Entendiendo el Discurso Filosófico de la Modernidad (4) Goethe, Mefistófeles y Fausto: Destruir para crear (por Jan Doxrud)
Hemos señalado que la modernidad despierta diversas actitudes, desde las más optimistas hasta aquellas de escepticismo, sospecha y rechazo. A lo largo de esta sección continuaré exponiendo esta actitud dual ante la modernidad. Como escribió Marshall Berman, los pensadores del siglo XIX se diferenciaban de aquellos del siglo XX en el sentido de que los primeros eran a la vez “enemigos y entusiastas de la vida moderna, en inalcanzable lucha cuerpo a cuerpo con sus ambigüedades y sus contradicciones; la fuente primordial de su capacidad creativa radicaba en sus intensiones internas y en su ironía hacia sí mismo”[1]. Por otro lado, los sucesores del siglo XX se orientaron más hacia las polarizaciones rígidas y totalizaciones burdas. En palabras de Berman:
“La modernidad es aceptada con un entusiasmo ciego y acrítico, o condenada con un distanciamiento y un desprecio neoolímpico…Las visiones abiertas de la vida moderna han sido suplantadas por visiones cerradas; el esto y aquello por el esto o aquello”[2].
Ejemplo de esta actitud dual ante la vida moderna la representan los futuristas, quienes celebraron el triunfo del progreso científico y los cambios que traía consigo para la humanidad: las “lunas eléctricas” de Flippo Marinetti (1876-1944), los puentes, las fábricas, barcos de vapor y locomotoras, todos estos avances fueron objeto de alabanza por parte del italiano. Dentro de la tensión que señalamos en una artículo anterior – lo efímero vslo eterno – Marinetti se coloca de lado del cambio, la violencia y la velocidad. En su primer Manifiesto Futurista (1909) destacaba los siguientes puntos:
1. Queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y de la temeridad.
2. El coraje, la audacia, la rebelión, serán elementos esenciales de nuestra poesía.
3. La literatura exaltó, hasta hoy, la inmovilidad pensativa, el éxtasis y el sueño. Nosotros queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso de corrida, el salto mortal, el cachetazo y el puñetazo.
4. Nosotros afirmamos que la magnificencia del mundo se ha enriquecido con una nueva belleza, la belleza de la velocidad. Un coche de carreras con su capó adornado con gruesos tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo... un automóvil rugiente, que parece correr sobre la ráfaga, es más bello que la Victoria de Samotracia.
5. Queremos ensalzar al hombre que lleva el volante, cuya lanza ideal atraviesa la tierra, lanzada también ella a la carrera, sobre el circuito de su órbita.
6. Es necesario que el poeta se prodigue, con ardor, boato y liberalidad, para aumentar el fervor entusiasta de los elementos primordiales.
7. No existe belleza alguna si no es en la lucha. Ninguna obra que no tenga un carácter agresivo puede ser una obra maestra. La poesía debe ser concebida como un asalto violento contra las fuerzas desconocidas, para forzarlas a postrarse ante el hombre.
8. ¡Nos encontramos sobre el promontorio más elevado de los siglos!... ¿Porqué deberíamos cuidarnos las espaldas, si queremos derribar las misteriosas puertas de lo imposible? El Tiempo y el Espacio murieron ayer. Nosotros vivimos ya en el absoluto, porque hemos creado ya la eterna velocidad omnipresente.
Pero el problema con el modernismo de la tradición futurista, señala Berman, es que “con unas máquinas resplandecientes y unos sistemas mecánicos que desempeñan todos los papeles principales…, al hombre moderno le queda muy poco que hacer que no sea enchufar las máquinas”[3]. En el otro polo, tenemos aquellos que atisban con sospecha la vida moderna y que no comparten esa ingenua devoción ante el progreso. Ya vimos el caso de Max Weber, para quien, sus contemporáneos eran especialistas sin espíritus y sensualistas sin corazón. La visión de las luminarias del siglo XX es de un desprecio del advenimiento delas masas por carecer de sensibilidad y espiritualidad pero que, aun así, tienen derecho a escoger a sus gobernantes a través de aquel sistema que los favorece: la democracia. Como nos recuerda Berman, en las obras de pensadores como José Ortega y Gasset, Oswald Spengler o T.S Eliot, “vemos como la perspectiva neoolímpica de Weber ha sido usurpada, distorsionada y magnificada por los modernos mandarines y aspirantes a aristócratas de la derecha del siglo XX”[4].
Avanzando en el tiempo, la nueva izquierda, encarnada en la figura de quien fue parte en un comienzo de la Escuela de Frankfurt – me refiero a Herbert Marcuse (1898-1979) – , también tuvo algo que decir sobre la vida moderna. Marcuse puso en evidencia que tanto Marx como Freud estaban ya obsoletos. Para Marcuse las personas, dentro de las sociedades capitalistas, habían llegado al extremo del materialismo y el consumismo que ellas mismas se reconocían en sus mercancías y encontraban sus almas en los diferentes bienes que compraban. Lo que nos importa es que lo planteado por Marcuse es algo compartido tanto por los críticos, como por los amantes del mundo moderno y es lo siguiente:
“la modernidad está constituida por sus máquinas, de las cuales los hombres y las mujeres modernos son meramente reproducciones mecánicas ”[5].
Otro pensador que sigue en cierta medida lo planteado por Weber fue Michel Foucault (1926-1984), quien siempre tuvo en su mira las distintas formas en que se ejercía el poder en la sociedad, desde las prisiones, los hospitales, los manicomios, hasta los asilos. El panorama mostrado por el pensador francés era bastante sombrío puedsto que, como comenta Berman:
“niega la posibilidad de cualquier clase de libertad, ya sea fuera de estas instituciones o entre sus intersticios. Las totalidades de Foucault absorben todas las facetas de la vida moderna…desarrolla estos temas con una inflexibilidad obsesiva y, de hecho, con rasgos sádicos, imponiendo sus ideas a sus lectores como barrotes de hierro, haciendo que cada dialéctica penetre en nuestra carne como una nueva vuelta de tornillo”[6].
La jaula (o jaulas) de Foucault, como bien señala Berman, resulta ser más hermética que la de Weber.
…
Fausto
Ahora continuaré la exposición acerca de la vida moderna siguiendo la obra de Marshall Berman titulada “Todo lo sólido se desvanece en el aire”. El autor, tras exponer esta doble actitud ante la vida moderna, especialmente la actitud que tenían los seres humanos del siglo XIX y los del siglo XX, explica el objetivo de su libro. Escribe el autor:
“los modernismos del pasado pueden devolvernos el sentido de nuestras propias raíces modernas, raíces que se remontan a doscientos años atrás”[7].
Más adelante añade:
“(…) podría resultar que el retroceso fuera una manera de avanzar: que recordar los modernismo del siglo XIX nos diera la visión y el valor para crear los modernismos del siglo XXI…Apropiarse de las modernidades de ayer puede ser a la vez una crítica de las modernidades de hoy y un acto de fe en las modernidades – y en los hombres y mujeres modernos – de mañana y pasado mañana”[8].
En lo que sigue, procederé a abordar el tema de la modernidad por medio del examen de los personajes de J. W. Goethe (1749-1832), la obra de Marx (1818-1883) y los escritos de Charles Baudelaire (1821-1867). En primer lugar, Berman comienza con el Fausto de Goethe, libro que, de acuerdo a berman, es
“universalmente consideradocomo la primera expresión de la búsqueda espiritual moderna, alcanza su culminación –y también su catástrofes trágica- en la transformación de la vida material moderna”[9].
Recordemos lo dicho en los comienzos de esta sección, aquella frase de Berman, donde señala que nuestra visión moderna tiende a dividirse entre el plano espiritual y material, lo cual tiene como resulktado el nos alejemos de uno de los hechos que impregna la vida moderna que es la mezcla de estas fuerzas materiales y espirituales. Para Berman, la modernidad es un conjunto de experiencias, “la experiencia del tiempo y el espacio, de uno mismo y de los demás, de las posibilidades y los peligros de la vida…”[10]. Como ya señalé en otro artículo, Berman divide en tres fases la historia de la modernidad, y Goethe se encontraría, de acuerdo a esta división, en la segunda, que comienza con la gran ola revolucionaria de 1790. En esta fase, el público moderno del siglo XIX “puede recordar lo que es vivir, material y espiritualmente, en mundos que no son en absoluto modernos. De esta dicotomía interna, de esta sensación de vivir simultáneamente en dos mundos, emergen y se despliegan las ideas de la modernización y modernismo”[11]. Para Berman, el Fausto de Goethe nos ayuda a ver cómo la crítica más plena de la modernidad proviene de aquellos quienes han justamente “han abrazado su romance y su aventura con más ardor”. Además de una crítica, esta obra constituye un desafío para nosotros para crear e imaginar nuevos modos de modernidad “en los que el hombre no exista en beneficio del desarrollo, sino el desarrollo en beneficio del hombre”[12].
Goethe escribió Fausto en distintas etapas de su vida, comenzando en 1770, cuando tenía veintiún años y continuó de manera intermitente finalizándola cuando tenía ochenta y dos años. Esto es importante ya que, considerando que la obra se escribió entre 1770 y 1831, Goethe se vio expuesto alas influencias de las grandes transformaciones acaecidas en Europa, como la revolución en Estados Unidos, La Revolución Francesa y la Revolución Industrial, que comenzó en Inglaterra. Como bien escribió Berman:
“el héroe de Goethe y los personajes que lo rodean sufren, con gran intensidad personal, muchos de los dramas y traumas de la historia mundial por los que atravesaran Goethe y sus contemporáneos; todo el desarrollo de la obra representa el desarrollo más vasto de la sociedad occidental”[13].
En suma, Fausto de Goethe es de especial relevancia para Berman ya que “expresa y dramatiza el proceso por el cual, a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, hace su aparición un sistema característicamente moderno”. No entraré en detallar de esta vasta obra de Goethe pero me referiré brevemente a aspectos importantes para luego ver su relación con el tema que tratamos. Fausto es la obra poética de mayor trascendencia en lengua alemana. Es una obra vasta en lo que se refiere a su contenido y es por ello que es constantemente objeto de distintas interpretaciones. Fausto no es un personaje de Goethe, ya que habría existido un Dr. Fausto hacia el año 1500, quien habría pactado con el diablo con el objetivo de obtener un conocimiento como ningún otro ser humano lo ha tenido. Así, la figura de Fausto se convirtió en un tema del folklore y la literatura. Fue Christopher Marlowe (1564-1593) quien escribió La trágica historia del Dr. Fausto. Posterior a Goethe, Thomas Mann (1875-1955) también escribiría una obra que tendría como protagonista a este personaje. ¿Quién es Fausto?
¿Qué es lo que simboliza? Fausto representa la voluntad imparable, la sed inacabable de deseo de conocimientos, encarna a quien vive empujando los límites que existen en el mundo. Dios y el diablo realizan una apuesta donde el segundo, burlándose de la creación divina, asegura poder corromper a ese modelo de ser humano que es Fausto. Fausto, encerrado en su mundo, es despertado por las campanas de la iglesia y lleva a cabo el paseo de Pascua que lo pone en contacto con la gente del pueblo, con la burguesía y los campesinos. Mefistófeles entra en escenadisfrazado de perro mientras Fausto traduce el Evangelio según San Juan, pero con un cambio, ya queal principio no era la “Palabra”, sino que “Al principio era la “Acción”. Ambos establecen un pacto. ¿Qué es lo que quiere Fausto? Como escribió Berman, este desea para sí un proceso dinámico que incluya todas las formas de experiencia humana:
“Una de las ideas más originales y fructíferas del Fausto de Goethe es la idea de una afinidad entre el ideal cultural del autodesarrollo y el movimiento social real hacia el desarrollo económico”[14].
Goethe no divide estos temas, sino que los fusiona y de esta manera integra distintas dimensiones de la vida:
“El único modo de que el hombre moderno se transforme, como descubrirá Fausto y también nosotros, es transformando radicalmente la totalidad del mundo físico, social y moral en que vive”[15].
Para entender de mejor manera el hilo conductor de esta obra, sigamos las tres metamorfosis que destaca Berman. La primera metamorfosis es la del Fauto soñador, humanista, que se encuentra aislado del mundo exterior, en donde su mundo se limita al mundo de la mente, piensa la vida más que vivirla. El Espíritu de la Tierra se burla de Goethe y le hace un llamado a que se comporte como un humano y no un Übermensch. Como señala Berman, el drama de Fausto representa el drama de Europa que se encuentra desagarrada entre un mundo medieval que está siendo paulatinamente dejado en el pasado junto a sus formas políticas, económicas y sociales, y abriéndose a un nuevo mundo, aquel que será inmediatamente testigo de transformaciones políticas y económicas, como la independencia de Estados Unidos, la caída de la monarquía francesa y el progresivo desarrollo de la industria en Inglaterra. Cuando Fausto pretende poner fin a este aislamiento mental a través de la muerte, se ve salvado por el repique de las campanas, por el sol que se levanta y un coro de ángeles que anuncia la resurrección de Jesús. Pero lo que realmente salva a Fausto no fue el resucitado, después de todo, Fausto ya había escuchado esto en anteriormente. Sucede otra cosa, podríamos decir que lo que salva a Fausto es el recuerdo, puesto que con el repique de las campanas Fausto es llevado a su infancia. Como sucede con el episodio de al magdalena en la obra de Marcel Proust (1871-1922) “En busca del tiempo perdido” con la magdalena, un acontecimiento similar sucede con Fausto: nuestros sentidos despiertan recuerdos del pasado. Recordemos las palabras del protagonista de Proust:
“Muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago con las migas del bollo tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba (…)”
El repique de las campanas desata una serie de recuerdos en Fausto, quien es llevado a su más tierna infancia y así, el protagonista se abre “inadvertidamente a una dimensión perdida de su ser, poniéndose así en contacto con las fuentes de energía que pueden renovarlo”, señala Berman. Esto revela, añade Berman, la importancia del proyecto romántico de liberación psíquica en el proceso histórico de la modernización. Fausto se abre al mundo, ahora sabemos de su vida, su profesión y la razón por la cual decidió encerrarse en aquella cárcel de pensamientos. Fausto, desgarrado, exclama la célebre frase:
“Dos almas, ay de mí, viven mi pecho”.
Fausto ya no puede continuar llevando una vida de pensamiento, y ahora tiene que vivir efectivamente la vida y no sólo pensarla. La acción adquiere una primacía en la vida de Fausto, recordemos su traducción del Evangelio, donde la acción es lo que existía en el principio, y por ello el Dios de Fausto es el del Antiguo Testamento, “del Génesis que se define y prueba su divinidad creando el cielo y la tierra.”, comenta Berman. Mefistófeles representa, por su parte, el lado oscuro tanto de la divinidad como de la creatividad. Fausto se ve enfrentado con fuerzas destructivas que son la única forma de crear algo en el mundo. Al respecto, señala Berman:
“Paradójicamente, del mismo modo que la voluntad y la acción creativas de Dios son cósmicamente destructivas, resulta ser creativo el afán demoníaco de destrucción”[16].
Y es precisamente esto último, la necesidad de destruir para crear, lo que caracteriza al mundo moderno (recordemos al economista Joseph A. Schumpeter y su “destrucción creativa”), es la “dialéctica que el hombre moderno debe asumir para avanzar y vivir; y es la dialéctica que pronto envolverá y moverá a la economía, el Estado y la sociedad modernos como un todo”[17]. Del caos viene el orden y, suuestamente, las ideas de Darwin reforzarían esta creencia, ya que los organismos vivos resultan ser fruto de la variación genética al azar y de la selección de aquellas características que le permiten una mejor adaptación. Una idea similar la planteó Bernard de Mandeville (1670-1733) en su Fábula de las Abejas donde presenta algo semejante a la “mano invisible” de Adam Smith (1723-1790), esto es, cómo el vicio privado, los intereses personales de cada persona pueden proporcionar al final un bien mayor a la sociedad, algo similar propuso Friedrich Hayek (1899-1992) y su idea de orden espontáneo.
Tenemos que Fausto debe aceptar que la destrucción es parte de la vida y no debe culparse por los errores que pudo haber cometido en el pasado y que lo llevaron al aislamiento. Ahora Fausto debe autodesarrollarse y es Mefistófeles quien lo ayudará en esta travesía. Acerca de cómo emprender esta empresa de autodesarrollo, Mefistófeles dice a Fausto que se lleva a cabo a través del cuerpo y la mente humana que deben ser usadas para el propio beneficio. En palabras de Berman:
“El cuerpo y el alma están para ser explotados con el máximo beneficio aunque no en dinero, sino en experiencia, intensidad, sentimiento vital, acción, creatividad”[18].
El dinero juega un papel importante, pero el dinero no es en sí el principal objetivo. La mercancía más valiosa es la velocidad que es la que permite al hombre llevar a cabo grandes proyectos. Dinero, poder y velocidad son aspiraciones universalmente modernas, señala Berman, independiente de la ideología bajo la cual se lleva a cabo la modernización. Por otra parte, también son universalmente modernas “las presiones fáusticas para usar todas las partes de nosotros mismos, y de los demás, para impulsarnos e impulsar a los otros todo lo lejos que podamos ir”[19].
Fausto, una vez que sale de su estado original de encierro, se lanza a la acción y transformación del mundo que le rodea, pero queda la pregunta sobre qué es lo que desea Fausto, en qué se quiere convertir, cual es la finalidad de sus acciones. No sólo abandona su distanciamiento del mundo, sino que además se enamora de este, que es el tema de la Segunda Metamorfosis, el Fausto amante, cuando conoce a la simple, inocente y humilde Margarita, su primera conquista. Esta joven se ve de pronto arrancada de su nicho social y pasa a sentirse querida y deseada por Fausto, y es el amor de este último el que hace madurar a la joven que sufre una metamorfosis dejando atrás la imagen de mujer pueblerina e ingenua. En su primera huida, Fausto se dirige al bosque para entregarse a la meditación y la reflexión sobre la riqueza, belleza y beneficios de la naturaleza. Mefistófeles, por su parte, se opone a la concepción romántica de la naturaleza:
“Esa naturaleza, desprovista de sexo, deshumanizada, vacía de todo conflicto, sujeta solamente a una tranquila contemplación, es una mentira cobarde"[20].
Mientras tanto, Margarita, que simboliza la belleza e inocencia, se corrompe, y Fausto se culpa de esto, sintiéndose nuevamente el protagonista víctima del sentimiento de culpa que lo había llevado a vivir una vida aislada del mundo exterior, pero esta vez el resultado no será el mismo para él. El mundo de Margarita se desmorona, mientras Fausto se entrega a las orgías en los montes Harz, donde se celebra la Noche de Walpurgis. Valentín, hermano de Margarita, se vuelve en contra de ella, puesto que se siente humillado por el comportamiento de su hermana y, como resultado, termina aborreciéndola. Valentín también se lanza en contra de Fausto con el cual entran en una pelea en donde resulta herido de muerte Valentín quien utiliza su último aliento de vida para culpar de todo a su hermana y llama a la multitud para que la linchen. La madre de Margarita también encuentra su muerte, por la inadvertida intervención de Mefistófeles. La situación se agrava cuando Margarita concibe un hijo de Fausto y, sin la presencia de Fausto, se encuentra desprotegida y se convierte en presa fácil de la muchedumbre. El final de Margarita es trágico, su hijo muere y ella es encerrada en el calabozo esperando su sentencia a muerte y ni siquiera la visita de Fausto a la celda la motiva a fugarse con él ya que sabe que él ya no la ama, o al menos ya no quiere seguir teniendo una vida en común con ella. Finalmente Margarita fallece en el calabozo.
Esto significa un movimiento telúrico para Fausto ya que no logra concebir un mundo tan despiadado y repleto de contradicciones. Mefistófeles lanza el cable a tierra y hace ver a Fausto que no es posible progreso alguno sin un coste asociado a este, su autodesarrollo llevará consigo necesariamente el sufrimiento y la destrucción del mundo. El mundo de Margarita y de Fausto no eran compatibles, puesto que la primera estaba inserta en un mundo limitado y presa de un rol que se espera debía desempeñar dentro de la sociedad. Por otro lado estaba el mundo de Fausto, moviéndose ilimitadamente, preparado para arrasar con el mundo si esto significaalcanzar un grado máximo de autodesarrollo, incluso el mundo en que que habitaba Margarita. De todo esto Fausto aprende una lección, tal como apunta Berman:
“si quiere relacionarse con otras personas buscando su propio desarrollo, deberá asumir algún tipo de responsabilidad por el desarrollo de esas personas o, si no, hacerse responsable de su perdición”[21].
Fausto viene a destruir las antiguas formas de organizaciones políticas, económicas y sociales. Como bien señala Berman, Marx en el Manifiesto comunista describe y alaba los logros de la burguesía, aquella clase revolucionaria que destruyó las relaciones feudales y es justamente en la primera parte de Fausto donde las relaciones feudales se desintegran, en este caso, el pequeño mundo de donde provenía Margarita que estaba destinado a desparecer.
Pasemos a la Tercera metamorfosis, que es el Fausto desarrollista. Para esto hay que centrarse en la segunda parte de la obra escrita entre 1825 y 1831. Recordemos que en una primera fase, Fausto vivía en solitario, donde pensaba la vida más que vivirla. En la segunda metamorfosis Fausto entra en contacto con el mundo e incluso establece un vínculo personal con otro ser humano. La tercera metamorfosis Fausto, escribe Berman:
“conecta sus impulsos personales con las fuerzas económicas, sociales y políticas que mueven el mundo; aprender a construir y destruir. Expande el horizonte de su ser, de la vida privada a la pública, del intimismo al activismo…Enfrenta todos sus poderes con la naturaleza y la sociedad; lucha por cambiar no sólo su propia vida, sino también la de todos los demás. Ahora encuentra el medio para actuar eficazmente contra el mundo feudal y patriarcal: construir un entorno social radicalmente nuevo que vaciará de contenido el viejo mundo antiguo o lo destruirá”[22].
Fausto desea el dominio y el señorío y, como dice a Mefistófeles:
“La acción es todo, la gloria nada es.”
Este es el espíritu que mueve a Fausto, una persona pragmática que deja a un lado de una vez por todas los sueños y fantasías para rebelarse ante la naturaleza y poner en marcha la omnipotente voluntad humana, tanto la suya como de los demás, con el objetivo de someter al mundo que le rodea. De acuerdo a Berman – y en relación con la modernidad que es el objeto de estudio de este escrito – escribió que estamos presenciando un punto nodal de la historia de la conciencia moderna así como una nueva división social del trabajo, una nueva relación entre las ideas y la vida práctica. Fausto, en su nuevo rol, “sacará a luz algunas de las potencialidades más creativas y más destructivas de la vida moderna; sería un demoledor y creador consumado, la figura oscura y profundamente ambigua que nuestra era ha llamado el «Desarrollista»”[23]. Son varias las frases expresadas por Fausto en la quinta parte que dan cuenta de su espíritu. Su afán de dominio desmedido lo lleva a ejercer tanto el poder sobre otras personas como sobre sí mismo. Fausto incita a los trabajadores a tomar el pico y la pala para dar realidad a la obra que ha concebido: el foso. En el acto quinto ordena Fausto al capataz:
“Por todo los medios posibles reúne masas y masas de obreros, aliéntalos mediante el logro y el rigor; paga, engolosina, engancha. Todos los días quiero tener aviso de cómo adelanta la emprendida obra del foso.”
Fausto quiere proporcionar libertad a los seres humanos otorgándoles un suelo libre, y para realizarlo sabe que ha tenido que provocar y continuará generando sufrimientos en otras personas, pero esto no es ya para Fausto un motivo para desistir en su empresa, de manera que está empeñado en poner un límite a las fuerzas de la naturaleza que se cruzan en su camino: el océano y su oleaje. Pero Fausto se da cuenta que no todo el territorio ha sido transformado a su imagen y semejanza, ya que existen unos ancianos que se niegan a abandonar su hogar y, frente a esto, Fausto se muestra intransigente:
“La resistencia, la obstinación, menoscaban el logro más soberbio; de suerte que, para más profundo y más horrible tormento, debe uno cansarse de ser justos”.
Mefistófeles y los tres compañeros intervienen y terminan dando muerte a la pareja de ancianos, lo que causa el rechazo por parte de Fausto. Luego entran las cuatro mujeres canosas que son la Escasez, la Deuda, la Miseria y la Inquietud. Las tres primeras no tienen nada que hacer frente al poderoso y rico Fausto, las puertas se encuentran cerradas para estas, pero no para la Inquietud, que se introduce por el ojo de la llave. Esta entra en un diálogo con Fausto quien reacciona de mala manera ante las palabras de la Inquietud:
“A aquel que está una vez en mi poder, de nada le sirve el mundo entero…Felicidad y desdicha resultan quimeras; se muere de hambre en el seno de la abundancia; sean delicias, sean pesares, todo lo remite al día de mañana; sólo está atento a lo porvenir, y así no acaba nunca”.
Esta actitud de Fausto hacia los ancianos, de no querer saber los detalles acontecidos por la intervención de Mefistófeles, es el mal típicamente moderno caracterizado por ser indirecto, impersonal, mediatizado por instituciones complejas y papeles institucionales. Asesinar, pero hacerlo de maner que tal acto implique el menor coste para quienes lo comete. Esa es la lógica de las cámara de gas nazi. Los nazis no eran frías máquinas de matar, muchos tuvieron que hacerlo bajo efectos del alcohol, de manera que, para ahorrarles “costos psicológicos” se crearon las cámaras. ¿Quiénes sacaban los cuerpos para llevarlos a los hornos? ¿Los nazis? ¡Por su puesto que! Eran la misión de un grupo “selecto” de prisioneros escogidos: los sondekommano. ¿Acaso a Hitler le interesó alguna vez “observar” los detalles de las masacres que se pepetraban? No, Hitler fue incapaz de ver cualquier clase imagen en donde tenía que ver la muerte directamente con sus ojos. En nuestros días el “ahorro de costes psicológicos” se lleva acabo por medio de los ataques con drones, que se asemeja más a estar jungando a un juego de consola, lo cual hace a la persona que los maneja desde miles de kilómetros no sentir culpa.
¿Estaba Fausto preparado para asumir aquel “daño colateral” producto de sus deseos de progreso y autodesarrollo? Quiero decir, ¿estaba preparado para asumir la suerte que sufrieron los desdichados ancianos? ¿Por qué razón deseaba esa tierra? ¿Acaso la necesitaba realmente? Mefistófeles no observa nada nuevo bajo el sol, ya que esto ya había sucedido anteriormente como se narra en I Reyes 21, cuando el rey Ajab I, quien había solicitado al campesino Nabot su tierra para aumentar sus posesiones, recibe una negativa por parte del campesino puesto que considera su tierra como un Don de Dios. Ajab I finalmente termina eliminando físicamente a Nabot quedándose con su tierra. Así, bajo la mirada de Mefístófeles, sólo ve la repetición de los vicios humanos o, como escribió Berman: “el deseo narcisista de poder, más violento en quienes son más poderosos, es la historia más vieja del mundo”[24]. Más adelante añade Berman:
“Pero hay otro motivo para el crimen que no nace sólo de la personalidad de Fausto, sino de un impulso colectivo e impersonal que parece ser endémico de la modernización: el impulso de crear un entorno homogéneo, un espacio totalmente modernizado en el que el aspecto y el sentimiento del viejo mundo han desaparecido sin dejar huella”[25].
¿Por qué Fausto se muestra inquieto y perturbado en su interior? Las campanas que anteriormente lo habían trasladado a su infancia ahora repican y perturban al Fausto desarrollista. El sonido de las campanas despiertan en Fausto “la culpa y la perdición y de todas las fuerzas sociales y físicas que destruyeron a la muchacha que amaba…”[26]. Ahora bien, como señala Berman, su vínculo con el pasado lo aterroriza. Pero Fausto no puede dejarse invadir por esos sentimientos de culpa que lo paralizan, ya que si existe algo que el desarrollista no puede dejar de hacer es moverse, no puede renunciar a la acción. Pero, ¿ qué puede hacer Fausto una vez que ha logrado todo lo que se propuso? ¿Sólo le queda la muerte? ¿Por qué debe fallecer Fausto? Siguiendo a Berman la razón no se refiere solamente a la estructura de la segunda parte de Fausto, sino a la estructura total de la historia moderna. Como escribió el autor:
“Irónicamente, una vez que el desarrollista ha destruido el mundo premoderno, ha destruido toda su razón de estar en el mundo. En una sociedad totalmente moderna, la tragedia de la modernización –incluyendo su héroe trágico- llega naturalmente a su fin. Una vez que el desarrollista ha eliminado todos los obstáculos, él mismo se interpone en el camino, y debe desaparecer…Goethe nos muestra cómo la categoría de las personas obsoletas, tan central en la modernidad, se traga al hombre que le diera vida y poder”[27].
La obra de Goethe y su personaje Fausto representam la primera expresión de la búsqueda espiritual moderna que alcanza su etapa culmine en la transformación de la vida material moderna, comenta Berman. No se debe olvidar las profundas transformaciones políticas, económicas y sociales que acontecían en Europa a lo largo de la vida de Goethe. De acuerdo a Berman, Goethe se vio, de alguna manera, hechizado por los progresos materiales de su época, de manera que si deseamos buscar los “designios fáusticos” de su época, hay que encontrarlos en sus “sueños radicales y utópicos” y en el socialismo al que se había adherido. El utopismo de Goethe se ve alimentado por los grandes proyectos de los que se entera, comoel de un canal que una el Danubio con el Rin y otro que atraviesa el istmo de Suez. Estos constituyen verdaderos proyectos fáusticos o proyectos a gran escala. Fue el siglo XX donde el desarrollo fáustico encontró su lugar bajo el sol. En palabras de Berman:
“En el mundo capitalista ha emergido con mayor viveza en la proliferación de «autoridades públicas» y de superagencias destinadas a organizar inmensos proyectos de construcción, especialmente en el campo del transporte y la energía: carnales y ferrocarriles, puentes y autopistas, presas y sistemas de irrigación, plantas de energía hidroeléctrica, reactores nucleares, nuevos pueblos y ciudades, exploración del espacio exterior”[28].
En nuestro siglo XXI los ejemplos de modelos fáusticos los encontramos en aquellos proyectos como la presa de las Tres Gargantas en China, los sistemas de radares que conforman una verdadera red de comunicaciones que nos permiten tener una visión amplia del mundo, que a su vez nos permiten movernos con mayor exactitud a través de sistemas posicionamiento global (y ejercer un mayor control en el globo terrestre). ¿Acaso no es un proyecto fáustico la creación de la Unión Europea? Por supuesto que el modelo fáustico no es propiedad sólo del mundo capitalista, ya que el socialismo también incursionó en esta clase de proyectos aunque fuesen completamente inútiles, por lo que serían en realidad “pseudofáusticoscomo el canal de Stalin en el mar Blanco donde se sacrificaron a cientos de miles de trabajadores. También tenemos las colectivizaciones forzadas que terminaron en las hambrunas que mataron a millones como en Ucrania, palacios para los jerarcas comunistas como los Ceaucescu quienes hicieron de su país un verdadero espectáculo donde cada ciudadano tenía un rol que jugar. Para qué hablar de ese de ese mega-criminal proyecto de Mao tse-Tung denominado el “Gran Salto Adelante” que causó la muerte de miles de personas.
El movimiento, la velocidad, la acción son rasgos del mundo moderno. Esto también lo veremos presente en el Manifiesto de Marx. Ahora bien, como indica Berman, no debemos caracterizar a este mundo de “fáustico” en el sentido de interpretar a Fausto como un bruto que destruye todo lo que encuentra a su paso en aras de saciar su inagotable sed de progreso. Berman señala que aquellos que proponen la utilización de distintas fuentes de energía alternativas pequeñas y descentralizadas, están equivocados al criticar las planificaciones a gran escala, las organizaciones complejas y las innovaciones tecnológicas. Lo que critica Berman no son los argumentos en contra del crecimiento y la promoción de las energías alternativas. Lo que berman considera estrafalario son las ideas expresadas, por ejemplo las del economista Ernst Friedrich Schumacher (1911-1977), sobre la idea de “pensar en pequeño”, siendo que en la sociedad moderna “sólo el más sistemático y extravagante «pensar en grande» puede abrir cauces para «pensar en pequeño».” De esta forma concluye Berman:
“Por lo tanto los defensores del recorte de la energía, el crecimiento limitado y la descentralización, en vez de condenar a Fausto, deberían acogerlo como el hombre del momento”[29].
Los únicos que habrían utilizado correctamente el mito fáustico, de acuerdo a Berman, son los científicos nucleares que establecieron “un estilo de ciencia y tecnología típicamente fáustico, impulsados por el sentimiento de culpa y la inquietud, por la angustia y la contradicción”[30]. Esta visión se contrapone al estilo de ciencia panglossiano que asegura que todo problema es fortuito y que al final todo marchará de manera correcta. Por el contrario, el Proyecto Manhattan y quienes participaron en este fueron consciente de los peligros que traía consigo sus descubrimientos por lo que abogaron por el control civil de la energía atómica. En palabras de Berman:
“Su proyecto contribuyó a mantener viva la conciencia fáustica y a refutar la afirmación mefistofélica de que los hombres solamente pueden hacer cosas grandiosas en este mundo bloqueando sus sentimientos de culpa y preocupación”[31].
Para finalizar con la obra de Goethe, podemos concluir, junto a Berman que, en el proceso de desarrollo, la sociedad es responsable y tiene la obligación de participar en este proceso y no abandonar su función de censor a los expertos ya que “en el proceso de desarrollo, todos somos expertos…Como miembros de la sociedad moderna, somos responsables de la dirección en que nos desarrollamos, de nuestros objetivos y logros, de nuestro costes humanos”[32].
Fausto constituye una tragedia de nuestro desarrollo y esta obra de Goethe no es solamente una crítica de la modernidad, sino que también, como señala Berman, un desafío: “imaginar y crear nuevos modos de modernidad en los que el hombre no exista en beneficio del desarrollo, sino el desarrollo en beneficio del hombre”[33].
[1] Marshall Berman, Todo los sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad (México: Siglo XXI editores, 2011), 11.
[2] Ibid.
[3] Ibid., 14.
[4] Ibid., 16.
[5] Ibid., 17,.
[6] Ibid., 24.
[7] Ibid., 20.
[8] Ibid., 27.
[9] Ibid., 81.
[10] Ibid., 1.
[11] Ibid., 3.
[12] Ibid., 80.
[13] Ibid., 30.
[14] Ibid., 31.
[15] Ibid.
[16] Ibid., 39.
[17] Ibid., 40.
[18] Ibid., 41.
[19] Ibid., 42.
[20] Ibid., 47.
[21] Ibid., 50.
[22] Ibid., 53.
[23] Ibid., 55.
[24] Ibid., 60.
[25] Ibid.
[26] Ibid., 61.
[27] Ibid., 62.
[28] Ibid., 67.
[29] Ibid., 77-78
[30] Ibid., 78.
[31] Ibid.
[32] Ibid., 80.
[33] Ibid., 80.