II) Igualdad de oportunidades y meritocracia (por Jan Doxrud)
No hay que ser muy perspicaz para percatarse de que no existe una sociedad “puramente” meritocrática, pero también constituye un error pensar que no existe el mérito, que “solo” existen privilegios arbitrarios y que nuestros logros son fruto de “fuerzas” externas a nuestro actuar. En la vida real en que nos desenvolvemos podemos apreciar situaciones de personas esforzadas, pero cuyo esfuerzo no se traduce en un mayor éxito o mejoras en sus condiciones de vida. También podemos ver casos de personas cuyo único mérito fue ser hijo de “X” para poder entrar a trabajar en la empresa de “X”. También podemos apreciar casos de una persona que pudo acceder a un trabajo porque tenía “contactos” o “pitutos” (no como los demás postulantes) pero que, una vez ingresado a su nuevo trabajo, demostró ser una persona eficiente y trabajadora (lamentablemente hay también casos en que siguen manteniéndose por sus contactos o pitutos).
Pero debemos recordar que la meritocracia no es un ideal que busque la igualdad social y, por lo demás, como medir el mérito, es decir ¿quién decide que A tiene más mérito que B? Acaso, en virtud de la meritocracia tendríamos que siempre premiar a aquel que la tuvo “más difícil en la vida”? ¿Es acaso eso justo? Lo mismo sucede que el “esfuerzo”, ¿quién determinará quién se esforzó mas A, B o C? Pero acaso s correcto tener el “esfuerzo” como criterio?
En política es usual (y una práctica normalizada) que los cargos del Estado sean repartidos como un botín entre los simpatizantes del gobierno de turno. Los políticos electos para cargos políticos no ganan porque se esforzaron más o porque eran moralmente intachables o más inteligentes. Ganan porque pueden tener una maquinaria detrás que le ayuda a captar votos. Para que hablar de aquellos que solo son electos por efecto del célebre “arrastre” Tenemos otros casos injustos como cuando vemos a niños sumidos en la pobreza y uno se pregunta cuán lejos habrían llegado esos niños si hubiesen tenido la “oportunidad” de haber nacido en un hogar que le otorgara seguridad y protección, así como el acceso a la educación de calidad. ¿Cuántos miles de millones de talentos se pierden a nivel mundial? ¿Cuántas miles de millones de capacidades se quedan sin desarrollar por falta de oportunidades mínimas y básicas?
Si la meritocracia pura es una ficción, entonces ¿qué queda? En mi opinión, la vida de una persona está marcada por múltiples variables, por una combinación de azar, lotería natural o azar de la naturaleza (Rawls), lo que denominamos como “suerte” y también esfuerzo y méritos personales (aunque el esfuerzo no debe constituirse en un criterio de medición de quien merece que). Esto significa que el “self-made man” es una ficción egocéntrica puesto que nadie se hace solo a sí mismo salvo, quizás, Robinon Crusoe, puesto que el ser humano vive en sociedad, de manera que su éxito o fracaso no puede reducirse a un solo componente (a mi “Yo”).
Como apunta Puyol, el problema con este concepto de “igualdad de oportunidades” es que resulta ser tan popular y atractivo como confuso y ambiguo. De acuerdo a John E. Roemer, existen dos concepciones de igualdad de oportunidades en las democracias occidentales . La primera establece que la sociedad debería hacer lo posible para nivelar el terreno de juego entre los individuos que compiten por un puesto. Una segunda concepción es lo que el autor denomina como “principio de no discriminación o de mérito” en virtud del cual en la competencia por un puesto en la sociedad deben ser incluidos entre los aspirantes todos aquellos que poseen las características adecuadas para desempeñar la obligación, independiente de su etnia, sexo, etc. Puyol por su parte, realiza la misma distinción. La primera la denomina como “emancipadora” en virtud de la cual se remueven estructuras sociales que impiden a algunas personas acceder (por motivo de sexo, etnia, origen social) ya sea puestos de trabajo de diverso tipo, educación, etc. Esta primera pone el énfasis en tratar a las personas como iguales e intenta nivelar el “territorio de juego de la competencia social”. Ahora bien, Puyol advierte sobre lo impreciso que resulta ser la metáfora de la “carrera” para ilustrar este punto. Este ejemplo de la vida de una persona como una carrera de atletismo no resulta ser muy representativa de la realidad puesto que resulta imposible nivelar la cancha. En palabras de Puyol:
“El problema es que la nivelación del terreno de juego es imposible, sobre todo por la presencia de la familia, la principal fuente de desigualdad social. Las políticas de igualdad de oportunidades son insuficientes para compensar la enorme influencia de la desigual socialización familiar”.
Por lo demás la metáfora de la carrera, añade Puyol, constituye un ejemplo gráfico de la reducción de la igualdad de oportunidades a un valor subordinado a la eficiencia. A esto agrega Puyol:
“El objetivo de la igualdad en la línea de salida puede ser o bien una forma de comprobar quién merece ganar o bien una forma de identificar a los más talentosos, pero en ningún caso es la expresión de que todos los participantes están siendo tratados con igualdad moral”.
Más adelante añade:
“(…) lo que constatamos con la metáfora de la carrera para explicar la igualdad de oportunidades como nivelación del terreno de juego es nuestra predilección por unas relacione s humanas competitivas, en la que utilizamos la igualdad como un simple medio para saber quién merece qué o para identificar a los talentos”.
La segunda es la meritocracia propiamente tal. Explica el autor que ambas no son iguales ni comparten necesariamente la misma finalidad. Así, por ejemplo, cuando estamos seleccionando personas para un trabajo en base a su experiencia y estudios, entonces estamos bajo el “paradigma” meritocrático, mientras que si reservamos esos mismos puestos para personas miembros de pueblos originarios o personas con algún tipo de discapacidad, entonces estamos dentro del “paradigma” emancipador. Lo medular que hay que entender es que la meritocracia no es un ideal igualitario puesto que se basa en la excelencia y eficiencia y, por ende, no parte de la base de que todos somos iguales. Puyol advierte que el discurso de la “igualdad de oportunidades” posee tanto poder de seducción como indefinición práctica. Por ejemplo, cuando se quiere “igualar las oportunidades” de niños y mujeres, debemos atender a las siguientes preguntas:
1-¿Qué queremos decir exactamente con ello?
2-¿Quiénes son esos niños y esas mujeres?
3-¿Cuáles son las oportunidades que deseamos igualar?
4-¿Qué tipo de obstáculos impiden, o han impedido hasta ahora, que las oportunidades específicas sean iguales?
Pero, como apunta el mismo autor, la “igualdad de oportunidades” puede entenderse como sigue:
“A” tiene las mismas oportunidades que “B” si tiene la misma probabilidad o los mismos medios disponibles – o está libre de los mismos obstáculos – para alcanzar “X”.
Basándose en el libro Speaking of Equality del académico de la Universidad de Michigan, Peter Westen, Puyol señala que la idea de “oportunidades” es incompleta si no se especifica con precisión. Por otra parte, el concepto de “igualdad” parece ser una idea derivativa que no señala por sí sola nada que no esté incluido en el concepto de oportunidad. Sigamos con el ejemplo de Puyol. Tenemos una política de igualdad de oportunidades que, para no ser vacía, debe precisar algunos aspectos. En primer lugar a qué individuos concretos va dirigida. Si se va a aplicar en un territorio determinado o un tema determinado (educación) puede suceder que se beneficie a los miembros mejor situados de las regiones más pobres y perjudicar a los miembros peor situados de regiones más ricas.
En segundo lugar se deben precisar los objetivos, es decir , responder a la siguiente pregunta ¿oportunidad para qué? ( empleo, educación, atención médica, una tierra para ocupar, cargos políticos). Hay que resguardarse que una política de igualdad de oportunidades no genere otras desigualdades de oportunidades no deseables.
En tercer lugar, una política de igualdad de oportunidades debe precisar qué obstáculos cabe suprimir. Así, desear igual oportunidades para las mujeres en una empresa ¿significa que debe protegerse a las mujeres de la discriminación y no a los hombres? o ¿acaso significa que no se debe tener en consideración el género en la promoción de un miembro de la empresa? Podemos imaginar una política de cuotas para miembros de pueblos originarios hombres y mujeres, pero sucede que anteriormente se aplicó una política de cuotas para mujeres, lo cual favorece a las mujeres miembros de los pueblos originarios pero no a los hombres cuya cuota se ve reducida. El punto es que dentro de estas políticas se genera un “trade-off”, de manera que, como apunta Puyol:
“(…) toda igualdad de oportunidades implica o puede implicar, en algún aspecto, una desigualdad de oportunidades en otro aspecto. La igualdad de oportunidades es retórica porque, sin las necesarias precisiones, crea la imagen de que siempre favorece a la igualdad contra la desigualdad, cosa que, (…) no es cierta”.
Otra idea medular que Puyol toma de Westen, es que en el concepto de “igualdad de oportunidades” la idea de “igualdad” se torna confusa. Así, dentro de una política de oportunidades, una vez que se ha determinado quiénes son los agentes, los objetivos y los obstáculos, ya no se necesita de la idea de igualdad. Esto se explica puesto que una vez que obtenemos la información necesaria (“quién”, “objetivos” y “obstáculos”) esto resulta suficiente para saber quién tiene o debería tener las oportunidades o no las debería tener, señala Puyol. Es más, si imaginásemos que tal política resultase ser con el tiempo exitosa, entonces aquellas personas, en caso de no tener éxito alcanzar sus objetivos, ya no podrán apelar a que no tuvieron oportunidades, de manera que su situación quedaría plenamente justificada.
Como explica Roemer, en la igualdad de oportunidades puede diferenciarse un “antes ” y un “después”. “Antes” de que comience la competición deben igualarse las oportunidades, incluso mediante una intervención social, si es necesario. Añade el autor que, una vez que comienza, los individuos han de asumir plenamente su responsabilidad. Así, la igualdad de oportunidades es un entramado complejo que no puede simplificarse y reducirlo a una de sus partes . Por ejemplo creer que la educación constituye “la” solución a todos lo problemas, resulta ser ingenuo puesto que simplifica groseramente el tema al ignorar otras múltiples variables que entran en juego en la vida de las personas.
Pierre Rosanvallon explica que con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) se diseñó el marco de una igualdad legal de oportunidades, que vendría a ser una versión mínima de esta misma. Añade el académico francés que este tipo de igualdad que abre las carreras al talento y a la virtud no considera las desigualdades socioculturales (familiarmente heredadas) que determinan las situaciones de partida. Posteriormente la igualdad de oportunidades se ampliaría al tomar nota del obstáculo mencionado dando origen a la “igualdad social de oportunidades” que apunte a neutralizar esos factores socioculturales anteriormente mencionados. Rosanvallon también hace referencia a la “igualdad correctora e oportunidades ”que apunta a realizar una distribución selectiva o adaptada de, por ejemplo: bienes primarios , recursos, capital humano y capacidades. El tema es que estas estrategias apuntan a corregir los puntos de partida (empresa utópica) y no se hace cargo del “después”, es decir, al posterior desenvolvimiento del individuo en la realidad social y los numerosos “techos de cristal” existentes. Pero ir más allá de estas pretensiones nos llevaría a un verdadero experimento de ingeniería social que no terminaría en nada bueno.
Por ejemplo Rosanvallon habla de la “igualdad radical de oportunidades” en virtud de la cual se neutralizaría todo cuanto depende del azar en el individuo (en el sentido más amplio del término). Como señalé, estas ideas pueden desembocar en una tiranía de las buenas intenciones que no encontraría límite alguno en su actuar y el individuo quedaría completamente anulado frente a la pulsión correctora del Estado. Es más, tendría que eliminarse una de las principales instituciones que atenta contra este igualitarismo en el que puede degenerar la búsqueda de la igualdad de oportunidades: la familia. Rosanvallon nos recuerda las “Casas de la Igualdad” ideadas por Louis-Michel le Peletier y presentado por Robespierre en 1793. Los futuros alumnos serían sustraídos de sus respectivas familias entre los 5 y 12 años para recibir una educación en común, “bajo la santa ley de la igualdad, iguales vestimentas, igual alimento, igual instrucción, iguales cuidados”. Este proyecto sería financiado por un “impuesto de niños” con cargo a los contribuyentes. Este sería complementado con otras dos fuentes de ingreso, como por ejemplo, el que vendría del producto del trabajo realizado por lo s niños a partir de los 8 años. Tal educación debía ser obligatoria y debía poner fin al antiguo sistema, tal como lo expresaba su ideólogo:
«Es, por consiguiente, urgente destruir el molde antiguo, pues las estatuas frágiles y delicadas que en él se han formado hasta ahora no convendrían ya al régimen de la libertad y de la igualdad»
Al respecto comenta Rosanvallon: “Esto implica reconocer que la familia es estructuralmente enemiga de la igualdad de oportunidades, puesto que es en su seno donde se transmiten los bienes y las disposiciones que determinan en gran medida el itinerario de los individuos”. Por su parte, Ángel Puyol señala:
“Llevar la igualdad de oportunidades más allá de la lucha contra la discriminación podría suponer la creación de granjas de niños para compensar la influencia familiar, y aun así no sería suficiente, porque algunos niños tendrían unas capacidades naturales mayores que otros, lo que produciría nuevas desigualdades educativas. También podríamos imaginar, con horror, la eliminación de la familia a favor de un sistema universal y centralizado de guarderías totalitarias en la línea propuesta por Platón en la República (…)”
Por su parte, Lucía Santa Cruz, también explica que la apuntar a buscar una igualdad de oportunidades perfecta resulta ser una quimera, puesto que que requeriría suprimir todos los factores diferenciadores, factores que no se reducen a las diferencias patrimoniales iniciales, de manera que habría que intervenir espacios más íntimos del individuo. En palabras de Santa Cruz:
“De hecho, más allá de la desigualdad de capacidades, talentos y atributos que las personas tienen, las cuales de por sí crean oportunidades diferentes para todos, tenemos que una de las oportunidades más decisorias en el futuro rendimiento dice relación con los primeros procesos de socialización dentro de la familia, los que posiblemente determinen en una medida significativa la capacidad de cada cual para aprovechar las oportunidades con igual éxito”.
Así nuevamente llegamos a la familia, pero Santa Cruz no llega ahí y señala que si lleva la igualdad de oportunidades a su conclusión lógica, entonces la única forma de emparejar la cancha sería por medio de un programa de eugenesia, la abolición de la familia y la intervención masiva del Estado.
Como ya señalé, este camino nos lleva directamente al totalitarismo estatal y seríamos reflejo de aquel célebre pasaje de la distopia de Kurt Vonnegut (1922-2007) “Harrison Bergeron”
“Era el año 2081, y todos eran por fin iguales. No sólo eran iguales ante Dios y la ley. Eran iguales en todo sentido posible. Nadie era más listo que nadie. Nadie era más guapo que nadie. Nadie era más fuerte o más rápido que cualquier otra persona. Toda esta igualdad se debió a las enmiendas 211a, 212a y 213a a la Constitución, y a la incesante vigilancia de los agentes del Discapacitador General de los Estados Unidos”.
Así hay que resguardarse de transitar desde la igualdad de oportunidades hacia la igualdad de resultados, puesto que ese camino ya fue recorrido por múltiples países y terminaron en un fracaso rotundo. También es importante tener en consideración que por más que se trabaje en igualar las oportunidades, nunca será suficiente, puesto que la desigualdad no constituye solamente un rasgo consustancial de nuestras sociedades, sino que también rasgo necesario, de manera que, como ya he argumentado en otro artículo, la desigualdad en sí misma no es condenable. Quien piensa que la igualdad de oportunidades debe eliminar las diferencias sociales o lograr igualdad de resultados, entonces no la ha entendido y su proyecto utópico solo podrá materializarse por medio de un control y coacción sistemática. Por último, hay que resguardarse de caer en la falacia moralista,esto es, pasar del “debe” al “es”. Como explicaba el fallecido filósofo español Jesús Mosterín, la falacia moralista consiste en inferir un hecho a partir de un deseo, valor o imperativo moral o deóntico. Así debemos evitar caer preso de la “pulsión moralista” y actuar bajo la premisa de que todo lo que es pensable es realizable, tal como lo advierte el filósofo Ramón Vargas Machuca
Artículos complementarios:
Reseña: Teoría de la justicia de John Rawls (por Jan Doxrud)
Pierre Bourdieu: de la nobleza de naturaleza a la nobleza de Estado (2) (por Jan Doxrud) Artículo 2 de 4
Pobreza, Desigualdad y Bienestar (por Jan Doxrud)
Bibliografía
-Ángel Puyol, El sueño de la igualdad de oportunidades. Crítica de la ideología meritocrática.
-Lucía Santa Cruz, La igualdad liberal.
-Pierre Rosanvallon, La sociedad de iguales.
-Narciso de Gabriel, Michel Lepeletier y la educación común.
-John E. Roemer, Igualdad de Oportunidades.