1) Socialismo y prusianismo (por Jan Doxrud)
La expresión clásica de Federico el Grande debe ser siempre repetida «Soy el primer servidor del Estado». Si cada uno hace suyo este lema, el socialismo ha llegado a ser realidad.
(Oswald Spengler. Prusianidad y Socialismo)
El presente artículo viene a complementar otro anterior en donde abordé el tema de por qué razón los nazis eran socialistas. El mero título del artículo causó las respuestas esperables, en este caso específico, el cómo era posible que yo pudiera calificar a los nacionalsocialistas de “socialistas”. Como ya señalé, a quienes se autodenominan como socialistas no les acomoda que tal etiqueta la puedan portar los nazis alemanes, pero el problema con esta postura es que se fundamenta en la ignorancia, puesto que no reconoce la existencia de distintas vertientes dentro del socialismo. Para ser más específico, el socialismo no se reduce al marxismo (al mal llamado “socialismo científico”) ya que el primero es anterior al segundo. Como explica el historiador chileno Enrique Brahm en su estudio sobre el caudillo Carlos Ibáñez del Campo, en Prusia se celebraba al Estado como un portador de progreso, un redentor social y, por lo tanto, la monarquía pasaba a ser una una reformista en lo social. Se trataba pues de un socialismo no revolucionario que no ponía en el centro la lucha de clases y en donde el Estado, señala Brahm, imponía desde arriba “el pararrayo protector sobre los sectores sociales más postergados” que evitaría el arribo de la revolución violenta”.
Por ende, quienes critican a Hitler de no ser un “verdadero” socialista por no haber estatizado todo el aparato productivo y no haber abolido la propiedad privada, están en lo cierto y, en este sentido, el dictador alemán no fue ciertamente un marxista. Ahora bien, lo anterior no nos debe llevar a ese otro extremo que constituye una falacia y una mentira creada por el stalinismo y los intelectuales comunistas, de que Hitler habría sido un títere del “gran capital” o que la Alemania nazi habría sido una suerte de manifestación propia del capitalismo de la época.
Tal absurdo ya lo he abordado en varios artículos y nos lleva a una sola verdad y es que Hitler instrumentalizó el sistema económico de acuerdo a sus objetivos, su capitalismo era uno mixto, es decir, permitió la existencia de la propiedad privada, pero con una fuerte injerencia del Estado nacionalsocialista que se fue haciendo cada vez más sofocante a medida que se avecinaba la guerra. Hitler no era un liberal, no era un admirador de los mercados financieros (y del mundo de la economía) y era una persona que carecía de conocimientos básicos en materia económica. Por lo demás, su política económica de preguerra no fue nada novedosa puesto que aplicó, en materia monetaria, políticas expansionistas y lo mismo en lo que respecta a la política fiscal, junto con una serie de regulaciones y controles de precios.
En virtud de lo anterior, en el presente artículo me referiré al denominado “socialismo prusiano” que teorizó y defendió quién será el protagonista de este breve artículo: Oswald Spengler (1880-1936). Spengler es principalmente conocido por su magna obra sobre la decadencia de Occidente y, quizás, menos célebre por su breve libro titulado “Prusianidad y Socialismo” (Preussentum und Sozialismus) de la editorial Renacimiento, publicado originalmente en 1919 y que analizaremos en el presente artículo.
En lo que respecta a Spengler, como comenta Arthur Herman en su libro “La idea de decadencia en la historia occidental”, era originario de Blakenburg y pasó su infancia infeliz con unos padres de clase media distantes, lo que lo habría llevado a refugiarse en un “mundo de fantasía y rebelión intelectual”. Entre sus héroes se encontraban el dramaturgo noruego Henrik Ibsen (1828-1906) por la fascinación y escándalo que causaban sus obras en el mundo burgués, así como también el compositor Richard Wagner (1813-1883) y el filólogo y filósofo Friedrich Nietzsche (1844-1900). En 1901 se doctoró en la Halle pero no llegó a obtener una cátedra universitaria.
El ambiente que respiraba el autor era aquel del período de entreguerras (1919-1939) marcada por pesimismo y sensación de crisis, especialmente en Alemania, cuando el último Kaiser, Guillermo II, abdicó dando inicio a la denostada República de Weimar. Alemania sufrió la humillación del Tratado de Versalles, la hiperinflación de 1923, los efectos de la crisis económica de 1929 y el ascenso de los radicalismos ideológicos que buscaban destruir la democracia liberal. Como relata Arthur Herman, desde 1918, las principales ciudades de Alemania estaban gobernadas violentamente por repúblicas soviéticas. A esto añade el mismo autor:
“El partido izquierdista que fundó la República de Weimar, los socialdemócratas, tuvo que llamar a su antiguo enemigo, el ejército, para restaurar el orden. De enero a mayo de 1919, el ejercito y unidades voluntarias de veteranos (Los Freikorps) aplastaron los levantamientos de Berlín, Múnich y otras ciudades. Miles de personas murieron, muchas a sangre fría. Spengler estaba en Múnich durante ese sórdido episodio: «sólo hambre, rapiña, mugre, peligro y canallada (Trottelei) sin parangón», le escribió a un amigo”.
La violencia como medio de regenerar a la sociedad, el voluntarismo y el emocionalismo extremo amenazaban el debate racional. Pero como resalta Herman, lo anterior representaba la destrucción de aquel mundo que sujetos como Spengler tenían en muy alta estima: la disciplina prusiana junto a sus virtudes. A esto agrega el mismo autor que la renovación de Alemania surgiría de una “revolución de la derecha, no de la izquierda. No nacería de un retorno al viejo conservadurismo de Bismarck y la Alemania del káiser, sino de una nueva derecha radical templada por los desastres de 1918 y 1919 e inspirada por íconos de pesimismo cultura como Lagarde, Nietzsche y el propio Spengler”.
La obra de Spengler, “La decadencia de Occidente” fue finalizada en 1914 pero producto del estallido de la guerra se interrumpió su revisión final, comenta Herman. Finalmente el primer volumen vería la luz en 1918, antes de que la derrota alemana fuera inminente, lo cual crearía el clima para que la obra de Spengler fuese un éxito de ventas, llegando a las manos de personajes como Ludwig Wittgenstein, Max Weber o Elizabeth Förster-Nietzsche (hermana del filósofo).
En cuanto a la obra que nos convoca, esta fue publicada en 1920 y expondría su versión de lo que sería una genuina revolución socialista, lo que implicaba liberar al socialismo del marxismo. Como señalé, el libro se titula “Prusianidad y Socialismo”. Como ya me he referido en un artículo sobre el concepto de socialismo (y en qué diferencia del comunismo), no haré alusión este. En cambio, sí realizaré un breve paréntesis sobre Prusia pensando en el lector que no tiene mayores conocimientos acerca de este reino. El reino de Prusia – actualmente en Polonia – se fundó en 1701 cuando el Elector Federico III (1657-1713), perteneciente a la dinastía de los Hohenzollern, se coronó en Königsberg como Federico I.
El monarca era de hijo del Gran Elector Federico Guillermo de Brandeburgo quien había hecho de Brandeburgo-Prusia el Estado del más fuerte dentro de la Confederación Germánica (1815 y 1866). El historiador Christopher Clark explica en su libro “El reino de hierro. Auge y caída de Prusia, 1600-1947” que en el siglo XIX y comienzos del XX la historia de Prusia se había pintado con tonos básicamente positivos, fruto de la interpretación de la escuela protestante de los historiadores prusianos. A esto añade el autor:
“Los historiadores protestantes de la Escuela Prusiana celebraban el Estado Prusiano como vehículo de una administración racional y del progreso y de la liberación de la Alemania protestante de las ataduras de la Austria de los Habsburgo y de la Francia bonapartista. Veían, en el estado-nación dominado por Prusia, fundado en 1870, el resultado natural, inevitable y mejor de la evolución histórica alemana desde la Reforma”.
Prusia adquirió con el tiempo un rol protagónico al ser la fuerza impulsora y creadora del Segundo Reich (1871-1918), fruto de las acciones del Canciller Otto von Bismarck, quien logró coronar como nuevo emperador del Reich al rey prusiano Guillermo I (rey de Prusia) en 1871 en Versalles. Siguiendo a Clark tenemos que Prusia sería la responsable de cierta “malformación política” que se manifestó en el poder e influencia en el gobierno por parte de la clase noble terrateniente (“junkers”). Junto a lo anterior se desarrolló una cultura política que estuvo marcada por la intolerancia y la intransigencia, así como también “una inclinación a reverenciar el poder por encima de los derechos legalmente establecidos y una ininterrumpida tradición de militarismo”. Así, de acuerdo a esta lectura, señala el mismo autor, Prusia habría sido la “perdición de la Alemania moderna y de la historia europea”. A esto añade Clark:
Al imprimir su peculiar cultura política en el naciente estado-nación alemán, ahogó y marginalizó las culturas políticas más liberales del sur de Alemania, lo que estableció las bases del extremismo político y de la dictadura. Sus hábitos de autoritarismo, servilismo y obediencia prepararon el terreno para el colapso de la democracia y el advenimiento de la dictadura”
Pero como señalé anteriormente, también surgieron interpretaciones más benignas y positivas en relación con el legado del Estado prusiano como por ejemplo el Código Civil de 1794, funcionarios públicos incorruptibles o la tolerancia hacia minorías religiosas e incluso el haber conspirado para asesinar a Hitler en 1944, de manera que habría una brecha entre el prusianismo y el hitlerismo. Algo similar señaló el periodista Sebastian Haffner (que abordé en otro artículo sobre Hitler), en quien no veía a Hitler como un “alemán normal” y que era una especia ajena al “alemán promedio” debido a su insensibilidad, vegetarianismo, su miedo al alcohol y a las mujeres.
Regresando al libro de Clark, este señala que Prusia continúa siendo una idea que tiene el poder de polarizar, incluso tras la unificación de Alemania en 1989 y el traslado de la capital desde Bonn (occidental y católica) a Berlín, (oriental y protestante). Esto habría dado lugar “a algún recelo respecto al aún no dominado poder del pasado prusiano” y a la pregunta sobre si se estaba despertando el espíritu de la vieja Prusia para atormentar a la República alemana?. Si bien – señala Clark – Prusia se había extinguido, esta resurgía como un recuerdo político simbólico. Es esto último lo que abordaremos con Spengler, es decir, más que la Prusia geográfica nos referiremos a un idea de Prusia o la “prusianidad”.
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