2) Zbigniew Brzezinski. El gran Fracaso. Nacimiento y muerte del comunismo en el siglo XX
“El catastrófico encuentro de la humanidad con el comunismo, en el siglo XX, ha ofrecido así una lección penosa, pero de importancia crítica: la ingeniería social utópica se encuentra, en lo fundamental, en conflicto con la complejidad de la condición humana y la creatividad social florece mejor cuando el poder político es limitado. Esa lección básica hace que resulte más probable que la democracia y no el comunismo domine el siglo XXI”.
Zbigniew Brzezinski. El gran Fracaso. Nacimiento y muerte del comunismo en el siglo XX
Como bien sugiere ZB, fue Lenin el que construyó el sistema, de manera que no debemos creer en ese mito que nos presenta a Stalin como un traidor o deformador de unos supuestos nobles ideales leninistas. El autor hace eco de las palabras de un intelectual ruso quien se preguntaba si acaso fue Stalin el que creó el sistema o, si por el contrario, fue el sistema el creó a Stalin. Añadía que si fue el sistema el que creó a Stalin, entonces ¿quién creó el sistema? La respuesta es que fue Lenin.
Así fue el dogmatismo político y la intolerancia de Lenin los que engendraron a Stalin. Concluye ZB: “En esencia, el legado perdurable del leninismo fue el estalinismo, y esa es la más fuerte acusación de la historia respecto del papel de Lenin en la construcción del socialismo dentro de Rusia”. Este no era un tema menor ya que años después sería un importante obstáculo para las reformas de Gorbachov, puesto que los cambios debían llevarse enarbolando las banderas del antiestalinismo junto a una idealización del leninismo.
En suma, la glasnost (transparencia) y la perestroika (reestrucruación económica) implementadas por Gorbachov implicaría un revisionismo que debía dejar intacto el legado del leninismo, por lo que se debía establecer una división entre el estalinismo y el leninismo. Tras los mandatos de Jruschov, Brezhnev, Andropov y Chernenko, la Unión Soviética se encontraba sumida en el estancamiento y, como apunta ZB, osificado en tres fases formativas. La primera la representaba el leninismo y el ascenso de un partido totalitario que se puso como objetivo la reconstrucción total de la sociedad.
La segunda fase estaba representada por Stalin y la consolidación de un Estado totalitario que había subordinado por completo la sociedad. Por último estaba la era Brezhnev y el Estado estancado dominado por un partido totalitario corrompido. Tras el breve mandato de los dos últimos gobernantes – Andropov (1982-1984) Chernenko (1984-1985) – y la necesidad cambios en diversos ámbitos, finalmente llegó al poder un político perteneciente a una generación más nueva que se propuso implementar tales cambios. El problema era cómo, a qué ritmo y escala se llevarían a cabo los cambios y, más importante aún, sin traicionar el credo marxista-leninista.
La glasnost permitió una mayor libertad de crítica, pero había que establecer límites de manera que esta no se extendiera hacia el pasado y atacara a las mismas bases del sistema. Así, la gran cuestión eran los límites de la reforma y si estas vendrían impuesta de arriba abajo (por la nomenkaltura) o se promoverían cambio desde la misma sociedad (bottom-up). Lo que sí estaba claro en parte de la clase dirigente era criticar el estalinismo y salvar el legado de Lenin (antiestalinismo en nombre del leninismo). Como escribió ZB:
“De esa manera, el leninismo sigue ocupando un lugar central para el sentido de legitimidad histórica de la élite gobernante, y racionaliza su ocupación del poder. Cualquier rechazo contra él equivaldría a un suicidio psicológico colectivo. Después de tantas décadas, la elite comunista soviética no podía redefinirse, de pronto, como una variante rusa de la socialdemocracia occidental, una versión resucitada de los primeros mencheviques (a quienes Lenin había aplastado)”.
Así, la perestroika de Gorbachov tuvo que apelar a la figura de Lenin para dotarla de legitimidad pero, como advertía ZB, la implementación tanto de la perestroika como de la glasnost exigiría que se hiciera frente a las barreras que imponía el leninismo. Así, la clase política se encontraba ante una paradoja, puesto que criticar y deshacerse del estalinismo en nombre del leninismo significaba apoyar a aquel sistema que hizo posible el surgimiento de Stalin.
Las reformas de Gorbachov generaron una serie de efectos que pusieron en alerta a la clase política. En primer lugar tenemos que, en materia económica, no resultó fácil transitar a un sistema más libre y descentralizado, el cual trajo confusión, así como también mayor desempleo. Lo anterior también generó oposición de una parte de la burocracia soviética, lo cual se expresó públicamente en Pravda. Como apunta ZB el 16 de noviembre de 1987 el medio escrito advertía en contra la permisividad total, la anarquía, el caos y la idea de querer jugar a la democracia.
En segundo lugar estaba el problema del estándar de vida de los ciudadanos y la existencia de una nueva clase privilegiada y rica dentro de la Rusia comunista cuyos hijos iban a colegios exclusivos, podían acceder a balnearios exclusivos y que gozaban del privilegio de tener no solamente un auto, sino que también un chofer. ¿Cómo podía suceder todo aquello en la tierra en donde se prometía una igualdad absoluta? En tercer lugar estaba el problema de la democratización, puesto que una mayor libertad y descentralización económica no se podía implementar dentro de un sistema político estalinista, de manera que se requería implementar un reforma política. La pregunta era cuál sería el alcance de esta y si acaso se promovería de arriba hacia abajo ( por la clase política depositaria de la verdad absoluta) o desde abajo. Gorbachov promovió esta última, la cual tendría efectos notables. Como explica ZB, florecieron una gran cantidad de grupos informales, organizados de forma autónoma y que promovían una serie de causas especiales. En palabras del autor:
“Estos grupos representaban la reacción de la sociedad ante una variedad de inquietudes, que iban desde la ecología, la renovación urbana, las actividades sociales, los grupos musicales juveniles y la conservación de los monumentos históricos y religiosos, hasta los temas políticamente más sensibles, tales como los debates históricos, los problemas relacionados con la legalidad, la filosofía, las inquietudes lingüísticas nacionales, las actividades religiosas, la denuncia de los arrestos policiales y el disenso político-ideológico”.
Así, las reformas implementadas generaron una tensión entre la élite dirigente quienes temían que estas significaran renunciar al credo ideológico y, peor aún, que se les volviera en su contra. (que fue lo que finalmente ocurrió). Tal como explica ZB el tema medular era dónde trazar la línea divisoria entre la espontaneidad social aceptable y el disenso político intolerable. Y aquí viene un cuarto problema: ¿cuál sería el rol del Partido? ¿Hasta qué punto debía ser democratizado? ¿Cómo afectaría lo anterior a la función que este tenía en el ejercicio del poder?
Junto con esto estaba un quinto problema que guardaba relación con la ideología, la religión y la cultura. ¿Se cuestionaría toda la superestructura ideológica y el control ideológico del partido sobre el sistema de valores de la sociedad? ¿Se permitirían un pluralismo ideológico que rivalizara (o peor aún eliminara) – con el monopolio ejercido por más de 60 años por el Partido Comunista (como dato anecdótico, el político y muy cercano colaborador de Stalin, Gueorgui Malenkov, terminó convirtiéndose a la religión ortodoxa siendo enterrado en una ceremonia religiosa en 1988).
ZB cita las palabras de autores y literatos como Daniil Granin (1919-2017) y Chinguiz Torekúlovich Aitmátov (1928-2008), para quienes el comunismo soviético había aturdido moralmente a la población rusa. Para Chinguiz los 70 años de poder soviético habían logrado extirpar los valores cristianos sin reemplazarlos por algo positivo. Por su parte, Granin destacaba la falta de espíritu de piedad y compasión en los rusos. Tal situación se explicaba por años de brutalidad en donde se promovía la denuncia, el espionaje y el marginar a quienes eran considerados como enemigos del pueblo. Así, Granin afirmaba que entre los años 30’ y 40’ la compasión había desparecido del vocabulario ruso.
Un sexto problema guardaba relación con la historia o, más bien, la historia ficción que el Partido había construido a lo largo de los años sobre su propio pasado. Cobró especial relevancia el tema del estalinismo y aquellos que fueron responsables y cómplices de Stalin. Sin embargo, como señala ZB, hubo una serie de temas que siguieron siendo escondidos bajo la alfombra o fueron expuestos en términos generales y superficiales: el pacto nazi-soviético, la matanza de Katyn y la destrucción de las aspiraciones nacionalistas de Ucrania y Lituania. Fue justamente esto último – las aspiraciones nacionalistas – las que demostraron que no lograron ser resueltas como Stalin había aparentado hacerlo. Fue este el séptimo problema que ZB destaca y que tuvo que afrontar Gorbachov.
Añade el mismo autor que la glasnost tuvo como consecuencia el resquebrajar la aparente unidad nacional soviética y el resurgimiento de viejos resentimientos. Esta explosión nacionalista fue especialmente evidente en los países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania), pero también se manifestó en otras regiones como Ucrania y los musulmanes en Asia Central. Junto con esto reaparecieron viejas hostilidades como en el Cáucaso entre Armenia y Azerbaiyán por la región de Nagorno-Karabaj. Un octavo problema fue el desarrollo y consecuencias de la invasión soviética de Afganistán que terminó por engendrar una yihad en contra del ateísmo comunista (con ayuda de los estadounidenses).
Los problemas eran varios: mal desempeño de los combatientes, soldados traumatizados, mutilados y alcoholizados que no recibieron ningún apoyo estatal cuando retornaban de la guerra. Los dos últimos problemas guardaban relación con la política exterior, la exportación de la ideología y la misma continuidad de esta en el tiempo. Como apunta ZB, si bien Gorbachov no rechazó la “Doctrina Brezhnev” – en virtud de la cual las fuerzas soviéticas podían intervenir militarmente en caso de que algún país se viese desviado de la doctrina – sí insinuó que esta no se debía aplicar para inhibir cambios graduales en Europa Oriental (recordemos que esta postura recibiría el nombre de Doctrina Sinatra, en alusión a su canción “My way”, en donde Gorbachov permitiría que los países del Pacto de Varsovia podrían seguir también “su camino”)
Los problemas a corto y largo plazo eran varios, algunos reales y otros potenciales. Pero el dilema inmediato al que se enfrentaba la clase política rusa era la que ya hemos destacado anteriormente: ¿era posible llevar a cabo una reforma de apertura, liberalización y descentralización económica manteniendo un sistema unipartidista y dictatorial? ¿Era posible deshacerse del stalinismo apelando al leninismo que fue la que permitió que el stalinismo surgiera y se consolidara? ¿Qué sucedería además con el tema de las aspiraciones nacionalistas? ¿Podía la URSS terminar por desembrares? Como lo plantea ZB:
“Para descentralizar una economía estatal, hay que descentralizar también el sistema político, pero descentralizar el sistema político de un Imperio multinacional significa entregar poder a naciones antes subordinadas. Por consiguiente, para lograr éxito en el plano económico, la perestroika tiene que implicar la reestructuración de la Unión Soviética en una auténtica confederación, y terminar de ese modo con el régimen moscovita. En la práctica, esto equivale a la disolución del Imperio”.
Así, para ZB, el dilema falta del sistema comunista en la URSS consistía en que si quería tener éxito en el ámbito económico, entonces tenía que hacerlo al precio de modificar y alterar la “estabilidad” política. Pero el problema era que la élite gobernante no deseaba que su poder fuese cuestionado, de manera que si optaban por mantener lo que para ellos era la “estabilidad política”, entonces lo harían a expensas del éxito económico. Pero tenemos además que le mundo estaba cambiando y la “gran simplificación” del marxismo-leninismo no lograba dar cuenta de la complejidad del mundo transformándose en una ideología fosilizada que pretendía que el mundo continuase adaptándose a sus dictámenes. El libro del autor fue publicado antes de la caída del muro en Berlín y, por ende, antes del colapso de la Unión Soviética y el nacimiento de la Federación Rusa. Así, ZB anuncia lo que sería la crisis termina del comunismo en el capítulo 21 de su libro. Tal crisis nacía de cuatro grandes hechos a saber.
El primero era que para los comunistas, la experiencia soviética era una experiencia que no debía ser imitada sino que evitada. El segundo lo constituía lo ya mencionado y es el dilema insoluble de la URSS: el éxito económico solo podía ser alcanzado a costa de la estabilidad política y que esta última solo podía mantenerse a costa del fracaso económico. En tercer lugar estaba el “defecto fatal” del comunismo en Europa Oriental que era la monopolización del poder por parte del Partido Comunista, el cual se encontraba arraigado en la dominación soviética. En cuarto lugar ZB se refiere al fin del movimiento comunista mundial concebido como un bloque monolítico que comparte un dogma en común. Así el autor vaticinaba: “En forma acumulativa, esto no solo indica la crisis general del comunismo, sino que además presagia su desaparición como importante fuerza política e ideológica en el mundo contemporáneo”.
En cuanto a las reformas de Gorbachov, ZB señalaba que el resultado de estas sería probablemente la discontinuidad histórica (y no su discontinuidad). A esto, ZB añadía que cualquier análisis sobre el futuro del comunismo dependía de la respuesta a una pregunta: ¿la política de Gorbachov es una señal de la renovación o de desgaste del comunismo? El autor tiene una visión más positiva del caso chino y las reformas implementadas por Deng Xiaoping. Sin entrar en detalles, China implemento una serie de medidas de apertura y liberalización en los ámbitos agrícola e industrial. Una de sus innovaciones que darían frutos fueron las Zonas Económicas Especiales que con el tiempo atraerían numerosas inversiones extranjeras directas.
Sumando a esto, los chinos no tenía el mismo problema (o no en la misma magnitud) de las aspiraciones nacionales, puesto que la etnia han era la mayoritaria y la población de otras etnias fueron sometidas violentamente (hasta nuestros días) como fue el caso del Tíbet y los uigures en Xinjiang. Por último, ZB puntualiza que el gobierno chino adoptó un rumbo de acción en donde la perestroika precedió a la glasnost. No obstante lo anterior los éxitos que China pueda tener hasta nuestros días, no se deben al comunismo sino que a políticas ajenas al marxismo-leninismo (y maoísmo). En palabras del autor: “Corrompido en parte, el comunismo puede alcanzar elevadas tasas de crecimiento económico, pero con niveles muy bajo de ortodoxia ideológica”.
En el capítulo 24 ZB aborda el tema del “poscomunismo” y que obedece a una paradoja particular: el éxito del comunismo en aquella década dependía de que adoptase medidas políticas y económicas ajenas a la doctrina marxista - leninista. De acuerdo a esto, ¿qué es lo queda de comunismo? Actualmente el régimen chino bajo el mandato de Xi Jinping se ha mostrado como defensor de la globalización, el libre comercio y de la mano invisible del mercado (y visible del Estado). Frente a esto, el régimen ha creado el concepto de socialismo con características chinas, pero el hecho es que el comunismo como doctrina hay fracaso en China y lo que existe es una dictadura de partido único que utiliza el marxismo y maoísmo como un mero subterfugio para que la élite pueda monopolizar el poder. Volviendo a ZB, este señala que un sistema poscomunista se caracteriza por el marchitamiento y descrédito del marxismo como teoría y praxis, y en donde sus adeptos ya no se toman con seriedad la doctrina (y en algunos casos se evidenciará una suerte de sincretismo ideológico)
Finamente la historia contradijo cada uno de los dogmas del comunismo: desde la dictadura del proletariado (que nunca existió) y su supuesta disolución para transitar hacia el comunismo hasta la lucha de clases como motor de la historia. La mayor parte de los regímenes comunistas han dejado de existir con la excepción algunas cleptocracias asiáticas y otra caribeña. No obstante lo anterior, aún existen partidos comunistas y en algunos casos – como Chile – son parte del gobierno de turno. Si bien en público mantienen un lenguaje depurado del marxismo-leninismo, algunos todavía continúan predicando la doctrina, pero los vientos aún no soplan a favor como para revivir el credo religioso. También están aquellos que, si bien no se declaran comunistas, igualmente abrazan los mismos principios rectores: anticapitalismo, antiliberalismo (que ahora denominan como neoliberalismo), lucha de clases (que la amplían al género y a la ecología, para así combatir al capitalismo en nombre de la liberación femenina o en nombre del medioambiente) y la creencia en ingeniería social radical como medio para crear una sociedad utópica perfecta.