(II) Reflexiones en torno al nacionalismo (por Jan Doxrud)
En lo que sigue intentaré aclarar el concepto de nacionalismo. De entrada es preciso afirmar que, como bien advierte Bhikhu Parekh, el concepto de nacionalismo es elusivo y difícil de definir. Parekh menciona algunas de las ideas asociadas al concepto de nacionalismo:
1-Doctrina política sobre cómo los Estados deben ser organizados.
2-Egoísmo colectivo.
3-Intento por parte de un grupo de aseverar y preservar de influencias extranjeras lo que considera como sus rasgos distintivos (por ejemplo la lengua o religión).
4-Amor al país y a su modo de vida, siendo sinónimo de patriotismo.
5-Forma exclusiva y agresiva de patriotismo.
6-Glorificación de la nación hasta tal punto que se considera como la base ontológica de la vida social, así como su más elevada unidad moral.
Otro aspecto que impide esclarecer este concepto, es el carácter etnocéntrico del discurso sobre el nacionalismo y la definición de este mismo desde una óptica occidental. Al respecto explicaParekh:
“Dado que gran parte del discurso nacionalista se origina y se concentra en Occidente, especialmente en Europa, existe también una tendencia a universalizar la experiencia europea y a imaginar que el nacionalismo fuera de Occidente tiene básicamente la misma estructura o "toma" su misma forma, o es una forma corrupta, inmadura y patológica de su original europeo”[1].
Comencemos abordando el tema con dos simples definiciones proporcionados por el Diccionario de lengua española:
1-Sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación y de identificación con su realidad y con su historia.
2-Ideología de un pueblo que, afirmando su naturaleza de nación, aspira a constituirse como Estado.
La primera definición nos dice que el nacionalismo se relaciona con un estado afectivo, un estado de ánimo o una suerte de disposición emocional de los seres humanos. El antropólogo social, Ernest Gellner (1925-1995), afirmaba que el nacionalismo, como sentimiento, consistía en el estado de enojo que suscitaba la violación del principio político que sostiene que debe existir una congruencia entre la unidad nacional y la política. Por ejemplo, Gellner señalaba que la forma más concreta de violación del principio nacionalista, del sentimiento nacionalista, era que los dirigentes de la unidad política pertenecieran a una nación diferente a la de la mayoría de los gobernados. El componente emocional es central dentro del nacionalismo y es por ello que el “pueblo” constituye un pilar fundamental del nacionalismo. En palabras de Ernest Gellner:
“El nacionalismo suele conquistar en nombre de una supuesta cultura popular. Extrae su simbolismo de la existencia sana, inmaculada y esforzada del pueblo, del Volk, del narod. Cuando los que rigen a ese narod o Volk son representantes de una cultura desarrollada distinta, ajena, cuya opresión en un principio puede combatirse mediante una resurrección y afirmación culturales, y en última instancia mediante una guerra de liberación nacional, hay cierta dosis de verdad en la presentación que de sí hace el nacionalismo. Si éste prospera, elimina la cultura desarrollada extraña, pero no la reemplaza por la antigua cultura primaria local; resucita, o inventa, una cultura desarrollada local (alfabetizada, transmitida por especialistas) propia que, no obstante, conserva algunos puntos de contacto con los primitivos modos de vida y dialectos populares locales”[2].
La música constituyó uno de los vehículos que encendieron y canalizaron el nacionalismo en las masas, como fue el caso de la música de Richard Wagner y el festival de Bayreuth
La segunda definición de nacionalismo nos presenta el nacionalismo como una ideología socialmente compartida o una ideología colectiva que se encuentra vinculada con otros dos conceptos: Nación y Estado.
En lo que respecta al origen histórico del nacionalismo, el historiador británico Eric Hobsbawm (1917-2012), escribió:
“En efecto, el término nacionalismo se utilizó por primera vez en las postrimerías del siglo XIX para definir grupos de ideólogos de derecha, en Francia e Italia, a quienes gustaba agitar la bandera nacional contra los extranjeros, los liberales y los socialistas y que se mostraban partidarios de la expansión agresiva de su propio estado, rasgo que había de ser característico de esos movimientos”[3].
La base del nacionalismo, de acuerdo a Hobsbawm (y conectado con la primera definición dada) era la voluntad de las personas de identificarse emocionalmente con su nación, voluntad que, por lo demás, podía ser manipulada políticamente a medida que las masas eran también sometidas a un proceso de nacionalización. La causa nacional podía movilizar a millones de personas y tal apelación al nacionalismo no discriminaba en lo que respecta a las ideologías, ya que tanto la derecha conservadora como la izquierda sucumbieron al nacionalismo: “(…) era perfectamente posible ser, al mismo tiempo, un revolucionario marxista con conciencia de clase y un patriota irlandés, como James Connoly, que sería ejecutado en 1916 por encabezar la insurrección de Pascua en Dublín”[4]. Como señalé más arriba, la idea de Marx y Engels de que el proletariado carecía de patria no resultó ser compatible con la realidad.
Hobsbawm explica que los movimientos obreros junto a su idea de una “identificación de clases” se percataron de que tenían que competir contra otros movimientos que apelaban a la nación de cada trabajador, especialmente en aquellos territorios multinacionales como el Imperio de Austria-Hungría. Piénsese en el vasto imperio gobernado por la dinastía Romanov de Rusia que aglutinaba a rusos, polacos, letones, tátaros, armenios, etc. Así, el marxismo tuvo que volverse más pragmático frente a la cuestión de las nacionalismo y la posibilidad de utilizarlo para transitar hacia el socialismo. El académico catalán Miquel Caminal Badia (1952-2014) lo resume como sigue:
“El pragmatismo o, para ser más exactos, aquella interpretación de los movimientos nacionalistas en función de una visión táctica o estratégica subordinada al objetivo superior de la revolución socialista, está presente en todos los autores marxistas, incluido Lenin y Stalin. Sólo el austro marxismo y, en parte, Otto Bauer, intentaron elaborar una teoría marxista de la nación”[5].
Lenin también interpretó la Primera Guerra mundial en clave marxista, poniendo de relieve la clase por sobre la nación“. De acuerdo a Lenin, para un marxista las guerras eran sostenidas siempre por los capitalistas y se hallan siempre vinculadas a sus intereses de clase y a esta aseveración el líder bolchevique le daba un carácter de verdad absoluta. Sería el dictador Joseph Stalin en “El marxismo y la cuestión nacional” la que ejercería una fuerte influencia en las discusiones marxistas sobre el tema. En palabras del dictador:
“¿Qué es una nación? Una nación es, ante todo, una comunidad, una determinada comunidad de hombres. Esta comunidad no es de raza ni de tribu. La actual nación italiana fue constituida por romanos, germanos, etruscos, griegos, árabes, etc. La nación francesa fue formada por galos, romanos, bretones, germanos, etc. Y otro tanto cabe decir de los ingleses, alemanes, etc., cuyas naciones fueron formadas por gentes de razas y tribus diversas. Tenemos, pues, que una nación no es una comunidad racial o tribal, sino una comunidad de hombres históricamente formada. Por otro lado, es indudable que los grandes Estados de Ciro o de Alejandro no podían ser llamados naciones, aunque se habían formado en el transcurso de la historia y habían sido integrados por diversas razas y tribus. Esos Estados no eran naciones, sino conglomerados de grupos, accidentales y mal vinculados, que se disgregaban o se unían según los éxitos o derrotas de tal o cual conquistador. Tenemos, pues, que una nación no es un conglomerado accidental y efímero, sino una comunidad estable de hombres. Pero no toda comunidad estable constituye una nación. Austria y Rusia son también comunidades estables, y, sin embargo, nadie las llama naciones. ¿Qué es lo que distingue a una comunidad nacional de una comunidad estatal?”[6].
En resumen, Stalin destacaba una serie de elementos característicos de la nación:
-La nación no es un conglomerado artificial y efímero, sino que una comunidad estable de hombres.
-Uno de los rasgos característicos de la nación es la comunidad de idioma.
-La comunidad de territorio es un rasgo característico de la nación.
-La comunidad económica es un rasgo distintivo de la nación.
-La comunidad de psicología, reflejada en la comunidad de cultura.
constituye uno de los rasgos característicos de la nación. A partir de estos rasgos, el georgiano da una definición final:
“Nación es una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura”.
Para algunos, el marxismo representó el fracaso del cosmopolitismo de clase marxista, mientras que para otros, como Benedict Anderson, sólo resultó ser una anomalía incómoda y que tuvo como consecuencia el que no fuese confrontadacorrectamente.
El hecho es que el nacionalismo experimentó un auge en la segunda mitad del siglo XIX: unificación alemana y formación del Segundo Reich bajo Guillermo I, la unificación italiana, la formación del Partido Vasco, los escritos de Theodor Herzl que clamaban por la creación de un Estado independiente de Israel.
Regresemos al concepto. Tenemos que el nacionalismo es sin duda uno de los fenómenos más relevantes e interesantes de la historia moderna. Las personas están dispuestas a matar y a morir por esta creación denominada “nación” y el “interés nacional” se ha transformado en el interés que se encumbra por encima de todos los demás intereses. Nuestra generación es una que ya nació dentro del contexto de los Estado-nación de manera que nos resulta difícil pensar e imaginar un mundo en donde no existan las naciones y en donde uno no pueda identificarse con una. A partir de esto, la conclusión obvia resulta ser que el nacionalismo es un fenómeno histórico que tuvo un inicio en un período determinado de la historia humana, por lo que el nacionalismo es un constructo humano. En otras palabras hay que abandonar cualquier visión fijista o esencialista en relación al tema del nacionalismo.
El filólogo e historiador francés, Ernest Renan (1823-1892), en una conferencia sobre el nacionalismo pronunciada en la Sorbona (1882), señalaba que el nacionalismo era un resultado histórico producido por una serie de hechos que convergían en igual sentido. Para Renan la nación era un “alma” o “principio espiritual”. Añade Renan que la nación, al igual que el individuo, era la desembocadura de un largo pasado de esfuerzos, sacrificios y abnegaciones. En suma, para Renan, el nacionalismo, entendido como un principio espiritual, no puede ser reducido únicamente a la raza, a la afinidad religiosa, a la geografía (existencia de barreras naturales) o a la lengua. Otro aspecto relevante es el carácter histórico y no esencialista, en otras palabras, el carácter dinámico del concepto de nación. Por último cabe destacar que la nación es entendida por Renan como un consentimiento actual, el deseo y voluntad por parte de los individuos de vivir juntos en virtud de una historia común:
“Una nación es, pues, una gran solidaridad constituida por el sentimiento de los sacrificios que se han hecho y de los que aún se está dispuesto a hacer. Supone un pasado, pero se resume, sin embargo, en el presente por un hecho tangible: el consentimiento, el deseo claramente expresado de continuar la vida común. La existencia de una nación es (perdónenme esta metáfora) un plebiscito de todos los días, como la existencia del individuo es una afirmación perpetua de vida”[7].
Lo notable de esta construcción es su capacidad homogeneizadora, es decir, su capacidad de identificar a millones de individuos con la nación y, junto a esto, la adhesión de estos mismos al Estado se erige como el gran centro de poder que ejerce su dominio sobre la nación. El filósofo canadiense, Charles Taylor, realiza la siguiente observación:
“(…) me parece que un rasgo innegable de las modernas economías industriales de mercado, pensadas para el crecimiento e incorporadas como están en las políticas burocráticas, es el hecho de que impongan una especie de homogeneidad de lengua y cultura, y de que lo hagan tanto de forma deliberada – como sucede cuando actúan a través del sistema educativo – , como por efecto de su mismo modo de operar – como sucede cuando actúan a través de los medios de educación (…) Como consecuencia de esto, la anterior red de identidades, vinculada a la familia, al clan, a la localidad y a la procedencia, tiende a declinar, y adquieren una creciente importancia las nuevas identidades categoriales, que nos vinculan a una multitud de otros en el plano nacional o incluso global – haciéndolo, además, sobre la base de la confesión, la profesión o la ciudadanía”[8].
El Estado, añade el mismo autor, respalda, difunde y define una lengua y una cultura homogénea, de manera que no es el nacionalismo, como sentimiento, el que ha impuesto la homogeneidad, sino que la homogeneidad constituye un requisito del Estado moderno. Sobre esto, escribe Taylor:
“Esta homogeneización de la identidad y la lealtad que la moderna economía estatal ha de nutrir para atender a su supervivencia discurre paralela a la homogeneidad de la lengua y cultura cuyo fomento no puede evitar dicha economía. En ambos casos, las características que nos dividen, lo que nos separa en subgrupos y en públicos parciales, se desvanece, ya sea por completo, ya, al menos, en lo que hace a su importancia y relevancia”[9].
Ahora bien, el nacionalismo puede existir sin un estado debidamente constituido, es decir, el “sentimiento” nacionalista puede persistir en un grupo humano como fue el caso de los judíos y el sionismo, y en la actualidad, el caso de los kurdos. En cuanto a un Estado sin nación, existen quienes defienden la idea de que un Estado puede constituirse antes de que existiese un sólido sentido nacional, tal como lo expone Erich Hobsbawm a través de un parlamentario que se dirigía al primer pleno del Parlamento del nuevo reino de Italia: “hemos creado Italia, ahora hemos de crear italianos”. El hecho concreto es que el siglo XX ha sido el siglo del desarrollo y generalización del modelo de Estado-Nacional, en donde los Estados reclaman para sí una nación.
Un célebre estudio sobre el tema es el de Benedict Anderson (1936-2015), académico de la Universidad Cornell, bajo el título “Comunidades imaginadas”. Anderson define la nación como una “comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana”[10]. Examinemos brevemente los elementos presentes en esta definición y la explicación que da el autor de estos:
1-Comunidad: “Por último, se imagina como comunidad porque, independientemente de la desigualdad y la explotación que en efecto puedan prevalecer en cada caso, la nación se concibe siempre como un compañerismo profundo, horizontal. En última instancia, es esta fraternidad la que ha permitido, durante los dos últimos siglos, que tantos millones de personas maten y , sobre todo, estén dispuestos a morir por imaginaciones tan limitadas”[11].
2-Imaginada: Anderson utiliza este término para dar a entender que aun, en los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de la imagen de su comunión. Cabe añadir algunas palabras de Charles Taylor al respecto. De acuerdo al filósofo canadiense la modernidad ha traído consigo una revolución en nuestro imaginario social de manera que este nuevo “imaginario moderno” presenta dos características. La primera consiste en la transición desde sociedades jerárquicas o de rangos a sociedades horizontales de acceso directo. En las sociedades premodernas una persona pertenecía a la sociedad mediante un expediente que certificaba que esa persona pertenecía a alguno de sus componentes (alto y bajo clero, nobleza de espada y nobleza de toga y, por último, ese heterogéneo grupo que componía el Tercer Estado).
En la sociedad moderna uno es simplemente un ciudadano, sin negar la existencia de organizaciones intermedias que coexiste en la esfera pública. El punto es que el concepto de ciudadanía es independiente de estas organizaciones intermedias, lo cual, claro está, no ha significado que nuestras sociedades carezcan de segmentaciones sociales, pero si ha habido un notable cambio respecto a la estructuración de la sociedad en siglos pasados. Una segunda característica del imaginario moderno es que se ha dejado de considerar que las entidades translocales mayores estén basadas en algo distinto o en algo “más elevado” que la acción común que se despliega en el tiempo secular. El tiempo y orden divino comienza a ser sustituido por un orden secular. Se crean nuevos calendarios y festividades no religiosas (liturgias cívicas), pero que sí toman elementos del ámbito religioso. En palabras de Taylor:
“El Nova Ordo seculorum, al igual que el nuevo calendario revolucionario francés, se halla fuertemente conectado a las creencias apocalípticas judeocristianas. El establecimiento de la constitución acaba viéndose investido con parte del vigor del período originario, una época dorada, repleta de actores pertenecientes a un orden superior y a la que incesantemente debemos tratar de volver a aproximarnos”[12].
3-Limitada: debido a que hasta la mayor de ellas cuenta con fronteras finitas, aunque elásticas, más allá de las cuales se encuentran otras naciones. En otras palabras, afirma Anderson, ninguna nación se imagina con las dimensiones de la humanidad.
4-Soberana: la comunidad se imagina soberana puesto que nació en la época en que la Ilustración y la revolución estaba socavando las bases del reino jerárquico dinástico justificado por el derecho divino. Las nuevas naciones que emergen sueñan con ser libres y la garantía de tal libertad es el Estado soberano.
Para Anderson el fenómeno del nacionalismo está vinculado con el surgimiento del capitalismo así como con las consecuencias del convulsionado siglo XV: la invención de la imprenta, el uso de las lenguas vernáculas en lugar del latín que sólo era manejado por una elite, la Reforma Protestante. En palabras del autor:
“Lo que, en un sentido positivo, hizo imaginables a las comunidades nuevas era una interacción semifortuita, pero explosiva, entre un sistema de producción y de relaciones productivas (el capitalismo), una tecnología de las comunicaciones (la imprenta) y la fatalidad de la diversidad lingüística humana”[13].
[1] Álvaro Fernández Bravo (comp.), La invención de la nación. Lecturas de la identidad desde Herder a Homi Bhabha (Buenos Aires: Ediciones Manantial, 2000), 92.
[2] Ernest Gellner, Naciones y nacionalismo (España: Alianza Editorial, 2001), 82.
[3] Erich Hobsbawm, La era del Imperio 1875-1914 (Argentina: Editorial Crítica, 1998), 152.
[4] Ibid., 153.
[5] Miquel Camina Badia (ed), Manual de Ciencia Política (España: Tecnos, 2015), 247.
[6] Joseph Stalin, El marxismo y la cuestión nacional, 1913 (fuente: https://www.marxists.org/espanol/stalin/1910s/vie1913.htm)
[7] Álvaro Fernández Bravo (comp.), La invención de la nación. Lecturas de la identidad desde Herder a Homi Bhabha, op. cit., 65.
[8] J. Glover, A. Margalit, R. McKim, C. Taylor y M. Walzer, op. cit., 55.
[9] Ibid., 68.
[10] Benedict Anderson, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo (México: FCE, 1993), 23
[11] Ibid., 25.
[12] Charles Taylor, op. cit., 63.
[13] Ibid., 70.