(7) Marxismo y filosofía de la historia: el análisis de Raymond Aron (por Jan Doxrud)
Dejemos a Mannheim y abordemos a otro autor que realizó un examen acerca del milenarismo y el marxismo: Raymond Aron. El sociólogo francés nos proporciona una primera definición de milenarismo: la fe en un reino, que no necesariamente se prolongaría por mil años, pero que marcaría una ruptura en los asuntos mundanos y se instauraría un reino donde la humanidad no conocería la injusticia ni las miserias. Una segunda definición del milenarismo, más corriente, es la creencia en una revolución o en un orden social que no tendrían parangón con los órdenes sociales que habían existido. Aron plantea una serie de preguntas: ¿Qué es lo que ha permitido al marxismo, que en el origen era una filosofía más o menos erudita – al menos extraída de una filosofía tan erudita como la de Hegel –, transformarse en la creencia milenarista que, entre todas esas formas de creencias (y éstas son numerosas), ha tenido claramente el mayor éxito? ¿Cómo se ha podido convertir el marxismo en la creencia oficial de cientos de millones de personas?”[1].
Son dos las razones que explican tal éxito: la riqueza del marxismo, y sus equívoco. En relación a la primera razón, Aron señala que el marxismo tiene la particularidad de combinar los temas ideológicos más característicos del pensamiento occidental. El marxismo es un pensamiento histórico, una doctrina que afirma que la historia tiene un valor esencial, ya que el ser humano se realiza a través del tiempo y donde el porvenir se presenta como un estado mejor que el pasado, y en donde se cumplirán las más anheladas esperanzas humanas. La otra riqueza del marxismo guarda relación con la palabra ciencia.
La doctrina marxista, además de tocar las fibras emocionales de los seres humanos prometiendo cumplir sus más profundos anhelos, presenta su doctrina como si estuviese fundamentada científicamente. Aron hace una precisión, que constituye uno de los equívocos del marxismo, y guarda relación con aquello que consideramos como ciencia, es decir, el conocimiento verdaderamente científico, como el de las ciencias. naturales, y la ciencia, entendida como lo hacía Hegel y otros filósofos, esto es, lo que entendemos como filosofía. A la esperanza, a la ciencia, se añade el maquinismo, por lo que tenemos “una religión de la transformación del mundo por la técnica…El marxismo declara que la máquina y la técnica han dado al hombre tales poderes de producción que, sin la propiedad privada y el capitalismo, sería posible suprimir las injusticias”[2]. Aron se refiere también al marxismo como una doctrina romántica.:
“Es una doctrina romántica por una doble razón: anuncia las catástrofes, en las cuales hay que regocijarse porque aportarán la salud. La doctrina de las catástrofes fecundas es típicamente una doctrina romántica, de la misma manera que la doctrina de la revancha de los pobres o de los desdichados es típicamente una doctrina cristiana. De ahí resulta que el marxismo – y aquí radica su fuerza – es capaz de afectar a la vez a los cristianos y a los tecnócratas, a aquellos que creen en la crítica de los valores sociales, y a quienes creen que la máquina, la organización, la ciencia, son susceptibles de invertir el curso de las cosas humanas. Para quienes gustan del optimismo, el marxismo anuncia el advenimiento del reino milenario; y para quienes tienen mal humor y gustan de juzgar severamente a la sociedad actual, el marxismo anuncia la necesidad de trastocar las cosas totalmente a través de una serie de catástrofes y revoluciones”[3].
En lo que se refiere a los equívocos o las diferentes posibilidades de interpretación dentro del marxismo, el primero tiene que ver con la concepción materialista de la historia. Aron realiza una breve exposición de esta doctrina. Tenemos que el régimen capitalista de producción y las relaciones económicas que resultan de la propiedad privada constituy en el origen de la alienación humana. Tenemos también que el trabajo es la actividad esencial del ser humano, por medio de la cual se realiza. Entonces, para que el ser humano pueda realizarse completamente, se hace necesario acabar con el régimen económico imperante y organizar racionalmente la economía.
De acuerdo a esto, la infraestructura económica constituye el fenómeno fundamental en las sociedades humanas y, a su vez, esta determina la superestructura. A continuación Aron se pregunta cuáles son las relaciones, en la infraestructura, entre los distintos factores materiales. Continua preguntándose el autor: “¿Cuál es la relación entre «fuerzas d e producción» y el factor «relaciones de producción»? O más aún: ¿cuál es el factores esencial? ¿Es la fuerza de producción o, por el contrario, las relaciones de producción o las clases en la historia?”[4]. En pocas palabras, tenemos un antagonismo entre una concepción técnica de la historia y otra concepción donde lo fundamental es la organización social de la producción. Otro equívoco que destaca Aron, tiene que ver con la infraestructura y la superestructura, específicamente se refiere a que es difícil saber qué se coloca en cada una de estas y cómo interactúan estas dos esferas. Sobre esto escribe el sociólogo francés:
“…la noción de una determinación del pensamiento por factores materiales es, por excelencia, una noción oscura. Si lo que se quiere decir es que la manera de pensar de cada grupo social está influida por su situación, esto es cierto y casi evidente. Si lo que se quiere decir es que cada hombre piensa necesariamente de una cierta manera en función de su situación, esto, visto con rigor, es impensable, pues bajo tal hipótesis no habría ninguna posibilidad de verdad, y cada pensamiento sería reflejo de una situación. Además, la teoría marxista encontraría una dificultad extrema para explicar su propio origen, ya que la doctrina de Marx se estima así misma como la doctrina auténtica del proletariado, y Marx era cualquier cosa salvo un obrero. De ahí resulta, por definición, que es posible no ser proletario y pensar la verdad del proletariado, y que por consiguiente, no hay un determinismo forzado en la manera de pensar a partir de las situaciones sociales”[5].
Un tercer equívoco se refiere al concepto mismo de “materialismo”, y si el materialismo histórico implicaba también una concepción metafísica materialista. Algunos comunistas se negaban a ser considerados como materialistas en el sentido metafísico del término. Será en otro lugar de este escrito donde se aclarará el concepto de materialismo, por lo que no me extenderé, por ahora, en este tema. Otro equívoco relacionado con el anterior es sobre el concepto de “dialéctica” y la concepción dialéctica de la historia. Aron se pregunta la razón por la cual este proceso dialéctico se detendría en la fase del comunismo:
“Ahora bien, hay en el marxismo, en todas las visiones del marxismo, un equívoco fundamental entre dos nociones: la primera, que el socialismo es necesario para resolver las contradicciones del mundo capitalista; y la segunda, que el socialismo es necesario porque el capitalismo extraerá de sí mismo. Inevitablemente, el socialismo”[6].
De acuerdo a lo anterior, tenemos por un lado que el socialismo, desde un punto de vista intelectual, es necesario para poner término a las contradicciones del capitalismo y, por otro lado, tenemos la idea de que el socialismo es inevitable debido a que el capitalismo termina por destruirse a sí mismo, lo que trae como consecuencia el advenimiento del socialismo. Aron cuestiona la plausibilidad de este lazo entre lo que es racionalmente necesario y lo que, por el determinismo del sistema mismo, es necesario. Esto permitía a los marxistas echar mano a una u otra interpretación. Respecto a esto escribe Aron: “Algunos de ellos, cuando las cosas no funcionaban como querían, trataban de considerar la hipótesis de que el socialismo habría sido racionalmente necesario mas no inevitable, o mejor, que la revolución proletaria habría sido una hipótesis irrealizable por la historia”[7].
Un último equívoco tiene que ver con el supuesto colapso del capitalismo y el advenimiento del socialismo. ¿Es realmente el capitalismo un sistema que genera a su propio sepulturero? ¿Es cierto que el régimen capitalista de producción agrava las miserias entre la clase proletaria, simplificando y polarizando cada vez más el escenario, dondefinalmente se enfrentarían burgueses y proletarios en una lucha de clase final? Esta no es una objeción nueva, ya lo había denunciado Bernstein.
Cabe traer a la palestra aquellas conocidas objeciones al comunismo que podemos plantearlas por medio de las siguientes preguntas: ¿Qué significado tuvo para la doctrina marxista el hecho de que la primera revolución se llevara a cabo en un país mayoritariamente dependiente de la agricultura, como fue el caso de Rusia? ¿Por que la revolución fue realizada por el campesinado en el caso de China y no el proletariado urbano? ¿Por qué la revolución nunca explotó en un país donde el capitalismo estuviese altamente desarrollado? Friedrich Engels, en “Principios del comunismo” (1847), documento escrito en forma de catequismo encargado por la Liga Comunista, pero que luego fue desechado en favor del Manifiesto, escribió lo siguiente en el punto XIX:
“¿Es posible esta revolución en un solo país? No. La gran industria, al crear el mercado mundial, ha unido ya tan estrechamente todos los pueblos del globo terrestre, sobre todo los pueblos civilizados, que cada uno depende de lo que ocurre en la tierra del otro. Además, ha nivelado en todos los países civilizados el desarrollo social a tal punto que en todos estos países la burguesía y el proletariado se han erigido en las dos clases decisivas de la sociedad, y la lucha entre ellas se ha convertido en la principal lucha de nuestros días. Por consecuencia, la revolución comunista no será una revolución puramente nacional, sino que se producirá simultáneamente en todos los países civilizados, es decir, al menos en Inglaterra, en América, en Francia y en Alemania. Ella se desarrollará en cada uno de estos países más rápidamente o más lentamente, dependiendo del grado en que esté en cada uno de ellos más desarrollada la industria, en que se hayan acumulado más riquezas y se disponga de mayores fuerzas productivas. Por eso será más lenta y difícil en Alemania y más rápida y fácil en Inglaterra. Ejercerá igualmente una influencia considerable en los demás países del mundo, modificará de raíz y acelerará extraordinariamente su anterior marcha del desarrollo. Es una revolución universal y tendrá, por eso, un ámbito universal”[8].
Uno de los grandes y evidentes fracasos predictivos de Marx y Engels fue esta creencia de que el capitalismo crearía su propio sepulturero, por lo que era de esperar que en aquellas naciones donde este sistema estaba altamente desarrollado, estallaría la revolución. El economista húngaro, János Kornai, en su libro “The Socialist System”[9] explica las características políticas, económicas y sociales que presentaban una serie de países antes del advenimiento del socialismo. Entre estas se encuentran: pobreza y subdesarrollo, economía agrícola con una alto porcentaje de campesinos y personas que carecían de propiedad, bajo desarrollo industrial, las relaciones sociales y las formas de propiedad presentaban rasgos precapitalistas, existencia de una gran desigualdad en la distribución del ingreso, inexistencia de un sistema político parlamentario y democrático y por último, muchos de esos países eran dependientes total o parcialmente de otros países.
Como señala Kornai, los primeros cuatro rasgos entran en conflicto con la interpretación marxista. Alguno de los países que menciona Kornai son: Albania, Yugoslavia, China, Vietnam, Cuba, Congo, Somalia, Etiopía y Nicaragua. Esta es una inconsistencia dentro de la teoría marxista que no resiste examen y las respuestas han sido más bien evasivas. Por último podemos decir que Marx nunca se pronunció acerca de la utopia final, como escribió Aron:
“Marx no cesa de decir que la revolución marcará el salto del reino de la necesidad al reino de la libertad. La sociedad posrevolucionaria será entonces, por esencia, algo diferente de la sociedad prevolucionaria. Pero al mismo tiempo, Marx, como filósofo, afirma que no podemos prever lo que Serra la sociedad posrevolucionaria. El nunca dijo en qué consistiría una sociedad socialista. Hay formulas generales tales como: la administración de las cosas reemplazará al gobierno de las personas – lo cual es una fórmula saintsimosiana – ; dijo también, que en la sociedad futura o socialista, la libertad de cada uno será la condición de la libertad de todos, o que el desarrollo de cada uno Serra la condición de desarrollo de todos: formulas abstractas que no constituyen descripción alguna de la sociedad futura”[10].
Aron en su excelente libro, “El opio de los intelectuales”, señala que el profetismo marxista se conformaba al esquema típico del profetismo judeocristiano. El marxismo cuenta con un sujeto colectivo redentor, el proletariado y un reino de la libertad. También tenemos un Mesías (Marx), los textos sagrados (las obras de Marx), tenemos a Saulo de Tarso (Lenin), el “Gran Mal” (capitalismo) tenemos a sus herejes y excomulgados (Bernstein, Trotsky, Tito), y por último existe un partido-iglesia (partido comunista) que “petrifica la doctrina en dogma, elabora una escolástica…”[11]. Esto explica y proporciona, en parte, una respuesta a lo que se viene preguntando acerca de Marx desde el comienzo de este escrito: ¿Por qué resultó ser una sistema de pensamiento tan seductor tanto para el lego como para los intelectuales?
Aron es claro al afirmar que en su opinión, el comunismo constituye la primera religión de intelectuales que haya triunfado, y bien lo sabía Aron que vivió en aquella Francia donde triunfaban como verdaderas estrellas autores como Jean-Paul Sartre, Maurice Merleau-Ponty, Louis Althusser, Guy Debord o Henri Lefbvre. Pero además fue una religión secular Occidental que logró un proselitismo fuera de Europa, ya que convirtió a personas provenientes de Asia, Medio Oriente y América Latina. Aron es tajante en señalar que el comunismo es una versión degrada del mensaje occidental, en el sentido de que este sólo retiene la ambición de conquistar la naturaleza y de mejorar la suerte de los humildes, pero sacrifica lo que constituye el núcleo de la de la aventura humana, y también uno de los pilares de la civilización occidental, como la libertad de investigación, la libertad de controversia, la libertad de crítica y la libertad de voto ciudadano.
[1] Raymond Aron, Introducción a la filosofía política. Democracia y revolución (España: Ediciones Paidós Ibérica, 1999), 189-190.
[2] Ibid., 191.
[3] Ibid., 191-192.
[4] Ibid., 194.
[5] Ibid., 196.
[6] Ibid., 200.
[7] Ibid.
[8] Friedrich Engels, Principios del comunismo (1847), Marxist Internet Archive (documento en línea: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/47-princi.htm)
[9] János Kornai, The Socialist System: the political economy of communism(USA: Princeton University Press, 1992), 4-7.
[10] Raymond Aron, Introducción a la filosofía política, 204.
[11] Raymond Aron, El opio de los intelectuales (España: RBA Libros, 2011), 322.