4) La búsqueda de la estabilidad política en el África Subsahariana (por Jan Doxrud)
Volviendo a Collier, el economista explica que Besley y Kudamatsu descubrieron que la diferencia entre una autocracia próspera y otra ruinosa radicaba en si este “selectorado” estaba dispuesto a ejercitar su poder, esto es, a derrocar a los dictadores incompetentes. En virtud de lo anterior el lector podrá concluir que estos selectorados no ejercen su poder en el caso de algunos países africanos, puesto que en aquellos territorios las autocracias resultan ser ruinosas e ineficientes. De acuerdo a Besley y Kudamatsu, el selectorado estará dispuesto a derrocar al dictador si se encuentra seguro de que este podrá ser sustituido por uno de los suyos. De acuerdo a esto, Collier señala que ahí podría residir la razón por la cual una autocracia fracasa en aquellas sociedades estratificadas en poderosas identidades étnicas y es que el cambio político puede ser arriesgado. ¿Por qué razón? Resulta que el selectorado en el poder pertenece al mismo grupo étnico que el dictador, de manera que un derrocamiento de este podría abrir una caja de Pandora que podría desembocar en la transferencia del poder en un grupo étnico rival y, por consiguiente, la sustitución de un selectorado por otro.
Collier cita el caso del Presidente de Nigeria, Jomo Kenyatta quien, si bien implementó una política económica correcta, en materia política no supo estar por encima de las lealtades étnicas lo que se tradujo en que Kenyatta favoreciera a su tribu kikuyu con cuantiosos recursos públicos. Finalmente Kenyatta falleció sin preparar su sucesión y la consecuencia fue que una alianza de tribus rivales se hiciera con el poder alzando como Presidenrte a Arap Moi, con la consecuente pérdida de poder del selectorado kikuyu. Sumado a esto tenemos que el predominio de la etnia por sobre el de la nación tiene como consecuencia el que los líderes políticos carezcan de interés y de los incentivos para implementar un proyecto de país que busque generar un sentimiento de comunidad que trascienda las lealtade étnicas:
En palabras de Collier:
“Aunque tanto Kenyatta como Moi trataron a sus respectivas tribus con favoritismo, ninguno concedió la menor importancia a la construcción de un sentimiento de identidad nacional. No hubo ningún intento por crear una lengua nacional, y en las escuelas se daba preferencia a la historia local a expensas de la del país”.
Tenemos que un problema medular que afecta a estos Estados es la falta de un “sentimiento nacional” y de un fuerte liderazgo político que pueda fomentarlo. Nosotros concebimos los Estados-nación como algo “dado” y “natural”, puesto que nacimos cuando estos ya se encontraban plenamente consolidados y no hemos conocido otras formas de organización política, administrativa y territorial. Pero la realidad es que los Estado-nación son fenómenos recientes y, como bien señala Collier, casi todos los Estados modernos fueron alguna vez étnicamente heterogéneos. Por lo demás los Estado-nación son construcciones y no fenóemnos espontáneos . Otro hecho que resalta Collier es el origen violento de los Estados, el cómo estos se han forjado a lo largo de cientos de años. Pero la violencia no constituye el único sostén de un Estado puesto que este también requiere de cooperación y cohesión interna para que pueda perdurar en el tiempo.
Añade el autor que tampoco hay que pensar que el mundo pre-estatal era un Edén carente de violencia, todo lo contrario, era un mundo muy violento. El hecho es que resulta complejo formar un Estado y, más aún, lograr que los habitantes que habitan dentro de sus fronteras compartan un sentimiento de pertenecer a una misma comunidad nacional. En el caso del continente africano Collier señala que existían cerca de dos mil grupos etnolongüísticos que, tras el final de los imperios coloniales y el comienzo del proceso de descolonización, específicamente, quedaron integrados en 54 territorios nacionales. Pero la rápida formación de nuevos países estaba lejos de acabar con facilidad las lealtades tribales, tradiciones y valores autóctonos.
Algunos ejemplos de líderes que lograron forjar una identidad nacional fueron Sukarno (1901-1970), quien gobernó Indonesia entre los años 1945 y 1967, y Julius Nyerere (1922-1999) quien gobernó Tanzania entre 1964 y 1985. Si bien ambos líderes erraron en su política económica, sí lograron construir una identidad nacional principalmente centrándose en el idioma, en el caso de Sukarno, el Bahasa y en el de Nyerere, el Swahili. En el caso de Nyerere, Collier explica que este líder fue más allá de la estrategia lingüística, enfocándose también en la creación de una historia común “pan-tanazana” que la introdujo por medio de los planes de estudio de la educación primaria. Continúa explicando Collier:
“Por encima de todo, Neyerere desarrolló – y recalcó sin cesar – la retórica de la unidad nacional: sus súbditos eran tanzanos y debían estar orgullosos de ello. Las identidades étnicas no se suprimieron a la fuerza, simplemente se minimizó su importancia. Incluso cuando se introdujo en Tanzania la política multipartidista, esta estuvo restringida toda vez que se prohibieron los programas electorales con base étnica”.
Más adelante añade el mismo autor que Nyerere logró forjar una identidad nacional sin tener que recurrir a la idea del enemigo exterior, todo lo contrario, también inculcó un sentimiento panafricano junto al sentimiento nacional tanzano. Comenta Collier que de acuerdo a una encuesta implementada por Afrobarómetro, Tanzania mostraba que su población presentaba un porcentaje mayoritario de personas que se identificaban más con la nación que con la etnia. Para ser más específico, en una de las preguntas se podía leer lo siguiente: “a qué grupo específico pertenece en primer lugar y ante todo”. Sumado a esto a los ciudadanos se les preguntó con qué otra etiqueta se identificaban además de la de ser tanzano y el resultado fue que tres de cada cuatro encuestados se identificaban con su profesión.
Collier es consciente de que estas encuestas no nos digan mucho al respecto ya que, puede ser, que los encuestados respondan con cualquier cosa que les haga sentir bien. Añade que, por lo general los economistas se resguardan de sacar conclusiones obtenidas de lo que las personas “dicen” de sí mismas prefiriendo deducir opiniones verdaderas de lo que las personas “hacen”.
Otro experimento natural interesante citado por Collier es el de Edward Miguel. Este experimento consistió en compara dos municipios de dos países similares en lo que respecta a la diversidad étnica: Tanzania y Kenia. Los municipios mencionados eran Meatu (Tanzania) y Busia (Kenia) y que resultaban ser aún más similares entre sí que los dos países en cuestión. A su vez estos municipios contaban con localidades en donde existían una gran heterogeneidad étnica y otras con mayor homogeneidad lo cual fue aprovechado por el investigador mencionado. Lo que Edward Miguel encontró fue que en los sectores con mayor heterogeneidad étnica de Busia (Kenia) tenían peores bienes públicos que aquellas localidades con mayor homogeneidad étnica. Ahora bien, lo interesante fue lo acontecido en Meatu (Tanzania) ya que, al contrario de lo sucedido en Busia, no existían diferencias significativas en la provisión y calidad de bienes públicos entre aquellas zonas con mayor heterogeneidad étnica y aquellas con una mayor homogeneidad étnica.
Un estudio interesante es el Working Paper No. 112 del Afrobarómetro elaborado por la profesora asociada de The Ohio State University, Amanda Lea Robinson, titulado “National vs Ethnic identity in Africa: state, group and individual level correlates of national identification” (2009) El estudio se centra en 16 estados del África subsahariana que, como señala la autora, generalmente no son considerados como verdaderos Estados-nación. No obstante lo anterior, la cientista política señala igualmente existe una variación considerable entre países en lo que respecta al nivel de nacionalismo expresado por sus ciudadanos. La autora baraja varias hipótesis sobre el fenómeno del nacionalismo, basado en la experiencia europea, para ir contrastándolas con los resultados en África. Las primera tres nos dicen que el nacionalismo es un epifenómeno del proceso de modernización de los países, es decir, los países urbanizados, de mayor renta, con mayor escolarización y empleo formal, tendrán mayores niveles de nacionalismo.
Una cuarta hipótesis señala que los niveles de nacionalismo dependerá de que el Estado provea a sus ciudadanos de bienes públicos. La quinta hipótesis nos dice que mientras más culturalmente diverso es un Estado, sus niveles de nacionalismo serán menores. Como nos recuerda la autora, la división territorial de África fue impuesto por las potencias coloniales europeas en la Conferencia de Berlín (1885) siendo el resultado que los estados africanos son unos de los más diversos desde el punto de vista étnico. Pero esta hipótesis chocaría con la experiencia de Tanzania, el país con mayores niveles de nacionalismo, que se caracteriza por carecer de un grupo étnico predominante (el grupo étnico más significativo representa el 12% de la población). Otra hipótesis que menciona la autora es que aquellos Estados que lucharon en guerras anticoloniales presentan mayores niveles de nacionalismo que aquellos que no lucharon. Es este el estudio en donde se evidencia que de los 16 países estudiados, Tanzania mostró los mayores niveles de nacionalismo seguido de Sudáfrica, Senegal y Namibia. Los tres últimos lugares los ocuparon Malawi, Lesotho y Nigeria.
Una de las conclusiones la autora es que las teorías "clásicas" del nacionalismo, basadas en la experiencia europea del siglo XVIII, logran explicar una cantidad considerable de variación en el nacionalismo en los 16 estados africanos estudiados. Lo anterior sugiere que el nacionalismo (como identificación con el Estado) presenta ciertos patrones generales a través del tiempo y el espacio. Las teorías de la modernización también resultaron ser instrumentos analíticos útiles para el estudio (aunque se debe tener en cuenta que aquellos grupos que no se benefician de la modernización no se sentirán identificados con el Estado. La hipótesis que parece no verificarse en la práctica es la relación entre nacionalismo y provisión de bienes públicos por parte del Estado. También se verifica mayores niveles de nacionalismo en aquellos países que lucharon en guerras coloniales (aunque solo 3 lo hicieron de los 16 Estados estudiados). Otra resultado interesante es el de Tanzania. Este país es un caso atípico ya que no cumple con las características anteriormente mencionadas (y otras que menciona la autora) y aun así es el país con el mayor nivel de nacionalismo aun cuando es muy pobre, étnicamente diversa y el no haber en una guerra anticolonial.
Volviendo a Collier, otro tema que aborda en un capítulo de su libro es la estabilidad política de los PCM una vez terminados cruentos conflictos bélicos y la eficacia de las fuerzas extranjeras de paz como garantía de un mayor estabilidad, así como también, evitar la recaída en una espiral de violencia. Resulta que las misiones de paz presentan problemas como las de ser caras y el de no despertar simpatías en los ciudadanos desde donde vienen las tropas, así como también de sectores que acusan de cierto neoimperialismo o paternalismo colonial. Collier es consciente de esto, especialmente del sesgo anticolonial, pero esto último está lejos de ser la visión del autor. Una opción que presenta el autor es lo que se denomina como “garantías en el horizonte”, una estrategia implementada por el gobierno británico en Sierra Leona consistente en dejar un destacamento reducido de soldados pero que, en caso de que comiencen a emerger conflictos, se enviará más tropas inmediatamente. En el caso de Sierra Leona la estrategia resultó ser un éxito pero, como afirma Collier, esto es solo un ejemplo.
Otro estudio de Collier dio cuenta que en aquellas zonas de África Central y Occidental, en donde habían bases militares francesas, existía un mayor grado de seguridad. Incluso el autor relata que mientras escribía el libro, unos rebeldes habían llevado a cabo un golpe en Chad llegando a las puertas del palacio presidencia. Fue finalmente la intervención y el ultimátum lanzado por las tropas francesas lo que hizo que los rebeldes optaran por retirarse. De acuerdo a Collier, un gasto anual de 100 millones de dólares en tropas de paz que se mantenga por 10 años reduce significativamente el riego de recaída en un conflicto a un 38% a un 17%. Continúa señalando el autor que, de aumentar el monto a 200 millones de dólares, el riesgo se reduce a un 13% y con 500 millones de dólares el riesgo se reduciría a 9%. Ahora bien, Collier advierte que las misiones de paz parecen estar sujetas a la ley de los rendimientos decrecientes lo que que vendría a significar que conforme aumentan las tropas, cada dólar invertido genera menos beneficios. Obviamente existen otros factores como la calidad de tales tropas y, añadamos nosotros a propósito de lo acontecido en Haití y los abusos sexuales y violaciones por parte de cascos azules: el comportamiento ético de las tropas
Todo lo anterior no debe conducir a pensar que la recuperación de los PCM radica en la intervención de misiones de paz, puesto que la clave es la recuperación económica pero, para ello, se necesita estabilidad y paz y es ahí en donde entran en el escenario las tropas militares extranjeras. Como es obvio, las guerras civiles destruyen por completo el sector de la construcción y nadie se encuentra dispuesto a invertir en infraestructura y, por lo demás, este sector requiere tanto de mano de obra no cualificada así como también cualificada. En ocasiones, la necesidad de construir hace necesario contratar empresas extranjeras como las chinas las cuales aportan casi todo, incluido la mano de obra. El problema con esto, como explica Collier, es que anula el beneficio a corto plazo derivado de la revitalización del sector que es la generación de puestos de trabajo para la población joven.