4) Michel Foucault: Estado y Biopoder (por Jan Doxrud)
Otro fenómeno relevante que aconteció a lo largo del siglo XVI fue el desarrollo de la conducción del ser humano al margen de la autoridad eclesiástica. Fue la obra d e Descartes, especialmente sus “Meditaciones metafísicas”, la que representa para Foucault un punto culminante sobre cómo el ser humano puede conducirse al margen de toda consideración religiosa. En su “Discurso del Método” escribió el filósofo francés:
Me detendré brevemente en Descartes. El “Discurso del Método” es la autobiografía intelectual del autor así como una síntesis de su sistema filosófico y su método científico. A cualquier persona que quiera leer un hermoso texto de filosofía debería leer los textos de Descartes. El pensador francés se deja ver su escepticismo con respecto a la autoridad, en este caso la autoridad que ha regido su época: la escolástica y personajes de la talla de Aristóteles y Tomás de Aquino. Debe tenerse en cuenta que no era una empresa fácil el poner en duda las bases de la filosofía predominante y más aún cuando la filosofía actuaba como “sierva de la teología”. En su primera meditación escribió palabras que no nos son y no deben ser ajenas a nosotros:
“Hace mucho tiempo que me he dado cuenta de que, desde mi niñez, he admitido como verdaderas una porción de opiniones falsas, y que todo lo que después he ido edificando sobre tan endebles no puede ser sino muy dudoso e incierto; desde entonces he juzgado que era preciso acometer seriamente contra, una vez en mi vida, la empresa de deshacerme de todas las opiniones a que había dado crédito, y empezar de nuevo, desde los fundamentos, si quería establecer algo firme y constante en las ciencias”[1].
¿Cuál es el punto de partida de Descartes? La respuesta: la duda. El pensador comienza con la duda, pero no un mero dudar sin propósito alguno, ya que Descartes buscaba construir y no meramente demoler el armazón filosófico de su época. Una vez cuestionadas aquellas ideas aceptadas ya sea por la costumbre u otras razones, Descartes procede a elaborar las bases de su método.
“Asimismo vemos que casi nunca ha ocurrido que uno de los que siguieron las doctrinas de esos grandes ingenios haya superado al maestro; y tengo por seguro que los que con más ahínco siguen hoy a Aristóteles se estimarían dichosos de poseer tanto conocimiento de la naturaleza como tuvo él, aunque hubieran de someterse a la condición de no adquirir más amplio saber. Son como la yedra, que no puede subir más alto que los árboles en que se enreda y muchas veces desciende después de haber llegado hasta la copa”.
Descartes quiere hacer progresar el conocimiento sobre bases sólidas y, en este proyecto, se hace necesario cuestionar y superar a las grandes autoridades filosóficas de la época. Ciertamente esta era una tarea titánica y Descartes era consciente de ello.
“Arquímedes, para levantar la Tierra y transportarla a otro lugar, pedía solamente un punto de apoyo firme e inmóvil; también tendré yo derecho a concebir grandes esperanzas si tengo la fortuna de hallar sólo una cosa que sea cierta e indudable”[2].
La empresa filosófica de Descartes fue un éxito (y una maldición para otros) y marcaría profundamente el pensamiento occidental hasta nuestros días. Descartes logró dar con ese punto de Arquímedes, anunciando así su “método” por medio de una serie de pasos:
“no admitir como verdadera cosa alguna, como no supiese con evidencia que lo es; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no comprender en mis juicios nada más lo que se presentase tan clara y distintamente en mi espíritu, que no hubiese ninguna ocasión de ponerlo en duda”[3].
En segundo lugar afirma:
“(…) dividir cada una de las dificultades que examinare en cuantas partes fuese posible y en cuanto requiriese su mejor solución. ” Posteriormente continúa señalando: “...conducir ordenadamente mis pensamientos, empezando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más compuestos, e incluso suponiendo un orden entre los que no se preceden naturalmente.”
Por último:
“…hacer en todos unos recuentos tan integrales y unas revisiones tan generales, que llegase a estar seguro de no omitir nada”.
Descartes, en su intento de liberarse de los conocimientos adquiridos, procedió por medio de tres fases, son: dudar de los datos proporcionados por los sentidos. Dudar de aquellos momentos en que estaba despierto, lúcido, percibiendo cosas, ya que podría tratarse de un sueño. Por último llevó su duda al extremo al imaginar que un genio maligno nos cubre con un velo de ignorancia y hace del mundo una ilusión. En el proceso de desarrollo de su método, Descartes se preocupa de establecer una moral provisional. Descartes, en la tercera parte del Discurso del Método se proporciona una moral provisional:
“…como para empezar a reconstruir el alojamiento donde uno habita, no basta haberlo derribado y haber hecho acopio de materiales…sino que también hay que proveerse de alguna otra habitación en donde pasar cómodamente el tiempo que dure el trabajo; así, pues, , con el fin de no permanecer irresoluto en mis acciones, mientras la razón me obligaba a serlo en mis juicios…hube de arreglarme una moral provisional”[4].
La empresa que estaba llevando a cabo suponía también la elaboración de una nueva moral, ya que Descartes decidió dudar de todo cuanto había aprendido y esto incluía la ética. Descartes establece así sus tres máximas:
“…seguir las leyes y costumbres de mi país, conservando con firme constancia la religión en que la gracia de Dios hizo que me instruyeran desde niño, rigiéndome en todo lo demás por las opiniones más moderadas y más apartadas de todo exceso. Su segunda máxima consistió en “ser en mis acciones lo más firme y resuelto que pudiera y seguir tan constante en las más dudosas opiniones, una vez determinado a ellas, como si fuesen segurísimas…”[5].
Descartes realizaba la analogía de los caminantes extraviados en un bosque, los cuales no deberían andar errando o detenerse, sino que debían caminar lo más derecho que podían hacia un sitio fijo, sin cambiar de dirección ya que, al menos acabarían llegando a una parte mejor que estar en medio del bosque. La tercera máxima de Descartes apunta a no querer cambiar al mundo sin antes cambiar los propios deseos:
“procurar siempre vencerme a mí mismo antes que la fortuna, y alterar mis deseos antes que el orden del mundo, y generalmente acostumbrarme a creer que nada hay que esté enteramente en nuestro poder si no nuestros propios pensamientos, de suerte que después de haber obrado lo mejor que hemos podido, en lo tocante a las cosas exteriores, todo lo que falla en el éxito es para nosotros absolutamente imposible”[6].
Hay una cuarta máxima que consiste en aplicar la vida entera al cultivo de la razón, “y adelantar en cuanto pudiera el conocimiento de la verdad, según el método que me había prescrito”[7]. Claramente establecerla duda como método sería algo inaceptable para el poder pastoral que se mueve en los terrenos del dogma y la obediencia ciega. Foucault señala que el siglo XVI representa la entrada en la era de las conductas, de las direcciones y de los gobiernos. Foucault se plantea ahora la siguiente problemática:
“¿en qué medida quien ejerce el poder soberano debe encargarse ahora de nuevas tareas específicas que son las del gobierno de los hombres?...¿según qué racionalidad, qué cálculo, que tipo de pensamiento podrá gobernarse a los hombres en el marco de la soberanía? Segundo, problema del dominio y los objetos: ¿cuál es el elemento específico sobre el cual debe recaer ese gobierno de los hombres, que no es el de la Iglesia, no es el del pastorado religioso, no es de orden privado, sino de la incumbencia y la responsabilidad del soberano, y el soberano politico?”[8].
Foucault se concentra ahora en la nueva racionalidad a la que debe apelar el soberano, ya no una ratio pastoralis, sino que una ratio gubernatoria. Entra en escena la razón gubernamental. El autor cita un pasaje de Santo Tomás sobre el concepto de poder real. Según el Aquinate señalaba que el rey debía gobernar, vale decir, el rey “es quien gobierna el pueblo de una sola ciudad y una sola provincia, y lo hace con vistas al bien común”. Explica el autor que entre ser soberano y gobernar no existe discontinuidad alguna, ninguna separación entre ambas funciones.
Pero tal continuo se rompe, de acuerdo al intelectual francés, en el siglo XVI ya que a su juicio “el elemento característico del pensamiento político a finales del siglo XVI y principios del siglo XVII es precisamente la búsqueda y la definición de una forma de gobierno que sea específica con respecto al ejercicio de la soberanía”[9]. Un fenómeno clave que sucede durante estos siglos fue el hecho de que Dios no gobierna de manera pastoral. ¿Cómo puede saberse esto? La respuesta se encuentra en los avances científicos, en los descubrimientos e investigaciones de Copérnico (1473-1543), Galileo (1564-1642), Kepler (1571-1630), John Ray (1627-1705) y la gramática general y razonada de Port Royal (1660).
Al respecto escribe Foucault:
“…pues bien, uno de los grandes de todas esas o prácticas discursivas …fue mostrar que Dios solo rige al mundo a través de leyes generales, leyes inmutables, leyes universales, leyes simples e inteligibles y que eran accesibles o bien en la forma de la medida y el análisis matemático, o bien en la forma del análisis clasificatorio en el caso de la historia natural o del análisis lógico en el caso de la gramática general. Dios solo rige el mundo a través de leyes generales, inmutables, universales, simples, inteligibles: ¿qué quiere decir esto? Quiere decir que Dios no lo gobierna. No lo gobierna a la manera pastoral. Reina soberanamente sobre el mundo a travé de principios”[10].
Tenemos pues que ya no se gobierna de manera pastoral, es decir, ya no estamos ante esa economía específica del poder pastoral que se refería a la salvación, a la obediencia y a la verdad, como se señaló anteriormente. Los siglos XVI y XVII representan (específicamente los años que van de 1580 y 1560, de acuerdo a Foucault) ¿Qué es lo que cambia? La naturaleza ya no es concebida como un libro abierto en el que se podía descubrir la “verdad de las verdades. El antropocentrismo comienza a ser cuestionado y la naturaleza comienza a ser despojada de su carácter maravilloso para ser reducida a formas matemáticas y a todo tipo de clasificaciones.
Pero lo que nos interesa es aquel cambio según el cual el propio soberano en el ejercicio de su soberanía gobierna de acuerdo a un modelo que no lo encuentra ni en Dios ni en la naturaleza. En palabras de Foucault se pide al soberano que haga algo más que ejercer su soberanía y, al hacer esto, se le pide algo distinto de lo que hace Dios con la naturaleza o el pastor con sus fieles o el padre de familia con sus hijos. Aquí el autor trae a la palestra el concepto de razón de Estado. Para entender este concepto, el autor cita un pasaje de la obra “Della ragion di Stato” de Giovanni Botero (1544-1617):
“El Estado es una forma de dominación sobre los pueblos”.
Foucault destaca el hecho de que la definición no es territorial, es decir, el gobierno no se ejerce sobre un territorio, sino que sobre individuos y colectividades. En cuanto al concepto de razón de Estado, Botero señala: “es el conocimiento de los medios idóneos para fundar, conservar y ampliar dicha dominación”. Paso seguido Foucault cita al mismo autor: “esa razón de Estado abraza mucho más la conservación del Estado que su fundación o su extensión, y más su extensión que su fundación propiamente dicha”[11].
El autor explica que la razón de Estado, tal como la definió Botero, fue percibida en su propia época como una invención o una innovación, que se puede llegar a comparar con descubrimientos tales como el heliocentrismo y la ley de la caída de los cuerpos. El punto es que el concepto no pasó desapercibido y su novedad fue evidente y sospechoso para algunos autores. Foucault cita a otro autor, Bogislaw Philipp von Chemnitz (1605 - 1678), historiador y estudiante de derecho, considerado como el creador del derecho público alemán. De acuerdo al alemán, la razón de Estado siempre habría existido si se la entiende como el mecanismo mediante el cual el Estado puede funcionar. Como señala Foucault, Chemnitz estableció una analogía entre lo que sucedía en el terreno de las ciencias y lo que acontecía en de la razón de Estado:
“…pero fue menester un instrumento intelectual absolutamente nuevo para detectarla y analizarla [la razón de Estado], así como hay estrellas que jamás se habían visto y que para contemplarlas hubo que esperar la aparición de unos cuantos instrumentos y lentes”[12].
Así como los matemáticos y astrónomos no pudieron contemplar, por un cierto período de tiempo, fenómenos por la falta de tecnologías necesarias, lo mismo sucedió con los políticos descubriendo por medio de nuevos lentes lo que los antiguos no habrían podido nunca percatarse. Más adelante Foucault cita otro pasaje de Chemnitz donde explica el concepto de razón de Estado como una
“(…) cierta consideración política que debe tenerse en todos los asuntos públicos, en todos los consejos y proyectos, y que debe tender únicamente a la conservación, el aumento, la felicidad del Estado, para lo cual es menester emplear los medios más fáciles y prontos”[13].
[1] René Descartes, Meditaciones Metafísicas (España: Esapasa Calpe, 2006), 119.
[2] Ibid., 127.
[3] René Descartes, Discurso del Método, 53.
[4] Ibid., 57.
[5] Ibid., 59.
[6] Ibid.
[7] Ibid., 61.
[8] Michel Foucaul, op. cit., 270.
[9] Ibid., 273.
[10] Ibid., 273.
[11] Ibid., 277.
[12] Ibid., 282.
[13] Ibid., 296.