7) Octubre de 2019: ¿El fin del “oasis” chileno? Diagnóstico de los intelectuales públicos (II) (por Jan Doxrud)
Carlos Peña también se ha referido a este malestar en Chile. En su libro “Lo que el dinero si puede comprar” (2017) afirma que se instaló en la sociedad chilena, en los círculos de prensa e intelectuales, la idea de un rasgo persistente fruto de la modernización capitalista en Chile. Este rasgo consiste en una cierta inconsistencia: “(…) la aparición de una muy extendida cultura del consumo y satisfacción por el bienestar material, pero al mismo tiempo la sospecha de que hay algo valioso que se escurre cuando se alcanza”. Con esto, Peña quiere destacar una ambivalencia que ya habían sugerido los sociólogos Emile Durkheim y George Simmel (y podemos incluir a Rousseau, de Tocqueville, Nietzsche o Heidegger). Esta ambivalencia nos dice que si por un lado experimentamos mayor individuación y libertad, por otro experimentamos también agonía y anomia. Así, los procesos de modernización capitalisa traen consigo una paradoja:
“(…) hay, es cierto, una sensación de malestar con las rutinas del consumo y del mercado; pero al mismo tiempo, todos, y a veces especialmente los más críticos, la practican con riguroso entusiasmo como si encontraran un cierto deleite en aquello que, según declaran, los extravía”.
Esta misma idea está presente en autores como Gilles Lipovetsky y Jean Serroy para quienes, en el marco de la vida exuberante de un mundo que promete felicidad de satisfacciones innumerables, convive a su vez con una tremenda desorientación individual y colectiva. Volviendo Peña, el autor añade que, por un lado, se insiste en lanzar invectivas contra el mercado y el dinero por deteriorar los vínculos sociales y hacernos “perder el sentido de la totalidad que requiere una genuina cultura cívica. Pero, por otro lado, tenemos que tal sensación de “perdida”, suele coexistir con aquella gran satisfacción, especialmente en las capas medias, de experimentar una mayor movilidad social así como también con su vida personal.
En una crítica a esta teoría de la modernización, el sociólogo Tomás Undurraga señala sin tapujos que el diagnóstico de Peña es obsoleto y errado. Obsoleto, debido a que su tesis de la modernización hacía sentido en la década de 1990, “cuando la escasez era la experiencia común de los chilenos y el mall una novedad”. En nuestros días es a situación ya no está vigente. El diagnóstico de Peña es errado puesto que supone que existe una sola modernización capitalista y una sola forma de capitalismo. En palabras de Undurraga: “Los capitalismos toman distintas formas en países y periodos de acuerdo a los arreglos y jerarquías entre empresas, trabajadores y el Estado”. Undurraga también se refiere al comentario de Peña al informe “Desiguales ” del PNUD. De acuerdo al sociólogo, Peña sólo se habría valido de un gráfico que muestra la disminución del índice de Gini, para concluir que la desiguladad no es un tema en Chile. A esto añade Undurraga:
“No le pareció importante la paradoja de que si bien el índice de Gini ha bajado, la mayoría de los chilenos se sienten vulnerables por la precariedad de sus trabajos. No era tema cómo la desigualdad de trato es una expresión de la desigualdad económica. No era tema la creciente intolerancia de los chilenos frente a la concentración de riqueza. Peña cerró la discusión y reiteró que el estudio confirma que en Chile la desigualdad bajó. Punto”.
Al parecer, a Undurraga le molesta que Peña defienda el “modelo” y baraja una serie de hipótesis que explicarían la persistencia de Peña en su error. En primer lugar especula que Peña simplemente se enamoró de su proyecto y lo proyecta al resto de Chile . En segundo lugar Undurraga aventura la hipótesis de que Carlos Peña defiende intereses. Para el sociólogo, Peña querría evitar nuevas reformas en educación y la “injerencia de una izquierda fortalecida en las futuras reglas de las universidades”. Añade que el Rector de la Universidad Diego Portales “preferiría discutir las próximas reformas con tecnócratas y expertos antes que con colectivos de centro-izquierda”.
Una tercera hipótesis que baraja Undurraga es que Peña adolece de un problema con el lente analítico. El sociólogo chileno manifiesta que Peña pretende hacer sociología valiéndose de herramientas de filosofía política, intentado así “probar tesis sociológicas sobre la modernización a partir de encuestas políticas y principios de filosofía”. El principal déficit del análisis es que Peña estructura su relato en torno a un solo principio organizador, haciendo de este análisis uno de tipo esencialista que “no se hace cargo de que el capitalismo y la modernización hace décadas que son pensados en versiones múltiples, yuxtapuestas y mixtas”.
Ahora bien, en un artículo de Carlos Peña publicado por “The New York Times” el 23 de octubre, argumenta que el estallido de indignación social en el país más competitivo de América Latina ha dejado en evidencia un desafío urgente que se ha prolongado por mucho tiempo: un crecimiento económico que no ha resuelto la brecha de desigualdad. En el año 2018 Peña también había abordado el tema de la afirmando que el problema radicaba en la desigualdad inmerecida. En un discurso en ENADE (2018) afirmó que la desigualdad inmerecida debía ser inhibida por medio de la educación y que el Estado debía incorporar a los grupos medios en la escala invisible del prestigio y el poder
Sea como fuere, igualmente dentro del discurso del “malestar” están presentes algunos elementos de larga data como es el caso de la crítica al consumismo, al dinero, individualismo, mercado y, por supuesto, al capitalismo (sin deferencia sus distintas modalidades) y al confuso e impreciso concepto de neoliberalismo. Por ejemplo Lipovetsky y Serroy esciben “La cultura-mundo” (2010) son un ejemplo de esta crítica tan común:
“En términos más amplios aun, el dinero soberano, el consumismo desatado, el universo superficial del ocio parecen fuerzas que destruyen los valores morales más elevados. Un individualismo que se mueve por el egoísmo codicioso, un repliegue en uno mismo que cierra el sepulcro de la solidaridad y la fraternidad (…)”
Hay una tendencia en algunos grupos, principalmente quienes habitan en países desarrollados, de retornar a una vida más simple y austera. Algunos regresan al método de la huerta casera, otros decretan que no viajarán en avión, no subirse a un auto y otros promueven la desindustrialización de los países, sin saber que con ello condenan al estancamiento perpetuo a los países en vías de desarrollo. Más antigua aún es la crítica al capitalismo que hoy toma la forma de “neoliberalismo”, tanto en la izquierda, así como también en sectores ligados a las artes y el espectáculo…algo completamente “poco novedoso”. El mal comprendido sistema capitalista, que prefiero llamar sistema de libre mercado y propiedad privada (junto con la existencia de un Estado de Derecho), como ya he argumentado en otros artículos, se materializa en distintas versiones, desde los capitalismos de Estado como el de Corea del Norte o Cuba, hasta otros en donde pueden apreciar distintas combinaciones en lo que respecta al grado de influencia del Estado en la economía.
Hay que ser claros en esto y es que creer que la solución a los males del mundo (como pontifican casi todos los teóricos del socialismo el Siglo XXI en América Latina y en Europa) pasa por demoler lo que denominan como “neoliberalismo” o la destrucción del “modelo” es reduccionista, ideológica (en peor sentido de este término) e infantil. El denominado (y demonizado) capitalismo ha probado que no se destruye sino que se transforma y se adapta. Independiente del modelo que los intelectuales tengan en sus cabezas, a estas alturas deberíamos saber que existen ciertos elementos que, de ser destruidos, sólo traerán la ruina a las naciones y el laboratorio socialista que tuvo más de 70 años (desde 1917) para demostrar su eficiencia (y fracasó)fue prueba de ello (y Venezuela en la actualidad)
Lo que el socialismo estatista demostró fue que: la ausencia de propiedad privada de los medios de producción, el estatismo elefanteásico y omnipotente, las políticas monetarias expansionistas, los controles de precios, el panpoliticismo que pretende politizar todos los ámbitos de la sociedad, la violación de los principios del Estado de Derecho, la destrucción de la innovación y la sempiterna fobia a la figura del empresario solo llevan a los países al caos económico y político. Por ello, cualquier decisión sobre cómo curar los malestares en Chile no pasa por adoptar tales medidas que, lamentablemente en nuestro siglo XXI, volvieron a destruir otro país (y que parlamentarios chilenos lo tiene como modelo a seguir): Venezuela, experiencia que la izquierda progresista intenta eludir e ignorar y busca explicar recurriendo a teorías conspirativas imaginativas.
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