Repensar la pobreza (por Jan Doxrud)
Los autores nos presentan el caso de Pak Solhin, habitante de Bandung (Indonesia) . Pak se desempeñaba como jornalero hasta que acaeció un problema que daría un vuelco a su vida: la subida de precio de los fertilizantes y del gasoleo, lo cual llevó a los dueños de las tierras a economizar y a contratar menos jornaleros: Pak Solhin quedó cesante. A diferencia de otros hombres más jóvenes, él no pudo pasar al sector de la construcción puesto que era demasiado débil para el trabajo que tal rubro requería y demasiado inexperto para las tareas que se necesitaban.
Tampoco tenía tiempo para aprender de cero, nadie contrataría a un aprendiz de 40 años. Pak Solhin además tenía una esposa y tres hijos que también se vieron afectados. Su mujer tuvo que ir a encontrar trabajo a 130 kms de distancia, a Yakarta y el hijo de 12 años que estudiaba tuvo que abandonar la escuela para dedicarse a trabajar. Los dos hijos pequeños tuvieron que ser enviados al cuidado de sus abuelos. Sumado a esto, Pak se alimentaba mal, con alrededor de 4 kilos de arroz subvencionado, peces que pescaba en el lago y, por último, con la ayuda dada por su hermano. Esta alimentación se tradujo en que se debilitara, decaído y, junto a esto, tuviese también problemas psicológicos como depresión, la cual atentaba contra su voluntad de salir adelante. Así, Pak Solhin estaba atrapado en la trampa de la pobreza basada en la nutrición, en la mala alimentación, en la insuficiencia de calorías para el cuerpo
Ahora bien, frente al tema del hambre, Banerjee y Duflo, plantean ideas interesantes y contraintuitivas. Por ejemplo, argumentan que la mayoría de las persona que viven con menos de 99 centavos al día no parecen comportarse como si tuviesen hambre. Tal afirmación se sustenta en la base de datos que tienen sobre la vida de los pobres de 18 países y en donde se evidencia que la comida supone entre el 36% y el 79% del gasto en consumo de las personas muy pobres residentes en zonas rurales. En el caso de sus homólogos en las zonas urbanas, la cifra oscila entre el 53% y 74%. Una conclusión obvia de esto es que la gente pobre deciden gastar no todo en comida y que, por ende, destinan parte del gasto a otros bienes. Por ejemplo los autores afirman que un hogar pobre representativo en Udaipur (India) podría aumentar su gasto en comida hasta en un 30% si no destinaran parte de ese gasto en alcohol, tabaco y fiestas. Así, no resulta ser coherente con la pobreza, entendida como hambre, el hecho de que, ante un aumento adicional del ingreso, este no se traduzca en un aumento proporcional en el gasto destinado a alimentos.
Otro punto importante destacado por Banerjee y Duflo es que el dinero gastado en alimentos no apunta a maximizar la cantidad de calorías o micronutrientes. Esto es lo que denominan como “huida hacia la calidad” lo que nos viene a decir que cuando las personas disponen de más ingresos, los destinan a alimentos más ricos, es decir, para obtener calorías, pero más caras. Los autores citan el estudio de Robert T. Jensen y Nolan H. Miller, ambos de la John F. Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard. El paper se encuentra disponible en la web bajo el título “Giffen Behavior: Theory and Evidence”. Como explican Banerjee y Duflo, se ofrecieron a hogares pobres (elegidos al azar) en dos regiones de China (Hunan y Gansu) una subvención en precio de los productos que constituían la base de su alimentación: fideos de trigo en una y arroz en la otra.
Sucedió que aquellos hogares que recibieron la subvención al arroz y a los fideos, terminaron por consumir menos cantidad de esos alimentos. En su lugar gastaron más en carne a pesar de que los alimentos más baratos costaban más baratos. Una posible explicación de esto es que tales bienes básicos ocupan un gran porcentaje dentro del presupuesto de esas familias de manera que el subsidio aumento significativamente su poder adquisitivo. Paso seguido tenemos que el consumo de esos bienes básicos se asocia con “ser pobre” (por ser barato y no muy sabroso), por lo que si ahora se sienten “más ricos” entonces destinaran parte de su presupuesto a comprar aquellos alimentos que pueden comprar los “más ricos”. Al respecto señalan Banerjee y Duflo:
“Este caso vuelve a insinuar que consumir más calorías no era una prioridad, al menos para estos hogares urbanos muy pobres, mientras que sí lo era el comer alimentos más sabrosos”.
Fue el economista y estadístico Robert Giffen (1837-1910) quien advirtió sobre esta clase de bienes (bautizados con su apellido) por el economista británico Alfred Marshall (1842-1924). Un bien de Giffen (aunque los autores hablan de un “comportamiento” Giffen) satisface dos condiciones. En primer lugar, es un bien inferior, es decir, su demanda disminuye al aumentar la renta del consumidor, claro que mientras todo los demás se mantenga constante (ceteris paribus). En segundo lugar representan una parte significativa de la renta del consumidor. Fue esto lo que sucedió, en el caso chino, con los fideos de trigo y el arroz.
Como explican Banerjee y Duflo, existen “otras cosas más importante que la comida”. En algunos países en vías de desarrollo las personas pobres destinan parte de sus gastos a matrimonios, dotes y bautizos. Incluso influyen las tradiciones locales como es el caso de Sudáfrica, en donde las normas sociales aconsejaba enterrar a los niños de una forma muy sencilla, mientras que los más ancianos debía recibir un funeral más sofisticados. Los autores relatan que en el 2020, el rey de Suazilandia prohibió los funerales pomposos. También hay otros casos comunes, y que no obedecen a la presión social, como el de personas pobres que cuentan con televisión y reproductores de DVD, pero que viven a duras penas.
Pero estos casos tienen una explicación, por ejemplo, en Marruecos un hombre de nombre Oucha Mbarbk señalaba a los autores que la televisión era más importante que la comida. Esto se explica porque en el pueblo en que Oucha vive no existían espacios de recreación como cines o salas de conciertos. Tampoco abundaba el trabajo, es decir, Oucha y sus amigos podían trabajar setenta días en la agricultura y treinta días en la construcción, y el resto del año no trabajaban, de manera que disponían de bastante tiempo...y también de aburrimiento: es ahí donde entra la televisión, el DVD y la antena parabólica. Al respecto comentan Banerjee y Duflo:
“En términos generales, las cosas que hacen la vida menos aburrida son una prioridad para los pobres. Puede tratarse de una televisión, de un poquito de una cosa rica para comer o de una taza de té azucarado (…) las fiestas pueden verse también desde esa perspectiva. Cuando no se dispone de televisión o de radio, es fácil ver por qué las personas pobres buscan a menudo la distracción en algún tipo de fiesta familiar especial, una práctica religiosa o la boda de una hija”
Otro dato interesante que citan los autores es del estudio realizado por Angus Deaton y Jean Drèze, titulado “Food and Nutrtion in India: Facts and interpretation” (disponible en la web) Como explican Deaton y Drèze, su paper examina la evidencia reciente sobre el consumo de alimentos y la nutrición en la India. Uno de los acertijos que intenta dilucidar es el de la disminución del consumo promedio de calorías durante los últimos 25 años. Tal disminución, añaden los autores, ha ocurrido a pesar de los aumentos en el ingreso real y a pesar de que los precios relativos de los alimentos no ha aumentado en el largo plazo. Una hipótesis que esgrimen los autores es que los requerimientos calóricos han disminuido debido a niveles más bajos de actividad física o mejoras en el entorno de salud. Ahora bien, si tal hipótesis resulta ser correcta, no implica que no haya déficit de calorías en la población india.
Frente a esto Banerjee y Duflo comentan:
“Por tanto, no parece que los pobres, incluso aquellos que la FAO clasificaría como población hambrienta en función de lo que comen, quieran comer mucho más incluso cuando pueden hacerlo. En realidad, ahora comen menos. ¿Qué es lo que está pasando?”
Para ir cerrando el tema de la pobreza y el hambre, los autores se muestran en desacuerdo con esta homologación y, por consiguiente, con la idea de la trampa de la pobreza basada en el hambre. Señalan que esta trampa pudo haber sido relevante en algún momento de la historia y, si bien, en la actualidad puede seguir siendo importante, solo lo es en algunas circunstancias. En suma, en nuestros días, comentan Banerjee y Duflo, existe demasiada riqueza como para que la comida tenga un papel protagónico en la explicación de la persistencia de la pobreza, claro que con la excepción de desastres naturales o provocados por el ser humano.
En relación con esto último, los autores, basándose en los estudio del economista Amartya Sen, explican que la mayor parte de las hambruna recientes se han debido a fallos institucionales que llevó a una ineficiente distribución de los alimentos ( piense en el Holodomor generado por Stalin en Ucrania o en el Gran Salto hacia Adelante en China bajo Mao). Por ende, lo anterior no significa que el hambre no sea un problema, pero si hacen una precisión los autores: el problema no es tanto de cantidad sino que de calidad de los alimentos y especialmente la escasez de micronutrientes.
Como explica UNICEF, junto con la lactancia materna, el consumo de una amplia gama de alimentos ricos en nutrientes constituye la forma ideal de que los niños pequeños obtengan los micronutrientes esenciales en sus dietas. Banerjee y Duflo, siguiendo la “hipótesis de Barker, resaltan la importancia que tiene, en el largo plazo, las condiciones en el útero para las oportunidades en la vida futura. Así UNICEF destaca que una de las principales carencias es el yodo para la mujer durante el embarazo, lo cual puede tener efectos en el sistema nervioso del bebé, bajo peso y parto prematuro. Otras carencias que destaca UNICEF es el hierro (que puede ocasionar anemia), zinc (deterioro de la función inmunológica) y vitamina A (afecta al sistema inmunológico) entre otros micronutrientes. Lo anterior, tal como destacan los autores, lleva a la conclusión lógica sobre la importancia de invertir en los niños y mujeres embarazadas:
“Es posible hacerlo facilitando alimentos enriquecidos a las mujeres embarazadas y a los padres de niños pequeños, dando tratamientos antiparasitarios a los niños de preescolar o en las escuelas, proporcionándoles comida rica en micronutrientes, o incluso incentivando a los padres si consumen suplementos nutritivos”.
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2-Daron Acemoglu y James A. Robinson: Economía, Instituciones y Democracia (por Jan Doxrud)
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5-Daron Acemoglu y James A. Robinson: Economía, Instituciones y Democracia (por Jan Doxrud)
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Pobreza, Desigualdad y Bienestar (por Jan Doxrud)