2/5-La identidad palestina (por Jan Doxrud)
Volviendo Khalidi no es correcto y preciso concebir la identidad palestina desde un punto de vista esencialista y que se remontaría mucho tiempo atrás, puesto que tal visión pasa por alto la realidad compleja, contingente y relativamente reciente de la identidad palestina. Junto con lo anterior, tampoco resulta ser preciso el hecho de enfatizar solamente los factores de unidad y pasar por alto aquellos que tienden a la fragmentación o la diversidad en Palestina (lealtades de carácter más locales o parroquiales). Ahora bien, de acuerdo con Khalidi, ya a comienzos del siglo XVIII, cuando el territorio estaba bajo el control del Imperio Otomano, había una idea de un territorio sagrado denominado Palestina y con el cual los árabes musulmanes (y no musulmanes) se identificaban, lo que contradiría aquel relato de que el nombre palestina habría caído en el olvido solo para ser resucitado por los británicos cuando recibieron el Mandato sobre Palestina.
Por su parte Mahmoud Mi’ari explica que la identidad colectiva – incluyendo la palestina – está compuesta de diversos componentes o sub-identidades. Así, la identidad colectiva es multidimensional, socialmente construida y varía a lo largo del tiempo. En el caso concreto de los palestinos Mi’ari señala que estos pueden identificarse, en primer lugar (y en un sentido amplio), como árabes que comparten un idioma, cultura e historia en común con el resto del mundo árabe. En segundo lugar pueden identificarse como musulmanes, incluyendo una minoría cristiana. Por último, puede identificarse con grupos de carácter más local como el pueblo, la aldea o un campo de refugiados
De acuerdo con el intelectual, académico, crítico literario y activista palestino Edward Said (1935-2003) la historia de la cultura no es otra que la historia de préstamos culturales, de manera que no debemos concebirlas como impermeables. Para el autor, la cultura no es nunca cuestión de propiedad, de tomar y prestar con garantías y avales. El caso es otro, puesto que se trata más bien de “apropiaciones, experiencias comunes, e interdependencias de toda clase entre diferentes culturas”. Examinemos algunas de las ideas de Said expuestas en su libro “La cuestión palestina”. Said explica en el prefacio a la edición de 1992, que su libro fue escrito entre 1977 y 1978, y publicado en 1979. Con esto el autor quiere constatar los múltiples cambios acontecidos desde entonces, como la invasión israelí del Líbano (1982), el inicio de la Intifada (1987), desmoronamiento de la URSS y el final de la Guerra Fría (1991) y la guerra del Golfo (1991).
Junto con esto añade: “Y, sin embargo, de manera extraña y lamentable, la cuestión palestina sigue sin resolver y sigue pareciendo tan insuperable como ingobernable”. Por ende, en este ensayo el autor aborda la temática de la cuestión palestina y, claro está, la historia e identidad palestina. Para ello se hace necesario reconocer, tal como Said lo desarrolla en su otra obra “Orientalismo”, los estereotipos y prejuicios occidentales sobre aquello que conocemos bajo el rótulo “oriente”.
De acuerdo con el autor, para Europa, Oriente representaba una generalidad indiscriminada, una “otredad” y espacios inmensos habitados por masas indiferenciadas de personas. Por lo tanto, se infiere que, para develar la identidad palestina, hay que ir removiendo estas múltiples capas que se van acumulando, así como también los estereotipos que se imponen incluso sobe el espacio en que habitan. Por ejemplo, el egiptólogo William Matthew Flinders (1853-1942) aseveraba que el árabe se encontraba injustificadamente rodeado de un halo de romanticismo. Añadía que estos, al igual que los demás salvajes, eran asquerosamente incapaces y que no eran más dignos de romanticismo que los maoríes y pieles rojas. Said cita las palabras del militar y explorador Claude Reignier Conder (1848-1910), para quien los autóctonos de Palestina eran “brutalmente fanáticos, ignorantes y, sobre todo, mentirosos empedernidos”.
En el capítulo 3 Said se refiere al carácter “cubista” de la historia y contemporaneidad del palestino oprimido, en el sentido de que existen una serie de planos “que se superponen abruptamente penetrando en uno u otro ámbito, cultura, esfera política, formación ideológica, régimen nacional…Cada uno adquiere su propia identidad problemática; y todos ellos son reales, requieren atención, e imploran y exigen responsabilidades”.
El punto es que tanto el “árabe” así como también el “palestino” es encapsulado o moldeado de acuerdo con un discurso occidentalizante, es decir, uno que sea comprensible para los occidentales. De acuerdo con el autor, fue el sionismo el que se encargó, en parte, de representar al palestino frente a la autoridad británica a cargo del Mandato palestino tras finalizar la Primera Guerra Mundial. En palabras de Said: “(…) a los palestinos se les ha asociado canónicamente con todas las características de los refugiados (…) se pudren en los campos, representan una “pelota” política utilizada por los estados árabes, son terreno de cultivo para el comunismo, tienden a procrear como conejos, etc”.
Para Said el hecho es que Palestina se convirtió en un “país” de predomino árabe hacia finales del siglo VII y que sus fronteras y características propias pasaron a conocerse en todo el mundo islámico (incluido su nombre Filastin). Lo que siglos después marcaría un punto de no retorno sería la llegada del sionismo junto con su proyecto de colonización en la segunda mitad del siglo XIX. El autor señala que su afirmación más relevante – en lo que respecta a los árabes palestinos –, es que el proyecto sionista de conquista de Palestina ha sido el de mayor éxito y el más prolongado de entre los múltiples proyectos europeos que ha habido desde la Edad Media.
La voz y opinión de la población autóctona no sería escuchada y menos aún se consideraría como algo relevante su mayoritaria presencia en la región. De acuerdo con Said, hacia 1931 la población judía era de 174.606 habitantes frente a 1.033.314. Hacia 1936 el número de judíos había aumentado a 384.078 en una población total de 1.366.692 habitantes. Por último, hacia 1946 había 608.225 judíos en una población total 1.912.112. Dentro de esta población la mayoría eran musulmanes sunníes junto con una minoría de drusos, cristianos y musulmanes chiíes que hablaban árabe.
Pero con el proyecto sionista comenzaría a cambiar drásticamente este escenario. La Declaración Balfour (1917) del gobierno británico – firmado por el Secretario de asuntos Exteriores Arthur James Balfour (1848-1939) – , que se mostraba favorable al establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío en Palestina, reflejaba la visión prejuiciosa y estereotipada del mundo árabe. Como lo resume Said, tal documento fue realizado por una potencia europea sobre un territorio no europeo que ignoró el sentir y opinión de la mayor parte de la población autóctona y, sumado a esto, haciendo una promesa a un grupo extranjero.
A esto añade el autor: “Las afirmaciones de Balfour en la declaración dan por sentado el derecho superior de una potencia colonial a disponer de un territorio como le convenga”. Así, existía esta “idea superior” que se imponía al número, es decir, al hecho de que los judíos no eran una mayoría en Palestina. Tanto los ingleses como los sionistas – afirma Said – minimizaban e incluso anulaban la presencia árabe en Palestina. En palabras del autor:
“Ambos elevan la importancia moral de las visiones muy por encima de la mera presencia de habitantes autóctonos en un territorio enormemente significativo. Y ambas visiones (…) forman parte fundamentalmente del talante distintivo de una “misión civilizadora” europea – decimonónica, colonialista, incluso racista – basadas en diversas nociones sobre la desigualdad de los hombres, las razas y las civilizaciones; una desigualdad que permitía las formas más extremas de los proyectos de autoexaltación, y las formas más extremas de disciplina punitiva contra los desafortunados habitantes autóctonos cuya existencia, paradójicamente, se negaba”.
En opinión de Said, los sionistas se habrían convencido de que los habitantes autóctonos no existían, de manera que los negaron, bloquearon, redujeron, silenciaron y cercaron. Podemos apreciar que para el autor los sionistas son parte de lo que él denomina mundo europeo-Occidental, puesto que provenían de Europa oriental, y con toda la carga ideológica que esto implicaba. Como afirma el mismo autor Israel, el occidental busca evidencias y conocimientos sobre Oriente en el sionismo: la práctica sionista de la difusión de la verdad y la “fusión hegemónica entre la visión liberal occidental de las cosas y la visión israelí-sionista. En palabras de Said:
“La identificación del sionismo y el liberalismo en Occidente significó que, en la medida en que había sido desplazado y desposeído en Palestina, el árabe había dejado de ser persona, tanto porque el propio sionista se había convertido en la única persona en Palestina como porque la personalidad negativa del árabe (oriental, decadente, inferior) se había intensificado”.
El sionismo se identificaba con la hegemonía cultural blanca y racial europea. El imperialismo, señala Said, era la teoría y la colonización la práctica. Ahí donde la cultura occidental podía aventurarse en la conquista y colonización en nombre de su propia cultura que dignificaría sus nuevas adquisiciones territoriales y tal sería también el caso del sionismo
“El sionista se fusiona con el europeo blanco contra el oriental de color, cuya principal reivindicación política parece ser solo cuantitativa (sus números brutos) y por lo demás carece de calidad; y así mismo el sionista – puesto que entiende la mente oriental desde dentro – representa al árabe, habla en su nombre, lo explica al europeo. El sionista y el europeo comparten los ideales del juego limpio, la civilización y el progreso, ninguno de los cuales podría entender el oriental”.
El líder de la OLP, Yasir Arafat (1929-2004), también hacía alusión a este carácter europeo del sionismo y, por ende, ajeno a la realidad palestina la Asamblea General de la ONU (1974):
“Las raíces de la Cuestión de Palestina se remontan a las postrimerías del siglo XIX, en otras palabras, a ese período que llamamos la era del colonialismo y asentamientos, tal como lo conocemos hoy en día. Este es precisamente el período en el que nació el sionismo como un plan; su objetivo era la conquista de Palestina por inmigrantes europeos, al igual que colonos, colonizaron, y de hecho incursionaron, en la mayor parte de África”.
Artículos complementarios
1/3-Reflexiones en torno al nacionalismo (por Jan Doxrud)
2/3-Reflexiones en torno al nacionalismo (por Jan Doxrud)
3/3-Reflexiones en torno al nacionalismo (por Jan Doxrud)
1/2-Algunas palabras sobre el concepto de Imperio (por Jan Doxrud)
2/2-Algunas palabras sobre el concepto de Imperio (por Jan Doxrud)