28) La Guerra Civil Española . La victoria del Frente Popular (por Jan Doxrud)
En lo que respecta al PSOE, de la Cierva trae a la palestra el libro del político socialista, Gabriel Mario de Coca, titulado, “Anti-Caballero. Crítica marxista a la bolchevización del Partido Socialista”, lo cual nos dice que el tema de la bolchevización del partido no era un mero invento. También cita el historiador las palabras de Salvador de Madariaga para quien la “circunstancia que hizo inevitable la Guerra Civil en España fue la guerra civil dentro del Partido Socialista”. Gran responsable es Largo Caballero que, incluso para un socialista revolucionario como Antonio Ramos Oliveira, Caballero había perdido contacto con la realidad, pretendiendo “cambiar de caballo en medio de la corriente”, depurando al PSOE de elementos “centristas” y “derechistas”.
Dentro de la izquierda también existía un comunismo anti-estaliniano, representado por el POUM, formado en 1936 fruto de la fusión de la Izquierda Comunista liderada por Andreu Nin, y el Bloque Obrero Campesino. Las divergencias entre este grupo y los comunistas fieles a Moscú llegaría a su momento culmine durante la guerra civil, cuando el comunismo eliminó esta izquierda disidente y a Andreu Nin quien fue secuestrado, torturado y asesinado.
Como explica de la Cierva, el POUM se presentaba a sí mismo como el depositario ortodoxo de las “esencias del marxismo - leninismo”, aunque, en realidad, se trataba de un intento serio de comunismo nacional. El autor cita las palabras de Joaquí Maurín (20 de abril de 1936):
“(…) Unificado el proletariado organizado y susceptible de organizar, sumará unos cuatro millones de personas, que tendrían en sus manos la fuerza suficiente para apoderarse del poder en un movimiento de violencia y establecer el régimen que más convenga a la masa obrera, con o sin Estado, pero de tipo esencialmente revolucionario”.
Pero dentro de este clima enrarecido y violento, fue un hecho específico el que conmocionó y generó una crisis mayor: el secuestro y asesinato del conservador y monárquico diputado José Calvo Sotelo. Se trataba de un político con una dilatada trayectoria, carismático y confrontacional, quien no temía a la discusión y afrontaba estoicamente las críticas en el parlamento. Como añade Moa, era una persona preparada, con conocimientos en materia de hacienda y, por lo demás, había cursado estudios formales llegando a obtener un doctorado.
Tras la caída de la dictadura, Sotelo se exilió y residió un tiempo en Madrid para luego regresar, en 1934, a España. Aurelio Núñez Morgado divide en 2 partes la trayectoria política de Calvo Sotelo. La primera se desarrolló durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930), en donde prevaleció el “pensador sereno” y el administrador honorable de la Hacienda pública. La segunda parte corresponde es el que participa en la Cortes y que “vibra de emoción al sentir a su Patria flagelada, amenazada de muerte, y sin defensa”.
Calvo Sotelo no era un demócrata, era partidario de un Estado autoritario y demostraba poco aprecio por las masas. Para Sotelo, las masas no solo deseaban bienestar, sino que también tenían un afán monopolístico que era el poder. Tal postura elitista lo distanció de otros grupos como la Falange de José Antonio Primo de Rivera. En opinión de Calvo Sotelo, tal como lo señaló en un discurso el 16 de junio, todas la s fórmulas de convivencia social y políticas podían reducirse a dos: orden consentido y orden impuesto. El primero de estos se fundaba en la libertad, mientras que el régimen de orden impuesto se fundaba en la autoridad. De acuerdo al político español, su país estaba viviendo un régimen de desorden, pero un desorden no consentido ni arriba ni abajo”, sino que impuesto desde abajo a arriba. A partir de esto, Calvo Sotelo concluía qué régimen español no se fundaba ni en la libertad ni en la autoridad. En su último discurso del 16 de junio de 1936 pronunció las siguientes palabras:
“Frente a ese Estado estéril, yo levanto el concepto del Estado integrador, que administre la justicia económica y que pueda decir con plena autoridad: no más huelgas, no más lock outs, no más intereses usurarios, no más fórmulas financieras de capitalismo abusivo, no más salarios de hambre, no más salarios políticos no ganados con un rendimiento afortunado, no más libertad anárquica, no más destrucción criminal contra la producción, que la producción nacional está por encima de todas las clases, de todos los partidos y de todos los intereses. (Aplausos). A este estado le llaman muchos Estado Fascista, pues si ese es el Estado Fascista, yo, que participo de la idea de ese estado, yo, que creo en él, me declaro fascista. (Rumores y exclamaciones. Un diputado: ¡Vaya una novedad!)”.
Si bien sus discursos eran fogosos y directos, y era un defensor de la monarquía, Calvo Sotelo no estaba dispuesto a restaurar esta última a costa de la destrucción de España. Por ejemplo, en un mitin electoral reunido el 12 de enero de 1936, el político español declaró lo siguiente:
“No queremos la catástrofe, aunque ella pudiera traer la monarquía. Nuestros ensueños monárquicos no consienten que el Trono se cimente sobre regueros de sangre y montones de escombros”.
Un libro interesante sobre el tema es el de Alfredo Semprún, titulado “El crimen que desató la Guerra Civil. De cómo un comando policíaco socialista secuestró y asesinó a Calvo Sotelo, líder de la derecha española”. Semprún explica que Carlos Sotelo era consciente de su importancia para la derecha, así como también era consciente de que su seguridad también corría peligro. A pesar de esto, no aceptó los consejos que le recomendaban tomar medidas al respecto, dependiendo y confiando únicamente en sus 2 escoltas (los cuales serían cambiados en julio)
El diputado conservador fue engañado por la policía, sacado de su hogar bajo engaños y asesinado en el auto con dos tiro en la nuca. Lo que impactó no fue tanto el hecho de que no se respetara el fuero de un reconocido político, ex Ministro de Hacienda y diputado de la República, sino que la forma en que se hizo. Peor aun, fue realizado con la complicidad de agentes del Estado y milicianos del PSOE. Tal acción habría sido el resultado de una venganza, puesto que el 2 de julio de 1936 unos pistoleros de derecha asesinaron al teniente José del Castillo (1901-1936), perteneciente a la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA).
Dentro de los asesinos destacaba, en primer lugar, el Capitán de la Guardia Civil, Fernando Condes, quien había participado en la revolución de 1934 apoyando a los rebeldes. Como afirma Aurelio Núñez Morgado, Condes había proclamado su fe comunista y había sido liberado por el Frente Popular y lo restituyó en su grado de capitán. En segundo lugar Luis Cuenca Estevas, miembro de las juventudes socialistas. En tercer lugar Federico Coello, médico afiliado a las juventudes socialistas. En cuarto lugar Francisco Ordóñez, miembro de las juventudes socialistas. En quinto lugar estaba Santiago Garcés Arroyo quien había sido escolta de Indalecio Prieto y, por último, José del Rey Hernandez, miembro de las juventudes socialistas y de la Guardia de Asalto.
El hecho es que Condes buscaba venganza por la muerte de Castillo y buscó adherentes. Entre las potenciales víctimas se encontraba el nombre de Gil-Robles, Antonio de Goicoechea y Calvo Sotelo. Cerca de las 3.00 de la madrugada, los hombres tocaron, entraron y se distribuyeron dentro del hogar de Calvo Sotelo, señalando que venían por orden de la Dirección General de Seguridad para realizar un registro. Finalmente se le comunica que se lo llevarían detenido. Tras la negativa inicial, Calvo Sotelo finalmente se viste y antes de salir señala a su familiar:
“Dentro de cinco minutos te llamaré desde la Dirección General de Seguridad... Si es que estos señores no me llevan a pegarme cuatro tiros”.
Efectivamente, Calvo Sotelo fue asesinado por la espalda dentro del autor, sólo que con 2 tiros en la nuca. En el epílogo de su libro escribe Semprún:
“Calvo Sotelo fue asesinado por esa simple razón, porque el tiempo de la revolución se agotaba y solo la guerra podía despejar el camino de débiles e indecisos. A nadie puede extrañar que fueran los pretorianos de la izquierda los que asumieran el deber de ponerla de una vez en marcha”.
Como relata Aurelio Núñez Morgado, el cadáver de Calvo Sotelo fue dejado en la puerta del Cementerio del Este. De acuerdo a Stanley Payne, este asesinato salvó la conspiración que estaban planeando militares como Molá y convenció a los más dubitativos (como Franco) de que debían levantarse contra la anarquía. Por su parte, Ramón Tamames se opone a la centralidad del asesinato de Calvo Sotelo en la sublevación, puesto que esta había sido preparada antes del asesinato. Pero, en opinión de Payne, el magnicidio terminó por transformar una conspiración en una verdadera “sublevación” militar apoyada por millones de civiles. El historiador cita las palabras del general Jesús Pérez Salas, pronunciadas a finales de la década de 1940, sobre el magnicidio:
“No sé de quién pudo partir la idea de cometer semejante atropello, pero sí diré que ni elegido por los rebeldes podían haberlo hecho mejor los que lo cometieron. Debió ser inspirado por alguien que tenía un gran interés en que el Ejército se sublevara [...] cuando fueron revelados sus detalles y se supo que habían intervenido en él mismo las fuerzas de Orden Público, la reacción fue tremenda [...]. Es inútil tratar de restar importancia al hecho. Si las fuerzas de Orden Público, en las que descansan los derechos y la seguridad de los ciudadanos, son capaces de ejecutar actos de esa naturaleza, prueban evidentemente su falta de disciplina y olvido de su sagrada misión [...] “.
Pío Moa, por su parte, afirma que el crimen de Calvo Sotelo no desató la guerra, puesto que el impulso hacia ella “ya era demasiado fuerte”. Así, la consecuencia del asesinato habría sido la destrucción de la última esperanza de evitar la guerra y, por lo demás, habría dotado a su inicio “una especial aura de tragedia”.
De acuerdo a Alfredo Semprún habría sido el socialista Indalecio Prieto, uno de los pocos que comprendieron el impacto y consecuancias de la muerte de Calvo Sotelo. Como señala el periodista español, “la muerte del dirigente derechista iba a dar al inminente golpe militar la dimensión «popular» en la que no creían ni el gobierno del Frente Popular, ni sus propios compañeros de filas”.
Paul Preston afirma que el escándalo político provocado por el asesinato de Calvo Sotelo fue enorme y que benefició claramente a los conspiradores militares “ya que el asesinato les proporcionaba una justificación patente a sus argumentos de que España necesitaba la intervención militar para salvarse de la anarquía”. Añade el autor que este hecho también “forzó” el compromiso de los vacilantes, entre estos Franco, e inyectó “una nueva urgencia a los planes para el alzamiento”.
Pero el asesinato de Calvo Sotelo también les privó a los conspiradores un una prestigiosa figura política que estaba destinada a convertirse en el principal dirigente civil tras el golpe. Algunas de las figuras que destacaron dentro del bando militar que se sublevaría eran José Sanjurjo (exiliado en Portugal) , Miguel Cabanellas, José Moscardó, Emilio Mola, Francisco Franco, Gonzalo Queipo de Llano, Manuel Goded, Juan Yagüe, José Millán-Astray, José Enrqiue Varela y Joaquín Fanjul. El 18 comenzaría la sublevación que daría lugar a una larga y cruenta guerra civil.
De acuerdo a Stanley Payne, resulta impreciso afirmar que la guerra era inevitable debido al antagonismo entre izquierdas y derechas. De acuerdo al autor, mayoría de los izquierdistas y derechistas no desearon una auténtica guerra civil, lo cual nos deja ante la siguiente pregunta: ¿quién la quería? La respuesta de Payne es el núcleo duro de la derecha y los revolucionarios extremistas de izquierda, los cuales pensaban en una guerra civil violenta pero corta, que se resolvería en cuestión de semanas. Payne trae el caso de la FAI - CNT que, en 1936, se mostraron favorables a la vía insurreccional para llegar al poder.
Para los marxistas revolucionarios la guerra civil constituía un paso previo necesario para consolidar su poder. Esa postura la planteó tanto Joaquín Maurín (líder del POUM) en su libro “Hacia la segunda revolución” (1935) y Luis Araquistain (miembro del círculo caballerista del PSOE) en sus artículos publicados en Leviatán” y “Claridad”. Ahora bien, en su libro sobre la defensa de España, Payne explica que ni la FAI-CNT ni el PSOE-UGT ni el POUM tenían planes para lanzar una insurrección inmediata. En lugar de esto, su idea era continuar con el proceso de desgaste del sistema republicano y capitalista.
Como señalé más arriba, había una serie de cabecillas militares quienes planificaron la insurrección, siendo uno de sus protagonistas el general de brigada Emilio Mola. Por su parte, Francisco Franco era en un comienzo parte de aquellos militares dubitativos y que no se habían decidido de ser o no parte de la revuelta. Pero tras los sucesos de violencia y el asesinato de Calvo Sotelo, pasó a ser no solamente parte de la conspiración sino que, con el tiempo, se transformaría en el generalísimo. Pero lo que los conspiradores no previeron fue que su sublevación se transformaría en una guerra civil. De hecho, el alzamiento fue un fracaso pero , de ese fracaso, lograron igualmente obtener la victoria en 1939.