(2) Hitler y Stalin, astros gemelos: El Pacto nazi-soviético (por Jan Doxrud)
Pasemos ahora a abordar la postura soviética. La Rusia comunista, tras el golpe de Estado bolchevique en 1917 y tras la derrota ante las tropas polacas en la Batalla de Varsovia (1920), quedó en un estado de aislamiento lo que significó volcar los esfuerzos de reforzar la revolución comunista dentro de las fronteras rusas y renunciar, al menos temporalmente, a exportarla al resto del mundo. Sin embargo a comienzos de los años 20 lograron un acercamiento con Inglaterra con la firma del tratado comercial anglo-ruso (1921). Pero un año después, en la Conferencia de Génova el Primer Ministro Lloyd George sacó nuevamente el tema del pago de las deudas de guerra por los comunistas (heredadas del zar Nicolás II). Cabe señalar que las relaciones con Inglaterra fueron inestables y, en cierta medida, supeditadas su relación con los dos conglomerados políticos que dominaban la política inglesa: conservadores y laboristas. En 1932 los conservadores terminaron por cancelar el acuerdo comercial con Rusia. La Rusia comunista también llevó a cabo tratados con Alemania como el de Rapallo en 1922 (la República de Weimar fue el primer país en reconocer a la Unión Soviética) y Berlín (1926). Con Francia acordó un Tratado de Asistencia Mutua. En el informe ante XVII Congreso del Partido Comunista (1934), Stalin afirmaba
En medio de este alboroto prebélico, extendido a varios países, la U.R.S.S. ha permanecido durante estos años firme e inquebrantable en sus posiciones de paz, luchando contra el peligro de guerra, luchando por la conservación de la paz, tendiendo la mano a los países que están de una u otra manera en favor del mantenimiento de la paz, desenmascarando y denunciando a los que preparan, a los que provocan la guerra (…)Sobre esta base surgió nuestra campaña por la firma, con los Estados vecinos, de pactos de no agresión y pactos de definición de la agresión. Sabéis que esta campaña ha tenido éxito. Como es notorio, no sólo hemos concertado pactos de no agresión con la mayoría de nuestros Estados vecinos en el Occidente y en el Sur, incluidas Finlandia y Polonia, sino también con países como Francia e Italia, y pactos de definición de la agresión con esos mismos países vecinos, incluida la Pequeña Entente (…) Nos hemos orientado antes y nos orientamos ahora hacia la U.R.S.S., y solamente hacia la U.R.S.S. (Clamorosos aplausos.) Y si los intereses de la U.R.S.S. exigen el acercamiento a tal o cual país que no quiere violar la paz, vamos hacia este acercamiento sin vacilaciones.
En el informe ante el XVIII Congreso del Partido Comunista (10 de marzo de 1939) Stalin lleva a cabo una implacable crítica a las potencias no agresoras como Inglaterra y Francia por su pasividad y concesiones sistemáticas a Hitler. Stalin afirmaba que mayoría de los países no agresores habían renunciando a la política de seguridad colectiva a favor de una no intervención. También deja entrever el comploto occidental de desviar la atención de Alemania hacia Rusia. En palabras de Stalin:
“O consideremos, por ejemplo, el caso de Alemania. Le cedieron Austria, a pesar de que existía un compromiso de defender su independencia; le cedieron la región de los Sudetes, abandonaron al azar a Checoslovaquia, violando todas y cada una de las obligaciones, para luego comenzar a mentir vocingleramente en la prensa sobre la "debilidad del ejército ruso", sobre la "descomposición de la aviación rusa", sobre "desórdenes" en la Unión Soviética, empujando a los alemanes más hacia el Este, prometiéndoles fácil botín y repitiendo: "No tenéis más que iniciar la guerra contra los bolcheviques, y en adelante todo marchará bien". Es preciso reconocer que esto también se parece mucho a incitar, a estimular al agresor”.
La ascensión de Hitler al poder constituyó una clara señal de peligro para Stalin.Finalmente, el dictador adoptaría un enfoque pragmático respecto al problema alemán. Para Stalin, el triunfo de Hitler, tal como lo señaló en el informe ante XVII Congreso del Partido Comunista, reflejaba el síntoma de la debilidad de la clase obrera junto a la traición perpetrada por la socialdemocracia contra esta. A esto añadía que también constituía un indicio de la debilidad de la burguesía, de que esta no estaba en condiciones de ejercer su dominio por los viejos métodos del parlamentarismo y de la democracia burguesa. La pregunta era, dado el fracaso de un entendimiento y cooperación con Francia o Inglaterra ¿qué debía hacer Stalin? ¿Arriesgar una guerra sola contra Alemania? Desde este punto de vista, parece lógico y justificable el haber firmado un Pacto de No Agresión (no eran una rareza en aquella época) con su enemigo ideológico. El problema con esta afirmación es que el acuerdo no se limitó a un mero acuerdo de no agresión: fue mucho más allá. Ya volveré sobre este tema.
Como señaló el historiador francés, Francois Furet (1927 - 1997), las dos grandes dictaduras ideocráticas del siglo XX se extendieron más allá de sus fronteras ideológicas. Por su parte, Henry Kissinger señalaba: “Si la ideología determinara invariablemente la política exterior, Hitler y Stalin jamás se habrían dado la mano, como no lo habrían hecho tampoco, tres siglos antes, Richelieu y el sultán de Turquía”. Desde esta óptica, la política exterior se ha caracterizado históricamente por su amoralidad y por el predominio de los intereses. Como ya señalé en otro artículo, la Realpolitik es un concepto que nació bajo la pluma del alemán Ludwig von Rochau (1810-1873). La Realpolitik, como explica Kissinger, consiste en una política exterior fundamentada en cálculos de poder y en el interés nacional, en oposición a aquellas políticas que se inspiran en valores morales e ideológicas. Ahora bien, hasta el político más pragmático no está exento de un trasfondo ideológico de manera que la Realpolitik nos vendría a señalar cuán flexible y adaptativa es esa ideología a la hora de conseguir sus propios fines. En lo que respecta a la pregunta sobre si Stalin estaba más de lado de las democracias liberales europeas o de la dictadura comunista, Furet señalaba que no tenía mucho interés para el caso puesto que lo más probable es que Stalin metiera a ambas en el saco del “capitalismo”.
El hecho es que Stalin, ante la amenaza de Alemania y una potencial guerra, sumado a la política de apaciguamiento que hacía pensar a Stalin en una conspiración en su contra, llevó a que en 1939 se acercara por vía diplomática hacia los alemanes (quienes también buscaban un entendimiento con los rusos). Una primera señal fue el despido de Maxim Litvínov (1876-1951) como Ministro de Asuntos Exteriores de la Unión Soviética, quien fue notificado por Mólotov, Beria y Malenkov. Como comenta Kissinger las credenciales de Litvínov eran más las de un “enemigo de clase” que de un funcionario diplomático soviético. Litvínov era de origen judío (siendo Stalin antisemita), de buenos modales y proveniente de un acaudalada familia ligada a la banca. También era conocido por decir lo que pensaba y no dudó, en ocasiones, en enfrentarse a los cercanos de Stalin. No mantenía una buena relación con Mólotov al cual Litvínov calificaba de “imbécil”. Como comenta el historiador Simon Sebag, Mólotov llegó a decir que Litvínov “seguía entre los vivos por casualidad”. El punto es que no solamente Litvínov fue removido de su cargo sino que también se emprendió una purga de judíos dentro de la diplomacia soviética. Ahora bien, cabe aclara, como lo hace Sebag, que el antisemitismo de Stalin no era uno de carácter biológico-racial como del nazismo sino que más bien era algo propio de la tradición rusa donde los pogromos eran habituales desde el tiempo de lo zares. Al respecto comenta Simon Sebag:
“Stalin se cuenta de que, si bien debía hacer ver que se oponía al antisemitismo, los judíos de su entorno constituían un obstáculo en su acercamiento a Hitler, especialmente Litvínov (originalmente apellidado Wallach). Muchos bolcheviques judíos utilizaban seudónimos rusos. Ya en 1936, Stalin había ordenado a Mejlis que en Pravda utilizara nombres falsos: “¡No hay por qué exasperar a Hitler!”
Bibliografía
-Francois Furet, El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX
-Simon Sebag Montefiore, La corte del zar rojo
-William L. Shirer, Auge y caída del Tercer Reich, Volumen I.
-Henry Kissinger, La Diplomacia
-Ernest Nolte, La guerra civil europea (1917-1945)
-Zhores A. Medvedev y Roy A. Medvedev, El Stalin desconocido
-Robert Service, Historia de Rusia en el siglo XX.
-Marçia Sánchez de las Matas Martín, El punto de vista soviético sobre el pacto Mçolotov-Ribbentrop.
Jean-Michel Krivine , El Pacto Germano-Soviético: análisis y documentación completa.
Los 22.000 tiros en la nuca de Stalin
https://elpais.com/diario/2010/04/18/domingo/1271562758_850215.html