(5) Feminismos: ¿de qué estamos hablando? (por Jan Doxrud)
Otro punto al que se refiere Stamos es al estudio realizado por la profesora de literatura Daphne Patai y la filósofa de la ciencia, Noretta Koertge. Ambas autoras denuncian que los Estudios de mujeres se caracterizan, fundamentalmente por lo que denominan como “biofobia”, aunque en realidad es una fobia a la ciencia en general, principalmente a aquellas ramas de la ciencia que puedan poner en duda cualquiera de sus ideas. Otra crítica que realizan ambas académicas, que lo han presenciado de primer mano, es el adoctrinamiento a los que son sometidos los alumnos dentro de estos estudios sobre la mujer y sobre el género. Las profesoras ya no están enfocadas de formar alumnos con pensamiento crítico sino que reclutar estudiantes someterlos a un proceso de proselitismo para transformarlos en activistas políticos. Sumado a esto, las autoras explican que estos académicos establecen una línea política única a la cual nadie puede oponerse. A esto hay que añadir lo ya mencionado, esto es, un rechazo total y completo de la ciencia. Estas personas ven la realidad (más bien reducen la realidad) solamente a través de la óptica de la lucha contra el patriarcado, de manera que lo único que basta saber es que existe esa pugna primordial entre hombre y mujer.
Cualquier persona que defienda una teoría científica que entre en contraposición con a las ideas de estas autoras será tildado de machista o fascista (así como los comunistas demonizaban a cualquier adversario llamándolo burgués, capitalista o fascista). En suma, con estas personas no existe posibilidad de diálogo alguno porque estas parte de la base que están en posesión de la verdad absoluta y lo único que falta es imponerla a los demás por cualquier medio que sea necesario. De acuerdo a Patai, la denigración de los hechos, de la lógica y la racionalidad se encuentran, en gran parte, motivadas por el deseo oportunista de ciertas feministas de tener la libertad de hacer (y decir) cualquier tipo afirmación que deseen.
Es justamente esta huida hacia el irracionalismo lo que hace que estas personas afirmen sin vergüenza alguna que no existen diferencias genéticas entre hombres y mujeres (el dimorfismo sexual es una construcción social), que el instinto materno es una construcción social, las hormonas son también una construcción social, a diferencia del resto del reino animal, el ser humano NO tiene naturaleza (VER MI ARTICULO 1 Y ARTICULO 2). En suma, el mundo es un lienzo en blanco en el cual podemos pintar absolutamente lo que deseemos, de manera que la realidad objetiva NO existe puesto que TODO (literalmente) es una construcción social. Alan Sokal también aborda este tema, específicamente la idea de que el método científico es patriarcal y, por ende, misógino, de manera que todos los descubrimientos científicos en Occidente están permeados por la ideología patriarcal. En palabras del autor:
“...durante las últimas tres décadas ha surgido una variedad nueva y más radical de crítica, que apunta al método científico mismo. Y lo que es más sorprendente, se afirma que el contenido tradicionalmente aceptado de las ciencias de la naturaleza – la biología, la física, la química, e incluso las matemáticas – está contaminado por prejuicios burgueses y/o sexistas y/o eurocéntricos”.
Nuevamente se ignora la diferencia entre contexto de descubrimiento y contexto de justificación y, por lo demás, se incurre en la falacia genética. Los disparates han llegado a tal punto que la “filósofa” y feminista, Sandra Harding en su libro “Ciencia y Feminismo” es señaló que los aportes de Nicolás Copérnico en materia astronómica significo,́ en realidad, el reemplazo del universo centrado en al mujer (Tierra) en uno centrado en el hombre (Sol) En el prefacio de su libro escribe Harding:
“La postura feminista radical sostiene que las epistemologías, metafísicas, éticas y políticas de las formas dominantes de la ciencia son androcéntricas y se apoyan mutuamente; que, a pesar de la creencia, en el intrínseco carácter progresista de la ciencia, (profundamente anclada en la cultura occidental) la ciencia actual está al servicio de tendencias primordialmente retrógradas, y que la estructura social de la ciencia, muchas aplicaciones y tecnologías, sus formas de definir los problemas de investigación y de diseñar experimentos, sus modos de construir y conferir significados son no sólo sexistas, sino también racistas, clasistas y coercitivos en el plano cultural”
En relación a la idea de Harding de que el heliocentrismo no sería más que un “androcentrismo”, un universo centrado en la figura del hombre, Sokal escribe lo siguiente:
“Para empezar, cabría preguntarse si las asociaciones de género atribuidas a esas dos cosmologías son realmente tan unívocas como pretenden las críticas feministas. (Después de todo, la principal defensora de la cosmovisión geocéntrica – la Iglesia católica – no era precisamente una empresa centrada en lo femenino, a pesar de su veneración por la Virgen María.)”.
Por su parte, con cierta ironía, comenta Noretta Koertge,:
“si pudiera realmente demostrarse que el pensamiento patriarcal no sólo desempeñó un papel fundamental en la Revolución Científica, sino que también es necesario para llevar a cabo la indagación científica tal como la conocemos. ¡ello constituiría el argumento más sólido que pudiera uno imaginar a favor del patriarcado!”.
La estrategia de estas feministas es clara, tal como es el caso de Harding, siendo el objetivo principal blindarse ante cualquier ataque proveniente principalmente de los “hombres” de ciencia, ya que cualquier idea, sin importar las evidencias que se esgriman, sólo representan intereses para mantener la hegemonía patriarcal y en el caso del comunismo, de los intereses burgueses. Podemos citar un caso aún más delirante que el de Harding, y es el de la especialista en psicoanálisis y linguística Luce Irigaray. Como explica Sokal, Irigaray señala que la mecánica de fluidos se encontraba subdesarrollada en comparación con la mecánica de los sólidos. ¿Cuál es la razón de este fenómeno? Simple: la solidez se identifica con los varones y la fluidez con las mujeres.
Este fenómeno no es debe sorprendernos puesto que esta clase de autores no siente la necesidad de respaldar sus afirmaciones puesto que rechazan la lógica (¿patriarcal? ¿feminista?), los hechos, la evidencia y la racionalidad científica (la ciencia es patriarcal). Tienden además extrapolar forzada e innecesariamente conceptos científicos al ámbito de las humanidades. A esto hay que añadir el gusto por crear neologismos y cultivar un estilo de estilo oscuro de escribir (por ejemplo Derrida, Deleuze o Lacan)
Lo más nefasto dentro de las feministas de género es su desprecio de las ciencias, especialmente la biología. Para estas personas no existe ninguna división entre innato y adquirido o entre lo que es natural o es cultural, puesto que todo es adquirido y todo es social, pues toque, recordemos, el ser humano no tiene naturaleza, siendo pura potencialidad a desarrollar. Esto ha llevado a padres a criar a sus hijos sin “imponerles” ningún género específico, puesto que será su hijo o hija quien decidirá su “género”. El prestigioso médico y neurobiólogo de la Universidad de Amsterdam, Dick Swaab es claro al señalar que la creencia de los años sesenta y setenta de que el mundo y los seres humanos podían ser moldeado a voluntad de las personas, es una idea que da la espalda a la ciencia. No es de extrañar que en nuestros días existan personas que defiendan de que existen “transespecies”, es decir, personas que no se identifican con la especie humana o transedad, personas que no se identifican con su edad. Explica Swaab que el ser humano tiene tanto limitaciones internas como externas. Estas limitaciones internas nos impiden cambiar de identidad de género, el nivel de agresividad o carácter, lo cual no se traduce en el tan temido determinismo biológico. En palabras de Swaab:
“La idea de que tenemos total libertad para elegir lo que queramos es incorrecta y ha causado mucho sufrimiento. En otros tiempos prevalecía la idea de que nuestra orientación sexual era cuestión de elección. Y en consecuencia podía castigarse la homosexualidad, que, según todas las religiones, es la elección equivocada. Siguiendo la misma línea, la medicina consideraba la homosexualidad una enfermedad. Nuestra orientación sexual no se elige, sino que está programada en el útero. Por consiguiente, la homosexualidad no es la elección equivocada (…) Y, en consecuencia, es absurdo intentar transformar a los hombres homosexuales en padres de familia heterosexuales (…)”.
Tenemos, pues, que la identidad de género, de acuerdo a Swaab, se determina en el seno materno, de manera que la idea de la década de 1970 y 1980 que el bebé nacía como una “hoja en blanco” y que era la sociedad la que orientaba el comportamiento sexual resultaba ser erróneo. El caso más conocido de lo peligrosa que pueda llegar a ser esta idea es la historia de “John - Joan -John”. Sin entrar en detalles, resultó que John perdió, a los 8 meses, sus genitales en la mesa de operaciones por error. La terrible decisión vino después y fue convertir a John en una mujer (Joan), vistiéndolo como mujer y administrándole estrógenos. Resultó que Joan, ya adulta, se cambió al sexo masculino y se casó. Posteriromente, tras problemas económico (y probablemente también por su experiencia de vida) se suicidó. La lección de esta historia es que la biología no puede ser dejada de lado como un detalle menor y pensar que las fuerzas sociales son las únicas determinantes. En palabras de Swaab:
“Esta triste historia demuestra lo fuerte que puede ser la influencia de la testosterona en la programación de nuestro cerebro mientras aún estamos en el útero. La extirpación del pene y los testículos, el tratamiento psicológico y los estrógenos administrados en la pubertad no consiguieron cambiar la identidad de género del niño”.
Otra muestra de ignorancia de ciertos colectivos feministas es la negación de la maternidad como un rasgo de las mujeres, puesto que la maternidad es una “construcción social”. Swaab explica que el cerebro de la mujer está programado para el comportamiento maternal ya durante el embarazo. Durante el embarazo se produce la hormona prolactina producida por la hipófisis y en la recta final del embarazo produce la oxitocina que sirve para inducir el parto y aumenta en la medida de que la cabeza del bebé presiona contra el cuello uterino. La oxitocina asegura, además, la producción de leche post embarazo. La oxitocina, añade Swaab, es conocida como la “hormona del apego” puesto que tiene el efecto en el cerebro de la madre y del hijo crea un vínculo entre ambos.