(7) El marxismo después de Marx : (II) el marxismo occidental (por Jan Doxrud)
Habíamos señalado en el artículo anterior sobre un cambio de foco del marxismo. Ahora bien, no sólo cambió el foco (principalmente hacia la filosofía) de atención de la nueva generación de marxistas, sino que también el ámbito donde se desenvolvían y operaban se desplazó desde las asambleas de los partidos a los departamentos académicos. La razón que explica este desplazamiento hacia la filosofía se explica por el descubrimiento y publicación de los manuscritos de Paris de 1844, publicados por primera vez en 1932 pero que, debido al ascenso nacionalsocialista en Alemania y los sucesos posteriores, su influencia inmediata quedó postergada. Estos escritos filosóficos de Marx tuvieron una tremenda repercusión en los trabajos de Henri Lefebvre, Herbert Marcuse y Georg Lukács entre otros.
También destaca Anderson que una gran proporción de la producción del marxismo occidental se transformó en un prolongado e intrincado “Discurso del Método”. Junto a al creciente academicismo, la preocupación por los aspectos filosóficos y metodológico, se sumó otro rasgo que fue el obscurantismo, esto es, el desarrollo de un lenguaje técnico, especializado y, muchas veces, impenetrable por parte de muchos de estos autores. Esto tuvo como consecuencia la formación de un abismo entre el marxismo y los sectores populares, convirtiéndose el primero en un campo de estudio de una elite intelectual. Anderson se refiere a este tema en los siguiente términos:
“Durante todo un período histórico, la teoría se convirtió en una disciplina esotérica cuyo lenguaje sumamente técnico daba la medida de su distancia de la política”[1].
Más adelante continúa Anderson:
“…la extremada dificultad del lenguaje característica de gran parte del marxismo occidental en el siglo XX nunca fue controlada por la tensión de una relación directa o activa con un público proletario. Por el contrario, su mismo exceso por encima del mínimo necesario de complejidad verbal fue el indicio de su divorcio de toda práctica popular...”[2].
Si el lector quiere corroborar lo anteriormente señalado, baste con que lea las obras de Althusser, Adorno y podrá ver que tales autores tomaron el camino del obscurantismo literario que, por lo demás, no era nada nuevo, al menos en la tradición alemana, donde personajes como Schelling, Hegel y, en el siglo XX Heidegger, se destacaron por un estilo lúgubre que influenció a gran parte de la intelectualidad francesa, que hicieron del obscurantismo literario su sello propio. Otros rasgo que destaca Anderson es producto del efecto de la escisión entre teoría y praxis, así como la separación entre la teoría marxista y la clase proletaria.
El resultado de esto fue que la relación original entre la teoría marxista y la práctica proletaria fue gradualmente sustituida por una nueva relación entre la teoría marxista y la teoría burguesa. De acuerdo al autor, las razones históricas que explican esta nueva orientación no deben encontrarse solamente en el déficit de la práctica revolucionaria de masas en Occidente, sino que también en el bloqueo del avance socialista en las naciones capitalistas más avanzadas. La estalinización del movimiento comunista también contribuyó a que sectores importantes de la burguesía recuperaran vitalidad e importancia sobre el pensamiento socialista.
Otro rasgo que destaca Anderson es la influencia que tuvo el idealismo en los autores que integran el marxismo occidental . Ejemplos de esto es la influencia de Max Weber (1864-1920), Wilhelm Dilthey (1833-1911) en Lukács, Benedetto Croce (1866-1952) en Gramsci, o Sigmund Freud (1856 -1939) en la Escuela de Francfort. En lo que respecta a Sartre, se tiene un caso especial, ya que el francés se vio influenciado por la fenomenología de Edmund Husserl (1859-1938), así como por el pensamiento del discípulo de Husserl, Martin Heidegger (1889-1976). En el caso de Althusser, Anderson destaca la influencia del polímata francés, Gaston Bachelard (1884-1962), el filósofo y médico francés, Georges Canguilhem (1904-1995), el psicoanalista francés Jacques Lacan (1901-1981) y Sigmund Freud. De todos estos autores, Althusser tomó prestados ciertos conceptos como el de “sobredeterminación” (Freud) o “ruptura epistemológica” (Bachelard). Althusser se apropió del concepto de inconsciente de Freud para construir su conceptos de ideología. Para Althusser, como para Freud respecto al inconsciente, la ideología no tenía historia, era inmutable y transhistórica.
“La ideología, para Althusser, era un conjunto de representaciones míticas o ilusorias de la realidad, que expresaba las relación imaginaria de los hombres con sus condiciones reales de existencia y eran inherentes a su experiencia inmediata…”[3].
Althusser también adoptó la opinión de Spinoza de que incluso en una sociedad menos opresiva la posibilidad de liberarse de la ilusión sería imposible. En palabras de Anderson: “Althusser adaptó también esta afirmación: en una sociedad comunista, los hombres también estarán rodeados por los fantasmas de la ideología como medio necesario de su experiencia espontánea”[4]. Importante es destacar en Althusser su deseo de presentar a Marx como el portador de una nueva ciencia. Para esto, el autor francés introduce una ruptura en la vida de Marx, diferenciando el “joven Marx” del Marx más maduro. ¿En qué se basa Althusser para introducir esa ruptura que tuvo lugar en 1845? En palabras del historiador de las ideas, François Dosse:
“El joven Marx está marcado por la temática feuerbachiana de la alienación, del hombre genérico. Es la época de un Marx humanista, racionalista, liberal, más cercano a Kant y Fichte que a Hegel…Su problemática está centrada entonces alrededor de la figura de un hombre consagrado a la libertad, que debe restaurar su esencia perdida en la trama de una historia que lo ha alienado”[5].
En cuanto al Marx maduro, este es uno que rompe con lo anterior y la sustituye por una “teoría científica de la historia, articulada sobre conceptos de elucidación completamente nuevos, como los de formación social, fuerzas productivas, relaciones de producción…Expulsando entonces las categorías filosóficas de sujeto, esencia, alienación y realiza una crítica radical del humanismo, asignado al estatuto mixtificador de la ideología de la clase dominante”[6].
Otros autores optaron por pensadores que van desde Schelling, en el caso de Lefebvre, Pascal como precursor de la dialéctica, en el caso de Goldmann y Maquiavelo en el caso de Gramsci. “Para Gramsci, el antecesor obligado del pasado premarxista era necesariamente no un filósofo cláisco, sino un teórico político como él”[7]. Continúa explican el autor:
“En los Cuadernos de la prisión, el partido revolucionario mismo se convierte en una versión moderna del «Príncipe», cuyo poder unitario exaltó Maquiavelo. El reformismo es intepretado como una visión «corporativa« semejante a la de las ciudades italianas, cuya decisiva estrechez Maquiavelo había anatematizado. El problema de un «bloque histórico» del proletariado y el campesinado es contemplado desde el punto de vista de los planes de éste para una «milicia» popular florentina. Del principio al fin, Gramsci analiza los mecanismos de la dominación burguesa en la dual apariencia de la «fuerza» y el «engaño«, las dos formas del centauro de Maquiavelo. Deriva la tipología de los sistemas estatales de la tríada de éste formada por el «territorio«, la «autoridad» y el «consenso». Para Gramsci, el pensamiento de Maquiavelo «también podría ser llamado una ‘filosofía de la praxis’», que era la forma en que Gramsci aludía al marxismo en la prisión”[8].
[1] Ibid., 69.
[2] Ibid., 69-70.
[3] Ibid., 105.
[4] Ibid., 83.
[5] François Dosse, Historia del estructuralismo, tomo 1, El campo del signo, 1945-1966 (España: Ediciones Akal, 2004), 339.
[6] Idem.
[7] Perry Anderson, ibid., 85.
[8] Ibid., 85-86.