Repensar la pobreza (por Jan Doxrud)
Dejemos el tema del hambre para pasar ahora al de la salud. Uno de los problemas que afectan este ámbito es la infrautilización de recursos disponibles o desaprovechamiento de soluciones que están a la mano. Por ejemplo unas enfermera en Udaipur señalaban que las madres que llevaban a sus hijos por problemas producto de la diarrea se rehusaban utilizar la solución de rehidratación oral (SRO) consistente en una mezcla de sal, azucar, cloruro potásico y antiácido que debía disolverse en agua. ¿La razón de esto? Las madres preferían los antibióticos o suero intravenoso, puesto que pensaban que la SRO no eran de utilidad.
El problema es que la diarrea constituye, de acuerdo al “Centers for Disease Control and Prevention”, la segunda causa de muerte de niños menores de 5 años de manera que 1 de cada 9 muertes infantiles en todo el mundo se deben a este mal. Añade la misma institución que en el caso de los niños con VIH, la diarrea resultas ser aún más mortal, siendo la tasa de mortalidad 11 veces mayor que la tasa de niños sin VIH. En suma, tenemos que producto de la falta de agua potable y de higiene la diarrea causa la muerte de niños producto de la deshidratación y, por lo demás, afecta al crecimiento y desarrollo cognitivo. Pero aún así, cuando hay disponibilidad de SRO, estos no se utilizan eficientemente: soluciones desaprovechadas. Al parecer, señalan Banerjee y Duflo, los pobres (al igual que con los alimentos) no parecen dispuestos a sacrificar mucho tiempo y dinero para conseguir mosquiteros, agua limpia, harina enriquecida o pastillas desparasitarias.
Así, los autores se preguntan si acaso las personas pobres no se preocupan por su salud. La respuesta es que si se preocupan pero quizás sus decisiones no son las más óptimas en este tema. Por ejemplo las personas pobres de países en desarrollo tienden a rechazar el sistema público de salud prefiriendo centros privados e incluso “bhopas” o curanderos. En el caso de los pobres en Udaipur (India) estos optan más por el “tratamiento” que por la “prevención” y el uso de centros privados en lugar de los servicios que ofrece el gobierno de manera gratuita. Ahora bien, cabe precisar que ese sector privado está integrado por médicos no cualificados, para ser más precisos, apenas algo más de la mitad de estos “médicos” tienen estudios y están titulados de Medicina.
En lo que respecta a la salud pública esta también muestra problemas de infraestructura y falta motivación y profesionalismo del personal, lo cual se evidencia en el mal trato que dan a las personas y el absentismo laboral. Incluso puede suceder que los centros médicos no abran, como fue el caso de Udaipur. Ahí los autores visitaron mas de 100 instalaciones una vez por semana en horarios elegidos al azar. El resultado: 56% de las veces los centros estaban cerrados. De acuerdo a la organización sin fines de lucro, IntraHealth, en Uganda se reveló que, en el 2015, el 50% de los trabajadores de la salud pública no se presentaban trabajar, o se presentaban pero iban temprano para cobrar el doble pago en otra instalación. Añade que ese número ha sido reducido a 11.9%, gracias a un nuevo sistema de monitoreo que ayuda a los funcionarios de salud a rastrear y analizar los datos de asistencia y tomar las medidas apropiadas contra los casos de ausencia crónica.
En virtud de lo anterior, puede ser que una se las razones por las que las personas pobres no utilizan este servicio es debido a que no funcionan de manera óptima. Pero se hace necesario ir más allá y explorar las conductas de las personas en materia de salud. Una primera idea que aborda los autores es si acaso “gratis significa inútil”. Aquí los autores traen a la palestra el “coste hundido psicológico” que nos dice que las personas son más propensas a ocupar aquello por lo que han pagado mucho. Sumado a esto tenemos que las personas juzgan calidad en base al precio y por lo tanto, puede concluir que las cosas no tiene valor porque son baratas.
Otros problemas adicionales guardan relación con creencias y teorías no fundadas en evidencias. Como bien señalan los autores, esto es algo que no debe extrañarnos puesto que en países desarrollados existen movimientos antivacunas que creen que estas causan autismo. Podemos añadir también una gran cantidad de personas que creen en medicinas alternativas que no tienen ningún sustento científico. Otras creencias erróneas que destacan los autores es la de pensar que la medicación efectiva es la que se aplica directamente a la sangre (recordar el rechazo por parte de las madres de las SRO). Además hay enfermedades autolimitadas, es decir, que acaban desapareciendo en cualquier caso independiente de la vacuna, pero estas personas terminan creyendo que fue la vacuna la terminó con sus afecciones. Por lo demás, como agregan Banerjee y Duflo, estas personas deben entender que las vacunas no curan un mal que ya existe sino que protegen contra males futuros
Otro dato importante que dan los autores es que los pobres son menos propensos a ir al médico cuando se t rata de afecciones que pueden poner en riesgo su vida, como por ejemplo, dolor de pecho o sangre en la orina. En cambio, en Delhi (India) los pobres gastan tanto como los ricos en enfermedades de corta duración. En zonas de la India (como en el Estado de Rajastán) algunas personas incluso personas diferencian entre enfermedades bhopa, causadas por fantasmas, y enfermedades de médicos. En el caso de Kenia, comentan los autores, parte de la población ha recurrido a curanderos y predicadores para tratar el sida/VIH (pero no nos debe extrañar, quien escribe vio como una ciudadana rusa comentaba en una entrevista que el coronavirus no afectaría a quienes asistieran a las iglesias ortodoxas, puesto que eran lugares sagrados). Sobre este comentan Banerjee y Duflo:
“En la zona rural de Udaipur, entre otros lugares, la creencia es que los niños mueren por culpa del mal de ojo y la forma en que este se contrae es por dejarse ver en público. Por eso los padres no sacan a sus hijos de casa durante el primer año de vida. A partir de esto, según los expertos escépticos, sería tremendamente difícil convencer a la gente de que vacune a sus hijos que cambien antes sus creencias”.
Frente a esto, se puso en marcha una prueba en donde a las personas se les ofrecía un kilo de dal (habas secas, alimento básico de la zona) por cada vacuna y un conjunto de platos de acero inoxidable por completar el ciclo. El resultado fue que las tasas de vacunación de los pueblos en donde se implementó este programa se multiplicaron por 7 llegando al 38%. Ahora bien, como comentan los autores, este resultado no es satisfactorio puesto que se requiere llegar al 80%-90% para conseguir la inmunidad de grupo (la tasa en que la comunidad queda protegida casi en su totalidad). Otra crítica que se puede esgrimir en contra de este experimento es que no es positivo “sobornar” a las personas en esta materia. Pero ante esto los autores responden que el resultado de este experimento no puede ser evaluado en términos de “todo o nada”. Si bien el porcentaje de vacunados no es suficiente, al menos muchas personas se encuetran vacunadas.
En lo que respecta a los sobornos, los autores defienden la idea de crear programas que apunten a crear incentivos que influyan en la conducta de las personas. Los autores destacan la idea del “pequeño empujón” o “impulso” del libro del economista Richard Thaler y del académico de Derecho, Cass Sustein, en virtud del cual las personas necesitan ser incentivadas para que tomen las mejores decisiones en materia de salud, dinero y felicidad. En otras palabras, si bien las personas son libres y pueden tomar sus propias decisiones, tales decisiones implican costes y la idea de ese “pequeño empujón” es minimizar esos costes.
En el caso del experimento con el kilo de dal en Udaipur es que se demostró que las creencias erróneas que tenías las personas no tenían una base sólida, en el sentido de que son capaces de dejar de creer en el mal de ojo si reciben el kilo de dal. Asi, Banerjee y Duflo, señalan que diseñar “pequeños empujones” adecuados al contexto de cada país puede ser algo positivo puesto que que tales empujones son útiles para convencer y generar así una retroalimentación positiva. En relación este tema concluyen lso autores:
“Deberíamos ser capaces de reconocer que nadie es lo suficientemente sabio, paciente o entendido como para ser totalmente responsable de tomar las decisiones acertadas para sus salud. Por la misma razón que quienes están en países ricos viven una vida de pequeños empujones invisibles, el objetivo principal de las políticas de salud en los países pobres debería ser facilitar que los pobres dispongan de cuidados preventivos y, al mismo tiempo, regular la calidad de los tratamientos”.
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