“Keynes y el keynesianismo han sido interpretados y reinterpretados una y otra vez tanto por quienes buscan reivindicar su autoirdad para valar las posturas que han querido adoptar, como por quienes lo denuestan y lo utilizan como telón de fondo para hacer resaltar sus propias ideas”.
(Roger E. Backhouse Bradley W. Bateman. John Maynard Keynes. Un capitalista revolucionario)
2) La teoría económica de John Maynard Keynes (por Jan Doxrud)
Un tema interesante, por ende, es dilucidar qué significa realmente ser “keynesiano” y hasta qué punto los “discípulos” de Keynes fueron realmente fieles a las ideas del maestro. En suma, podemos plantearnos el típico escenario ficticio que podríamos utilizar para otros muchos autores: si Keynes regresase a la vida por unas horas y pudiese atisbar las políticas económicas adoptadas tras su muerte en 1946, ¿estaría dispuesto a reconocer que tales políticas se encuentran inspiradas en sus ideas? Por ejemplo los modelos nacionalistas - proteccionistas de la década de 1950, el modelo de Industrialización por sustitución de importaciones (ISI), el modelo de desarrollo económico coreano de la década de 1960 o las intervenciones estatales tras la crisis subprime (me refiero la política monetaria denominada “flexibilización cuantitativa” o “quantitative easing”. Así, el concepto de “keynesianismo” se ha vuelto difuso, impreciso y tan elástico que hace necesario definirlo o deshacerse de él.
Pero quizás estemos ante un pseudoproblema, un problema innecesario, puesto que Keynes no pretendió crear una escuela “keynesiana” a la cual los economistas debían subordinarse acríticamente a una serie de dogmas establecidas en su “Teoría General”. Keynes no es Marx (de hecho criticó implacablemente al marxismo) y su “Teoría General” no es “Das Kapital” y, a diferencia del marxismo-leninismo, en el caso del keynesianismo” no existe una legión de feligreses que se dedican a reproducir frases añejas que hacían más sentido en la primera mitad del siglo XIX que en el XX y XXI (como es el caso del marxismo). Keynes no era un estatista, un colectivista y menos aún un agorero anunciando el fin del capitalismo, aún cuando este parecía ser el caso para muchos, tras la crisis económica de 1929.
En suma, todo esto podría tratarse de un pseudoproblema en el sentido de como lo entendía Mario Bunge (1919-2020), que era un admirador de Keynes: un problema que surge de una idea borrosa o una deficiencia del conocimiento. En este caso tenemos que el “keynesianismo” del cual se habla y discute, y que algunos alaban y otros critican fervientemente, es uno que no guarda mucha relación con las ideas de Keynes y, más bien, es uno forjado por economistas contemporáneos a Keynes que continuaron (o creyeron continuar) con sus ideas o las modificaron, pero creyendo que no alteraban su sustancia.
Como escribió el académico de economía de la “La Trobe University” (Australia), J. E. King en su libro titulado “Historia de la Economía Poskeynesiana desde 1936”, los poskeynesianos ampliaron su foco. Con esto quiere decir que los poskeynesianos abordaron temas ignorados por Keynes, como el crecimiento económico, el conflicto social, la distribución de la renta y la inflación.
Pero independiente de la postura que se tenga frente a la figura de Keynes, resulta un hecho indiscutible que tuvo una potente influencia en el desarrollo de la teoría económica posterior, así como también una fuente de calurosos debates entre economistas. El economista e historiador del pensamiento económico, Mark Blaug, (1927-2011), señaló en un artículo titulado “Second thoughts on Keynesian Revolutions” (1991) que la “revolución keynesiana” constituyó uno de los más notables episodios de la historia del pensamiento económico.
Añade el mismo autor que muchos vivieron fervientemente esta doctrina como si se tratara de una religión, especialmente el caso de las nuevas generaciones quienes fueron más susceptibles al “contagio” keynesiano. Por su parte, el influyente economista estadounidense, Paul Samuelson (1915-2009), rotuló la “Teoría General” como la obra de un genio. Joseph A. Schumpeter (1883-1950), en su “Historia del Análisis Económico” señalaba que Keynes había sido mucho más que un investigador del análisis económico. De acuerdo al economista austríaco Keynes era
“un dirigente enérgico e impávido de la opinión pública, un sabio consejero de su país (…) un representante victorioso de sus intereses y un hombre que habría conquistado un lugar en la historia aunque no hubiera escrito nunca una línea sobre análisis científico; pues en esa hipótesis seguiría siendo el autor de The Economic Consequences of Peace (…)”.
A esto añadía el mismo autor:
“Los críticos y admiradores del logro científico del difunto Lord Keynes estarán de acuerdo que su General Theory of Employment, Interest and Money (1936) ha sido el mayor éxito de los treinta y ha dominado el trabajo analítico durante el decenio siguiente a su publicación, por no decir más”.
Schumpeter se refiere específicamente al capítulo 18 de la “TG” de Keynes titulado “Nuevo planteamiento de la Teoría General de la ocupación” donde el británico resumía su aparato analítico. Friedrich Hayek (1899-1992), quien mantuvo un célebre debate con Keynes, lo describe como uno de los pensadores más potentes de su generación y uno de sus mejores exponentes. Incluso llega a decir que Keynes era, quizás la figura intelectual “más importante con la que jamás me he encontrado”.
El economista Murray Rothbard (1926-1995) es menos generoso que Hayek y en la página 55 de su “Keynes. The Man” (1992), escribió que difícilmente Keynes podía ser considerado como un estudioso brillante, tal como aseveraba Hayek, puesto que Keynes leyó poquísima literatura económica y, más bien, lo que hacía era tomar un poco de conocimiento y usarlo para imponer al mundo su personalidad y falsas ideas. No siendo esto suficiente, Rothbard continuaba señalando:
“Tampoco “brillante” es una palabra muy apropiada. Está claro que Keynes fue bastante brillante, pero sus cualidades más importantes fueron su arrogancia, su ilimitada autoconfianza y su ávida voluntad de poder, de dominación, de abrirse camino en las artes, las ciencias sociales y el mundo de la política”.
Luego añadía lo siguiente:
“Además, tampoco puede considerarse a Keynes como un “revolucionario” en ningún sentido real. Poseía la inteligencia táctica para disfrazar antiguas falacias estatistas e inflacionistas con jerga pseudocientífica moderna, haciendo que parecieran los últimos descubrimientos de la ciencia económica. Keynes era por tanto capaz de subirse a la ola del estatismo y el socialismo, de las economías gestionadas y planificadas”.
Este fenómeno no es nuevo, esto es , lo que dice el maestro versus lo que dicen aquellos que se consideraban sus discípulos. Este fenómeno ha acontecido con otros pensadores como Darwin, Freud y figuras religiosas como Jesús y el “Buddha”. El profesor emérito en UCLA , Axel Leijonhufvud, llegó a advertir que había que diferenciar entre la “Economía keynesiana” y la “Economía de Keynes”. Por su parte, Hayek incluso habla de los “discípulos desviados”. A esto añade:
“Keynes, hacia el final de su vida, no es que estuviera precisamente contento con la dirección que estaban tomando los esfuerzos de sus asociados más cercanos. Puedo perfectamente creer su dicho de que, así como Marx nunca fue marxista, tampoco él era keynesiano”.
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