2/2-Algunas palabras sobre el concepto de Imperio (por Jan Doxrud)
Existe otro criterio para establecer la diferenciación entre imperialismo y colonialismo en donde el primero se reservaría solo a imperios continentales (como el austrohúngaro bajo los Habsburgo) y el segundo a los de ultramar como el inglés. Después de todo, y como apunta Kumar, cuando se habla del proceso de “descolonización” iniciado tras el final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) apunta solamente a las posesiones de ultramar y no a las posesiones de los imperios continentales en Europa.
Ahora bien, y como destaca Kumar, Moses Finley sostenía la idea de que el concepto de colonialismo debía reservarse a aquellos casos en donde la metrópolis establecía deliberadamente asentamientos de personas los cuales constituían verdaderas colonias “cuya existencia se basa en una relación de dependencia con el poder metropolitano”. Como señalan Burbank y Cooper, los romanos extendieron su dominio fundado colonias (al igual que otras potencias del Mediterráneo como Cartago). A esto añaden los autores:
“Los romanos recurrieron de vez en cuando a esta práctica imperial estableciendo colonias que tenían sus propios derechos de ciudadanía y sus propias funciones militares. En ellas la ciudadanía era intercambiable: los colonos llegados de Roma y otras ciudades latinas perdían los derechos de que gozaban en Roma para convertirse en ciudadanos de sus nuevas colonias”.
Finley era consciente del hecho de que imperialismo y colonialismo habían pasado a ser sinónimos y que propuesta de un uso técnico del significado de colonialismo, podía ser una empresa un tanto quijotesca. En virtud de lo anterior, para Finley la India no constituía una colonia británica aunque si era parte de este imperio. Al respecto, y siguiendo el enfoque de Finley, continúa explicando Kumar:
“En el contexto británico, este solo puede aplicarse a aquellos asentamientos en los que había un número considerable de colonos europeos o británicos, como es el caso de Norteamérica, Australia, Nueva Zelanda o Sudáfrica. Esto significa que muchas de esas partes del Imperio británico, incluidos numerosos territorios de África, Asia y el Pacífico, donde los europeos no se establecieron en gran número, no pueden considerarse colonias”.
Pasemos ahora a la cuestión del Imperio y los Estado-nación. Explica Kumar que es un error asociar el segundo con lo moderno y el primero con una era premoderna, y por ende uno sería cronológicamente anterior al otro (del Imperio al Estado-nación). En palabras de Kumar:
“Lo que es importante destacar, pues tenemos tendencia a ignorarlo, es que los imperios han formado parte del mundo moderno en la misma medida, y posiblemente más, que los estado-nación. No existió una era de los estado-nación que sucediera a una era del imperio; el nacionalismo no sucedió al imperialismo”
A diferencia de lo que pensaba Schumpeter ,de que el imperialismo era una suerte de vestigio de las monarquías, lo cierto es que los imperios han acompañado y eclipsado a los Estado-nación. Otro punto importante y que marcaría una diferencia entre ambos concepto es que, mientras el Estado-nación busca generar una cultura común y una sociedad basada en una igualdad ciudadana, el Imperio se caracterizaría por ser multiétnico, culturalmente heterogéneo y en donde se establecen relaciones jerárquicas entre las élites y las culturas locales.
Frente a esta imagen en donde Imperio y nación se oponen, Kumar presenta otra en donde ambos se consideran como “expresiones alternativas o complementarias del mismo fenómeno de poder. Los imperios pueden ser naciones a gran escala; las naciones, imperios con otro nombre”. Con esto se quiere dar a entender que ambos concepto se superponen y convergen. Por ejemplo, ambos son el resultado de la conquista y la colonización. Un ejemplo es la Francia de la Casa de los Capetos el cual construyó su identidad nacional mediante un proceso de conquista a partir de su base en Île de France.
Otros ejemplos son los de la unificación de Italia y Alemania (1871) el cual fue el resultado de la guerra y anexión de territorios por parte del Reino del Piamonte (caso italiano) y de Prusia (caso de Alemania). Así, la idea de nación un nacionalismo no iban de la mano necesariamente con el concepto de república, por lo que el movimiento nacionalista no constituía un bloque homogéneo desde el punto de vista político-ideológico.
También tenemos el caso de naciones imperiales como lo fue la Tercera República francesa en la segunda mitad del siglo XIX cuando se lanzó a la conquista de territorios de ultramar o el caso de una monarquía parlamentaria como fue el caso de Reino Unido. En suma: un imperio no necesita necesariamente tener un “emperador” a la cabeza. Así mismo Kumar se pregunta si las naciones puede ser consideradas como “mini imperios”, ¿podemos considerar a los imperios como naciones extensas? De acuerdo con el autor en los pueblos imperiales existía un sentido de identidad o una especie de “nacionalismo imperial”. Ahora bien, el autor es cauto puesto que es consciente de que hablar de nacionalismo antes del surgimiento de los Estado-nación sería un anacronismo, de manera que precisa qué quiere dar a entender con el concepto de “nacionalismo imperial”.
Con esto quiere dar a entender que, al igual que los nacionalistas, “los imperialistas creen que su imperio tiene algo especial o único, una misión o propósito en el mundo”. En virtud de esta autopercepción, los imperialistas se asemejan a los nacionalistas en cuanto a que tienen la sensación de una superioridad y estar en posesión de una “bondad inherente, como si fueran un pueblo elegido especialmente para llevar a cabo una tarea”. El sentido de misión es importante y se ve reflejado en esa idea de la “carga del hombre blanco” (poema de Rudyard Kipling), la misión de llevar la civilización a aquellos pueblos que aun vivían en un mundo premoderno y preilustrado.
El nacionalismo, al igual que el imperialismo, también demostró ser una ideología que buscaba el poder por medio de la expansión territorial, especialmente ese nacionalismo despojado del componente liberal. Esto no se debe a que el nacionalismo se vio preso de la “moda imperialista de la época” (como sostienen algunos autores), sino que al hecho de que el nacionalismo sería inherentemente nacionalista (de acuerdo con la visión de otros autores). Siguiendo esta postura comenta Kumar:
“Así, el imperialismo no sería tanto una perversión sino una extensión más o menos natural de un nacionalismo que aspira al poder; a su vez, la nación acaba por concebirse a imagen y semejanza del imperio, emblema tradicional del esplendor y expresión suprema del estatus de superpotencia”.
Más adelanta añade:
“Tal vez el imperialismo se presente como un nacionalismo hipertrofiado, pero se trata de un nacionalismo al fin y al cabo, pues expresa su lógica y su tendencia últimas”.
En nuestros días ya son parte del pasado los antiguos imperios continentales y de ultramar. Con la Primera Guerra Mundial (1914-1918) sucumbieron el Imperio austrohúngaro, el Segundo Reich, el Imperio turco y el Imperio ruso. Con el final de la Segunda Guerra Mundial comenzó el proceso de descolonización en África y Asia, y los imperios de ultramar comenzaron a desaparecer y el protagonismo lo tomaron las dos potencias ideológicas rivales: EE.UU y la URSS.
Así, se inició una nueva configuración geopolítica en donde a EEUU se le acusaba de ejercer una suerte de imperialismo y dominio por medios económicos y, la URSS, uno similar aunque también uno más agresivo de tipo territorial. En este último caso tenemos el caso de estados satélites de Europa del este que fueron invadidos por fuerzas del Pacto de Varsovia como fue el caso de Checoslovaquia en 1968. Los chinos, por su parte, también emprendieron un proceso de ocupación efectiva del territorio en donde sometieron y asesinaron a grupos étnicos como tibetanos y uigures.
En la actualidad igualmente el concepto de imperio sigue siendo utilizados. Así “imperio” e “imperialismo” han mutado y siguen presentes bajo otros ropajes. Por ejemplo, para ciertos sectores ideológicos es un hábito arraigado homologar el imperialismo con los Estados Unidos, tal como lo hacían los fallecidos Fidel Castro y Hugo Chávez, así como también Raúl Castro, Evo Morales, Nicolás Maduro o el fallecido Pero a esos mismos personajes no los escucharemos hablar del imperialismo chino o ruso, puesto que este concepto se encuentra ideológicamente contaminado por la tradición iniciada por Hobson y continuadas por teóricos marxistas-leninistas. De acuerdo con esta visión el imperialismo va del amano con el capitalismo, con EE.UU e incluso con la civilización Occidental (occidente imperial que carga con las culpas del pasado)
Otros intelectuales de izquierda como Michael Hardt y Antonio Negri planteaban hace décadas en su libro “Imperio” (2000) que dentro del contexto de la globalización, si bien la soberanía nacional no ha declinado como tal, sí ha cedido espacio “a una serie de organismos nacionales y supranacionales unidos bajo una única lógica de mando”. Y es esa nueva forma global de soberanía lo que los autores denomina con el nombre de Imperio. Continúan señalando que el concepto de “Imperio” difiere de imperialismo”, puesto que este último imperialismo fue una “extensión de la soberanía de los Estados-nación europeos más allá de sus fronteras”. Para entenderlo mejor, para Hardt y Negri, mientras el imperialismo y el poder imperialista son de carácter territorial y estatal, el poder del imperio es uno de tipo anónimo, deslocalizado y omniabarcante.
En palabras de los autores:
“El pasaje al Imperio emerge del ocaso de la moderna soberanía. En contraste con el imperialismo, el Imperio no establece centro territorial de poder, y no se basa en fronteras fijas o barreras. Es un aparato de mando descentrado y deterritorializado que incorpora progresivamente a todo el reino global dentro de sus fronteras abiertas y expansivas. El Imperio maneja identidades híbridas, jerarquías flexibles e intercambios plurales por medio de redes moduladoras de comando. Los diferentes colores del mapa imperialista del mundo se han unido y fundido en el arco iris imperial global”.
Así, tenemos que el Imperio es para estos autores un régimen sin límites temporales, que opera y se extiende “hacia abajo, a las profundidades del mundo social”. Junto con. Lo anterior Hardt y Negri añaden que el Imperio no se limita a manejar un territorio y una población, sino que también crea al mundo que habita, lo que se traduce en que “regula las interacciones humanas, sino que también busca, directamente, regir sobre la naturaleza humana”. Para los autores, el escenario geopolítico global se caracteriza por estar dominado por tres formas que hace siglos Polibio advirtió que se encontraban entremezcladas en Roma: monarquía, oligarquía y democracia.
Es justamente esta mixtura la que los autores extrapolan al mundo actual, en donde encontramos una “monarquía” representada por instituciones tales como la OTAN, el FMI y los Estados Unidos; una oligarquía encarnada, entre otros, por las grandes multinacionales: y una dimensión democrática representada por la ONU y organizaciones no gubernamentales. En un escrito posterior titulado “Empire, twenty years on”, Hardt y Negri escribieron:
“Hace veinte años, llamamos al orden emergente de hoy “Imperio” para indicar esta constitución mixta de gobernanza global. Este Imperio no es un estado global, ni crea una estructura de gobierno unificada y centralizada (…) En lugar de crear un espacio uniforme, el surgimiento del Imperio implica la proliferación de fronteras y jerarquías en todas las escalas geográficas, desde el espacio de una sola metrópolis hasta el de los grandes continentes”.
Como escribió Julio Crespo McLennan en la conclusión de su libro “Imperios”, el imperialismo no lo invento Europa ni desaparecerá con EE.UU y este concepto seguirá vigente en la medida en que existan “potencias con aspiraciones de crecimiento y ambiciones de expansión global”.
Artículos complementarios
(I) Reflexiones en torno al nacionalismo (por Jan Doxrud)
(II) Reflexiones en torno al nacionalismo (por Jan Doxrud)