso de la República. Mientras Moradiellos reinvindica la figura de Negrín y el Frente Popular, Moa los somete a una critica implacable. Esto es algo que Moa afirma y argumenta en alguno de sus libros, así como también en artículos como aquel publicado en “Libertad Digital” titulado “El hundimiento de una versión y un método históricos” (2010) donde de entrada señala
“Con Enrique Moradiellos tuve hace años un debate en la revista digital de Gustavo Bueno, El Catoblepas. Aquel mantenía una curiosa historia de la guerra civil según la cual el Frente Popular representaba a la democracia y la república, Stalin había apoyado a la democracia española con el inocente objetivo de impedir la guerra en Europa, Negrín era un gran dirigente demócrata y los nacionales habían vencido gracias fundamentalmente a la ayuda de Alemania e Italia”.
El político y economista español, Ramón Tamames, en su libro “Breve Historia de la Guerra Civil Española” (2011) escribió que, en la actualidad, este conflicto era menos conocido para los españoles en comparación con conflictos como el Estados Unidos contra Vietnam (1964 y 1975). Añade Tamames que, de lo conocido sobre los temas de la guerra civil, los que más se discuten versan sobre las fosas comunes de fusilamientos y las represiones en ambas partes. Así, se deja deja de lado lo medular: el por qué llegó a crearse en España situación.
Finalizamos aquí esta primera parte centrada en los debates historiográficos para ahora entrar a ver de manera panorámica la historia de España y como se fue pavimentando el camino hacia la guerra civil, un conflicto que muchos esperaban, pero que no imaginaron que se prolongaría por tanto tiempo.
En posteriores artículos nos adentraremos en los sucesos mismos que condujeron a la guerra.