7) Profetas del pesimismo. Los Ecologistas (por Jan Doxrud)
Otro componente propio del ecologismo profundo es el miedo y el consecuente catastrofismo y pesimismo. Luc Ferry trae a la palestra el fenómeno del miedo como pasión política, la misma que – siguiendo a Thomas Hobbes – hace que los seres humanos abandonen el “estado de naturaleza” en favor de una regida por un sistema normativo que imponga orden. Ahora bien, en el caso de la ecología profunda – y aquí Ferry sigue las ideas de Hans Jonas – el miedo sería para “el otro”, es decir, para las generaciones futuras.
En la Cop26 - que constituyó una verdadera competencia de frases catastróficas por parte de la elite política - Boris Johnson advertía sobre la necesidad de tomar medidas para “salvar el clima” (¿?), de lo contrario nos hundiríamos como la antigua Roma. Por su parte, el papa Francisco advertía que el tiempo se estaba acabando y que la duda ecológica impedía que los pueblos pudiesen desarrollarse. El Secretario General de la ONU, António Guterrez, señalaba que no se podía seguir tratando a la naturaleza como un retrete y a esto añadía las siguientes palabras: “Basta de brutalizar la biodiversidad, basta de matarnos a nosotros mismos con carbono, basta de tratar a la naturaleza como una letrina (...) y de cavar nuestra propia tumba”.
Pero como he señalado, este fenómeno no es nuevo y no será el último. Lo que cambia es el contenido del pesimismo. El punto es que cada época tiene su propio “fin de los tiempos”, necesita de alguna catástrofe sobre la cual predicar y hacer augurios para el futuro. Sin ir tan atrás, tenemos que en la década de 1970 el tema de moda era el enfriamiento global y se pronosticaba una nueva era del hielo para comienzos del siglo XXI. También se hablaba de la sobrepoblación y la escasez de recursos naturales.
Un ejemplo clásico de pronósticos catastrofistas que no se cumplieron fue el del académico de la Universidad de Stanford: Paul Ehrlich. Como explica Arthur Herman, Ehrlich publicó la “Bomba demográfica” en 1968 en donde predecía una hambruna mundial para mediados de 1970. De acuerdo a Ehrlich, para aquella década morirían cientos de millones de personas y Estados Unidos y Europa, en el mejor de los casos, sufrirían un moderado racionamiento de sus alimentos. El académico recomendaba el control de natalidad, especialmente en los Estados Unido, puesto que este país debía servir como modelo de abnegación y y sería emulado por las demás naciones.
Como comenta el sociólogo Carlos Sabino:
“Quien tenga un poco de memoria podrá recordar que, hacia 1970, era frecuente predecir un fin de siglo dominado por la superpoblación, donde una humanidad integrada por 7.000 u 8.000 millones de habitantes se disputaría los pocos alimentos disponibles, con su lógica secuela de conflictos y guerras generalizadas. Poco después llegaron los pronósticos pesimistas sobre el agotamiento irreversible de los recursos petroleros, que haría posiblemente colapsar nuestra civilización industrial, y luego las advertencias sobre la deforestación, la contaminación de los océanos y la desaparición generalizada de especies. Hoy, como se sabe, el turno le ha tocado al calentamiento global (…)”.
El mismo Sabino señala que aquí no se trata de ser rotulados de negacionistas, puesto que en cada uno de los vaticinios catastrofistas existía un problema real y concreto. Lo que se rechaza es formular, a partir de algunos datos, una catástrofe inminente y “recomendar medidas heroicas para combatir amenazas remotas o no comprobadas (…)”. Como ya señalé anteriormente, Sabino explica que un error cometido por estos estos vaticinadores de catástrofes es que suponen que las condiciones actuales simplemente se magnificarán en el futuro, dejando así fuera la capacidad del ser humano de hacer frente a los nuevos desafíos por medio de la creatividad y la innovación. Lo mismo señala Matt Ridley: “El error del pesimista es la extrapolación: asumir que el futuro es solamente una versión más grande del pasado”.
Sobre este mismo tema añade Carlos Sabino:
“Lo que los apocalípticos no toman en cuenta es que los datos que tanto les preocupan son conocidos también por otra gente que, por cierto, no se cruza de brazos pasivamente ante las amenazas que perciben (…) Para decirlo de un modo más general: los datos de la realidad, al conocerse entre las personas, hacen que éstas definan la existencia de un problema a resolver y, en tal medida, producen un cambio en las actitudes que permite se encare la solución al problema así plantead. Son muchos los actores que intervienen, con distintos intereses y diferentes puntos de vista, por lo que – al final – las soluciones encontradas resultan casi siempre más complejas y más apropiadas la situación creada que las medidas extremas que suelen proponer quienes solo toman en cuenta una o dos variables del problema y se dejan guiar por su ansiedad o sus temores descontrolados”.
El mismo Ehrlich realizó una apuesta con el economista Julian Simon (1932-1998). El primero vaticinaba que los recursos se harían más escasos en el futuro y que, como consecuencia, los precios aumentarían. Simon estimaba que sucedería lo contrario puesto que las personas podrían reaccionar de diversas maneras ante un alza de precios. Podrían consumir menos, podrían inventar o descubrir sustitutos, o podrían buscar nuevos insumos. Así, Ehrlich escogió un conjunto de bienes que incluía estaño, cobre, níquel y otros para ver la evolución de su precio.
Finalmente Ehrlich perdió la apuesta. Una variable clave en esto fueron los precios, los cuales son determinados por la interacción de oferta y demanda, y claro está que lo primero que pensamos es que los precios aumentarán puesto que la demanda también lo hacen y así será hasta el final de los tiempos. Pero sucede que si aumenta la demanda por X, entonces se generarán los incentivos para aumentar la oferta de X, de manera que será rentable explotar nuevos yacimientos ante los precios de mercado. Pero algunas empresas buscarán también sustitutos del bien X para abaratar costos y no trasladar el alza de costes al consumidor final.
Por su parte, Epstein nos recuerda algo que suele olvidarse y es la ilimitada capacidad del ser humano para crear recursos. Como sabemos los recursos no solamente son escasos, sino que ni siquiera son recursos puesto que para que lo sean, debe intervenir el ingenio humano para darle un uso productivo. Como dice el refrán, “la edad de piedra no terminó porque se acabaron las piedras”.
Ahora bien, Ehrlich continuó con su tendencia a pronosticar más escenarios catastróficos e incluso se ha defendido de sus evidentes fracasos como pronosticador. Como señala Herman, en 1991 Ehrlich aseveró que se debía reconocer que el crecimiento de la economía física de los países ricos constiuía una enfermedad y no la cura, y que ese crecimiento pronto se detendría en el mundo desarrollado.
Sumado a esto, Ehrlich caía en el antioccidentalismo enfermizo en virtud del cual es Occidente el origen de todos los males, mientras que otras civilizaciones y culturas son portadoras de los valore más sublimes. Pero esta visión tan extendida entre intelectuales es fruto de estereotipos y de la ignorancia sobre lo que denominan “Occidente” (y demás culturas que idealizan) ignorando todos sus aporte en materia de ideas y tecnologías.
Un caso emblemático es el de Kirkpatrick Sale, un activista antiglobalización y neoludita. Arthur Herman cita su obra sobre Colón en donde prácticamente dio inicio a la explotación europea y el dominio de la naturaleza. Esta visión de los europeos considerados como un cáncer que comenzó a carcomer la América indígena es una visión muy común entre la izquierda. La conquista de América ha adquirido así un simbolismo para variadas corrientes de pensamiento, desde la izquierda anticapitalista y antimperialista, pasando por el antioccidentalismo hasta llegar a los ecólogos modernos que ven en la América “precolombina” un paraíso prístino habitados por los “buenos salvajes”. Incluso se habla del genocidio español, lo cual es un absurdo. Para dejar esto claro, no hubo genocidio o planificación sistemática por parte de la Corona de exterminar a los indígenas.
En segundo lugar lo que nosotros denominamos como indígenas no constituía un bloque monolítico o un grupo homogéneo solidarios entre sí. Como afirma el historiador Fernando Cervantes, es absurdo hablar de genocidio, puesto que en las matanzas de México y Perú también participaron indígenas (por ejemplo los tlaxcaltecas que ayudaron a cortés). Por lo demás agrega que el concepto de genocidio es uno moderno y basado en lo que hoy entendemos biológicamente por “razas”, algo que en esa época no existía. Por último, el gran asesino de los indígenas no fueron unos españoles que deliberadamente deseaban exterminarlos, sino que fue otro más silencioso: las epidemias.
A esto añade el autor:
“Claro. Todo el mundo cree que Pedro de Alvarado conquistó Guatemala. Él empezó, sí, pero regresó a México y España y dejó allí un desastre, porque todos los grupos indígenas andaban a golpes los unos contra los otros. La conquista de Guatemala fue una conquista casi cien por ciento indígena, con líderes indígenas”.
Así, América – y sin justificar la violencia y atrocidades que se cometieron – América no era un Edén poblado por seres humanos inocentes y no viciados por los males de la civilización. Sumado a esto, no existía algo parecido a una supuesta “conciencia indígena”. En su lugar, afirma el historiador mexicano y, en su lugar, existía “un mosaico de pueblos indígenas que hablaban diferentes idiomas y tenían diferentes culturas”. Sobre el tema de la conquista escribió Arthur Herman:
“La América precolombina se convirtió en campo de batalla no sólo de la lucha entre europeos e indígenas sino entre el hombre occidental y el medio ambiente. Los europeos convirtieron los producto de la tierra en mercancía: oro, plata, azúcar, madera, tabaco, algodón. La apertura de Occidente se convirtió en una prolongada catástrofe ambiental”.
Regresemos al tema medioambiental. Alex Epstein en su ya mencionado libro, “La cuestión moral de los combustibles fósiles”, aborda un punto importante que dice relación con el estándar moral que debemos establecer. El autor, a diferencia del paradigma biocentrista, establece como estándar de valor la vida humana. En virtud de lo anterior, no se puede adoptar una postura que pretenda que la biosfera evolucione como si el ser humano no existiese, es decir, aspirar a reducir el impacto antrópico a cero. Así, Epstein critica a quienes tienen como estándar de valor lo que denominan como naturaleza “impoluta” o “salvaje”.
Aquí los dardos de Epstein van directamente contra el reconocido activista Bill McKibben, para quien, la felicidad y fecundidad humana no son tan relevantes como un plantea “sano” y “salvaje”. Aquí tenemos nuevamente la falacia de que “lo natural es bueno” y aquello artificial – creado por el ser humano – es negativo, y con impacto perjudicial para el medioambiente. La naturaleza no es buena ni mala en sí misma, puesto que su maldad o bondad (así como belleza o fealdad) dependerán delos juicios emitidos por los seres humanos. Así, la naturaleza no es una diosa madre que nos cuida y provee de todo lo que necesitamos, ni tampoco es un demonio que busca perjudicarnos.
En relación con tema del estándar de valor, comenta Epstein:
“(…) si evitar cualquier tipo de impacto (…) se convierte en el estándar de valor, la decisión moral correcta siempre será dejar tranquila a la naturaleza (…) Esta es la esencia del conflicto: el humanista, que es el término que utilizo para describir a una persona que tiene un estándar de valor humano, trata a la naturaleza que usa en su propio beneficio; el no-humanista trata al resto de la naturaleza como algo a lo que hay que prestar servicio”.
Lecturas complementarias:
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(2) Occidente: Autoflagelo y el monopolio de la culpa (por Jan Doxrud)
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(II) La influencia del Romanticismo alemán en el pensamiento occidental (por Jan Doxrud)
(III) La influencia del Romanticismo alemán en el pensamiento occidental (por Jan Doxrud)
(IV) La influencia del Romanticismo alemán en el pensamiento occidental (por Jan Doxrud)
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Entendiendo el Discurso Filosófico de la Modernidad (2) (por Jan Doxrud)
Entendiendo el Discurso Filosófico de la Modernidad (3) (por Jan Doxrud)
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Introducción a la Posmodernidad (1) (por Jan Doxrud)
Breve reflexión en torno al concepto de “racionalidad” (por Jan Doxrud)
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