1/3-Reflexiones en torno al nacionalismo (por Jan Doxrud)

(I) Reflexiones en torno al nacionalismo (por Jan Doxrud)

El nacionalismo ha regresado. Para algunos este término es sinónimo de campanilismo, parroquialismo, falta de altura de miras, racismo y xenofobia, de manera que cualquier ser humano que se jacte de estar “a la altura de los tiempos”, abogará por trascender el nacionalismo y abrazar el cosmopolitismo, ya que sería la única alternativa si es que queremos evitar futuras guerras y cualquier clase de tensiones. Para el novelista español, Pio Baroja (1872-1956) el nacionalismo se curaba viajando. Para Arthur Schopenhauer (1788-1860) los nacionalistas eran unos imbéciles miserables que, a falta de otra cosa de la cual enorgullecerse, se refugiaban en el nacionalismo

Durante el siglo XIX se pensó que el libre mercado tendería a erosionar el nacionalismo económico (mercantilismo) para transitar hacia un cosmopolitismo de mercado. La misma opinión tenían tanto Karl Marx como Friedrich Engels. Si bien las relaciones comerciales tienden a relajar las tensiones entre naciones (por ejemplo, el German Zollverein o unión aduanera en el siglo XIX o la actual Unión Europea) sería ingenuo pensar que el nacionalismo sería triturado por la macro y la microeconomía. Como explica el académico de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Avishai Margalit, al nacionalismo fue infravalorado como fenómeno crucial del siglo XX (y XXI):

Los profetas del siglo XIX, afirma Isaiah Berlin, previeron muchas de las principales tendencias del siglo XX: Burckhardt previó la importancia del complejo industrial-militar, Weber el crecimiento de la burocracia, Bakunin las revoluciones en los países del Tercer Mundo, Durkheim la anomia de la sociedad industrializada, Tocqueville el conformismo de las sociedades igualitarias y Marx el acelerado ritmo de cambio tecnológico y la concentración de los medios de producción en manos de pocos. Y sin embargo, nadie preció la central importancia del nacionalismo en la vida del siglo XX[1].

Europa en 1864: arriba se peude leer "Los Estados desunidos de Europa"

Europa en 1864: arriba se peude leer "Los Estados desunidos de Europa"

Cabe aclarar de entrada que nacionalismo suele ser distinguido del patriotismo (patria: relativo al padre o a los antepasados). Por lo general, el primero tendría una carga negativa mientras que el segundo no. El patriotismo, a diferencia del nacionalismo, no se fundamenta en el Estado sino en el amor a una cultura y a unas tradiciones que un conjunto de personas tienen en común. Por otro lado, el nacionalismo vendría a ser la glorificación del Estado Nacional centralizado. Charles de Gaulle (1890-1970) señalaba que en el nacionalismo predominaba el odio por los demás pueblos, mientras que en el patriotismo lo primero que prevalecía era el amor al propio pueblo. Por el contrario, para León Trotsky el patriotismo era simplemente un instrumento ideológico de dominación (envenenamiento) de la burguesía sobre los las clases oprimidas. Por su parte, Mario Vargas Llosa escribió:

“No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del "otro", siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver”[2].

Charles de Gaulle

Sea como fuere y, a pesar de que el nacionalismo viene en distintas intensidades, este concepto ha vuelto a la palestra. Hemos sido testigos de que, tras la crisis subprime de 2008 (la hostilidad en Europa contra los países “PIIGS” por despilfarrar su dinero), y tras la guerra en Siria y el consecuente  aumento de inmigrantes que entran a los países del sur de Europa rumbo a países como Alemania o Inglaterra, se ha encendido nuevamente la llama del nacionalismo.

Una parte importante de quienes estuvieron a favor del Brexit deseaban que su gobierno ejerciera un mayor control sobre las fronteras de Inglaterra para impedir, o al menos, controlar el flujo de inmigrantes. Hace unos años los europarlamentarios se burlaban de las palabras del líder del United Kingdom Independence Party (UKIP), Nigel Farage, por insinuar si quiera la posibilidad de un quiebre entre el Reino Unido y la Unión Europea, y ahora fue Farage quien, tras el éxito del Brexit, les preguntó a esos parlamentarios donde estaban esas sonrisas del pasado. En fin, pareciera que en este caso prevaleció lo que Lord Palmerston advirtió hace décadas atrás, esto es, que Gran Bretaña no tenía enemigos perpetuos y aliados eternos, ya que lo único eterno y perpetuo eran los intereses de Gran Bretaña.

En Francia Marine Le Pen, hija del ultraderechista Jean-Marie Le Pen, llama ahora a que sea Francia la que siga los pasos del Reino Unido. El Jefe de Gobierno de Hungría, Viktor Orbán decidió convocar un referéndum para saber si la población está de acuerdo con que la Comisión Europea autorice el asentamiento de ciudadanos no húngaros en su territorio. La crisis económica en Grecia abrió paso a grupos nacionalistas y xenófobos como “Amanecer Dorado”, así como el grupo antieuropeísta y nacionalista “Griegos Independientes”. Hace unos días los mandatarios europeos celebraron la tercera cumbre de los Balcanes con el objetivo de abordar el tema de los refugiados dado el malestar e inestabilidad que predomina en aquella península que se ha transformado en uno de los principales espacios de tránsito de los inmigrantes. ¿Será sostenible en el tiempo la Unión Europea frente las fuerzas desintegradoras del nacionalismo? Conviene citar las palabras de Margalit sobre un tema interesante que es el de la economía de libre mercado internacional como amenaza al nacionalismo:

La mayor amenaza para el nacionalismo (…) no es la del comercio internacional, que implica la transferencia de bienes y dinero, sino la de la economía internacional, que implica un ilimitado trasvase de trabajadores. Una migración de trabajadores que circule de un Estado a otro y venga únicamente determinada por las necesidades del mercado es capaz de cambiar el carácter nacional de los Estados-nación, convirtiéndolos en sociedades inmigrantes, en las que la mentalidad de la población varía constantemente en función de esas necesidades”[3].

En la Unión Europea elAcuerdo de Schengen, firmado en 1985 en Luxemburgo, permitió la creación un espacio que, gradualmente, ha suprimido las fronteras interiores, lo cual permite la libre circulación de las personas residentes en los países signatarios. Ahora bien, tras la crisis de los refugiados provenientes de Medio Oriente, el espacio Schengen está siendo puesto en tela de juicio, principalmente por aquellos países europeos receptores de los refugiados (tras los asesinatos en el Bataclan en Francia, se suspendió temporalmente el libre tránsito por sus fronteras). Algunos países europeos no están dispuestos a que sus países se transformen en las “sociedades inmigrantes” de las que habla Margalit.

En Estados Unidos tenemos el “fenómeno Trump” que comenzó como una suerte de humorada temporal por parte de un controvertido millonario, pero ahora tenemos que Trump será el candidato que competirá contra el Partido Demócrata. Trump también ha venido armado de una verborrea xenófoba y nacionalista: Make America Great Again” (aunque no sabemos a qué se refiere específicamente con “again”). Trump también se muestra contrario a que Estados Unidos se convierta en una “sociedad inmigrante”, en este caso, prohibir la entrada de inmigrantes ilegales desde México. El tema que trae a la palestra Trump no es nuevo. Como explica el académico e investigador en L'Università degli Studi di Napoli L'Orientale, Miguel Mellino, si bien la caída del muro de Berlin dejó a Estados Unidos sin un rival ideológico, por otro lado alimentó en parte de la opinión pública e intelectual el temor por la balcanización o fragmentación de Estados Unidos fruto de la inmigración. Mellino cita 3 trabajos con sugerentes títulos: The Disuniting of America. Reflections on a Multicultural Society de Arthur Schlesinger Jr. (1991), Alien Nation: Common Sernse about America´s Immigration Disaster de Peter Brimelow (1995) y el “Choque de Civilizaciones” de Samuel Huntington. Estos autores tienen, entre otras cosas, un blanco en común: la reforma del National Immigration and Nationality Act en 1965. Al respecto escribe Mellino:

Según estos tres autores, se ha revelado que los efectos de esta ley han sido devastadores para el país: alimentando el arribo de flujos migratorios provenientes casi exclusivamente del Tercer Mundo, considerados completamente distantes de la cultura euroamericana de lengua inglesa dominante, no se ha logrado más que debilitar y poner en riesgo tanto la unidad nacional como el papel hegemónico de los Estados Unidos en el mundo (…) Con argumentos diferentes sus ensayos sostienen al unísono que la inmigraciónasiática, latina y caribeña más reciente parece más inclinada a identificarse con comunidades étnicas y raciales particulares antes que asimilarse a la cultura del país de arribo[4].

Así, al igual que Trump, parte de la ciudadanía y de la intelectualidad estadounidense percibe que a Estados Unidos no llegan los más capaces, calificados y talentosos. De acuerdo a Trump, México “envía” lo peor de su población, gente con problemas, gente que trafica drogas y violadores. A esto hay que añadir el hecho de que estos grupos no se asimilen a las costumbres del país anfitrión, lo que dentro de los estudios poscoloniales se conoce como “nacionalismos diaspóricos”. ¿Pero es que acaso existe algo así como una “identidad estadounidense”? En un libro posterior, Samuel Huntington afirma que tal identidad de hecho sí existe:

“El Credo americano que formulara que formulara inicialmente Thomas Jefferson, y que después desarrollaron otros muchos, está ampliamente considerado como el elemento definitorio crucial de la identidad estadounidense. Dicho Credo, sin embargo, fue el producto de la cultura angloprotestante característica de los colonos fundadores de Estados Unidos en los siglos XVII y XVIII. Los elementos claves de dicha cultura son: la lengua inglesa; el cristianismo; la convicción religiosa; los conceptos ingleses del imperio de la ley;, la responsabilidad de los gobernantes y los derechos de los individuos, y los valores de los protestantes disidentes (el individualismo, la ética del trabajo y la creencia en que los seres humanos tienen la capacidad y la obligación de crear un paraíso en la tierra (…) a lo largo de la historia, millones de inmigrantes fueron atraídos a Estados Unidos por dicha cultura y por las oportunidades económicas que esta contribuyó a hacer posible[5].

Huntington añade que a finales del siglo XX Estados Unidos la “sustancia de la cultura” y el Credo estadounidense han tenido que enfrentar una nueva oleada de inmigrantes provenientes de América Latina y Asia, sumado a la popularidad y difusión, por parte de los intelectuales, a la promoción de los ideales del multiculturalismo y la diversidad, y a la difusión del español como segunda lengua y la tendencia a la hispanización en la sociedad estadounidense. En respuesta a tales desafíos, Huntington señala que la identidad de Estados Unidos podría evolucionar siguiendo las direcciones mencionadas a continuación:

1) Un Estados Unidos desprovisto de su núcleo histórico y unido exclusivamente por su compromiso común con los compromisos del Credo americano.

2) Un Estados Unidos bifurcado, con dos idiomas: angloparlante e hispánica.

3) Un Estados Unidos exclusivista, que se fundamente en la raza y la etnia, y que excluya o subordine a aquellos que no sean blancos y europeos.

4) Un Estados Unidos revitalizado que reafirma su cultura angloparlante histórica, sus convicciones históricas y tradiciones.

5) Una combinación de lo anteriormente señalado.

A futuro, Huntington señala que Estados Unidos puede optar por tres opciones en su relación con el mundo. En primer lugar está el cosmopolitismo, en virtud del cual el país recuperaría las tendencias que prevalecían con anterioridad a los atentados del 11 de septiembre de 2001, es decir, Estados Unidos debe abrir sus fronteras y alentar las identidades subnacionales de carácter étnico, racial y cultural. En otras palabras, Estados Unidos, en virtud de su aspiración cosmopolita, debe ser multicutural, multiétnico y multiracial. La segunda opción es el imperialismo donde ya no es el mundo el que rehace a Estados Unidos sino que es Estados Unidos el que rehace al mundo, ideal al cual se adscribe los denominados neoconservadores y su “Proyecto para el Nuevo Siglo Americano. La tercera opción, que recomienda Huntington, debe apuntar a la preservación y acentuación de aquellas cualidades que han definido a la nación estadounidense. Junto al nacionalismo, Huntington también destaca el papel de la religión, rasgo distintivo que distingue a este país de las demás sociedades occidentales. Esta religiosidad ha, por lo demás, configurado el nacionalismo en Estados Unidos. Huntington incluso señala que los países más religiosos son a su vez los países más nacionalistas.

En Rusia, Vladimir Putin no se queda atrás en sus ambiciones de hacer de Rusia un país respetado por la comunidad internacional. En un discurso de agosto de 1999 Putin fue claro al señalar que la integridad territorial de Rusia no estaba sujeta a negociación y quesería duro con cualquiera que violase la soberanía rusa con todas las vías legales de las que disponemos. Añadía Putin que Rusia se había caracterizado a lo largo de los siglos por ser sido una gran potencia y que continuaría siéndolo. Rusia siempre había tenido y continuaría teniendo legítimas áreas de interés fuera, tanto en los países de la ex Unión Soviética como más allá, de manera que su país no bajaría la guardia a ese asunto.

En un discurso pronunciado en el año 2005, Putin señaló que el desplome de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) había sido la catástrofe geopolítica más grande del siglo y verdadero drama para el pueblo ruso. Ahora bien, Putin no desea volver a aquellos “años gloriosos” del comunismo, pero si existe una cierta nostalgia del respeto que inspiraba la URSS. En el año 2016 Putin critico, nada más y nada menos, que al mismo Lenin de causar la caída de la URSS, principalmente por la creación del sistema de autonomías nacionales (Georgia, Azerbaiyán, Tayikistán y Uzbekistán) que fueron una bomba de tiempo que explotaría en algún momento.

Perotenemos, por otro lado, Putin es criticado por círculos ultranacionalistas al interior de Rusia quienes lo acusan de ser un mero títeres de las grandes corporaciones como por ejemplo, los hermanos Arkady y Boris Rottenberg. También ha tenido que enfrentar las protestas por parte de nacionalistas rusos (y cristianos ortodoxos) quienes rechazan de plano la inmigración masiva y entonaban frases tales como: “Rusia para los rusos, Moscú para los moscovitas”.

Al parecer, En Europa y en Rusia, ese elástico que denominamos tolerancia ha llegado a su máxima extensión y amenaza con romperse. El inmigrante es visto como alguien ajeno, raro, foráneo y extraño que amenaza con desintegrar a aquellas naciones que los reciben. El extranjero, como señala Giovanni Sartori, nos resulta extraño porque habla una lengua distinta, posee costumbres diferentes, porque practican una religión diferente y porque pertenece a una etnia diferente. Recordemos las palabras del ex – técnico del Milan y la “Azurri”, Arricgo Sacchi, quien afirmó que habían demasiados negros en los equipos de formación de su país. Puede que este sea un caso aislado, pero en Europa existe una parte de la población que defiende implícita o explícitamente que existe una “esencia europea” (así como para Sacchi existe una esencia italiana en virtud de la cual los “negros” no serían fieles representantes), es decir, una serie de características que le son propias y que la diferencia el resto de las civilizaciones: la herencia griega, romana, germánica y cristiana. Por ejemplo, el Vaticano se ha mostrado contrario a la idea de que Turquía ingrese a la Unión Europea, particularmente Joseph Ratzinger, ya que tal país carecía de raíces cristianas. Pero en relación a este tema nos estamos alejando del tema del nacionalismo y entrando en el terreno religioso (que igualmente se encuentra relacionado con el primero).

De acuerdo a lo anterior un tema candente dentro de Europa es el de la integración, ya que el mero hecho de otorgar ciudadanía no es algo suficiente, ya que algunos inmigrantes simplemente no se integran a la sociedad que los ha recibido y este multiculturalismo es percibido como algo problemático por los europeos. De acuerdo a Sartori la versión multiculturalista que ha llegado a predominar es multiculturalismo anti-pluralista. El pluralismo, explica el cientista político italiano, aprecia la diversidad y principalmente la tolerancia. Otro punto es que, por un lado, si bien el pluralismo implica distinciones y separaciones, por otro lado, no se abandona pasivamente a la heterogeneidad y renuncia a las tendencias comunitarias, por lo que el pluralismo implica un grado de asimilación necesario para crear mayor integración. Señalé más arriba que para Sartori, la versión multiculturalista predominante no era la pluralista, sino que una antipluralista cuyos orígenes se pueden encontrar en los marxistas de antaño y los neomarxistas que han penetrados en los colleges y universidades, por medio de una serie de autores pertenecientes a los llamados “estudios culturales” quienes sustituyen la antigua lucha de clase entre proletarios y capitalistas, por la lucha cultural anti-establishment.

La tolerancia es un valor dentro de una sociedad, pero la tolerancia no es infinitamente elástica, ya que no podemos tolerar a los intolerantes. Como afirma Sartori, la tolerancia no puede ser confundida con indiferencia y con el relativismo moral (por ejemplo, yo tolero que en Pakistán se cometan los tristemente célebres “asesinatos por honor” contra las mujeres). En palabras de Sartori:

“(…) el grado de elasticidad de la tolerancia se puede establecer con tres criterios. El primero es que siempre debemos proporcionar razones de aquellos intolerable (y, por tanto, la tolerancia prohíbe el dogmatismo). El segundo criterio implica el harm principle, el principio de no hacer el mal, de no dañar. Es decir, que no estamos obligado a tolerar comportamientos que nos inflingen daño o perjuicio. Y el tercer criterio es obviamente la reciprocidad: al ser tolerantes con los demás esperamos, a nuestra vez, ser tolerados por ellos[6].

En suma, el pluralismo supone tolerancia, es decir, respeta valores ajenos, de manera que un pluralismo intolerante es un falso pluralismo, pero un pluralismo con una tolerancia sin límites puede terminar por destruir al pluralismo. Sobre este tema, escribió el filósofo estadounidense, John Rawls (1921-2002):

“La justicia no requiere que los hombres permanezcan ociosos mientras otros destruyen las bases de su existencia, ya que nunca sería beneficioso para los hombres, desde de un punto de vista general, eliminar el derecho a la propia conservación”[7].

John Rawls abordó en su “Teoría de la Justicia” el tema de la intolerancia de los intolerantes. ¿Tenemos que tolerar aquellos grupos que muestran intolerancia hacia aquellos que no comparten su visión de mundo? En caso de no tolerar a estos grupos intolerantes, ¿tienen estos últimos el derecho a quejarse? ¿En qué circunstancias tenemos el derecho a no tolerar a los grupos intolerantes? Por su parte, el filósofo austriaco, Karl Popper (1902-1994), señalaba que la tolerancia ilimitada podría conducir a la desaparición de la tolerancia, puesto que si extendemos la tolerancia ilimitada a aquellos que son intolerantes y si, por lo demás, no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante, el resultado sería la destrucción de los tolerantes y de la tolerancia. Pluralismo, tolerancia e integración constituyen aún una tríada difícil de armonizar.

¿Y que hay de nuestra América Latina?  Hemos sido testigos del nacionalismo populista y mesiánico de Hugo Chávez y, ahora, el nacionalismo delirante, paranoico y fatalista de Nicolás Maduro. Ni siquiera el indigenismo de Evo Morales ha escapado al nacionalismo y la idea de un Estado Plurinacional ha sido, más bien, una construcción discursiva que en la práctica no se ha materializado, ya que el gobierno continúa con el modelo de explotación extractivista que ha dañado a ecosistemas protegidos. Tampoco se ha consultado la opinión de la población Guaraní en lo que respecta a la exploración de su territorio con el fin de llevar a cabo la explotación de petróleo, así al menos lo señaló su representante, Celso Padilla. Para qué hablar de la política exterior de Morales. El mismo Morales exigió a las Fuerzas Armadas, en el mes de abril de 2016, una doctrina nacionalista y "antiimperialista" para defender los recursos naturales de su país[8].

Comencé señalando que el nacionalismo ha regresado, pero cabe añadir una pregunta ¿alguna vez se fue? ¿Acaso no estaba solamente atenuado o en un estado de somnolencia temporal? ¿Acaso la Unión Europea creyó que podía sustituir las distintas naciones por un concepto como el de “Europa”? ¿Acaso pensaron los ideólogos de la Unión Europea que podrían crear un nuevo “Homo Europeo” que sustituyera al “homo” alemán, francés, inglés, holandés, belga, español, etc? Los ideólogos del comunismo ruso también intentaron crear un ficticio “nuevo hombre soviético”, ese hombre del futuro en el que pensaba un ingenuo León Trotsky, caracterizado por encumbrarse hasta un plano superior y por ser de un tipo biológico-social superior.

Sabemos que el “homo sovieticus” sólo fue un delirio más de los ideólogos comunistas y que el internacionalismo de Marx resultó ser un fracaso. Marx y Engels habían aclamado que los trabajadores no tienen patria, de manera que el sentido de pertenencia a una clase era más fuerte y profundo que el sentido de pertenencia a una nación. Como es de costumbre, la realidad desmintió a la teoría y cuando estalló la Primera Guerra Mundial, los obreros fueron a luchar por sus respectivos países y la solidaridad de clases quedó sepultado bajo el nacionalismo. Cuando la Rusia de Stalin fue atacada por su ex-aliado, Adolf Hitler, el dictador ruso no apeló a la figura del proletariado para animar a las masas a defender la nación, sino que apeló a la madre Rusia.

En suma, los experimentos consistentes en querer imponer una fuerza homogeneizadora que intente absorber a las naciones están destinada al fracaso, al menos por el momento. Y si aún no somos capaces de superar el nacionalismo (si consideramos a este como algo negativo) menos aún podremos llegar al ideal del “cosmopolitismo” de los antiguos epicúreos y estoicos, esto es, el poder desarrollar un sentido de pertenencia que trascienda al pueblo, la cultura, la etnia y la nación, para identificarse a uno mismo como ciudadano del “mundo” (y por qué no, del “universo”). Pero tal nivel de desapego estaba reservado, de acuerdo a los epicúreos, a los sabios, para aquellos que habían trascendido todas las convenciones humanas y que ha desarrollado una radical libertad interior. Autores contemporáneos como el catedrático de ética en la universidad de Barcelona, Norbert Bilbeny, han reflexionado nuevamente sobre este concepto de cosmopolitismo.

Al respecto escribe el autor:

El cosmopolita no es un viajero cualquiera. Cada vez hay más viajeros, pero pocos son cosmopolitas. Al llegar a su destino, el viajante profesional o el turista visitará monumentos, museos, centros comerciales y puede que algún buen restaurante. Son los centro de interés que ha repasado en su guía y se le recuerda en el hotel. Sin duda, son de interés. El cosmopolita tiene sus propias preferencias. Además de visitar un teatro o una catedral, le gustará ir, por ejemplo, a un mercado, para saber de las costumbres del lugar; a las librerías de viejo, para familiarizarse con su cultura; a un barrio de inmigrantes, para hacerse una idea más completa del medio social; o incluso a un cementerio, si quiere conocer el pasado de la ciudad. Y, por descontado, el cosmopolita, a diferencia de otros viajeros, hará lo posible por conocer en directo, conviviendo con ella, a la gente que habita el lugar que visita (…) Cosmopolita es quien se encuentra bien en la diversidad y la novedad no le incomoda. En cambio, el patriota sólo se siente bien en lo conocido e igual. Son dos formas de sentir, pero sobre todo de pensar. Sin que correspondan, por ello, a dos respectivas ideologías: hay cosmopolitas conservadores y patriotas de izquierda”[9].

Pareciera entonces, pues, que la humanidad está lejos de llegar a tal ideal, ya que el día que el nacionalismo desaparezca y que las personas ya no se sientan intensamente identificadas con sus respectivas naciones entonces, junto al nacionalismo, desaparecerán también los mundiales de football, de manera que su postura frente al nacionalismo puede depender de un detalles tan absurdo como el anterior. Pero no seamos drásticos y digamos que las competencias deportivas internacionales, más que representar y canalizar los aspectos negativos del nacionalismo, representa más bien lo mejor del “patriotismo” (sinos atenemos a la diferencia mencionada al comienzo).


[1] J. Glover, A. Margalit, R. McKim, C. Taylor y M. Walzer, Naciones, identidad y conflicto. Una reflexión sobre los imaginarios de los nacionalismo (España: Gedisa, 2014), 93.

[2] Mario Vargas Losa, Elogio de la lectura y la ficción, El País, 8 de diciembre de 2010 (http://elpais.com/diario/2010/12/08/cultura/1291762802_850215.html)

[3] J. Glover, A. Margalit, R. McKim, C. Taylor y M. Walzer, op. cit., 95.

[4] Miguel Mellino, La crítica poscolonial. Descolonización, capitalismo y cosmopolitismo en los estudios poscoloniales (Buenos Aires: Ediciones Paidós, 2008), 156.

[5] Samuel P. Huntington, ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense (Buenos Aires: Editorial Paidós, 2004), 20.

[6] Giovanni Sartori, La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros (Madrid: Taurus, 2001) 42-43.

[7] John Rawls, Teoria de la Justicia (México: FCE, 2010), 207.

[8] El Mundo: Bolivia: Evo Morales exigió a las Fuerzas Armadas una doctrina nacionalista (http://www.lanueva.com/el-mundo/861272/bolivia--evo-morales-exigio-a-las-fuerzas-armadas-una-doctrina-nacionalista.html)

[9] Norbert Bilbeny, La identidad cosmopolita. Los límites del patriotismo en la era global (España: Editorial Kairós, 2007), 9.