7) John Locke: Ensayo sobre el entendimiento humano (por Jan Doxrud)
Pasemos ahora a revisar brevemente la probabilidad en Locke, que se encuentra por debajo de los otros tres grados de certeza. Locke define la probabilidad como “la apariencia del acuerdo de las ideas, sobre pruebas falibles”. Si la demostración “muestra el acuerdo o el desacuerdo de dos ideas, por medio de la intervención de la intervención de una o más pruebas que tienen entre sí una conexión constante, inmutable y visible, así la probabilidad no es sino la apariencia de un tal acuerdo o desacuerdo, por la intervención de pruebas cuya conexión no es constante e inmutable, o, por lo menos, que no se percibe que lo sea…”[1].
Para Locke existen dos fundamentos de la probabilidad. El primero es la conformidad que ofrece cualquier cosa con lo que conocemos, o con nuestra observación y experiencia. El segundo fundamento es el testimonio de los otros. Respecto al testimonio de los otros, hay que tener en consideración: el número, la integridad, la habilidad de los testigos, el propósito del autor, la congruencia de las partes del relato y de sus circunstancias y por último, los testimonios contrarios. Locke ilustra esto con el ejemplo de que si observamos a un hombre caminando sobre el hielo, eso sería algo que excede la probabilidad, ya que está ahí frente a mí.
Ahora bien, si otra persona me dice que alguien estaba caminando sobre el agua endurecida por el frío, esto es algo que coincide con mi experiencia, he visto agua congelada y gente caminando sobre esta, por lo que estaría dispuesto a aceptar lo que me dicen, salvo que hubiese algo que levantase alguna sospecha. Pero Locke inmediatamente nos ofrece otro ejemplo.
Este consiste en que esta vez el relato anterior se lo relatamos a una persona que nació y ha vivido toda su vida en los trópicos y que nunca ha siquiera escuchado acerca de que el agua se congele, se endurezca y que las personas puedan caminar sobre esta. En ese cao, nos dice Locke, “toda la probabilidad recae en el valor del testimonio; y, según que los narradores sean más en número, y de mayor crédito, y que no tengan interés en hablar contra la verdad, el hecho será recibido con más o menos grado de creencia”[2].
Hemos mencionado los sentidos como la única fuente de todo conocimiento, pero queda preguntarse: ¿qué rol juega la fe en el pensamiento de Locke? Para nuestro autor la fe
“es el asentimiento que otorgamos a cualquier proposición que no esté fundada en deducción racional, sino sobre el crédito del proponente, que viniera de Dios por alguna manera extraordinaria de comunicación. Esta manera de descubrir verdades a los hombres es lo que llamamos revelación”[3].
Locke es cuidadoso en fijar los límites entre la fe y la razón, ya que de no ser así, no es posible establecer barreras a los fanatismos o extravagancias en matera de religión. Las palabras de Locke son de una vigencia patente:
“Si no se mantiene la distinción entre las provincias de la fe y de la razón…la razón no tendrá cabida alguna en los asuntos de religión, y entonces no merecerán censura todas esas opiniones y ceremonias extravagantes que se advierten en las diversas religiones practicadas en el mundo”[4].
Ahora bien, Locke no ataca directamente a la religión, sino a las irracionalidades que existen en esta (claro que muchos pensarán que la religión de por si es irracional). Para él, la religión debe ser motivo de orgullo para el hombre, ya que es lo que lo distingue de las demás bestias y lo que “más peculiarmente debería elevarnos, como criaturas racionales, sobre los brutos…”[5].
Pero resulta que a acontecido todo lo contrario, ya que es en la religión donde los seres humanos “se exhiben con frecuencia como más irracionales y como más insensatos que las mismas bestias”[6]. De todos modos, Locke salvó a la fe y la consideró como un asentimiento basado en la razón más alta. Esto es a grandes rasgos la magna obra de Locke sobre el entendimiento humano. Esta obra le significó un gran reconocimiento no sólo por parte de los ingleses, sino también de la Europa continental como escribió Voltaire en la ya citada Cartas sobre los ingleses.
Voltaire destaca a Locke como un espíritu sabio, metódico y lógico, a pesar de que no fue un gran matemático. Lo más importante de este autor es el esfuerzo que puso y se puede apreciar en su gran obra, lo que motivó a Voltaire a pronunciar estas líneas que ya antes cité al comienzo, fue por el hecho de que fue Locke quien mostró al hombre la razón humana, como un buen anatomista da cuenta de los nervios del cuerpo.
El tema de la tábula rasa es todavía objeto de debate. Steven Pinker dedicó un libro al tema, donde trata acerca de la naturaleza humana, así como sus aspectos políticos, éticos y emocionales. En este libro expone como los itelectuales han negado la existencia de una naturaleza humana a favor de tres dogmas entrelazados: la tábula o tabla rasa. Este último término nos señala que la mente no tiene características innatas, el buen salvaje, es decir, que la persona nace buena y la sociedad lo corrompe y por último, el fantasma de la máquina, acuñado por Gilbert Ryle y que hace referencia a que todos tenemos un alma que toma sus decisiones sin depender de la biología.
Mario Bunge afirma que Locke fue un realista ontológico, ya que pensaba que los cuerpos exteriores existían por sí mismos y que existe un sujeto conocedor real rodeado de cosas reales. Pero fue un escéptico en cuanto a nuestra capacidad de conocer el mundo. Posteriror a Locke se abriría la puerta a las filosofías antirrealistas. Tenemos que el hombre puede formar ideas complejas a partir de ideas simples y fue este papel activo de la cognición lo que significaría el abandono del realismo por parte de la filosofía y la adopción de cosmovisiones antirrealistas como es el caso del idealismo de George Berkeley.
En palabras de Bunge:
“…el escepticismo de Locke respecto de la ciencia, junto con su creencia de que sólo Dios podía producir alteraciones en las conexiones entre las cosas, abrió de manera inadvertida la puerta a la filosofía subjetivista de Berkeley…”[7].
Locke afirmaba la imposibilidad de conocer las cualidades primarias, así como saber cuáles tenían entre sí una unión necesaria o una incompatibilidad. Nuestra mente, de acuerdo a Locke, no puede descubrir ninguna conexión entre las cualidades primarias de los cuerpos y las sensaciones que se producen en nosotros:
“Tan lejos estamos de saber qué forma, que tamaño y qué movimiento de partículas producen el color amarillo, un sabor dulce o un sonido agudo, que no podemos en modo alguno concebir de qué manera cualquier tamaño, forma o movimiento de cualesquiera partículas es posible que produzca en nosotros la idea de cualquier color, sabor o sonido, sean los que fueren”[8].
No debe sorprendernos estas afirmaciones, ya que forman parte de un debate que está lejos de terminar. El físico, matemático y astrónomo, James Hopwood Jeans (1877-1946) escribió: “Cuando intentamos descubrir la naturaleza de la realidad que se oculta detrás de las sombras, nos vemos enfrentados al hecho de no poder ni siquiera hablar de esa naturaleza última de las cosas…Por esta razón, empleando la expresión de Locke, «la esencia real de las sustancias» no puede jamás ser conocida”.
Para Jeans la única forma de avanzar es intentando entender la leyes que rigen los cambios de las sustancias y dan de esa manera origen a los fenómenos del mundo externo. En opinión de Jeans los seres humanos continuábamos presos en la caverna de Platón limitándonos sólo a ver sombras. Otro físico, David Bohm (1917-1992), tenía ideas similares a las de Jeans. Bohm fue otro de los físicos que, como Schrödinger, se interesó no solo por la filosofía sino que también por asuntos de orden espiritual. Bohm hace eco de las ideas del científico y pensador polaco Alfred Korzybski, conocido por su sentencia acerca de que el mapa no es el territorio y si punto es que cualquier cosa que digamos de que algo es, no lo es. Sólo conocemos el mapa, los fenómenos que se nos presentan, y no el territorio, que vendría a ser el nóumeno en términos kantianos (lo anterior es algo similar a lo que dijo Kant pero con otros ropajes). En suma, de acuerdo con Bohm, las teorías son sólo mapas de la realidad y como tales son solamente abstracciones limitadas e inexactas. Lo mismo afirmó el psicoanalista, Jacques Lacan, cuando distinguió la “realidad”, entendida como el conjunto de las cosas tal como las percibe el ser humano, y “Lo Real”, entendido como el conjunto de cosas independiente de cómo los perciben las personas. Por último podemos citar a Zizek y su distinción lo simbólico, lo real y lo imaginario.
Regresemos a Locke. Como acertadamente escribió Bertrand Russell, así como Locke atribuyó a las cualidades primarias características objetivas que estaban situadas en los cuerpos y, por otra parte, las cualidades secundarias estaban en el percipiente, Berkeley estableció que este argumento sobre las cualidades secundarias también podía aplicarse a las cualidades primarias. De ahí la célebre frase por la que es conocido “Ser es ser percibido”. Que no nos extrañe la posición de Locke con respecto a la ciencia. Hoy sucede algo similar, pero hay que guardar la distancia entre el caso de Locke y el actual, en honor y respeto al primero.
En nuestros tiempos, algunos “respetados” filósofos o pseudofilósofos están en una empresa similar, que es la de desacreditar a la ciencia, pero lo hacen aún en conocimiento de los grandes avances en física, química o neurociencias, a pesar de la gran cantidad de libros de divulgación científicas sobre estas materias y a pesar del acceso a la información a través de internet, algo que no sucedía en época de Locke. Tenemos entonces que el empirismo se resiste a desaparecer.
[1] John Locke, op. cit. 657
[2] Ibid., 660.
[3] Ibid., 695.
[4] Ibid., 702.
[5] Ibid.
[6] Ibid.
[7] Mario Bunge, A la caza de la realidad, 76.
[8] John Locke, op. cit., 544