1) John Locke: Ensayo sobre el entendimiento humano (por Jan Doxrud)
En palabras de Ludovico Geymonat, “nos encontramos en una fase decididamente nueva de la historia de la filosofía y de la ciencia, que durante un siglo verá al pensamiento inglés asumir una función de guía con respecto a toda la cultura europea”[1]. Voltaire en sus Cartas sobre los ingleses, específicamente en la “Carta XIV El Sr. Locke”, pone a Locke por encima de la figura de Descartes y de otros grandes filósofos y pensadores griegos, así como del mundo medieval. Diderot también lo elogia en su Enciclopedia. Locke se destacó por su gran obra titulada Ensayo sobre el entendimiento humano, la cual abordaremos a continuación. Esta obra mereció los elogios de Voltaire quien escribió que fue Locke quien mostró a los hombres la razón humana, como un excelente anatomista da cuenta de los nervios del cuerpo.
La aparición en Inglaterra de estos dos titanes del pensamiento, me refiero a Isaac Newton y John Locke, significó un cambio en el panorama intelectual europeo. El pensamiento inglés sedujo a los franceses. El pensamiento político inglés, así como también las instituciones inglesas fueron admiradas por los intelectuales franceses. Se produjo un desplazamiento del polo intelectual desde Europa continental hacia Inglaterra, ya que en las zonas bajo la influencia de la Iglesia católica habría sido más complejo aventurarse con teorías científicas que cuestionaran la autoridad de los dogmas de fe. El hecho es que habían dos figuras con un tremendo peso intelectual: la mecánica de Newton y el empirismo de Locke. En esta sección me ocuparé del empirismo de Locke que, en aquella época, constituyó una verdadera revolución del pensamiento.
Para quienes conocen a Locke, saben que el autor es famoso por ser parte del “empirismo inglés”. De acuerdo al pensador inglés:
“La percepción es la entrada del conocimiento. Siendo, pues, la percepción el primer paso y grado hacia el conocimiento, y la puerta de entrada de todos sus materiales…”[2].
Como señala Bertrand Russell, en la época de Locke la mente, supuestamente, conocía todo tipo de cosas a priori, por lo que el hecho de que el conocimiento dependiera de la percepción era algo nuevo. Locke representó una transición, un cambio que envió a las estanterías de los clásicos al Teeteto de Platón (recordemos que Platón refutó la identificación entre conocimiento y percepción). Esta idea platónica se mantuvo en el tiempo y la encontramos presentes en otros filósofos como Descartes y Leibniz que, como acertadamente escribió Russell, enseñaron que gran parte de nuestro más valioso conocimiento no derivaba de la experiencia.
Locke miraba despectivamente a la metafísica y toda forma de especulaciones abstractas, lo que incluía la filosofía escolástica. Por ejemplo, el concepto de sustancia de Locke no fue el mismo que predominaba en la metafísica de su época, el cual era vago y de poco utilidad en opnión de Locke. El filósofo inglés también abogó por la claridad en la exposición de las ideas:
“Hace ya tiempo que formas de hablar, ambiguas e insignificantes, y ciertos abusos del idioma pasan por ser misterios de la ciencia; y que ciertas palabras rudas o equívocas, con ningún o poco sentido, reclaman, por prescripción, el derecho por ser tomadas por sabiduría profunda y por alta especulación, que no será fácil persuadir a quienes o les prestan oídos, que eso no es sino un encubrimiento de ignorancia y un obstáculo al verdadero saber”[3].
En ese mismo espíritu, Schopenhauer criticaría la filosofía de Hegel que fue un virtuoso inigualable en lo que respecta a la oscuridad filosófica. Ahora bien, el poeta Samuel Taylor Coleridge criticó en el siglo XIX a Locke, del cual decía que su estilo era deplorable y que su filosofía carecía de originalidad. En nuestros días, el fenómeno de la oscuridad filosófica aún esta vivo en aquellos filósofos obsesionados con el “estilo”, incluso más que los poetas o novelistas, en donde la claridad de su pensamiento se difumina entre la pompa de su prosa. ¿No sucede en nuestros días o no da la sensación de que hay ciertos autores que, a través de sus escritos pretenden obscurecer más que clarificar distintos asuntos? ¿Acaso no existen pensadores que están más obsesionados con el lenguaje que emplean, de seleccionar un lenguaje complejo para que finalmente sea comprendido por una pequeña elite de discípulos y seguidores? ¿Acaso están interesados esta clase de autores en comunicar sus ideas de manera clara a los lectores?
Una de las tareas del intelectual es intentar, en la medida de lo posible, hacer comprensibles sus ideas al público general. No obstante lo anterior, hay nobles espíritus que abandonan el Olimpo por un tiempo y emprenden la difícil tarea de hacer comprender sus ideas al público, a través de escritos más claros y sometidos a estándares intelectuales rigurosos. El mismo ensayo de Locke es un modelo de divulgación científica, tratando de acercar al lector no especializado a temas complejos, empleando un lenguaje accesible a este, lo mismo puede decirse sobre Descartes.
Locke es consciente de lo que hace y de las repercusiones que pueden tener sus ideas, así como también, lo complejo que puede resultar quebrar con ciertas concepciones incrustadas en la mente de las personas de la época: los usos del lenguaje, formas de pensar, significados de palabras. Todo lo anterior como resultado del condicionamiento, la costumbre a la que estamos sometidos, en pocas palabras: el peso de la tradición. Esto tiene como resultado que, con frecuencia, utilizamos palabras y conceptos, (este condicionamiento también afecta a nuestros comportamiento) que nos parecen tan obvios, es decir, tan evidentes y que damos como entendidos por todos, que no reflexionamos sobre estos.
En realidad, el camino hacia la comprensión de algunos conceptos no es tan fácil como parece. Locke advierte sobre aquellos que abusan en extremo de las palabras:
“Las palabras sabiduría, gloria, gracia, etc., ocurren con mucha frecuencia en boca de los hombres, pero si a muchos de quienes las usan se les preguntara ¿qué es lo que significan con esos términos? Se quedarían pasmados y no sabrían qué responder; prueba llana de que, si bien han aprendido esos sonidos y de que los tienen a flor de labios, sin embargo, no tienen en la mente ninguna idea determinada de que deseen expresar con dichos términos para comunicarlas a otros“[4].
Locke pensaba en términos concretos y no era admirador de los grandes sistemas abstractos, comunes en Europa continental. En palabras de Russell:
“His philosophy is piecemeal, like scientific work, not statuesque and all of a piece, like the great Continental systems of the seventeenth century”[5].
Russell caracteriza la filosofía de Locke como fragmentada en piezas, una filosofía construida de pieza en pieza en el tiempo. Frente a esta estaba la filosofía continental, particularmente la francesa, que era representada como una estatua esculpida con toda su proporción, delimitación, una estatua oferente, es decir, que ofrecía respuestas a todas las grandes interrogantes, con argumentos confusos, nebulosos y complejos.
Breve biografía
Regresemos a John Locke. El autor puede ser considerado como el fundador del empirismo, una doctrina que establece que nuestro conocimiento deriva de la experiencia. Pero antes de entrar en el tema del empirismo, cabe preguntarse ¿quién fue John Locke? Nació en Bristol (1632-1704), hijo de padres puritanos. Su padre fue un abogado quien lucho a favor del Parlamento contra el rey durante la guerra civil. La guerra civil inglesa, en pocas palabras, fue un enfrentamiento entre los realistas y los partidarios del Parlamento. En 1649 el rey Carlos I fue ejecutado y se proclamó la república en Inglaterra. En este conflicto emergió Oliver Cromwell como figura preponderante y hombre fuerte de Inglaterra hasta su muerte en Whitehall en 1658.
Su hijo no pudo mantener el control que tuvo su padre como “Lord Protector” y dimitió en 1659. El gobernador de Escocia, George Monk, temiendo que el país se sumiera en una anarquía, marchó con sus tropas hacia Londres y, con apoyo popular, forzó al Parlamento Largo a disolverse, formándose una nueva Cámara de los Comunes donde predominó la facción realista que finalmente restauró al hijo de Carlos I, Carlos II en 1660 como rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda. Fue durante su reinado donde se desarrollaron los partidos Whig (liberal) y Tory (conservador). Éste fue el panorama político en que vivió Locke.
Sus estudios los realizó, quizás en el mejor establecimiento educacional, la Escuela de Westminster, donde aprendió los clásicos, además de hebreo y árabe. Luego siguió sus estudios en Oxford donde obtuvo el grado de bachiller y maestro en artes. Estudió medicina, pero no obtuvo el grado de Doctor. En Oxford estudió física y química. En 1667 conoció y se ganó la amistad de Anthony Ashley-Cooper, primer conde de Shaftesbury, líder de la oposición a Carlos II de Inglaterra.
Shaftesbury era un liberal que ejerció una influencia importante en el pensamiento político de Locke, lo cual se vería reflejado en su Tratado donde criticaba al teórico político Robert Filmer quien defendía el derecho divino de los reyes. Cuando Shaftesbury cayó en desgracia en 1675 (falleció en el exilio en Amsterdam), Locke se trasladó a Francia donde entró en contacto con la filosofía de Descartes y con otras luminarias de la época. Permaneció en aquel país hasta 1679.
En 1683 se trasladó a Holanda donde comenzó a escribir los primeros esbozos de su obra maestra que analizaré en los siguientes artículos, me refiero a su “Ensayo sobre el entendimiento humano”. Mientras tanto, Lord Ashley, hijo de Sfatesbury, refugiado en Holanda, regresó a Inglaterra en el séquito de la princesa María, esposa del rey Guillermo de Orange, quien fue coronado como Guillermo III en 1689, tras la deposición de Jacobo II. En ese mismo año se publico la obra de Locke.
[1] Ludovico Geymonat .Historia de la filosofía y de la ciencia (Editorial Crítica),, 322.
[2] John Locke, Ensayo sobre el entendimiento humano (México: FCE, 2005), 128.
[3] John Locke, op. cit., 10.
[4] Ibid., 485.
[5] Bertrand Russell, History of Western Philosophy (, 589.