3) La globalización. Un poco de historia (por Jan Doxrud)
La globalización, entendida como un proceso que se ha desplegado a lo largo de cientos de años y que ha adoptado diversas formas y ha recibido diversos impulsos, es, vuelvo a insistir, uno de carácter complejo en el sentido que de que tiene varias dimensiones que se encuentran interconectadas. Si bien no es posible establecer una fecha de inicio del proceso de globalización, lo que sí podemos afirmar es que este proceso ha recibido ciertos impulsos a lo largo de cientos de años. Por ejemplo, tenemos el desarrollo de los medios de comunicación que ha tenido como consecuencia la independencia de estos nuevos inventos de las fuerzas de la naturaleza que anteriormente limitaban los esfuerzos humanos, así como también la reducción de distancias antes consideradas siderales.
Como explica el catedrático de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Alcalá de Henares, Francisco Comín, en la segunda mitad del siglo XIX los ferrocarriles redujeron considerablemente los costes del transporte terrestre impulsando así la creación de mercados nacionales. A esto cabe añadir la gradual sustitución de los veleros por los modernos buques a vapor. En la segunda mitad siglo XX Comín señala que se produjo un aumento de la proporción del transporte aéreo dentro del total del transoceánico y, por lo demás, la mayor rapidez de los nuevos transportes disminuyó también los costes de almacenamiento. En nuestros días igualmente el transporte marítimo continúa siendo el más utilizado frente al aéreo y terrestre, puesto que resulta ser menos costoso cuando se trata de transportar grandes volúmenes de mercancía y a largas distancias.
También constituyeron hitos otros procesos como la revolución industrial y su sucesora: la revolución tecnológica. Sin duda alguna inventos que van desde la brújula, pasando por el astrolabio y el sextante hasta el moderno GPS , han tenido impactos enormes. Ya no se trata de que el sistema económico actual sea diferente a los de otros siglos, sino que es uno completamente diferente al que imperó entre 1929 y mediados de la década de 1970 cuando comenzaron los primeros pasos para liberalizar las economías y dejar atrás los modelos proteccionistas, desarrollistas, nacionalistas y de industrialización por sustitución de importaciones.
Crucial resultó ser el año 1971 cuando Intel desarrolló el primer microprocesador: el 4004 que, básicamente, es la unidad central de procesamiento constituye el cerebro del computador. No todas las naciones supieron prepararse y adaptarse a este cambio de paradigma, especialmente aquellos países que se encontraban bajo la órbita soviética. Como señala Manuel Castells, la Unión Soviética, junto al sistema de planificación central, no fue capaz de estar a la altura de los vertiginosos cambios que se estaban produciendo y se quedó estancado en el estatismo industrial y quedando al margen del nuevo paradigma. La hipótesis de Castells es la siguiente:
“Sostengo que la crisis galopante que sacudió los cimientos de la economía y la sociedad soviéticas a partir de los años setenta fue la expresión de la incapacidad estructural del estatismo y de la variante soviética del industrialismo para asegurar la transición a la sociedad de la información”.
Cuando Castells habla de “estatismo” se refiere a aquel sistema social organizado en torno a la apropiación del excedente económico producido en la sociedad por quienes ostentan el poder de ese aparato estatal, mientras que el capitalismo se enfoca en la maximización del beneficio. Ahora bien, resulta más esclarecedor que, en lugar de hablar de estatismo y capitalismo (como lo hace Castells), diferenciemos entre capitalismo monopólico de Estado y capitalismo descentralizado (a nivel de empresas) de libre mercado. En segundo lugar, por “industrialismo” Castells entiende un modo de desarrollo en donde el aumento de la productividad depende básicamente del aumento cuantitativo del factor trabajo, capital y recursos naturales. Así, la Unión Soviética quedó al margen del “informacionalismo” definido por Castells como un “modelo de desarrollo en el que la principal fuente de productividad es la capacidad cualitativa para optimizar la combinación y el uso de los factores de producción basándose en el conocimiento y la información”.
Añade el sociólogo que, mientras la Unión Soviética (si hemos de creer a las estadísticas oficiales) demostraba en la década de 1980 una superioridad frente a Estados Unidos en la producción de acero, cemento, hierro, petróleo, fertilizantes y tractores, se había quedado rezagada en lo que respecta a la electrónica y la biotecnología. Lo mismo señala el sociólogo británico Anthony Giddens para quien el colapso de la Unión Soviética, tras la década de 1970, se debió al énfasis del sistema soviético en la empresa estatal y la industria pesada, descuidando la economía electrónica. A esto agrega:
“El control ideológico y cultural en el que se basaba la autoridad política comunista no podía sobrevivir en una era de medios de comunicación globales”.
Pasemos ahora a abordar una breve historia de la globalización. Francisco Comín, distingue una primera globalización que comienza hacia el año 1870 y finaliza en 1913, y que retornaría más adelante en 1973, con el auge del monetarismo y el liberalismo económico, y la perdida de terreno del keynesianismo y los modelos proteccionistas como el de industrialización por sustitución de importaciones. Durante esta primera globalización, explica Comín, se conformó un mercado mundial de productos y factores de producción que tendieron a converger entre ciertos países. Ahora bien, el proceso de convergencia sucedió entre países europeos y de estos con Japón y Estados Unidos. Por otro lado, la “gran divergencia”, explica el historiador español, se caracterizó porque los países industrializados aumentaron su ventaja frente a los países pobres en términos de renta per cápita, así como también la asimetría política y de poder, en el sentido de que las potencias europeas, así como también Estados Unidos e n su área de influencia (en virtud de la doctrina Monroe), impusieron las reglas del orden económico mundial.
Otros historiadores económicos como el académico de la Universidad de Harvard, Jeffry A. Frieden, nos habla de la época dorada del capitalismo global que se extendió desde la segunda mitad del siglo XIX hasta 1914 hasta que el mundo se disgregó producto de la Primera Guerra Mundial (1914 - 1918), el período de entreguerras (1919 - 1939) marcado por el auge de los totalitarismos, la crisis de 1929 y el descrédito de la democracia, la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y, finalmente, el comienzo de la Guerra Fría (1945 - 1991). Al igual que Comín, la globalización para Frieden retornaría en la década de 1970.
En nuestros días podríamos señalar que esta globalización – que, por un lado integra elementos liberales y, por otro, cuenta con regulaciones nacionales internacionales por parte de enormes burocracias como lo es la Unión Europea, l a OMC o el FMI – se encuentra nuevamente en la encrucijada, especialmente tras la crisis económica del 2008 (subprime). Actualmente hay que añadir el retorno del nacionalismo económico en algunos países en Europa y Estados Unidos, junto al rechazo, por parte de algunas figuras políticas, de las elites globalistas que integran organismos como FMI, ONU o el Banco mundial que velan por sus propios intereses en desmedro de los intereses de las naciones.
Así, en lo que sigue, examinaremos, de manera no exhaustiva, esta breve historia del proceso de globalización, que ha sufrido avances y retrocesos, así como también ha tomado diversas formas a lo largo de los siglos, de manera que no existe, por así decirlo, un solo modelo de globalización, como tendremos oportunidad de ver a continuación.
Rodrik, hace referencia al auge y caída de la “primera globalización” que abarcó la segunda mitad del siglo XIX y los primeros 20 años del siglo XX. De acuerdo al economista turco, lo que hizo posible esta primera globalización fueron, en primer lugar, las nuevas tecnologías como los barcos de vapor, ferrocarriles, telégrafo y canales, que permitieron reducir los costes comerciales desde los primeros años del siglo XIX. En segundo lugar destaca la existencia de una narrativa económica influenciada por los trabajos de Adam Smith y David Ricardo entre otros, que promovieron el libre comercio y las ventajas comparativas, en contra del sistema mercantilista. En tercer lugar Rodrik destaca la adopción del patrón oro que posibilitó que el capital se moviera internacionalmente sin temor a los cambios abruptos de las monedas. Añade el autor que lo anterior son factores importantes pero que no son suficientes para explicar esta primera globalización. Así, Rodrik añade otros dos factores, siendo el primero la convergencia en los sistema de creencia de quienes tomaban las decisiones económicas claves en aquel período. En palabras del economista:
“El liberalismos económico y las reglas del patrón oro unieron a los gobernantes de distintas naciones y en su propósito de minimizar los costes de transacción en el comercio y las finanzas”.
Una segunda institución clave que destaca Rodrik es el imperialismo que operó como un mecanismo que funcionó para imponer reglas favorables al comercio lo que se tradujo en que los países europeos se transformaron en verdaderos árbitros que imponían y hacían cumplir las reglas. El hecho es que a lo largo del siglo XIX, continúa explicando Rodrik, ocurrieron algunos hechos que marcaron una victoria, aunque limitada, del libre comercio. Tenemos el caso de los aranceles cuando en 1846 Gran Bretaña decidió suprimirlos sobre las importaciones de cereales (instaurados durante las Guerras Napoleónicas). Estas Corn Laws (1815-1846) generaron fuertes debates puesto que si bien beneficiaban a algunos (intereses urbanos), esta supresión de los aranceles perjudicaba a otro sector, como el rural.
En aquella época la nueva revista “The Economist” (1843), fundada por opositores al Corn Laws, destacaron la libertad de comercio en contra de medidas proteccionistas mantenida por medio de aranceles. Un hito importante destacado por Rodrik fue el Tratado Cobden-Chevalier (1860) en virtud de cual Gran Bretaña se comprometía a reducir los impuestos sobre las bebidas alcohólicas francesa a cambio de que Francia hiciese lo mismo con los bienes manufacturados británicos.
Una innovación que vino dela mano con este tratado fue elde la cláusula de “nación más favorecida” de acuerdo a la cual los firmantes originales del tratado se beneficiarían de las reducciones arancelarias que uno de estos países concediese a futuro a terceros países. Así, concluye Rodrik:
“A mediados de los años 1870, la mayoría de las prohibiciones al comercio habían desaparecido y la media de los aranceles sobre los productos manufacturados permaneció en números bajos de una sola cifra en Gran Bretaña, Alemania, los Países Bajos, Suecia y Suiza, y un poco por encima de la decena en Francia e Italia, muy por debajo de los niveles anteriores (…)”.
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