(2) La crítica de Murray Rothbard al marxismo (por Jan Doxrud)
De acuerdo a Rothbard, el “Manifiesto Plebeyo” fue el primero de una sucesión de manifiestos revolucionarios que alcanzaría su punto culminante medio siglo después con el “Manifiesto Comunista” de Marx. Babeuf no tuvo la posibilidad de establecer su soñada sociedad ya que su organización fue destruida y Babeuf fue ejecutado. Otro autor que podemos traer a la palestra es Étienne Cabet (1788-1856), quien fue un teórico polític así como un reformador socialista, que también se encuentra dentro de aquella tradición deautores pertenecientes al “socialismo utópico”.
La obra por la que Cabet esconocido, es su “Viaje por Icaria” (1840). Icaria es una isla griega que debe su nombre, de acuerdo a la mitología, a Ícaro, hijo de Dédalo. Icaria representa el verdadero cristianismo puesto que es una sociedad que se encuentra organizada bajo una comunidad de bienes que se rige por el principio de fraternidad y la felicidad común. Además en Icaria no existe la venta ni la compra de productos y servicios, siendo todogratuito, lo que se traduce en que se podía prescindir del dinero para el intercambio. Cabet considera que la naturaleza ha dado la tierra a todo el género humano, sin hacer ninguna partición, sin designar a nadie parte alguna, por lo que todos los bienes de la tierra constituyen una comunidad natural y primitiva.
Otro personaje que menciona Rothbard es Filippo Ludovico Buonarroti (1761-1837) quien colaboró con Babeuf y la Conspiración de los Iguales . Incluso publicó en Bélgica “La conspiración por la igualdad de Babeuf” (1828). Rothbard destaca el activismo de Buonarroti, quien constantemente estuvo tratando de poner en marcha revoluciones y creando organizaciones conspirativas a lo largo de Europa. Tras una reflexión sobre los fracasos de los revolucionarios, Buonarroti llegó a una conclusión similar a la que llegaría Lenin y versaba sobre la necesidad de una suerte de elite de hierro o una oligarquía (la vanguardia de Lenin) que dirigiese la fuerza revolucionaria. Al respecto escribe Rothbard:
“En resumidas cuentas, el poder de la revolución debía cederse a una «voluntad inmutable, fuerte, constante e ilustrada« que «dirigiese toda la fuerza de la nación contra los enemigos internos y externos«, y que preparase gradualmente al pueblo a hacerse cargo de su soberanía. Para Buonarroti, la cuestión era que «el pueblo es incapaz de regenerarse por sí mismo o de designar a la gente que tenga que dirigir la regeneración»”[1].
Posteriormente en el tiempo, la década de 1830 y 1840, , fueron testigos de revoluciones fallidas, así como el surgimiento de grupos comunistas y socialistas mesiánicos y quiliásticos, especialmente en Francia, Inglaterra, Bélgica y Alemania. Rothbard destaca a personajes como Theodore Schuster (1808-1872), Wilhelm Weitling (1808-1871) y John Goodwyn Barmby (1820-1821). Este ultimo, creó una suerte de religión comunista que se expresó por medio de su periódico “The Promethean or C ommunitarian Apostle”, que fuerebautizado como “The Communist Chronicle”, donde incluso existía un credo: “lo divino es el comunismo, lo demoníaco, el individualismo…”.
Tras este breve repaso que hemos realizado en dos artículos sobre algunos socialistas utópicos, se apreciar ver que las ideas de Marx no eran novedosas en cuanto a sus programas de reforma, ya que muchos de estos ya habían sido propuestos con anterioridad, incluso con mayor detalle por parte de estos reformadores europeos.
Ahora procederemos, siguiendo la exposición de Rothbard, a abordar el comunismo de Marx. El autor es claro al señalar que la clave del complejo sistema marxista no era la dialéctica, ni la teoría de la plusvalía, ni la lucha de clases, sino que era su comunismo, que constituye uno de los grandes atractivos de la doctrina de Marx. Por ejemplo, el catolicismo logró con el tiempo conseguir millones de adherentes, pero esto no se explica por el hecho de que cada una de esas personas conociera la compleja teología, los misterios de la Trinidad o el problema de la doble naturaleza, divina y humana, de Jesús. La mayor parte de los creyentes son bastante ignorantes acerca del contenido de su religión, pero igualmente la siguen por el mensaje que esta proporciona. Algo similar sucede con Marx, vale decir, sus seguidores no necesariamente lo siguen por su exposición sobre el trabajo concreto y abstracto, por sus esquemas de reproducción simple y ampliada, o por sus explicaciones sobre la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. El atractivo de Marx reside en su propuesta social y la meta que propone alcanzar.
Rothbard cita el ensayo de Ernest Tuveson, (1915-1996) que se titula “The millenarian structure of The Communist Manifesto”. En este ensayo, Tuvenson explica que el milenarismo, en sus diversas formas, presenta siempre un escenario para un gran cambio en la sociedad, un escenario para la revolución o una refundación. Este cambio puede ser llevado a cabo por medio de una lucha, ya sea entre las fuerzas del bien contra las fuerzas del mal, o entre las fuerzas de la liberación o las fuerzas de la opresión. De acuerdo a Tuveson, Marx se habría visto influido por las utopías quiliáticas, así como por el romanticismo apocalíptico. Pero Marx y Engels rechazaron la concepción de un avance progresivo y regular, vale decir, que si bien estos autores concebían la historia como compuesta por una serie de etapas, cada una de estas no representaba necesariamente un avance con respecto a la precedente, sino que tomadas en su conjunto, constituían una preparación para el Armagedón o la última batalla que tendría lugar al final de los tiempos, donde las contradicciones de clases serían finalmente resueltas. Interesante es la importancia que da Tuvenson a la figura de Engels.
Si bien reconoce que Marx era el pensador más profundo y un gran economista, añade que Engels era el “teólogo”, el “profeta” y el “retórico”, y que su influencia se hizo sentir en el Manifiesto. Para Tuveson este texto es fundamental. Si bien “El Capital” es la gran obra, la verdad es que pocas personas instruidas tuvieron acceso y entendieron el contenido de esta. En cambio, el Manifiesto era más breve y accesible a cualquier persona. En relación con este panfleto, Tuveson afirma que era una versión de las antiguas profecías apocalípticas, donde se presentaba la lucha contra un mal específico y el advenimiento del reino de la libertad.
Como bien señala Rothbard, Marx y Engels, a diferencia de los socialistas utópicos, no esbozaron los detalles del comunismo futuro, por ejemplo, el número de personas de su utopia, la forma y ubicación de sus casas, el modelo de sus ciudades, tal como sí lo hicieron algunos de los teóricos utópicos. De acuerdo a Rothbard, esta negativa de Marx a describir los detalles de su utopía podía ser considerada como premeditada y, por lo demás, si Marx daba por supuesto que en esta futura sociedad comunista habría superabundancia de bienes, entonces carecía sentido referirse al problema económico. En ausencia de escasez no existe el problema económico, las personas no deben preocuparse de elegir, los precios no tendrían sentido y el dinero cesaría de existir.
Respecto a esto, Rothbard se refiere al problema acerca de si esa mágica superabundancia sería producto del sistema capitalista antes de la transición al comunismo o vendría una vez instaurado el comunismo. En otras otras palabras: ¿qué sistema generaría este mundo ideal de la superabundancia? El hecho es que este fenómeno aún no ha sucedido y los jerarcas soviéticos estuvieron lejos de alcanzar la anhelada superabundancia, y se dirigieron, por el contrario, en la dirección contraria, creando cada vez más escasez. Como escribe Rothbard:
“…las elites marxistas ya afianzadas en el poder han dejado prudentemente en un futuro cada vez más lejano la consecución del objetivo último del comunismo. Así, los soviéticos no tardaron en insistir en el trabajo duro y en el gradualismo a la hora de avanzar hacia el objetivo final”[2].
Marx tampoco fue claro a la hora de enfrentar las críticas del comunismo realizadas por Proudhon y especialmente por el menos conocido sociólogo y economista, Lorenz von Stein (1815-1890), cuyas especulaciones sociológicas se centraron principalmente entre los años 1842 y 1856. Las revoluciones fallidas de 1848 habrían revelado a Stein que el verdadero sujeto de la historia ya no era el Estado, sino que la sociedad, y que la época de las revoluciones políticas había llegado a su fin para dar inicio a aquellas de carácter social, donde el proletariado tendría un papel preponderante. Stein se refirió al “comunismo salvaje”, esto es, a aquel intento de forzar el igualitarismo, expropiando y destruyendo violentamente la propiedad, confiscándola y comunizando coactivamente a las mujeres, lo mismo que la riqueza material.
Como señala Rothbard, la dictadura del proletariado de Marx, es decir, aquella etapa que constituye el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases, parecía ser peor que las especulaciones de Stein. Lenin tampoco era más moderado señalando que esta dictadura como un poder que es conquistado y mantenido por medio dela violencia, un poder no sujeto a ley alguna, ejercida por el proletariado sobre la burguesía. Frente al por qué alguien daría apoyo para instaurar tal dictadura, Rothbard señala que Marx evade el problema a través de su dialéctica:
“Lo deja a la magia de la dialéctica, una dialéctica que, a pesar de hallarse ya despojada del supuesto motor de la lucha de clases, transforma de algún modo la monstruosidad del comunismo salvaje en el paraíso de la «etapa superior» del mismo”[3].
Una vez llegada a esta etapa final, el proletariado perdería finalmente sus cadenas, queda liberadode la necesidad de trabajar, de la división del trabajo y de la especialización y, por ende, también de su alienación, pasando de esa forma del reino de la necesidad al reino de la libertad. Rothbard cita las palabras de Engels en el Anti-Dühring, donde señala que la desaparición de la división del trabajo permitirá que el trabajo productivo concediera a “cada individuo la oportunidad de desarrollar todas su facultades, física y mentales, en todas direcciones, y ejercitarlas plenamente”[4]. Rothbard cita también el célebre párrafo de Marx donde señalaba que tan pronto la división del trabajo cobra existencia:
“cada hombre posee una esfera de actividad particular, exclusiva, que le es impuesta…Es cazador, pescador, pastor o crítico escrupuloso, y debería seguir siéndolo si no quiere perder el medio de ganarse la vida; mientras que en la sociedad comunista, en la que nadie posee una esfera exclusiva de actividad sino que cada cual puede llegar a ser hábil en cualquier área que desee, la sociedad regula la producción general, y hace así posible que yo pueda hacer hoy una cosa y mañana otra, cazar por la mañana, pescar por la tarde, criar ganado por la noche, criticar después de cenar, justo como yo quiera y sin convertirme jamás en cazador, pescador, pastor o crítico”[5].
[1] Ibid., 340.
[2] Ibid., 352.
[3] Ibid., 355.
[4] Ibid., 357.
[5] Ibid.