3) Michel Foucault: Estado y Biopoder (por Jan Doxrud)
Foucault agrega otra característica del pastorado cristiano y es lo que denomina como la instancia de obediencia pura, como tipo de acción unitaria, altamente valorada y que tiene lo esencial de su razón de ser en sí misma. El cristianismo no es una religión de la ley, sino que una religión de la voluntad de Dios de las voluntades de Dios para cada uno en particular. El pastor no es un juez u hombre de la ley, ya que para Foucault, se asemeja más bien al medico.
El pastor, como afirmaba San Gregorio (que Foucault cita), no aplicaba él mismo o un único método a todos los seres humanos, ya que no todos se encuentran regidos por una igual naturaleza. La relación médico-paciente y se asemeja así, por ejemplo al del abad con los demás monjes subalternos, una dinámica de relaciones que se perpetúa hasta nuestros tiempos, fuera del ámbito monástico:
“En la vida monástica, esta dependencia de alguien con respecto a alguien se institucionaliza en la relación con el abad, el superior o el maestro de novicios. Uno de los puntos fundamentales de la organización, la disposición de la vida cenobítica a partir del siglo IV, es el hecho de que todo individuo que entra a una comunidad monástica queda en manos de otro, un superior, un maestro de novicios, que lo toma por completo a su cargo y le dice en cada momento lo que puede hacer…La viuda entera se codifica en el hecho de que cada uno de sus episodios y cada uno de sus momentos debe ser fruto del mando, de la orden de alguien”[1].
Pasemos ahora a examinar la crisis del pastorado. Cabe precisar que lo que entra en crisis es, más bien, el pastorado cristiano y no el poder pastoral en sí mismo. Como explica Foucault, el pastorado en sus formas modernas se desplegó en gran parte por medio del saber, las instituciones y las practicas médicas, lo que lleva al intelectual francés a afirmar que la medicina fue una de las grandes potencias herederas del pastorado, claro que tal medicalización de la experiencia religiosa (la creencia en lo demoniaco) no constituía todavía una explicación naturalista y tampoco constituía una remisión a la psicología, ya que versaba sobre los soportes corporales de la fantasía, entre otros aspectos[2].
El hecho es que el pastorado va entrar en una crisis ya que gradualmente van surgiendo distintas formas de rechazo hacia este. Foucault busca un concepto para rotular a esta oposición antipastoral. Deshecha la palabra “rebelión” por ser demasiado precisa y fuerte para designar formas de Resistencia más difusas y moderadas. Foucault utiliza en un primer momento el concepto de “disidencia”:
“El término, en efecto, podría ajustarse con exactitud a eso, es decir, a las formas de Resistencia que conciernen, apuntan, tienen por objetivo y adversario un poder que se asigna la tarea de conducir, conducir a los hombres en su vida, en su existencia cotidiana”[3].
El concepto de disidencia se aplicó para describir a movimientos religiosos de resistencia a la organización pastoral. El autor también trae a la palestra el ejemplo de la Unión Soviética, que consideraba un caso de resistencia y rechazo hacia una autoridad política, un partido, un aparato burocrático que controlaba la política, la economía y conducía la vida cotidiana de las personas. En palabras de Foucault:
“Podría hablarse, por otra parte, de la pastoralización del poder en la Unión Soviética. Burocratización del partido, es innegable y también pastoralización del partido, mientras que la disidencia, las luchas políticas que se rotulan con ese nombre, tienen una dimensión esencial, fundamental, que es ciertamente un rechazo de la conducta”[4].
Pero Foucault tampoco considera que el concepto de disidencia sea el adecuado y opta por utilizar el concepto de contraconducta:
“En cambio, al emplear la palabra contraconducta, es possible, sin tener que sacralizar como disidente a tal o cual, analizar los components en la manera concreta de actuar de alguien en el campo muy general de la política o el campo muy general de las relaciones de poder; eso permite señalar la dimensión, el componente de contraconducta, dimensión de contraconducta que puede encontrarse perfectamente en los delincuentes, los locos o los enfermos. Por lo tanto, análisis de esa inmensa familia de lo que podríamos llamar como las contraconductas”[5].
Regresando al tema central, la crisis del pastorado, Foucault explica que comenzó a surgir una extrema complicación de las técnicas y los procedimientos pastorales, y además, surgió un dimorfismo o una estructura binaria en el seno mismo del campo pastoral: los clérigos y los laicos, en donde los primeros contaban privilegios, económicos, civiles y espirituales del clero. Otra transformación dentro de la institucionalización del pastorado, fue el desarrollo de la teoría y práctica del poder sacramental. Otro fenómeno es la imbricación del pastorado con el gobierno civil y el poder político. Una última innovación que destaca el autor fue la introducción de un modelo esencialmente laico: el modelo judicial. Destaca principalmente el autor la introducción de la práctica de la confesión (1215), esto es
“la existencia de un tribunal permanente delante del cual cada fiel debe presentarse de manera regular. Constatamos la aparición y el desarrollo de la creencia en el purgatorio, un sistema de pena modulado, provisorio, con respecto al cual la justicia o, en fin, el pastorado puede cumplir un papel determinado. Y dicho papel se dará precisamente en el surgimiento del sistema de las indulgencias, es decir, la posibilidad brindada al pastor y la Iglesia de atenuar en cierta medida y en relación con ciertas condiciones, sobre todo condiciones económicas, las penas que han sido establecidas. Tenemos aquí, entonces, la penetración del modelo judicial en la Iglesia, que será sin dudas, que fue con toda seguridad, a partir del siglo XII, una de las grandes razones de las luchas antipastorales”[6].
El medievalista e intelectual francés, Jacques Le Goff (1924-2014), explicaba que en el Concilio de Letrán o Letrán IV (1215) celebrado en Roma, los padres conciliares instauraron la practica anual de la confesión auricular a los cristianos mayores de 14 años. Continúa explicando Le Goff:
“Nunca se insistirá lo bastante en la revolución que provocó la confesión obligatoria auricular, esto es, una confesión, pronunciada individualmente al oído del sacerdote y protegida por el secreto… Ahora se trata de entrar en uno mismo, de hacer examen de conciencia. Se abre un espacio interior, que será el de la psicología y, más tarde, el psicoanálisis. Un día, me encontré con Michel Foucault en la biblioteca parisina de los dominicos de Le Saulchoir y nos pusimos a conversar apasionadamente sobre Letrán IV. Incluso me atreví a dar una formula: «El psicoanálsis ha tumbado en horizontal a lo confessional; lo confessional se ha convertido en el diván»”[7].
¿Cuáles fueron estas practicas antipastorales o las contraconductas de las que habla Foucault? De acuerdo al autor, las luchas antipastorales adoptaron variadas formas. Por ejemplo tenemos el caso del ascetismo, aquella práctica o ejercicio que se aplica al propio cuerpo. ¿En qué sentido el ascetismo constituye una forma de lucha antipastoral? Guarda relación con lo prescindible que se vuelve la autoridad del otro para el asceta quien se convierte en su propio maestro o en su propia guía en el camino hacia la meta última. Foucault: Cree que la ascesis constituía un ejercicio de sí sobre sí, una suerte de cuerpo a cuerpo que el individuo libra consigo mismo y en donde la autoridad de otro es, si no imposible, al menos no necesaria. A esto añade el autor:
“(…) el ascetismo es un camino que sigue una escala de dificultad creciente…un ejercicio que va de lo más fácil a lo más difícil; ¿cuál es el criterio de dificultad? El sufrimiento del propio asceta. El criterio es la dificultad efectivamente padecida por el asceta para pasar al estadio siguiente y hacer el próximo ejercicio, de modo que con su sufrimiento, con sus propios rechazos, con sus propias repugnancias, con sus propias imposibilidades, es el asceta, en el momento mismo de reconocer sus límites, quien se convierte en el guía de su ascetismo y, en virtud de su experiencia inmediata y directa del tope y el límite, se ve empujado a superarlos”[8].
Otras características del ascetismo que destaca el auto res que el desafío es una forma de desafío tanto interior como exterior, incluso entre los mismos anacoretas existen intensos desafíos. Por ultimo, explica Foucault, el ascetismo no aspira a un estado de perfección, sino que más bien, a un estado de tranquilidad o un estado de apatía, que viene a representa el dominio que el asceta ejerce sobre sí mismo, sobre su cuerpo y sus sufrimientos. El contrapastorismo también estuvo representado por comunidades como los “husitas”, comunidad reformadora nacida en Bohemia y que adoptó su nombre de Jan Huss (1370-1415)quien fue asesinado, quemado en la hoguera por herejía, tal como lo estableció el concilio de Constanza.
Otras comunidades fueron los anabaptistas quienes rechazaron practicas como la del bautismo de los niños en favor de un bautismo voluntario de la persona cuando ya fuese adulta. Podemos mencionar otra comunidad como la de los cátaros ubicados principalmente en la zona del Languedoc y que fueron inspirados en gran medida por los gnósticos. La suerte de los cátaros fue su persecusión y destrucción por una cruzada patrocinada por el Papa Inocencio III.
Pero, sin duda, la gran contraconducta que dio origen a otras contraconductas (o rebeliones pastorales ) fue la Reforma iniciada por Martín Lutero (1483 - 1546) y, posteriormente otras individualidades como, Huldrych Zwingli (1484-1531), Thomas Münzer (1490-1525) y Jean Calvin (1509-1564). En el caso de Lutero, el atormentado monje agustino no pudo encontrar consuelo en el monasterio y en el abad. Como explica el historiador francés, Lucien Febvre (1878-1956), en su célebre biografía de Lutero:
“…la vida monástica no bastaba para darl paz. Las practices, los ayunos, las salmodias en la capilla, los rezos prescritos y las meditaciones: remedios Buenos para otros, que no tenían una sed tal de absoluto. Esta mesiánica de la piedad no hacía mella en un alma tumultuosa, impaciente de sujeciones, ávida de amor divino y de incertidumbre inconmovible…pero la enseñanza que le daban, los autores que le hacían leer, ¿qué acción podían ejercer sobre él?”[9].
Pero como explica Febvre, Lutero no pretendía edificar una nueva Iglesia, así como tampoco organizar o legislar una comunión puramente espiritual. Lo que sí pedía Lutero era que Dios lo condujera, donde “él” quisiera, sin preguntas, con la confianza de un niño que va de la mano de su padre. Así, lo que hizo Lutero fue enfrentar a lo que podemos considerar como el poder pastora oficial, es decir, a la institución eclesiástica representada por la figura del Papa y aquel espacio donde residía: Roma.
Pero Lutero contaba con cómplices, es decir, los príncipes alemanes, especialmente la protección de Federico el Sabio de Sajonia, quien se negó detener a Lutero o quemar sus escritos. Finalmente este enfrentamiento llevó a Lutero a enfrentarse al mismo Carlos V*, quien era joven y poco conocido (y valorado) en Alemania. Me refiero a aquel episodio en donde Lutero llevó a cabo una defensa de sus ideas en la Dieta de Worms. La seguridad de Lutero en la verosimilitud de sus ideas no lo hizo dudar en dirigirse a la ciudad imperial, a pesar del precedente de Jan Hus y la bula Exsurge Domine de León X, que condenaba a Lutero y sus escritos. En palabras de Lucien Febvre:
“Lutero no se presentó en Worms como hombre respetuoso de los poderes establecidos, y que, habiendo recibido una convocatoria, partiera sin más vacilación y reflexión. Lutero fue a Worms como se va hacia la hoguera. Caminando hacia adelante en línea recta, haciendo el sacrificio interior de su vida, alimentando por otra parte esa fe invencible en su salvación final que todo hombre en peligro saca de las Fuentes profundas de su vitalidad y que, en un Lutero, es una fe en Dios ciega, inquebrantable. Lutero fue a Worms como un mártir, o al triunfo: dos aspectos, después de todo, de una misma realidad”[10].
Lutero y los demás reformadores, junto a sus seguidores y la Contrarreforma católica, representaron a ojos de Foucault las grandes reorganizaciones de la pastoral religiosa. Pero debemos recordar que, a pesar de estos intensos cambios, el pastorado religioso permaneció casi intacto. De acuerdo al autor, puede señalarse que hay una intensificación del pastorado religioso en sus formas espirituales, pero también en su extension y su eficiencia temporal. A esto añade:
“Tanto la Reforma como la Contrarreforma dieron al pastorado religoso un control, una autoridad sobre la vida espiritual de los individuos mucho más grande que en el pasado: aumento de las conductas de de devoción, incremento de los controles espirituales, intensificación de la relación entre los individuos y sus guías. Nunca antes el pastorado había intervenido tanto ni disfrutado de tanta influencia sobre la vida material, la vida cotidiana, la vida temporal de los individuos: se hace cargo entonces de toda una serie de cuestiones y problemas concernientes a la vida material, la limpieza, la educación de los niños. Por consiguiente, intensificación del pastorado religioso en dimensiones espirituales y sus extensiones temporales”[11].
Podemos decir entonces que, a pesar del gran golpe que significó para el catolicismo las sucesivas oleadas de insurrecciones religiosas que comenzaron con Lutero, apoyado por los príncipes alemanes contra la hegemonía de Roma y, a pesar de que el pastorado religioso se fragmentó en las diversas Iglesias y sectas religiosas cristianas, el poder pastoral religioso mantuvo su fuerza.
[1] Ibdi., 208.
[2] Michel Foucault: Las desviaciones religiosas y el saber médico, en Jacques Le Goff, comp., Herejías y sociedades en la Europa preindustrial, siglos XI-XVIII (México: Siglo XX Editores, 1987), 13.
[3] Michel Foucault, op. cit., 236.
[4] Ibid., 237.
[5] Ibid., 238.
[6] Ibid., 241.
[7] Jacques Le Goff, En busca de la Edad media (España: Paidos, 2003), 57-58.
[8] Ibid., 245.
[9] Lucien Febvre, Martín Lutero. Un destino (México: FCE, 2010), 47.
* Carlos V de l Sacro Imperio Romano Germánico y Carlos I de España.
[10] Lucien Febvre, op. cit., 165-166.
[11] Michel Foucault, op. cit., 266.