5/5-Fanáticos y Creyentes. Patricio Cueto: de la militancia a la libertad (por Jan Doxrud)
El presente artículo es una continuación de otros 4 escritos que redacté en el año 2020 bajo el título de “Fanáticos y Creyentes” los cuales podrá encontrar los links al final de este artículo. Esta vez abordare un interesante libro que encontré en una librería en donde, su autor y protagonista, Patricio Cueto Román, narra su historia como militante en el partido comunista chileno. Como podemos leer en el libro, Patricio Cueto (1948) nació en la región de Coquimbo (Ovalle) y cursó sus estudios en Ciencias Jurídicas y Sociales en la Universidad de Chile (Sede Valparaíso) y en la Escuela de Derecho de la Universidad de Barcelona.
Esta es una historia en donde el autor nos habla del idealismo, el férreo compromiso con la causa y el fanatismo ideológico propio de muchos de los militantes del PC. El libro nos narra nos la vida en el exilio al este del telón de acero, específicamente, en la República Democrática Alemana (RDA), el abandono, desencanto y el baño de realidad que muchos tuvieron que hacer frente al ver de primera mano que el paraíso socialista no era tal como se los habían descrito. El autor narra la historia de su alter ego militante de nombre “Manuel” y cómo este último, tras un largo periplo que significó estar 15 años exiliados (8 de estos en la RDA), terminó renunciando a su militancia al Partido Comunista (del cual era parte desde los 13 años) y a toda una forma de vida a la cual estaba habituado, para finalmente volver a ser “Patricio”. El libro no narra toda la historia del autor, sino que el cambio de rumbo que tuvo su vida tras el golpe del 11 de septiembre de 1973 contra el gobierno de la Unidad Popular.
Eso además significó que su trabajo de infiltrar las Fuerzas Armadas con informantes (1969) quedase inconcluso y tuviese que huir a Honduras, para finalmente terminar en la RDA. Junto con lo anterior, Cueto añade que su libro constituye también un retrato de lo que fue la vida de gran parte de la juventud chilena que tuvo que partir al exilio. Por último, el autor explica que son dos las razones que lo llevaron a escribir el libro. En primer lugar, es intentar alcanzar la comprensión de los demás sobre los sucesos que narra, y sobre su propio actuar y manera de pensar en ese entonces. En segundo lugar, es su enorme deseo que su experiencia sirva a las nuevas generaciones que incursionan en la política o que desean una sociedad más justa. ¿Qué lección específica quiere dejar el autor? Que se debe poner límites a esa clase de entrega por una causa justa. A esto añade: “Esto es lo que Manuel tardíamente comprendió, cuando comenzó su proceso de volver a ser Patricio Cuesto Román”.
Los partidos comunistas no son cualquier clase de partidos, puesto que exigían un compromiso ciego y total por parte de los militantes, quienes debían renunciar a su propia individualidad para subordinarse por completo a la causa. Como explica Cueto, cuando se entra en una institución cuya ideología cree tener todas las respuestas, no hay espacio para dudas, preguntas y cuestionamientos, de manera que el Partido lo tiene todo resuelto.
Así, los militantes adoctrinados debían adherirse a lo que el autor denomina como “ideologismo ciego” y desarrollar una “identidad religiosa” con el Partido. Esta nueva identidad que implicaba incluso el llamarse “Manuel” implicaba también desarrollar una personalidad calculadora, fría y cínica en lo que respecta a la mayoría de las acciones de los militantes. Así, y como afirma Cueto: “Cuando se llega a este estadio de compromiso, nace un personaje distinto al que muchos conocerán hasta estos días: simplemente como Manuel”.
Por ende, la vida del militante queda reducida a los dictados del Partido el cual demanda una entrega completa y absoluto. Más adelante añade el autor que la existencia del militante estaba construida en base al Partido y a las personas que lo conformaban, por lo que su círculo de relaciones se circunscribía a ese reducido grupo ideológico sectario y hermético. Cueto se pregunta cómo es posible llegar a tal nivel de fanatismo en el cual se pierde toda capacidad de ver o analizar las cosas sin anteojeras. A esto añade:
“Lo que haces a partir de allí, es construir tu propia realidad para que se ajuste a tus ideas, a tu ideología. A esto contribuye el cerrado mundo externo en que te vas cada vez hundiendo más, y el mundo se separa en buenos y malos (…)”.
Es esto lo que explica la dificultad que tenía para un militante abandonar la militancia, puesto que no era simplemente renunciar a un “partido político”. Esto se asemeja a dejar una secta religiosa en donde tu individualidad y voluntad quedan anuladas y sometidas a las directrices de el o los líderes espirituales. El resultado es que la persona en cuestión se encuentra inmerso en un nuevo mundo en donde goza de una libertad e independencia a la cual no estaba habituado.
Así, Cueto en el capítulo 15 nos dice que se sintió profundamente aliviado pero desagarrado interiormente. Después de 18 años dice haber logrado liberarse de la dependencia que lo tenía atado a una ideología, pero, a su vez, sentía una sensación de incertidumbre debido “al temor de tener que enfrentar un mundo al que nunca había enfrentado por sí mismo; siempre existieron otras personas que tomaban las decisiones, y él lo único que hacía era cumplir con lo que se le pedía o exigía de la mejor manera”. En otro pasaje Cueto señala lo siguiente:
“Cuando se produce este estallido en que ves que todo se derrumba – no a tu alrededor, sino que dentro de ti –, debes asumir que todas las certezas que te habían acompañado durante gran parte de tu vida no son tales, que ese hombre nuevo, pleno de virtudes y exento de todo defecto existe solo en la afiebrada mente de un ser ideologizado. Es en ese momento, que debes asumir que lo único real que lograste construir es tu familia”.
Pero mantener esa realidad construida para que se ajustar a tu estructura mental ideologizada por el marxismo-leninismo no resultó ser inmune al mundo real, no al menos para todos los militantes. Este fue el caso de Cueto cuya experiencia en el paraíso socialista que supuestamente era la RDA no era tal. Obviamente el autor nunca podrá transmitir con la palabra escrita el conjunto de experiencias que finalmente lo llevaron a dejar su militancia en el Partido Comunista.
Pero ciertamente la falta de libertad y de respeto por los derechos fundamentales de las personas, y desavenencias con miembros del partido lo fueron alejando cada vez más de ese mundo en el cual había habitado gran parte de su juventud. Si bien la RDA pudo haber tenido algunos méritos, el precio a pagar era alto: falta de perspectivas de progreso, ideologización extrema, policía secreta que permeaba toda la sociedad (la Stasi) y la falta de libertades básicas como la de circulación. A esto se sumaba las condiciones laborales precarias y en donde faltaban elementos básicos como mascarillas para el trabajo en las empresas químicas (el autor y su esposa sufrieron la intoxicación con metales pesados que les traerían problemas fisiológicos). Por último estaba el espionaje y la falta de privacidad, especialmente producto de la presencia del “Encargado” que, en palabras del autor, constituyó un “maligno virus” y una de las figuras más despreciables creadas por los comunistas en el exilio. La razón era que este personaje se hacía cargo de la vida de los militantes y “podía inmiscuirse hasta en las relaciones personales de sus militantes”.
Ni que hablar del cinismo de algunos representantes de la izquierda tanto del PS y PC que vivieron en un mundo de privilegios en comparación con la situación de otros exiliados chilenos que tuvieron una vida bastante dura. En Alemania, Cueto incluso tuvo la misión de desarticular la primera huelga que se realizaba en la RDA en donde, por lo demás, participaban miembros del PC chileno. Así, la situación no era cómoda: en el paraíso socialista los obreros realizaban una huelga, la cual tenía que ser desarticulada por un miembro del PC.
Ahora bien, esto habría sido un plan deliberado de los dirigentes que buscaban “proletarizar” a los militantes de base y terminar así con las diferencias sociales al interior del movimiento por medio de la realización de trabajos que no guardaban relación con lo que habían estudiado. Así, no todos tuvieron la suerte del socialista Carlos Altamirano quien, de acuerdo con Cueto, tenía chofer, guardaespaldas y podía viajar por el mundo bajo el patrocinio de la RDA. Por otro lado, los militantes que no eran parte de las cúpulas partidarias debían trabajar en fábricas y solicitar permiso para poder viajar a Berlín Occidental, el cual muchas veces era denegado. En relación con este y otros dirigentes (como el ex senador Ricardo Núñez), Cueto afirma que nunca vivieron en la RDA, puesto que siempre estuvieron protegidos y aislados de lo que era el mundo real, de manera que vivieron en realidad en lo que denomina como el “Jet Set Rojo” en Berlín.
Para ir terminando, me referiré a un pasaje que considero medular del libro: capítulo 15, páginas 271 y 272. Esta constituye la lección aprendida por el autor y es que las banderas de lucha deben tener como principal norte los derechos humanos y el librepensamiento. Por este último concepto el autor entiende lo mismo que Kant señaló siglos atrás cuando definió la Ilustración: “una actitud filosófica consistente en rechazar todo dogmatismo, político, religioso, ideológico, filosófico o de cualquier otra clase, y confiar en la razón para distinguir lo verdadero de lo falso en un clima de tolerancia y diálogo”. En virtud de lo anterior, la lógica, el empirismo y la razón deben estar por encima del dogma, la autoridad, la revelación y la tradición. Como bien afirma Cueto, el mundo del fanatismo puede resultar ser más cómodo puesto que no hay necesidad de pensar ni esforzarse en tomar una decisión, puesto que eran otros los que hacían ese trabajo
Artículos complementarios
1/5-Fanáticos y Creyentes (por Jan Doxrud)
2/5-Fanáticos y Creyentes (por Jan Doxrud)