(6) Marxismo y filosofía de la historia: Marxismo y milenarismo (por Jan Doxrud)
La segunda forma de mentalidad utópica es la idea liberal humanitaria. Esta idea también surgió del conflicto con el orden existente. La utopía de esta mentalidad es la “idea”, pero no es la idea platónica, de carácter fija o estática, sino que la idea concebida “como una meta formal proyectada hacia el infinito futuro, cuya función consiste en actuar como un designio meramente regulador de los asuntos mundanos”[1]. Por ejemplo, señala el autor, que fueron las ideas y no el éxtasis las que orientaron la actividad de la época que precedió y siguió a la Revolución Francesa. Añade Mannheim que la moderna idea humanitaria irradió del campo de la política a todas las demás esferas de la vida cultural, culminando con la filosofía idealista. La función social de esta filosofía moderna fue la de destruir la cosmovisión clerical y teológica, por lo que quienes adoptaron tal filosofía en un comienzo fueron los burgueses y la monarquía absoluta, claro que cuando esta última se tornó reaccionaria, se volvió a refugiar en ideas teocráticas, por lo que la nueva filosofía constituiría un arma exclusiva de la burguesía.
El liberalismo burgués crearía su propio mundo ideal, ignorando o mostrando poco interés en la situación real que prevalecía . En esta atmósfera, la historia, el arte y la filosofía no eran más que expresiones de la utopia central de la época. Mannheim caracteriza esta época por su falta de profundidad, así como la falta de contenido que prevaleció, por ejemplo, se invocaban nombres que, en realidad, eran una suerte de recipientes vacíos que podían ser llenados con cualquier contenido: los conceptos de libertad, personalidad o humanidad. Destaca también Mannheim la forma de percibir el tiempo histórico en la forma de un progreso continuo y una evolución universal.
Las fuentes de esta visión fueron dos. La primera es el desarrollo moderno del capitalismo y la segunda es el contenido de la obra de Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781): “La educación del género humano”. Ambas fuentes se contraponen a la ya mencionada preocupación por el hic et nunc de la mentalidad quiliástica. Ahora, con la idea liberal humanitaria, el elemento utópico pasa a ocupar un lugar definido en el proceso histórico, pues es el punto culminante de la evolución histórica.
En contraste con la concepción anterior, la de una utopía que irrumpía de repente en el mundo desde «fuera», tenemos ahora una relativa atenuación de la noción de cambios históricos repentinos. En lo sucesivo, aún la concepción utópica ve el mundo moviéndose en la dirección de una realización de sus metas, de una utopia. Asimismo, desde otro ángulo, la doctrina utópica se alía cada vez más al proceso de devenir. La idea de que solo se podría realizar en una remota época, en el curso del continuo desarrollo presente, se convierte en una norma que, aplicada a los detalles, realiza mejoras graduales.
La tercera forma de mentalidad utópica es la idea conservadora, representada, entre otros, por los románticos y Hegel. Esta mentalidad, señala Mannheim, no siente afición alguna por las. teorías, ya que el tipo de conocimiento que les es propio es el de carácter práctico. Añade el sociólogo que la idea conservadora, en sí misma, carece de utopía y que tal mentalidad descubre su “idea” solo ex post facto, esto es, a partir de los ataques ideológicos, de las teorías opuestas, en otras palabras, el conservadurismo adquiere conciencia de sí mismo a partir del desafío que le impone sus adversarios ideológicos.
“Los conservadores consideraron la idea liberal que caracterizó la época de las Luces como algo vigoroso y falto de concreción. Desde ese ángulo, dirigieron su ataque contra aquella y la desprestigiaron. Hegel no vio en ella más que una «opinión» …una posibilidad detrás de la cual se refugia, se salva y escapa uno de las exigencias de la hora”[2].
Los conservadores, a diferencia de la idea liberal, creyeron poder concretar la “idea” en la realidad, y así arrancarla de su falta de determinación o especificación.
“El sentido y la realidad, la norma y la existencia, no se pueden separar aquí, porque la idea utópica, la «idea concretizada», se halla presente en el mundo, en un sentido vital. Lo que en el liberalismo no pasa de ser una norma formal, adquiere en el conservatismo un contenido concreto en las leyes vigentes del Estado. En las objetivaciones de la cultura, en el arte y la ciencia, la espiritualidad se despliega, y la idea se expresa con su tangible plenitud”[3].
Esta noción conservadora de la utopia, con una idea encarnada y expresada en la realidad, choca con otras formas de utopia, principalmente con la idea liberal.
Pasemos a abordar ahora la cuarta forma de mentalidad utópica, que tiene mayor interés en lo que se refiere al tema de este trabajo: la utopia socialista-comunista. Mannheim señala que el socialismo y la utopia liberal son una sola y misma cosa, desde el punto de vista de que ambos sistemas de pensamiento creían que el reino de la libertad y de la igualdad se realizarían en un remoto futuro, pero con la diferencia de que, en el caso del socialismo, tal remoto futuro se encuentra en un punto más específico en el tiempo, esto es, con el derrumbe del régimen capitalista. Otra diferencia es que los socialistas poseen una diferente concepción de la “idea”. Para el socialismo no es una abstracción o una forma espiritualmente sublimada, sino que la concibe como:
“un organismo viviente que posee determinadas condiciones de existencia, cuyo conocimiento puede ser objeto de una investigación científica. En tal contexto, las ideas no son sueños y deseos, imperativos imaginarios descendidos de una esfera absoluta; tienen más bien una vida concreta y propia y una función precisa en el proceso total. Se esfuman cuando pasan de moda, y pueden realizarse cuando el proceso social llega a determinada situación estructural . De no ayudarlas en tal forma la realidad, se convierten en «ideologías» falaces”[4].
Otra diferencia entre la mentalidad utópica socialista y la conservadora y liberal, es que estas dos últimas consideraron que las fuerzas motoras dentro de la historia eran de carácter espiritual o abstractas y el socialismo en cambio, ve este motor en las capas oprimidas de la sociedad. En palabras de Mannheim:
“Las condiciones «materiales», que antes se consideraban únicamente como malignos obstáculos en el camino de la idea, se hipostasian aquí en el factor que mueve al mundo, en la forma de un determinismo económico que se interpreta en términos materialistas”[5].
Se introduce la idea del determinismo que es, por lo demás, compatible con la concepción utópica. Dentro de esta concepción determinista hubo que hacer frente al indeterminismo propio del quiliasmo, y que, en su forma moderna, tomó la forma de una anarquía radical. Mannheim ve tal oposición en las figuras de Marx y el anarquista ruso Bakunin. Bakunin aborrecía las abstracciones que absorbían las existencia de los individuos reales, que son los que hacen la historia. Denosta aquellas abstracciones a la que los individuos han sido sometidos tales como patria, dios, honor nacional, libertad política o poder del Estado. La ciencia debía renunciar a cualquier aspiración de controlar los asuntos humanos, ya que la ciencia sólo puede ocuparse de lo general y abstracto, y no de los individuos. De acuerdo a Bakunin, lo único que podemos solicitar a la ciencia social y a la ciencia del porvenir es que nos indique
“las causas generales de los sufrimientos individuales; entre esas causas no olvidará, sin duda la inmolación y la subordinación, demasiado habituales todavía, de los individuos vivientes a las generalidades abstractas; y que al mismo tiempo nos muestre las condiciones generales necesarias para la emancipación real de los individuos que viven en la sociedad”[6].
En relación a lo que nos puede ofrecer la ciencia de la historia, Bakunin se muestra escéptico a la pretensión de esta en mostrar “un cuadro razonado y fiel del desenvolvimiento natural de las condiciones generales, tanto materiales como ideales, tanto económicas como políticas, de las sociedades que han tenido una historia”[7]. Bakunin rechaza así un las pretensiones de la ciencia de la historia ha mostrarnos la historia humana como un relato lineal, unidireccional y determinista. La pura existencia de individuos se opone a cualquier concepción determinista de la historia.
Por eso Bakunin piensa que ese cuadro universal de la civilización, por muy detallado que sea, aspirará solamente a realizar apreciaciones generales y abstractas, sacrificando a los individuos en nombre de una humanidad abstracta. Sin embargo, no fue esta visión que la que prevaleció, sino que fue la del determinismo. En lo que respecta a la forma de experimentar el tiempo histórico, los socialistas se diferenciaban de los liberales, ya que los primeros no concebían el futuro como una línea recta y directa que llevaba a una meta determinada, sino que establecían una distinción entre lo cercano y lo remoto. Al respecto escribe Mannheim:
“No sólo el pasado, sino también el futuro tienen una existencia virtual en el presente. Se puede calcular el peso de cada uno de los factores existentes en el presente y determinar las tendencias latentes en esas fuerzas sólo a condición de comprender el presente a la luz de su realización concreta en el futuro”[8].
Más adelante continua Mannheim:
“Según este punto de vista, el futuro siempre se está poniendo a prueba en el presente. Al mismo tiempo, la «idea», que al principio era solo una vaga profecía, se corrige constantemente y se vuelve cada vez más concreta, porque el presente se prolonga en el futuro. La «idea» socialista, en su interacción con acontecimientos «reales», obra no como un principio meramente formal y trascendente, que rige desde el exterior hasta el acontecimiento, sino más bien como una «tendencia» dentro de la matriz de esa realidad que continuamente se corrige con referencia a este su contexto”[9].
Acá no hay espacio para ciegos impulsos y será el papel del líder político el de
“reforzar deliberadamente las fuerzas cuya dinámica parece determinar un impulso en la dirección deseada por él, y en canalizar hacia su propia dirección o cuando menos en reducir a la impotencia a aquellas que parecen desfavorables”[10].
La revolución deja de consistir en un brote social espontáneo, puesto que se transforma en un fenómeno que debe ser organizado por los profesionales revolucionarios (la vanguardia) y el partido. En el caso del comunismo, el Partido monopoliza completamente la acción de la “clase trabajadora”, las cuales deben someterse pasivamente a los dictámenes de los revolucionarios profesionales, puesto que son ellos (los intelectuales comunistas) quienes realmente saben cuál es la misión histórica del proletariado (aunque este último ni siquiera lo sepa).
Este fue el caso de Lenin, Trotsky y otros revolucionarios rusos. Por ejemplo Lenin en “¿Qué hacer ”? se mostraba contrario a lo que denominaba “culto a la espontaneidad”, ya que para él, tal movimiento espontáneo o el avance por la vía de la menor resistencia conducía al predominio de la ideología burguesa. Lenin no creía que el proletariado por su propia iniciativa llevase a cabo la revolución ya que no estaban dotados aun de una “conciencia de clase”. Lenin pensaba que había que dotar al trabajador de una conciencia política de clase, y esto se podía hacer sólo desde fuera, esto es, desde fuera de la lucha económica, desde fuera del campo de las relaciones entre obreros y patronos. Para ello era necesaria la “vanguardia revolucionaria”, lo que llevó a Lenin a criticar las ideas de Alexandr Martynov (1865-1935), quien creía que el rol de los políticos e intelectuales en la causa obrera, era la de intervenir, pero dentro de ciertos límites, por lo que la propuesta de Lenin parecía un exceso. En este sentido podemos entender las palabras de Mannheim:
“La existencia histórica se convierte en tal forma en un plan estratégico. Todo, en la historia, se experimenta como un fenómeno intelectual y volitivamente controlable”[11].
[1] Ibid., 192.
[2] Ibid., 203.
[3] Ibid.
[4] Ibid., 211.
[5] Ibid., 212.
[6] Mijaíl Bakunin, Dios y el Estado (España: El Viejo Topo, 1997), 168.
[7] Ibid., 167.
[8] Karl Manheim, Ideología y Utopía, 215.
[9] Ibid., 215.
[10] Ibid., 216.
[11] Ibid.