Patricio Aylwin: “Allende y la vía chilena al socialismo” (por Jan Doxrud)
En el presente artículo abordaré la visión del ex presidente de Chile (1990—1994) Patricio Aylwin (1918-2016) sobre la Unidad Popular y el programa ideológico que pretendió implementar en nuestro país. Por ende, me limitaré a examinar solamente el capítulo III de su escrito póstumo titulado “La experiencia política de la Unidad Popular (1970-1973)” publicado en el mes de julio del año 2023. Al final del artículo el lector podrá encontrar los links de mis otros artículos en donde abordo la figura de Salvador Allende y el gobierno de la Unidad Popular.
Entremos en materia. El tema medular de este artículo se pueden resumir en dos preguntas que realiza Aylwin, siendo la primera sobre el proyecto ideológico de la Unidad Popular:
“¿Podría llevarse a cabo sin quebrar las reglas del juego de la democracia política, tal como durante la campaña se había prometido?”.
La segunda pregunta se refiere al lenguaje moderado utilizado por Allende en donde presentaba una nueva forma de socialismo, democrático y pluralista. Al respecto se pregunta Aylwin:
“Hasta dónde estos conceptos respondían a una convicción profunda del presidente Allende o eran un mero ropaje para tranquilizar a los sectores democráticos del país y proyectar una imagen favorable ante la opinión pública?”.
La sentencia final de Aylwin es que, en primer lugar, existía una evidente falta de unión dentro de la Unidad Popular en lo que respecta a cómo implementar – la táctica – el proyecto que haría transitar a Chile a un sistema socialista. Así, para Aylwin existía una “congénita ambigüedad” en la denominada “vía chilena al socialismo”. Por un lado se tiene a un presidente Allende hablando de un tránsito al socialismo respetando las instituciones, la democracia y el pluralismo pero, por otro, estaban lo partidos miembros de la UP que “hablaban un lenguaje radicalmente distinto”. Más adelante el autor hace referencia a los dos principales partidos de la UP: el Partido Socialista y el Partido Comunista:
“(…) se proclamaban marxistas-leninistas y postulaban, por lo tanto, la dictadura del proletariado; que nunca ocultaron su desprecio por las instituciones y procedimiento de la democracia representativa, a la que calificaban de formal; que la legalidad burguesa era para ellos un estorbo; y que el primero de esos partidos postulaba el camino de la violencia para instaurar el socialismo”.
Examinemos con mayor detención en que se fundamenta Aylwin para llegar a estas conclusiones. Aylwin explica que en aquella época tenían buenas razones para pensar en la sinceridad de las palabras del – aquel entonces – senado Allende. Después de todo, no era un recién llegado a la política y contaba con una dilatada trayectoria y líder ponderado de una izquierda que había abrazado la revolución y el marxismo-leninismo como doctrina filosófica. Ahora bien, Allende tuvo diferencias con su sector, por ejemplo, cuando la Unión Soviética invadió y aplastó el intento de Checoslovaquia de transitar hacia un socialismo más democrático en 1968 (a diferencia del PC que lo aplaudió). En suma, y como afirma Aylwin, Allende “había mantenido una conducta de invariable lealtad democrática y de fiel observancia a las formas y hábitos de la lucha parlamentaria”.
Pero añade el autor que, por otro lado, había motivos para desconfiar de Allende debido a su ambigüedad. Ejemplo de lo anterior fue su “entusiasta identificación” con Fidel Castro así como su activa participación en la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). Esta organización, fundada en Cuba en 1967, siendo su primer objetivo de la revolución popular “la toma del poder mediante la destrucción del aparato burocrático-militar del Estado y su reemplazo y su reemplazo por el pueblo armado para cambiar el régimen socioeconómico existente”. En la misma declaración general de la Conferencia de las OLAS se señalaba que tal objetivo sólo era alcanzable mediante la lucha armada.
Otro hecho que cita Aylwin es la conocida conversación entre Allende y el intelectual y guevarista francés Regis Debray (1971). Este último hacía ver a Allende que la clase obrera quedaría de manos atadas bajo el sistema jurídico burgués y el estatuto de garantías constitucionales impuesto por la DC. Frente a esto, Allende declaró que se trataba de una “necesidad táctica” puesto que “en ese momento lo importante era tomar el gobierno”. No bastando con esto, Debray preguntó a Allende quién estaba tomando el pelo a quien: la burguesía o el proletariado. Allende responde que era el proletariado (el que le está tomando el pelo a la burguesía) cuya expresión política la constituían el PC y el PS.
Esto nos lleva al otro tema que aborda Aylwin en el capítulo III: la posición de los partidos que integraban la UP. Como bien nos recuerda el autor, el pacto de la UP había puesto especial énfasis en el hecho de que su gobierno “no era el de un hombre” sino que del pueblo y que “su acción sería coordinada por comités políticos integrados por todos los partidos y movimientos de la Unidad Popular (…)”.
Lo anterior se traducía en que Allende no gozaba de un real liderazgo dentro de su coalición y, más bien, fue un ejecutor lo que lo privó de tener un margen de acción, puesto que su actuar estaba subordinado a la deliberación de los partidos. Aquí Aylwin se refiere al Partido Socialista que, desde 1955, venía insistiendo en la estrategia del “Frente de Trabajadores” en virtud del cual solo debían hacerse alianzas con partidos y movimientos que representaran a la clase obrera. Tal retórica y el protagonismo de la violencia se dejaron ver en sus congresos (década de 1960) en Concepción, Linares y el más conocido: el de Chillán (1967). En este último se establece explícitamente que la violencia revolucionaria era inevitable y legítima para los explotados.
En aquella misma el célebre dirigente Clodomiro Almeyda (1923-1997) declaraba en esa misma década que en Chile emergería la violencia revolucionaria y que, probablemente tomaría la forma de una guerra civil, producto del proceso político vigente. Incluso aventuraba un escenario similar al de la guerra civil española. Otro personaje del PS que abrazo la violencia fue Carlos Altamirano (1922-2019) quien, declaro a finales de 1970 en Cuba que Chile no sería una excepción a los procesos revolucionarios precedentes, puesto que la burguesía no entregaría 2en forma gratuita sus riquezas y el poder del cual ha gozado en forma más que centenaria”. En el Congreso en La Serena (1971) Aylwin destaca que se escogieron como máximos dirigentes a dos personeros del sector extremista: el ya mencionado Altamirano y Adonis Sepúlveda. En suma, el propio partido de Allende remaba a contracorriente de las palabras de su presidente.
En lo que respecta al PC, Aylwin destaca su organización y disciplina, y el hecho de ser el artífice de la estrategia de la UP, que era contraria a la estrategia más sectaria de los socialistas del “Frente de Trabajadoras”. También eran más realistas en el sentido de que tomaron distancia de los sectores de ultraizquierda que deseaban llevar a cabo la revolución violenta son mayor demora. Aylwin cita el libro “Nuestra vía revolucionaria” (1964) del secretario general, Luis Corvalán (1916-2010), en cual establecía que tanto la vía violenta como la pacífica eran democráticas y que la segunda no se identificaba con los “causes legales o constitucionales”.
Por su parte, Sergio Ramos, miembro del comité central del PC, declaró en 1971 que el desarrollo del proceso revolucionario en Chile dependía completamente de la conquista de todo el poder por el proletariado y sus aliados. Más interesante resulta ser su aclaración sobre qué significaba “conquista el poder político”. De acuerdo con Ramos esta pasaba por la destrucción del ejército permanente y la policía, y por “la capacidad incontrarrestada de violencia organizada y sistemática de una clase sobre otra (…)”. Así Sepúlveda descartaba completamente que Chile fuese una excepción a los demás procesos revolucionarios, puesto que afirmaba que la transición hacia el socialismo necesitaba pasar por la dictadura del proletariado.
Incluso Antonio Viera-Gallo, miembro del Movimiento de Acción Popular Unitaria o MAPU, menos gravitante que el PC y el PS dentro de la UP, se adhería a esta idea. Aylwin cita las palabras del aquel entonces Subsecretario de Justicia (1970-1972), quien daba a entender que el “segundo camino” hacia el socialismo en Chile no excluía la dictadura del proletariado. Añadía Viera-Gallo: “El socialismo supone un largo camino de transición caracterizado políticamente por la dictadura del proletariado. Y ningún camino que hacia él conduzca puede evadir el punto”.
La realidad era que ni siquiera existía un acuerdo dentro de la UP sobre el carácter de la revolución, algo que reconocía el mismo Luis Corvalán. Aylwin trae a la palestra a tres personajes que reflejan este estado de cosas. El primero es el abogado y periodista socialista Óscar Waiss (1912-1994) declaró en 1975 en la Revista Política Internacional que los objetivos políticos fueron diferentes para los diversos sectores que integraban la UP. Si bien había acuerdo en el rol protagóncio del proletariado en el proceso revolucionario, ni siquiera entre el PC y el PS existía acuerdo sobre la táctica y ritmo de éste.
El segundo personaje que cita el autor es el sacerdote y secretario general de la sección chilena del movimiento Cristianos por el Socialismo: Gonzalo Arroyo (1925-2012). En su libro, Golpe de Estado en Chile (1974) explica que la experiencia chilena siempre osciló entre dos polos estratégicos. El primero era uno gradual que, por medio de cambios legales, establecería una democracia avanzada con un carácter antiimperialista, antimonopolista y antilatifundista. Pero tras esta fase “democrática” vendría la revolución socialista (una vez que se hubiese acumulado suficientes fuerzas). El otro polo consistía en una estrategia en virtud de la cual la revolución debía ser inmediatamente socialista “insertado en un único proceso revolucionario ininterrumpido (…)”.
Una tercera persona citada por Aylwin es el intelectual marxista brasilero Darcy Ribeiro (1922-1997) quien colaboró durante dos años con el presidente Allende. Ribeiro apuntaba a la ineptitud de la UP como el principal obstáculo para concretar la “vía chilena al socialismo”. ¿Por qué razón? Porque fue incapaz de explicitar a sus propios cuadros en consistía tal vía chilena, los requisitos indispensables para su éxito y cuál era el alcance de las reformas institucionales que esta demandaba. A esto añadía Ribeiro que el problema era tanto más grave “porque la izquierda llamada a poner en marcha esta vía fue formada ideológicamente según la doctrina del socialismo revolucionario y de la dictadura del proletariado, cuya estrategia y táctica era en ciertos casos opuesta a lo que debiera corresponder el camino evolutivo”.
Debido a todo lo anterior la DC negoció con Allende la entrega de sus votos en el Congreso pleno siempre y cuando se comprometiera a respetar el Estatuto de Garantías Constitucionales. En palabras de Aylwin la DC no estaba en “actitud resentida y obstruccionista” puesto que estuvo “dispuesta a facilitar el desempeño del nuevo gobierno en todo lo que no fuera incompatible con su lealtad democrática y su concepción del interés nacional”. Así, finalmente los 75 votos de la DC fueron a Allende lo que se tradujo en que se convirtiera en el presidente de Chile y que llegara al poder en Chile un conglomerado de partidos políticos que eran partidarios del marxismo-leninismo.
Artículos complementarios:
La política económica de Salvador Allende y la Unidad Popular (por Jan Doxrud)
Tomás Moulian: Salvador Allende y la izquierda chilena (por Jan Doxrud)