6) René Descartes y el racionalismo: una breve introducción a su pensamiento (por Jan Doxrud)
Más adelante nos ocuparemos del tema de Dios. Por ahora lo importante es que Descartes va a llegar a un punto importante de su filosofía que es el “ser del sujeto”. Después procederá del ser del sujeto al ser de Dios y del ser de Dios al ser del mundo, de manera que en este orden proseguiré.
Tenemos que Descartes duda de todo, pero el filósofo va a descubrir que hay una actividad de la cual no puede dudar, esto es, que está pensando, vale decir, que cuando duda, piensa, y eso es indubitable. Hay que precisar que cuando Descartes habla de una cosa que “piensa” está queriendo decir que tal cosa duda, niega, afirma, desea, imagina, siente dolor o rechaza. Tenemos entonces que la herramienta de la que se valió Descartes para criticar las bases del conocimiento de su época servirán para probar su propia existencia, es decir , Descartes descubre que en la medida que esté dudando existe, es decir, existe una sustancia que piensa, pero que existe porque piensa.
Para Descartes somos pensamiento, res cogitans (sustancia pensante), de ahí su famoso cogito ergo sum, o pienso luego soy. Esta es una idea clara y distinta, como lo expuso en su método. El pensador da así un paso importante en su filosofía al descubrir que somos una sustancia pensante o res cogitans. Pero por ahora solo tenemos esto, una sustancia pensante, íntima y privada, pero no tenemos nada sobre el mundo externo y nada sobre Dios, pero al menos Descartes ya puso la primera piedra para continuar la construcción de su sistema. Por el momento se tenemos esta sustancia pensante que no necesita de ningún cuerpo material para existir, es decir, tenemos a un Descartes que está atrapado en el cogito. Escribe el filósofo francés: “No soy este conjunto de miembros llamados cuerpo humano, no soy un aire delicado y penetrante repartido por todo los miembros; no soy un viento, un soplo, un vapor; no soy nada de todo eso que puedo fingir e imaginar…”[1].
¿Cómo hace Descartes para salir del cogito? Para abrir el yo al mundo externo, Descartes tendrá que transitar por un camino intermedio representado por la divinidad. Descartes tiene que devolvernos el mundo de alguna manera y es aquí donde Dios juega un papel fundamental. De acuerdo a Bernard Williams, Descartes debe encontrar algo dentro del contenido de su conciencia que lo lleve fuera de si mismo. Este algo es Dios.
Antes de entrar en el tema de Dios, hay que distinguir los tipos de ideas que hay en la conciencia. Las ideas adventicias provienen del mundo externo, que son las representaciones de objetos. Para Descartes no percibimos directamente los objetos y situaciones del mundo como afirma el filósofo norteamericano John Searle. Lo que percibimos, señala Searle, son los contenidos de nuestra mente. No percibo la montaña sino que una representación de la montaña. Tengo experiencias visuales y a estas Descartes las denomina ideas. Esta teoría representativa de la percepción era corriente en el siglo XVIII. Además de las ideas adventicias están las ideas ficticias, fabricadas por nosotros de manera arbitraria, por ejemplo un unicornio, un centauro o una quimera. Por último están las ideas innatas, que no provienen de nuestra voluntad ni de objetos externos, sino de la facultad de pensar, las ideas a la que el espíritu no puede quitar ni agregar nada pero que se le imponen de manera necesaria (Descartes no piensa, en absoluto, como lo consideran los platónicos, que las ideas innatas se encuentran en nosotros desde el nacimiento, anteriores a toda experiencia)
Tenemos que no es posible salir del cogito sin la ayuda de Dios. ¿Cómo prueba Descartes la existencia de Dios? El francés ofrece varias pruebas. Por ejemplo, señala que poseemos la idea de la perfección y eso lo sabemos ya que somos conscientes de nuestra imperfección, por lo tanto debe haber un ser perfecto que nos haya colocado tal idea de perfección. La idea de perfección es innata y esta debe ser Dios. Tenemos que Dios es perfecto, ya que si no existiera no sería perfecto, por lo tanto tiene que existir, de manera que para Descartes la perfección demanda la existencia. Esta idea innata de perfección no viene de nosotros ya que lo perfecto no puede provenir de lo imperfecto. Dios es, por tanto, capaz de hacer surgir en nosotros la idea de perfección absoluta. Descartes se sirve del argumento ontológico de San Anselmo, pero para este último, como señala Geymonat, “la idea de Dios era prevalentemente un concepto de orden lógico, y la dificultad de su argumentación consistía en la pretensión de pasar del orden lógico al orden ontológico; para Descartes, en cambio, la idea de Dios es –como todas las ideas verdaderas-una efectiva realidad, una certidumbre inmediata que no podemos menos que pensar.
Dios existe, es verdadero, es bueno y no nos puede engañar, por lo tanto el mundo que percibimos es verdadero. Dios es garantía, y se transforma en pedestal de la filosofía de Descartes, pero ese Dios parte del razonamiento del sujeto.No es lugar acá para someter a crítica este argumento, pero sí podemos mencionar las críticas de Gassendi y Arnauld a este dudoso razonamiento circular. Esto es, se razona para corroborar la existencia de Dios, pero previo a este razonamiento, debemos asegurarnos de que Dios existe para que nuestro razonamiento sea válido y no nos engañe. En otras palabras, debemos confiar en nuestro razonamiento para comprobar la existencia de Dios, pero necesitamos antes a Dios para poder confiar en nuestro razonamiento. Dios va a ser la garantía de que el mundo externo no es una ilusión. En todo caso, de acuerdo a Descartes, tanto Dios como el alma debían ser demostradas por argumentación filosófica y no teológica. Tenemos ahora un mundo poblado de sustancias finitas, de cuerpos provistos de extensión, y por otro lado tenemos auqel mundo poblado por la res cogitans.
Este es el dualismo cartesiano que daría origen al famoso problema mente-materia, más conocido hoy como el problema mente-cuerpo. Para Descartes hay un yo pensante y por otra parte un cuerpo, es decir, Descartes diría: “yo tengo un cuerpo” y no “yo soy un cuerpo”. Tenemos el yo pensante inmaterial, inmortal, mental carente de extensión y por otra el cuerpo material, extenso y finito. El mundo está dividido en sujetos pensantes y objetos materiales. Tal concepción dualista de la realidad es todavía muy común en la mayor parte de las personas. Basta salir a la calle y nos encontraremos con muchos cartesianos que dirán que tienen un cuerpo y alma o, como señala John Searle, que tiene cuerpo, alma y espíritu. Los cuerpos o res extensa se definen por la extensión, como lo explica Descartes a través del ejemplo de la cera. Esta acaba de ser sacada de la colmena y posee un tamaño, figura, es dulce y si se la golpea produce un ruido pero, al someterla al fuego, ¿qué sucede con la cera? ¿qué queda de esta? Descartes responde: “Hay que confesar que sigue siendo la misma; nadie lo duda, nadie lo juzga de modo distinto. ¿Qué es, pues, lo que en este trozo de cera se conocía con tanta distinción?
Ciertamente no puede ser nada de lo que he notado por medio de los sentidos, puesto que todas las cosas percibidas por el gusto, el olfato, la vista, el tacto y el oído han cambiado y, sin embargo, la misma cera permanece”[2].
La cera no se define de acuerdo a su dulzura, blandura, forma o figura, ya que todo eso desaparece al ser expuesta al fuego. Lo que queda es la extensión, de manera que el cuerpo se define por la extensión y por el movimiento. Por lo tanto, las cualidades sensibles son sólo modificaciones de la conciencia y que Descartes las considera oscuras y confusas. Tenemos entonces por un lado tenemos la idea clara y distinta de un yo pensante y por otro tenemos la idea clara y distinta de un cuerpo extenso. La esencia de la res cogitans es el pensar y sus propiedades son: ser libre, indestructible, indivisible, y, además la conocemos de manera directa. Por otra parte tenemos que la esencia de la res extensa es la extensión, es decir, tiene dimensiones espaciales y sus propiedades son la de ser determinada, destructible, infinitamente divisible y ser conocida indirectamente, deduciendo su existencia y características a partir de los contenidos de la mente.
Descartes va a admitir la existencia de las cosas materiales, del mundo externo, ya que un Dios benigno y perfecto no nos puede inducir al engaño. Un punto de interés es la visión que tiene Descartes del cuerpo. Para el pensador francés el cuerpo es una mera máquina.En lo que respecta a los animales, Descartes tiene una visión controvertida ya que estos no tendrían conciencia, razón y voluntad. Son autómatas, una suerte máquina bien ensamblada que no son capaces de experimentar ninguna clase de sensaciones como el dolor. En el hombre en cambio, existe un alma inteligente, racional, donde hay pasiones que son reflejo de los movimientos del cuerpo, o como señala García Morente:
“estos estados especiales del alma es que, siendo causados, en realidad, por movimientos del cuerpo, sin embargo, el alma los refiere a sí mismas. Ignorante de la causa de sus pasiones, el alma las cree nacidas y alimentadas en su propio seno”[3].
Entre las ideas del alma están sus voluntades, la facultad de afirmar o negar. Descartes explica por qué razón los seres humanos cometen errores y se pregunta dónde nacen esos errores. Niega que sea la potencia de querer en sí misma la causas del error así como tampoco la potencia de entender, potencia que Dios nos ha dado. Finalmente Descartes responde:
“Nacen de que la voluntad, siendo mucho más amplia y extensa que el entendimiento, no se contiene dentro de los mismos límites; sino que se extiende también a las cosas que no comprendo; y, como de suyo es indiferente, se extravía con mucha facilidad y elige lo falso e n vez de lo verdadero, el mal en vez del bien; por todo lo cual sucede que me engaño y peco”[4].
Tenemos que existe una diferencia ontológica radical entre res cogitans y res extensa. El alma inmaterial no sufre modificación alguna si se la expone al fuego, en cambio los cuerpos si son expuestos al calor o al frío siguen, sufren modificaciones y adempas continúan ocupando espacio (espacio entendido como una suerte de receptáculo). Además Descartes no creía en el vacío por lo que un cuerpo era un volumen de espacio y no un objeto en el espacio. El hombre en su esencia no es parte de la naturaleza, es decir, por su esencia inmaterial no pertenece a este mundo ni está sujeto a las leyes de esta. A diferencia de un ser humano, n animal no siente si lo golpeamos, la naturaleza no tiene alma, no es vista como algo orgánico sino como materia inerte dispuesta para el hombre, para su disfrute y que este descubra las leyes por las que se rige, como señala Descartes al final del Discurso del Método, “…pero diré tan sólo que he resuelto emplear el tiempo que me queda de vida en procurar adquirir algún conocimiento de la naturaleza, que sea tal que se puedan derivar para la medicina reglas más seguras que las hasta hoy usadas”[1]. En el mismo escrito se puede leer:
“Pero tan pronto como hube adquirido algunas nociones generales de la física y comenzando a ponerlas a prueba en varias dificultades particulares, notando entonces cuán lejos pueden llevarnos y cuan diferentes son de los principios que se han usado hasta ahora, creí que conservarlas ocultas era grandísimo pecado, que infringía la ley que nos obliga a procurar el bien general a todos los hombres en cuanto ello esté en nuestro poder. Pues esas nociones me han enseñado que es posible llegar a conocimientos muy útiles para la vida, y que, en lugar de filosofía especulativa enseñada en las escuelas, es posible encontrar una práctica por medio de la cual, conociendo la fuerza y las acciones del fuego, del agua, del aire, de los astros, de los cielos y de todos los demás cuerpos que nos rodean…podríamos aprovecharlas del mismo modo en todos los usos a que sean propias, y de esa suerte hacernos como dueños y poseedores de la naturaleza”[2].
Este es un párrafo muestra la primacía del sujeto, su centralidad dentro del mundo fenoménico que le rodea. La naturaleza está a disposición del hombre y del progreso de las ciencias.
[1]René Descartes, Discurso del método, 102.
[2]Ibid., 90.
[1]René Descartes, Meditaciones Metafísicas, 130.
[2]René Descartes, Meditaciones Metafísicas, 132.
[3]Manuel García Morente, 27.
[4]René Descartes, Meditaciones Metafísicas, 160.