1) Zbigniew Brzezinski. El gran Fracaso. Nacimiento y muerte del comunismo en el siglo XX
“El fenómeno comunista representa una tragedia histórica. Nacido de un idealismo impaciente, que rechazaba la injusticia del statu quo, buscaba una sociedad mejor y más humana…pero produjo la opresión en masa. Reflejaba, de manera optimista, la fe en el poder de la razón para construir una comunidad perfecta. Movilizó las emociones más poderosas, de amor a la humanidad y odio a la opresión, a favor de una ingeniería social de motivaciones morales. De tal manera cautivó a algunas de las mentes más brillantes y algunos de los corazones más idealistas…pero instigó algunos de los peores crímenes de este o de cualquier otro siglo”.
(Zbigniew Brzezinski. El gran Fracaso. Nacimiento y muerte del comunismo en el siglo XX
En estos 2 artículos examinaremos algunos pasajes del libro de Zbigniew Brzezinski (1928-2017) titulado “ The Grand Failure: The Birth and Death of Communism in the Twentieth. Century” publicado en marzo de 1989 y traducido también al castellano por Editorial Vergara (Argentina). El autor nació en Polonia, hijo de Tadeusz Brzezinski (1896-1990), funcionario de gobierno que se desempeñó como embajador en Canadá a finales de la década de 1930 y Leonia Brzezinski. Tras el final de la Segunda Guerra Mundial (1945) la suerte de Polonia no fue la mejor, puesto que de estar ocupada por el totalitarismo nazi pasó a estar bajo el yugo del totalitarismo comunista. Como resultado, Brzezinski y su familia hicieron de Canadá su lugar de residencia.
Zbigniew Brzezinski (ZB) cursó sus estudios en la Universidad de McGill (Montreal) donde obtuvo su Bachelor of Arts y un Master of Arts en Ciencias Políticas. Posteriormente se trasladó a los Estados Unidos en donde se desempeñó como profesor asistente en la Universidad de Harvard, así también como investigador del Harvard’s Russian Research Center. En la década de 1960 ZB ejerció el cargo de profesor asociado de derecho público y gobierno en la Universidad de Columbia, transformándose en el primer director del Instituto de Investigación sobre Asuntos Comunistas de Columbia.
En esa misma década y en 1970 comenzó a adentrarse de lleno en política, siendo conocido por su rol como Consejero de Seguridad Nacional (1977-1981) del Presidente Jimmy Carter. Participó en el los acuerdos SALT II o Strategic Arms Limitation Talks II, en la renegociación del Tratado del Canal de Panamá y en mejoramiento de las relaciones con la China comunista. Sumado a esto, también tuvo participación en la ayuda a los muyahidines en Afganistán para frenar la invasión soviética.
En un artículo del New York Times del 26 de mayo de 2017 (a propósito de la muerte del autor) se describe a ZB como “el teórico estratégico de línea dura que fue asesor de seguridad nacional del presidente Jimmy Carter en los años tumultuosos de la crisis de los rehenes en Irán y la invasión soviética de Afganistán”. Sumado a esto, el artículo añade que era “nominalmente” un demócrata, con puntos de vista que lo llevaron a hablar, contra la “codicia” y advirtió sobre la desigualdad en Estados Unidos. Por último, destaca que fue uno de los pocos expertos en política exterior que advirtió contra la invasión de Irak en 2003.
Por su parte, la Johns Hopkins School of Advanced International Studies (del cual el autor fue docente) cita las palabras del académico de la misma institución, Vali Nasr, quien señala que el legado de ZB representaba “lo mejor del liderazgo global estadounidense y la primacía del pensamiento estratégico y la iniciativa diplomática para resolver problemas globales complejos”. Algunos de los libros del autor que el lector puede consultar en español son: “El gran tablero mundial”, “El dilema de EE.UU” y “Tres presidentes”.
Entremos en materia . Como suelo hacer en otros artículos, dejaré al final artículos que pueden complementar la lectura del presente escrito. ZB explica en la introducción que su libro versa sobre la crisis terminal del comunismo, su progresiva decadencia y agonía, desde Lenin hasta Gorbachov. Esta fue la crisis de una cosmovisión que rechazaba la complejidad, la espontaneidad, el riesgo y la incertidumbre que son rasgos inherentes del mundo en que vivimos. El comunismo se propuso eliminar todo lo anterior por medio de la instauración de sistema de ingeniería social y de planificación central que pretendía dar la espalda a la realidad y moldear al ser humano en nombre de una ideología que dio la espalda a esa realidad y a la naturaleza humana. Esto explica que la represión y la supresión del debate y el disenso constituyeron elementos centrales del sistema, sin los cuales este se vendría abajo.
Como comenta ZB:
“(…) el comunismo representaba un esfuerzo equivocado por imponer la racionalidad total en los asuntos sociales. Postulaba la idea de que una sociedad alfabeta, políticamente consciente, podía encarar el control de la evolución social y orientar el cambio socioeconómico hacia objetivos establecidos. De tal modo, la historia no sería ya un proceso simplemente espontáneo, en gran medida accidental, sino una herramienta de la inteligencia colectiva y la decisión moral de la humanidad. De esa manera, el comunismo aspiraba a fusionar, por medio de la acción organizada, la racionalidad política con la moral social”.
ZB no esconde su antipatía con la ideología a la cual califica como “la más extraordinaria aberración política e intelectual del siglo XX”. Tal ideología, continúa explicando el autor, tiene que ser entendida en conjugación con el ascenso de otras dos ideologías autoritarias: el fascismo y nazismo. La razón de esto es que estas tres ideologías se encontraban vinculadas en términos genéricos y constituyeron reacciones ante el trauma generado por el proceso e industrialización, las desigualdades y el sentimiento de odio generado fruto de tal estado de cosas. También fueron ideologías marcadas por la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y sus consecuencias.
Tal guerra se tradujo en una reconfiguración geopolítica de Europa, el colapso de la dinastía Romanov en Rusia y su último zar Nicolás II, así como también la de los Hohenzollern en Alemania con el fin del reinado del Kaiser Guillermo II. En una los bolcheviques lograron instaurar una férrea dictadura mientras que en la segunda se instauró un gobierno socialdemócrata repudiado por el marxismo-leninismo. Mussolini ya había accedido al poder en 1922, Stalin se consolidaría en el poder tras la muerte de Lenin (1924) y Hitler llegaría a la cancillería en 1933. Como señala ZB, la visión de mundo de Lenin, Stalin y Hitler requería de un ingeniería social radical y a gran escala que moldeara a la sociedad en sus diversos ámbitos. Pero solo una de estas logró sobrevivir a lo largo de todo el siglo XX (y aun en el siglo XXI)
Como ya he explicado en otro artículo, el nazismo y comunismo soviético mantuvieron un breve romance entre 1939 y 1941, el cual llegaría su fin cuando Hitler traiciona a un sorprendido e incrédulo Stalin. Como sabemos con el final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) solo quedó un totalitarismo de pie y, por los azares de la historia, en el bando de los vencedores. No solo eso, el comunismo soviético salió de su ensimismamiento o para dar rienda suelta a su expansión en Europa oriental y otros continentes. Así, esta “aberración” ideológica, como lo reconoce ZB, fue, con el tiempo, capaz de cautivar las mentes y corazones de millones, lo cual se explica a lo que el autor denomina como la “gran simplificación”.
Con esto quiere dar a entender que el comunismo constituye una ideología que es capaz de dar una explicación simple a los problemas complejos del mundo. El comunismo otorga a sus seguidores un sentido al cual subordinar su vida, una concepción lineal y progresiva de la historia, una utopía final que alcanzar y los medios para poder alcanzar tal utopía. Tiene sus libros sagrados – los de Marx, Lenin, Stalin y más adelante el libro rojo de Mao en China – e incluso la clase redentora: el proletariado. Es por ello que, como ya he argumentado en otros artículos, el comunismo es en realidad una religión secular cuyo contrincante real no es el capitalismo sino que otro sistema de creencias tan completo e invasivo como el comunismo.
Como explica el autor, el comunismo culpaba del origen de todos los males a la institución de la propiedad privada, de manera que una sociedad justa y perfecta requería de su abolición. Junto con lo anterior, el mensaje del comunismo podía satisfacer tanto los paladares más exigentes de los intelectuales hasta las masas incultas. Cada persona o grupo podía apelar a “su propio Marx”, ya sea el del “Manifiesto”, el de los “Manuscritos” o de “El Capital”…al “joven” Marx o al “viejo “Marx”…al “Marx humanista” o al “Marx científico”. En palabras de ZB:
“Como las grandes religiones, la doctrina comunista ofrecía varias capas de análisis, que iban desde la explicación más sencillas hasta conceptos filosóficos más complejos. A los semialfabetos les. bastaba con enterarse de que toda la vida se define por la lucha de clases, y que la sociedad comunista alcanzará una estado de bienaventuranza social. Desde un punto de vista psicológico, resultaba satisfactoria, en especial para los desvalidos, la justificación de la violencia brutal contra los enemigos del pueblo, los que antes habían estado dotados de mayor riqueza material y que ahora podían ser agradablemente humillados, oprimidos y destruidos”.
Así, el sistema comunista era uno fácil de comprender y dilucidaba las claves del curso de la historia, de manera que muchos comunistas creían estar en posesión de una sabiduría de la cual carecían quienes se encontraban fuera de sus filas. Lo que les daba un sentido de superioridad y exclusividad propio de los miembros de las sectas. Como afirma el autor, para los exigentes intelectuales, el marxismo les ofrecía la clave para comprender la historia de la humanidad (pasada, presente y futura) así como también “una herramienta analítica para evaluar la dinámica del cambio social y político”, así como también “una refinada interpretación de la vida económica y una serie de intuiciones respecto de las motivaciones sociales”.
Así, tras el final de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo del proceso de descolonización, la Unión Soviética ganó nuevos adherentes quienes hicieron suya la lucha de clases para llevarla a una escala más amplia: lucha entre los las potencias occidentales y los países del llamado Tercer Mundo. En palabras del autor: “Durante las décadas de 1950 y 1960, buena parte del Tercer Mundo aclamaba el modelo soviético, sin un análisis crítico, como el mejor y más rápido camino hacia la modernidad y la justicia social”.
Lo anterior tuvo como consecuencia el que los adeptos a esta ideología, desde intelectuales hasta el lego, tuviesen una sensación de confianza, un sentido de orientación y de estar en el lado correcto de la historia. Así, solo bastaba que la historia siguiera el curso que el marxismo había decretado y, como tal proceso no ocurriría espontáneamente, fue Lenin quien vio la necesidad de crear una vanguardia político-revolucionaria. Este grupo de revolucionarios profesionales tenían como objetivo acelerar el proceso revolucionario que llevaría a la extinción del capitalismo y la sociedad de clases. Así, esta ideología había logró cautivar y hechizar a millones y causó la fascinación de literatos, políticos y economistas.
Todo esto comenzó con la ya aludida “revolución” (que fue un golpe de Estado) bolchevique en octubre de 1917. Aquí ZB se concentra en la importancia de la figura de Lenin y el rol que tuvo en complementar la doctrina marxista con otras ideas, específicamente la de acelerar el proceso revolucionario mediante la formación de un partido militarizado así como la conformación de una vanguardia compuesta por revolucionarios profesionales. Así, tras el golpe de Estado bolchevique comenzaría un período en donde Rusia sería radicalmente transformada por las ideas de dos intelectuales alemanes (Marx y Engels) que nunca presagiaron que sus ideas encontrarían terreno fértil en país tan poco desarrollado como Rusia (en donde, por lo demás, el campesinado superaba con creces a la clase redentora: el proletariado). Esto contradecía la profecía de Marx de que la revolución estallaría en aquellos países desarrollados con una gran masa de proletarios y en donde las contradicciones propias del sistema socialista había llegado a un límite extremo
En palabras de ZB:
“En teoría, el comunismo hubiera debido tener más éxito en el mundo desarrollado. Según la doctrina marxista clásica, la revolución socialista debió darse en los países desarrollados, como consecuencia históricamente inevitable de la crisis del capitalismo en la sociedad industrializada”.
Más adelante añade el autor:
“No solo era erróneo este diagnóstico, sino que para finales del siglo XX se destacaba una proposición más evidente aún: cuanta más avanzada la sociedad, menos políticamente importante era su partido comunista. Esta es la sorpresa central del enfrentamiento comunista con la historia. Si bien ha fracasado donde se esperaba que triunfase, logró éxito – pero sólo en lo referente a adueñarse del poder – donde, según la doctrina, se decía que las condiciones eran prematuras para su éxito”.
Más aún, ideas el marxismo constituía una completamente ajena a la gran masa de campesinos que conformaban la sociedad rusa y, posteriormente, a gran parte de la población de los países de Europa Oriental. Como bien apunta ZB los dos principales legados de Lenin fueron la idea de la concentración del poder político en un partido militarizado y altamente burocratizado, la conspiración, la paranoia y el uso del terror para aplastar cualquier oposición: real o imaginaria. En palabras del autor:
“La solución singular de Lenin consistió en la promoción de un partido supremo, dota del poder de impulsar la desaparición forzada, no del Estado, sino de la sociedad como entidad autónoma. La sociedad debía ser aplastada, no fuese que llegara a diluir y a la larga absorber el barniz político superficial del régimen comunista. Para Lenin, la lógica del poder dictaba la conclusión de que. para llevar a cabo la disolución de los vínculos sociales tradicionales, el centralismo del Estado debía ser acentuado, para convertir a éste en el instrumento ordenado por la historia”.