17) La Guerra Civil Española . El Segundo Bienio, 1934-1936 (por Jan Doxrud)
Regresando a Preston, el británico también trae a la palestra al nuevo Ministro de la Gobernación, Rafael Salazar Alonso “representante de los agresivos terratenientes de Badajoz”, quien promulgó un decreto que criminalizaba las acciones de la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra (FNTT). Tal acción, de acuerdo a Preston, habría frustrado las negociaciones entre la FNTT y los Ministros de Agricultura y Trabajo. Sumado a esto estaban los actos de violencias entre falangistas y otros grupos de izquierda, así como una nueva concentración por parte de las JAP en Covadonga, Asturias (punto de origen de la Reconquista). Mientras tanto en Cataluña Luis Companys (1882 - 1940), Presidente de la Generalitat, proclamó que Cataluña era un Estado independiente dentro de la República Federal de España. Ahora bien, de acuerdo a Preston, tales ambiciones fracasaron ya que Companys se negó a armar a los obreros.
Señala Preston que fue en Asturias el único lugar en donde la protesta de la izquierda “no fue barrida con facilidad”. Aquí, el autor se refiere a la emblemática revolución de 1934. Pierre Vidal afirma que, a diferencia de la rebelión en Cataluña, el de Asturias fue un genuino movimiento que se gestó desde abajo, en donde existía una “unidad revolucionaria” y en donde los obreros sí se habían armado
Allí, lo dirigentes locales del PSOE, ante la participación “espontánea” ( de acuerdo a Preston), se adhirieron al movimiento revolucionario Alianza Obrera, organizado por la CNT, UGT y posteriormente por los comunistas. Por su parte, Raymond Carr explica que en Asturias, las zonas mineras fueron ocupadas y controladas por los comités locales de trabajadores y por la milicia del “Ejército Rojo” junto a sus dinamiteros.
Aquí Preston destaca la figura de Francisco Franco a quien el Ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, le confió las operaciones en Asturias. El conocimiento que tenía Franco de la región facilitó su accionar y, junto a mercenarios del Ejército de Marruecos sometió violentamente la revuelta minera en Asturias. En palabras de Preston:
“Lo que gustó mucho a la derecha española fue que Franco respondiese a los mineros sublevados de Asturias como si fueran las recalcitrantes tribus de Marruecos”.
La conclusión de Preston sobre la Revolución de octubre de 1934 en Asturias fue que esta demostró que la izquierda solo podría llevar a cabo cambios por medios legales. En cuanto a la derecha, habría demostrado que “la mejor probabilidad de impedir el cambio residía en los instrumentos de violencia que proporcionaban las Fuerzas Armadas”. Más adelante añade el mismo autor:
“La Revolución de Octubre había aterrorizado a las clases medias y alta que, motivadas por el miedo, llevaron a cabo una venganza que hizo que la izquierda sacara la conclusión de que debía unirse otra vez para obtener el poder por la vía electoral”.
Gabriel Jackson, por su parte, explicaba que todas las formas de fanatismo y crueldad que caracterizaron a la guerra civil iniciada en 1936, ya estaban presentes en la revolución de octubre. Añade en otro capítulo de libro que la crisis de la República parlamentaria ocurrió en el verano y otoño de 1934, y añadía que en los 20 meses que transcurrieron entre de octubre de 1934 a julio de 1936 no se aprendieron las terribles lecciones de la revolución en Asturias. Por su parte el embajador chileno Aurelio Núñez Morgado se muestra crítico de este levantamiento. De acuerdo al diplomático chileno el minero asturiano ganaba los más altos jornales de España y gozaba de toda las ventajas de la legislación social.
Sumado a esto, tenían a su disposición la explotación de minas antieconómicas mantenidas por el Estado español en perjuicio de la industria nacional. Por ende, para Nuñez, a pesar de la mejora de las condiciones de los obreros, estos decidieron continuar con su mentalidad socialista, su pasión revolucionaria y su sentimiento de odio de clases. En relación al período posterior al fracaso de la insurrección, Núñez señala que, si bien el gobierno logró aplastar la rtebelión, no se preocuparon de hacer nada ositivo para poner fin a la raíz del mal. Con esto quiere dar a entender que el socialismo resurgió, la polarización se agudizó y Largo Caballero continuó con sus ideas violentistas
La izquierda tendría que reflexionar y sacar sus conclusiones acerca de su fracaso en 1934. Una conclusión fue que no podían seguir divididos si su objetivo era alcanzar el gobierno. Esta problema de evitar divisiones interna llevaría la izquierda a formar el denominado Frente Popular.
Pero no nos adelantemos y continuemos con el Segundo Bienio y la insurrección de 1934, esta vez, examinada con los ojos de otros estudiosos . Como señalé al comienzo de esta serie de artículos, Pío Moa rechaza los relatos “mitológicos” (falsos) sobre la Guerra Civil. Así en el capítulo 11 de su libro, “Los mitos de la Guerra Civil”, Moa resume este mito como sigue:
“(…) la república llegó pacíficamente y, con talante generoso, prescindió del «cortejo sangriento de la represalia y la venganza», en palabras de Prieto, instaurando una democracia progresista y moderada. Pero la vieja oligarquía reaccionaria, temerosa de perder sus privilegios, conspiró desde el primer momento contra el régimen”.
Más adelante añade el mismo autor:
“Lo que hace persuasiva y persistente la tesis izquierdista sobre la causa de la guerra, a pesar de todas las evidencias en contra es la teoría en general que la envuelve y le da sentido. Según ésta, el fondo de la historia consistió en un comprensible conflicto de intereses: las izquierdas aspiraban a modernizar el país defendiendo a los trabajadores, a los humildes, con reformas que, inevitablemente perjudicaban a los poderosos y privilegiados. Y éstos reaccionaron con brutalidad típica en unos años de auge fascista. ¿Qué más lógico?”
Como señala Moa en otro libro, “El derrumbe de la Segunda República”, el anterior relato es parte de la escuela iniciada por Manuel Tuñón de la Lara (1915-1997) que interpretaba los procesos históricos bajo el prisma de la lucha de clases. Así, esta historiografía marxista no era más que otra arma de lucha en contra de la burguesía y el capitalismo. Tal escuela, añade Moa concentraba su atención menos en los hechos que en su interpretación y “ofrecía una visión general y un sentido claro de la historia, aun si esa claridad se lograba a costa de suprimir una masa de material inencajable en la teoría”. Así, parte de esta tradición la integrarían autores como el ya mencionado Paul Preston (con un marxismo de “baja graduación”), Alberto Reig Tapia, Santos Juliá y Ángel Viñas entre otros.
La República sería, erróneamente, tratada como un bloque homogéneo en donde los elementos ácratas y subversivos habrían sido casos aislados encarnados por elementos descolgados del régimen. Por otro lado tenemos a los sublevados reducidos a un grupo con las características más variadas: monárquicos, conservadores, nacionalistas y fascistas. Así, dentro de esta visión el PSOE, el PCE y los anarquistas, junto a figuras como Largo Caballero (e incluso Stalin) se nos aparecen como los verdaderos demócratas (más que Inglaterra y Francia) que luchaban contra las fuerzas reaccionarias.
Pero pasemos ahora al examen que Moa realiza sobre este “Segundo Bienio” que hemos estado abordando en estos párrafos. La derrota de la izquierda por las fuerzas de la centro-derecha en la elecciones de 1933 fue algo que no pudo tolerar de manera que la República, para este sector, solo era tal si era manejada por ellos. En primer lugar, Moa aborda el tema de la CEDA señalando, en su defensa, que a pesar de los disturbios, incluido el de octubre de 1934, mantuvo una posición moderada y mantuvo la “legalidad republicana”. Así, Moa afirma que la CEDA “no predicó ni organizó la violencia, que sí sufrió de las izquierdas y sus milicias”. Pero tal actitud de las izquierdas, continúa señalando el autor, era una que ya habían sostenido cuando perdieron las elecciones de 1933.
Tenemos, pues, que Gil-Robles y la CEDA no se aprovecharon del contexto de inestabilidad, ni siquiera de la insurrección de octubre en Asturias. En palabras de Moa la CEDA no adoptó en ningún momento un lenguaje fascista o golpista. Si bien, en su discurso se evidenciaba en momentos un carácter colérico, esta institución continuó apelando a la defensa de las libertades ciudadanas y de la legalidad.
Moa citas las palabras de su líder, José María Gil-Robles, ante el Parlamente el 5 de noviembre de 1934
“Está en crisis aquel viejo concepto liberal que cimentaba sobre el individuo todo el edificio político y todo el edificio social. Pero me temo que mucho antes de ensayarse con plena eficacia esté también en decadencia ese principio contrario que, apartando al individuo, quiere construirlo todo sobre el Estado. Y le temo mucho a los excesos del individuo; le temo mucho más a los excesos del Estado. Es cierto que se necesita un poder fuerte, una democracia organizada; pero no es menos cierto que con la condenación simplista de esos poderes se va al más monstruoso panteísmo del Estado, que hace que desaparezca toda personalidad, que hace que desaparezca toda individualidad absorbida por el monstruo del Estado, que entra en las conciencias en forma de la escuela única (...)”
Incluso el escritor Salvador de Madariaga (1886-1978) rechazaba aquel argumento – tildándolo de hipócrita y falso – que mostraba a Gil-Robles como un enemigo de la Constitución y la República, y que habría intentado tumbarla para sustituirla por un régimen fascista
En palabras de Madariaga, los socialistas de Largo Caballero ya estaban arrastrando a los demás a una rebelión contra la Constitución de 1931, lo mismo que la acción del presidente Companys y la Generalidad entera que también violaron la Constitución. Así, se preguntaba el escritor español:
“¿Con qué fe vamos a aceptar como heroicos defensores de la República de 1931 a aquellos mismos que para defenderla la destruían? Pero el argumento es además falso, porque si Gil-Robles hubiera tenido la menor intención de destruir la Constitución del 31 por la violencia, ¿qué ocasión mejor que la que le proporcionaron sus adversarios alzándose contra la misma Constitución en octubre de 1934, precisamente cuando él, desde el poder, pudo como reacción haberse declarado en dictadura?“.