(8) Marxismo y Filosofía de la Historia : (I) la crítica de Ludwig von Mises (por Jan Doxrud)
Otros autores que también han considerado al marxismo como una suerte de religión mundana fueron Ludwig von Mises y Murray Rothbard. En lo que respecta a la filosofía de la historia, desde la perspectiva de Mises, el autor señala que los intentos de hacer una interpretación filosófica de la historia no debe confundirse con los diversos esquemas que existen de filosofía de la historia. En cuanto a los primeros, escribe el autor:
“…no persiguen descubrir la finalidad hacia la cual tiende el proceso de la historia humana, sino destacar los factores que tienen una función importante en la determinación del curso de los acontecimientos históricos. Estudian las finalidades que los individuos o los grupos persiguen, pero se abstienen de opinar acerca de la finalidad y el significado del proceso histórico total o de un destino predeterminado de la humanidad. No se apoyan en la intuición, sino en el estudio de la historia. Tratan de demostrar la corrección de su interpretación haciendo referencia a hechos históricos. En este sentido pueden ser calificados de discursivos y científicos”[1].
Mises rechaza aquellos autores que pretenden tener un conocimiento omnisciente, no solamente acerca de cuál sería el curso de la historia, sino que también acerca del motor principal que impulsa la historia como un todo, así como al estadio final a que apunta tal movimiento. Señala que la mayor parte de esas doctrinas suponen que hubo un estado de perfección o una edad de oro en la historia de la humanidad, situada al principio, al final o en ambas. De acuerdo a tal esquema“la historia aparecía como un progresivo deterioro o un progresivo mejoramiento o como un período de progresivo deterioro que sería seguido de un período de progresivo mejoramiento”[2]. La idea de una edad de oro, perfecta, de una época de plenitud para los seres humanos, se opone a la ya mencionada praxeología (teoría de la acción humana), ya que en tal estado, los seres humanos no se verían en la necesidad de actuar (puesto que todas las necesidades se encuentran plenamente satisfechas).
Mises establece una comparación entre tal estadio de plenitud en la historia humana con la hipótesis del equilibrio y competencia perfecta que predominaba y lo sigue haciendo en la ortodoxia económica. Tal estado significa para el austriaco que la producción está siempre ajustada a los deseos de los consumidores, en donde el hoy no difiere del mañana, donde no existen desajustes y donde no existe la necesidad de acción empresarial. Plantear tal escenario es ignorar cómo funciona realmente la economía de mercado, donde no es el equilibrio, sino que el desequilibrio la regla. Además en tal mundo estático, la competencia sería imposible ya que esta solo puede existir en una economía cambiante. Al respecto concluye Mises:
“La analogía con el estado de perfección es evidente. El individuo completamente satisfecho carece de propósitos, no actúa, no tiene incentivos para pensar, y pasa sus días en un tranquilo gozo de la vida”[3].
A continuación continua Mises:
“Lo cierto es que los hombres de carne y hueso nunca pueden alcanzar tal estado de perfección y equilibrio. No es menos cierto que, ante las duras imperfecciones de la vida real, la gente sueña con la plena realización de todos sus deseos. Esto explica la alabanza emocional del equilibrio y la condena del desequilibrio”[4].
Por lo tanto, para el economista austriaco, una interpretación filosófica realista de la historia debe abstenerse de postular la supuesta existencia de un estado de perfección en la historia humana. También debe abstener se presentar la historia de la humanidad como una progresión lineal, uniforme y continua de los hechos históricos. Por último, debe también abstenerse de aplicar a los cambios históricos los términos de crecimiento y decadencia, progreso y retroceso, mejoramiento y deterioro.
Mises distingue una serie de interpretaciones filosóficas de la historia. En primer lugar destaca el ambientalismo, que a su vez se divide en el ambientalismo físico o geográfico, y el ambientalismo social o cultural. De acuerdo al primero, las características esenciales de una civilización son generadas por los factores geográficos, esto es, la geología, clima, flora y la fertilidad de los suelos entre otros. Estas ideas ya habían sido expuestas desde Estrabón (64/63 a.e.c - 24 e.c), Ibn Jaldún (1332-1406), Montesquieu (1689-1755), el atropogeógrafo Ellsworth Huntington (1876-1947), y más recientemente Jared Diamond (1937).
Mises explica que el error de tal explicación, especialmente en sus versiones más fuertes, es que consideran a la geografía como un factor activo, mientras que al ser humano lo consideran un actor pasivo, cuando en realidad la geografía constituye un estímulo a la acción, hace que el ser humano actúe y escoja los medios que tiene a su disposición para adaptarse a las circunstancias cambiante. Así, por un lado tenemos que la geografía tiene una importancia en el desarrollo de los pueblos, pero por otro, tenemos que esos mismos individuos que son parte de esos pueblos, tribus o civilizaciones, actúan sobre el medio ambiente, y los métodos de adaptación social, la tecnología, la moral, señala Mises, no se encuentran determinados por factores físicos externos. Hoy en día pareciera que la situación se ha invertido, es decir, el ser humano se ha impuesto a la naturaleza y esta ha tenido que someterse al primero, claro está, con excepciones tales como desastres naturales de todo tipo.
La segunda variante del ambientalismo es la del condicionamiento social y cultural. Esta postura resalta el hecho de que las personas son seres que nacen en una época determinada y que se encuentran condicionados por el “zeitgeist” o “espíritu de los. tiempos”. Frente a las verdades de esta visión, Mises solo objeta que la situación social sólo determina la situación, pero no la respuesta de los individuos que pueden ser variadas. Una tercera interpretación de la historia que aborda Mises es la “interpretación igualitaria”. Esta interpretación es un vicio que padecen algunas filosofías de la historia y que pueden tener consecuencias nefastas para una sociedad. El intelectual austriaco también se muestra contrario a la cosmovisión de la “tábula rasa”, así como al conductismo radical. Al respecto escribió el autor:
“La psicología conductista sostiene que todas las diferencias en los caracteres mentales entre los seres humanos son causadas por factores ambientales y niega todo impulso al tipo somático sobre la actividad mental. También sostiene que el uniformar la condiciones externas de la vida y de la educación podría borrar todas las diferencias culturales entre los individuos, cualquiera que sea su familia o raza”[5].
A lo anterior objeta Mises:
“La observación contradice estas observaciones, pues muestra que hay cierta correlación entre la estructura somática y las características mentales. Un individuo hereda de sus padres e indirectamente de los antepasados de sus padres no sólo las características biológicas específica de su cuerpo, sino también un conjunto de capacidades mentales que delimitan los alcances de sus adquisiciones intelectuales y su personalidad”[6].
Este es un punto importante ya que los distintos regímenes socialistas que existieron creyeron poder llevar a cabo una suerte de ingeniería social donde podrían construir a un individuo nuevo, siempre y cuando se creara un ambiente y se proporcionaran los estímulos adecuados que ayudasen a alcanzar tal propósito.
La doctrina de la “tábula rasa” y el interminable debate entre lo “innato”, es decir, los factores genéticos y hereditarios por un lado, y lo adquirido”, vale decir, lo que no es hereditario ni genético, como la enseñanza familiar, escolar, universitaria o influencia de los medios de comunicación, constituye una tesis ontológica / epistemológica que se traduce en que cada individuo nace con la mente vacía, es decir, sin cualidades innatas, está presente en distintos grados en autores como John Locke, Jean Jacques Rousseau y Sigmund Freud.
También está presente en las políticas implementadas por los regímenes que se autoproclamaron como socialistas. Todos tenían un molde humano predeterminado al que tenían que amoldarse las personas, ya sea el “hombre nuevo” del Che Guevara o el “hombre comunista” y “hombre del futuro” de Trotsky. Este ideal llegó a tal punto que el novelista y sociólogo Alexander Zinóviev (1922-2006) realizó una sátira a través del su libro “Homo Sovieticus”. Sabemos que a la larga, ni los comunistas, ni los nazis, pudieron coactivamente diseñar ni al “ hombre comunista” ni al “Übermensch”.
Podemos actualizar este debate a propósito del polémico libro de Steven Pinker: “La tabla rasa. La negación moderna de la naturaleza humana”. El ser humano, a diferencia de como creía y Marx y sus discípulos, no era una tabla rasa. De acuerdo a Pinker, los marxistas, a diferencia de los nazis, se opusieron a la idea de herencia genética y a la idea de una naturaleza humana enraizada en la biología. En palabras de Pinker la naturaleza humana para Marx consistía "únicamente en las interacciones de los grupos de personas con su medio material en un periodo histórico, y cambia constantemente a medida que las personas cambian su medio y a la vez son cambiadas por este. Por consiguiente, la mente no tiene una estructura innata, sino que emerge de los procesos dialécticos de la historia y la interacción social"[7].
Tal fue la mentalidad de los seguidores comunistas de Marx, que consideraban al ser humano como materia prima que podía moldearse a voluntad del régimen. Así se termina con el tabú del innatismo, como escribe Pinker: "La nueva constatación de que los asesinatos en masa propiciados por el gobierno pueden surgir con la misma facilidad de un sistema que no cree en el innatismo como de otro innatista tumba la idea de posguerra de que los planteamientos biológicos de la conducta son especialmente siniestros"[8]. Este rechazo del innatismo tiene consecuencias propias de los regímenes marxistas como lo explica Pinker:
"Si las personas no difieren en los rasgos psicológicos, como el talento o la intuición, entonces cualquiera que viva mejor ha de ser avaricioso o ladrón.. .Si la mente carece de estructura cuando se nace y es la experiencia la que la configura, una sociedad que desee disponer de las mentes adecuadas tendrá que controlar la experiencia...Si el medio social es el que configura a las personas, entonces criarse en un medio burgués puede dejar una mancha psicológica permanente...Si no existe una naturaleza humana que induzca a las personas a favorecer los intereses de su familia sobre la «sociedad», entonces las personas que consiguen mejores cosechas en su parcela que en las granjas comunales cuyas cosechas las confisca el Estado han de ser avariciosas o perezosas, y se les ha de imponer el consiguiente castigo...Mas en general, si las mentes individuales son unos componentes intercambiables de una entidad superorgánica llamada «sociedad», entonces esta, y no el individuo, es la unidad natural de la salud y el bienestar...No hay lugar para los derechos de la persona individual”[9].
Lo anterior se tradujo en la eliminación de grupos corrompidos, estigmatización de familias por sus orígenes sociales, control total de todos los aspectos de la vida de las personas, control del medio, engaños a través de la propaganda y aislamiento del mundo externo. El marxismo ignora la naturaleza humana y sus sucesores se encargaron de demostrar las consecuencias de esto. El debate sobre el tema de lo innato y lo adquirido aún predomina en la academia. Creo que es claro que concentrarse en uno de estos factores sería erróneo, ya que ambos interactúan. Los nacionalsocialistas y los comunistas cayeron en el error de considerar uno de estos polos como el fundamental y absoluto, que determinaba las diferencias entre las personas. Sin embargo, es correcto señalar, como lo afirmaron el antropólogo John Tooby, y su esposa, la psicóloga Leda Cosmides, que en el “Modelo Standard de las Ciencias Sociales” aún predomina la “tábula rasa”, el determinismo cultural, el relativismo y la ignorancia en materias científicas, como por ejemplo la biología, que destaca por su ausencia o nula referencia en los estudios de género.
[1] Ludwig von Mises, Teoría e Historia. Una interpretación de la evolución social y económica (España: Unión Editorial, 2010), 331.
[2] Ibid., 363.
[3] Ibid., 367.
[4] Ibid.
[5] Ibid., 334.
[6] Ibid.
[7] Steven Pinker, La tabla rasa. La negación moderna de la naturaleza humana (España: Editorial Paidóis, 2003) 235-236
[8] Ibid., 237.
[9] Ibid., 239-240.