(4) Marxismo y lucha de clases: ¿qué es la burguesía? (por Jan Doxrud)
John Stuart Mill (1806-1873), hijo de James Mill, también recibió la influencia de Saint-Simon, lo cual queda reflejado en su “Autobiografía” donde señala que las ideas del aristócrata francés le habrían abierto los ojos “al valor muy limitado y pasajero de la vieja economía política, que toma la propiedad privada y la herencia como hechos indiscutibles y la libertad de producción e intercambio como el dernier mot de la mejora social”[1]. Alemania fue, de acuerdo a Rothbard, la nación que se vio más influenciada por este pensamiento. En el caso de Marx, este habría recibido la influencia de Saint-Simon ya que la ciudad donde nació, Tréveris, había formado parte del área renana alemana que había sido ocupada por décadas por Francia, pero que finalmente llega a su fin alrededor de 1815, tres años antes del nacimiento de Marx.
Lo anterior significó que esta ciudad estuviese expuesta a las ideas de Saint-Simon. Por ejemplo, Rothbard menciona al saintsimoniano Ludwig Gall (1791-1863), uno de los primeros socialistas utópicos alemanes, quien además mantuvo contacto directo con Fourier. De acuerdo a Rothbard, es casi seguro que Marx tuvo contacto con la obra de Gall. La influencia que recibió Marx de Saint-Simon, señala Rothbard, habría sido a través de su profesor en Berlin, Eduard Gans (1797-1839), un hegeliano y saint-simoniano. Sobre esto escribe Rothbard:
“La mezcla de ambas doctrinas en Alemania dio forma a las concepciones de las juventudes hegelianas, de las que Marx llegó a ser uno de sus líderes…. Empapado de Saint-Simon y de Hegel, Marx encontró el concepto de la lucha de clases, en la versión ampliada por las lentes defectuosas de los saint-simonianos, a su disposición y en condiciones. de ser incorporado a su Gran Plan. Además de la lucha de clases entre proletarios y capitalistas, Marx también adoptó la versión saint-simoniana de la industria y de quienes la personifican. (para los saint-simonianos y Marx, los trabajadores), a quienes presentaban como inexorablemente victoriosos, junto con la idea de la consunción del estado y de una sustitución del gobierno de las personas por una administración de cosas« como meta futura de la historia”[2].
Marx y Engels incurrieron en una confusión al ver como iguales a quienes recibían privilegios del Estado (como en el análisis de clase libertario) con la figura del capitalista. También tenemos que Marx vincula el concepto capitalista al de burgués, teniendo este último concepto un significado poco claro. Rothbard, basándose en el trabajo de Ralph Raico, señala que para Marx la burguesía era la clase explotadora y parasitaria de la edad moderna. Pero el concepto de burguesía puede significar también, como en Estados Unidos e Inglaterra, los empresarios y capitalistas que se ganan la vida vendiendo y comprando en el mercado. En el continente europeo, el concepto de burguesía puede hacer referencia a la clase de los funcionarios, rentiers de la deuda pública, así como a hombres de negocios involucrados en el proceso de producción social.
Interesante son los aportes del historiador francés François Furet en este tema. Furet destaca una pasión fundamental que ha dominado a Europa: el odio a la burguesía, que ha sido el chivo expiatorio tanto para Lenin como para Hitler. Sobre la burguesía y la instrumentalización de esta, escribe Furet:
“Encarna al capitalismo, precursor, según uno, del imperialismo, y según el otro, del comunismo; origen para ambos de lo que detestan. Lo bastante abstracta para abrigar símbolos múltiples, lo bastante concreta para ofrecer un objeto de odio accesible, la burguesía ofrece al bolchevismo y al fascismo su polo negativo, al mismo tiempo que un conjunto de tradiciones y de sentimientos más antiguos sobre los cuales apoyarse”[3].
La burguesía, continúa explicando Furet, es el otro nombre de la sociedad moderna, ya que es la que representa aquella clase de hombres que, con su libre actividad, destruyeron la antigua sociedad aristocrática fundada en jerarquías. Esta burguesía se basa por completo en lo económico, lo que hace de esta una clase “sin categoría, sin tradición fija, sin contornos establecidos, no tiene más que un frágil derecho al dominio: la riqueza. Título frágil, ya que puede pertenecer a todos: el que es rico habría podido no serlo y el que no lo es, habría podido serlo”[4]. Tenemosque la historia nos muestra al burgués como aquel que destruyó el viejo orden, como lo reconoce Marx en el Manifiesto, como aquel que luchó por la igualdad, por los derechos del hombre y por la autonomía del individuo, pero que de repente, se convirtió en el enemigo por excelencia. ¿Por qué? Furet nos muestra otra dimensión de este burgués y añade que su movimiento contradice los principios antes señalados. Sobre la figura del burgués escribe Furet:
“No deja de producir desigualdad – mayor desigualdad material que ninguna otra sociedad conocida – mientras proclama la igualdad como derecho imprescriptible del hombre”[5].
En este sentido Furet señala que la desdicha del burgués consiste no sólo en estar dividido en su interior, sino que además ofrece una mitad de sí mismo a al crítica de la otra mitad. Furet también se refiere a lo complejo que es definir este concepto y si en realidad es posible encontrar a la burguesía como clase con intereses comunes. Tenemos que el burgués existe dentro del sistema capitalista y que la patria de este último es Estados Unidos, pero resulta que este país no ha tenido una burguesía, señala Furet, sino que un pueblo burgués, lo que es totalmente distinto. El concepto de burguesía no tiene la misma carga significativa en Estados Unidos que en Francia. “El pueblo estadounidense fue poseído por el espíritu capitalista sin tener burguesía. La sociedad política francesa creó una burguesía que no tenía espíritu capitalista”[6].
En Francia, explica el historiador francés, el carácter conscientemente burgués de esta nación se explica por reacciones políticas y culturales, por la altivez de la aristocracia, así como por la Revolución Francesa que fue su madre. Una distinción que hace Furet entre las revoluciones en Estados Unidos y Francia es la obsesión igualitaria en el caso de la nación francesa. Sobre esta pasión igualitaria escribe el historiador: “En los Estados Unidos – aún en nuestra época – esta pasión, madre de la democracia moderna, nunca se ha alimentado del odio al burgués: esta figura no existe…”[7]. En Europa, la situación es diferente:
“Omnipresente por el contrario en la política europea desde hace dos siglos, esta figura ha dotado de un «villano» común a todos los desdichados de la modernidad…La literatura francesa, particularmente en el medio siglo que siguió a la Revolución, está imbuida de un odio al burgués, común tanto a la derecha como a la izquierda, al conservador como al demócrata-socialista, al hombre religioso como al filósofo de la historia. Para la primera, el burgués es este hombre falso que pretende haberse liberado de Dios y de la tradición y de haberse emancipado de todo pero que es esclavo de sus intereses; ciudadano del mundo pero egoísta feroz en su patria; orientado hacia el porvenir de la humanidad pero obsesionado por gozar del presente; con la sinceridad en la mano pero la mentira en el fondo del corazón”[8].
El burgués revolucionario parece no querer otra revolución que amenace sus intereses y se convierte así, por temor, en un tradicionalista, dejando así de encarnar los ideales revolucionarios. “Si el burgués es el hombre que renegó, es porque era el hombre de la mentira. Lejos de encarnar lo universal, sólo tiene una obsesión: sus intereses, y sólo un símbolo: el dinero”[9]. Esto a su vez genera la envidia de los pobres y el desprecio de los intelectuales, desprecio del que todavía somos testigos, por ejemplo, el desprecio hacia todas aquellas actividades calificadas como “frívolas”: la economía, el comercio, etc.
Vemos que este concepto de burguesía tiene una larga historia y, finalmente, el burgués en el siglo XIX será sinónimo de avaricia, riqueza, frivolidad y explotación, figura que se encuentra en las antípodas de aquellos sectores de la sociedad que representan lo espiritual, lo profundo y lo sublime, como un Balzac o un Stendhal. Furet llega a escribir que Marx estuvo errado en creer que la gran batalla en la sociedad moderna sería entre burgueses y proletarios, ya que para él mucho más esencial era “el odio del burgués hacia sí mismo, y este desgarramiento interior que lo vuelve precisamente contra lo que es: todopoderoso en la economía, amo de las cosas, pero sin un poder legítimo sobre los hombres, y privado de unidad moral en su fuero interno”[10]. A continuación señala Furet:
“Creador de una riqueza inédita pero chivo expiatorio de la política democrática, el burgués multiplicará por doquier los monumentos de su genio técnico y los signos de su incapacidad política, como lo demostrará el siglo XX”[11].
De acuerdo a Furet, fue el historiador y político francés François Guizot (1787-1874) quien puso en el centro a la burguesía en la definición de lo moderno, dándonos de esa manera “una interpretación llamada a ser la más común, no sólo porque Marx la tomó como modelo, sino porque tanto él como Marx, tanto el burgués como el «proletario», presentaron a las generaciones posteriores al héroe y al villano de la obra”[12].
Pero mientras Guizot celebra a la burguesía, Marx la somete a una crítica, mientras Guizot termina con la lucha de clases en nombre de la burguesía, Marx prosigue la lucha en nombre del proletariado.
Una vez aclarado en cierta medida este concepto de “burgués”, actor que juega un rol central en la filosofía de la historia de Marx, regresemos a Rothbard. El economista norteamericano destaca la contradicción de Marx en lo que se refiere al criterio que utiliza para definir una clase. Por ejemplo, en el caso de “despotismo oriental” y el feudalismo, Marx define las clases sociales distinguiendo aquellas que tienen privilegios y aquellas que son oprimidas por el Estado. Por ejemplo, en el caso asiático, es el emperador y la burocracia tecnócrata las que controlan el Estado y, por lo tanto, constituyen la clase dominante. Ahora bien, Rothbard señala que cuando se trata del capitalismo, la categoría de clase de Marx cambia súbitamente, lo que se traduce en que clase dominante no es la que controla el aparato estatal.
“De repente, el acto original de dominio o «explotación» es el contrato salarial voluntario de Mercado, el mismo acto por el que un capitalista contrata a un trabajador y por el que un trabajador acepta. su contratación”[13].
Así, de acuerdo a Marx, lo anterior instaura por sí mismo un “interés de clase” común a la “clase capitalista” que explota a la “clase de los trabajadores”. Añade Rothbard:
“Es verdad que también Marx consideraba que esta «clase capitalista controla el estado, pero solo en calidad de «comisión ejecutiva de la clase dominante», es decir, de una clase dominante que existía previamente en el mercado libre a causa del sistema de salario. De modo que, lo que Marx consideraría, como analista del despotismo oriental y del feudalismo, que es la explotación de clase-dominante, aún existe bajo el capitalismo, pero solo como addendum a la explotación capitalista preexistente de los trabajadores a través del sistema de salarios”[14].
Lo mismo sucede con el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte (1852), donde Marx analiza los acontecimientos que precedieron al golpe de estado de Luis Napoleón desde el punto de vista del análisis libertario de la lucha de clases. No hay rastro de los capitalistas. y de su utilización del Estado como comisión ejecutiva para explotar al proletariado. Ni siquiera, añade Rothbard, aparecen los capitalistas y los proletarios, sino que aparece un poder ejecutivo dotado de una descomunal burocracia y organización militar, un cuerpo parasitario que enmaraña el de la sociedad francesa como una red.
[1] Murray N. Rothbard, Historia del pensamiento económico, vol. 2, 422.
[2] Ibid., 422-423.
[3] François Furet, El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX (México: FCE, 1996), 17-18.
[4] Ibid., 18.
[5] Ibid., 19.
[6] Ibid., 21.
[7] Ibid., 23.
[8] Ibid., 23.
[9] Ibid., 25.
[10] Ibid., 29.
[11] Ibid., 29.
[12] Ibid., 21.
[13] Murray N. Rothbard, Historia del pensamiento económico, vol. 2, 414.
[14] Ibid.