(6) El marxismo después de Marx; el marxismo occidental (por Jan Doxrud)
Continuemos nuestro recorrido y el destino del marxismo tras la muerte de Marx y Engels. Anderson destaca el surgimiento, en 1923, de un Instituto en Alemania que tendría a futuro una gran influencia, el lugar específico : Francfort. En aquella localidad se estableció un Instituto de investigación subvencionado por un acaudalado empresario alemán, Hermann Weil (1868-1927) y su hijo, nacido en Argentina, Félix (1898 - 1975). El primer director del instituto fue el rumano Carl Grünberg (1861-1940), considerado padre del “austromarxismo”, quien se mantuvo en el cargo hasta 1929, asumiendo posteriormente otro influyente intelectual: Max Horkheimer (1895-1973).
Como explica Anderson, el Instituto de Investigación Social mantuvo contacto regular con el Instituto Marx-Engels de Moscú, enviando material a Riazánov para la primera edición científica de las obras de Marx y Engels. El volumen inicial de la más larga colección de las obras de Marx y Engels en alemán, conocido por sus siglas “MEGA” (Marx-Engels Gesamtausgabe), fue publicada en Francfort en 1927. El Instituto también patrocinó la principal obra de teoría económica marxista: la del economista germano-polaco, Henry Grossman (1881-1950). Este autor dio una serie de conferencias en el Instituto de Francfort que posteriormente fueron reunidas en el volumen titulado “La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista”. Como señala Anderson:
“…la obra de Grossman resumía los debates clásicos de la preguerra sobre las leyes del movimiento del modo de producción capitalista en el siglo XX, y adelantaba el más ambicioso y sistemático intento de deducir su colapso objetivo de la lógica de los esquemas de la reproducción de Marx”[1].
Fuera del continente europeo, en Estados Unidos, se destacó la labor del marxista “heterodoxo” Paul Sweezy (1910-2004), quien “reconstruyó y resumió toda la historia de los debates marxistas, desde Tugan-Baranovsky hasta Grossman, y suscribió la última solución que dio Bauer al problema de subconsumo, en una obra de ejemplar claridad: Teoría del desarrollo capitalista”[2]. Tendremos oportunidad de examinar las ideas de Tugan-Baranovsky y Sweezy, cuando abordemos el tercer libro de El Capital.
Recapitulemos. Hemos estado describiendo el recorrido del marxismo tras la muerte de Marx, tendiendo como hilo conductor el ensayo de Perry Anderson, pero aún no llegamos al marxismo occidental. De acuerdo a Anderson es dentro del contexto de la Segunda Guerra Mundial y todas las transformaciones que generó, donde emergió lo que el autor norteamericano denomina “marxismo occidental”. Al respecto escribe Anderson:
“…el cuerpo de la obra de los autores de los que ahora nos ocuparemos, en efecto, constituyó una configuración intelectual totalmente nueva dentro del desarrollo del materialismo histórico. En sus manos, el marxismo se convirtió en un tipo de teoría que en ciertos aspectos críticos era muy diferente de todo lo que había precedido. En particular, los temas y preocupaciones característicos de todo el conjunto de teóricos que llegó a la madurez política antes de la primera guerra mundial se desplazaron drásticamente, en un viraje que fue al mismo tiempo generacional y geográfico”[3].
Vemos un variado número de nombres, unos quizás más conocidos que otros y que han ejercido una influencia mayor a futuro como pueden ser el caso de Benjamin, Sartre, Marcuse, Althusser, Adorno y Gramsci, cuyos sus libros continúan vendiéndose en las librerías. De acuerdo a Anderson, desde los comienzos del decenio 1920-1930 el marxismo europeo se centró cada vez más en Alemania, Italia y Francia. En relación a España, Anderson se pregunta:
“¿Por qué España nunca dio un Labriola o un Gramsci, pese a la extraordinariacombatividad de su proletariado y su campesinado, aún mayor que la de Italia, y a una herencia cultural del siglo XIX, que, si bien ciertamente menor que la de Italia, estaba lejos de ser despreciable?”[4].
Anderson ve como una posible causa el hecho de que España careciera de una importante tradición de pensamiento filosófico sistemático, carencia que se venía dando desde el Renacimiento hasta la Ilustración:
“Fue quizá la ausencia de este catalizador lo que impidió la aparición de una obra marxista de importancia en el movimiento obrero español del siglo XX”[5].
¿Qué particularidades presenta este marxismo occidental? En primer lugar destaca Anderson, la gradual separación estructural entre tal marxismo y la práctica política, terminando así con aquella unidad que caracterizó a la generación clásica de marxistas anterior a la Primera Guerra Mundial. Algunas excepciones de esto fueron Lukács, Gramsci y Korsch. Anderson explica estopor el contexto histórico, específicamente la ausencia de importantes levantamientos obreros, a la estalinización de los partidos comunistas que inhibió la producción de obras teóricas de importancia. Anderson señala que la característica oculta del marxismo occidental en su conjunto es que se trató de un producto que nació de la derrota, del fracaso de la revolución socialista fuera de Rusia. Destaca el hecho de que muchas de las principales obras fueron realizadas en contextos de exilio o reclusión. Gramsci escribió sus Cuadernos en prisión, Lukács escribió su “Historia y conciencia de clase” en su exilio en Viena (1923). Max Horkheimer y Theodor Adorno también pasaron gran parte de la posguerra en Estados Unidos, al igual que Herbert Marcuse quien publico su “Eros y civilización” en Estados unidos en 1954, en plena histeria del macartismo.
Otro fenómeno importante que destaca Anderson de la primera década posterior a la Segunda Guerra Mundial fue la influencia del marxismo dentro de los existencialistas, donde se puede mencionar personajes como Sartre, Maurice Merleau-Ponty y Simone De Beauvoir, influencia, añade Anderson, que fue mediatizada por el filósofo ruso, Alexandre Kojève (1902-1968), famoso por sus cátedras sobre la filosofía de Hegel en Francia. Otro rasgo del marxismo occidental fue su silencio respecto a temas de relevancia como “el examen de las leyes económicas del movimiento del capitalismo como modo de producción, el análisis de la maquinaria política del Estado burgués y la estrategia de la lucha de clases necesaria para derribarlo”[6]. Una excepción a esto fue el caso de Gramsci, quien “encarnó en su persona la unidad revolucionaria de teoría y práctica, tal como la definía la herencia clásica”[7]. En relación a la economía marxista, Anderson señala que llegó a su fin con la obra de Paul Sweezy titulada “Teoría del desarrollo capitalista”, para ser posteriormente relegada al pasado debido al éxito de la renovación keynesiana en la economía norteamericana. Además Sweezy y Paul A. Baran (1910-1964) en su obra, “El capital monopolista” “renunciaron en gran medida al marco ortodoxo de las categorías económicas marxistas”[8]. Ejemplo de lo anterior es el rechazo de conceptos fundamentales como el de plusvalor y composición orgánica del capital.
Otros rasgos del marxismo occidental es su desplazamiento en lo que respecta a los temas de interés. Anderson se refiere a este desplazamiento del centro de gravedad:
“Así, el marxismo occidental en su conjunto, paradójicamente, invirtió la trayectoria del desarrollo del propio Marx. Mientras que el fundador del materialismo histórico se desplazó progresivamente de la filosofía a la política y luego a la economía, como terreno central de su pensamiento, los sucesores de la tradición que surgieron después de 1920 volvieron la espalda cada vez más a la economía y la política para pasar a la filosofía, abandonando el compromiso directo con lo que había sido la gran preocupación del Marx maduro…”[9].
[1] Perry Anderson, op. cit., 32.
[2] Ibid., 33.
[3] Ibid., 36.
[4] Ibid., 40.
[5] Ibid., 40.
[6] Ibid., 59.
[7] Idem.
[8] Ibid., 61.
[9] Ibid., 67-68.