(3) Marxismo y lucha de clases: ¿quiénes son realmente los explotadores? (por Jan Doxrud)
Murray Rothbard retoma la crítica de Mises sobre el concepto de clases de Marx. Menciona autores como Bakunin o Milovan Djilas (1911-1995) que también habían criticado este aspecto en la teoría de Marx. Djilas por ejemplo, había denunciado en su libro “La nueva clase” el hecho de que tanto en Yugoslavia como en el resto de los países del bloque soviético los militantes comunistas estaban construyendo una nueva clase o “elite burocrática”. Así, esta idea de la dictadura del proletariado y su supuesta disolución en un momento determinado resultó ser totalmente falsa e ilógica (las dictaduras rara vez nacen para autodisolverse). Rothbard se centra en el concepto de “clase” para saber qué es lo que en realidad entendemos por este. Como Mises, señala que no existe algo parecido a una clase social concebida como un bloque monolítico que tiene los mismos intereses, como sí podría suceder con el concepto de “casta”. Rothbard destaca la teoría de clases que desarrolló James Mill, donde postulaba la existencia de dos.
1-Por una parte estaba la clase dominante que controlaba el aparato estatal
2-El resto de la sociedad que eran los dominados.
Durante aquella misma época, tras la caída de Napoleón (1814), hubo dos autores franceses, el abogado y político Charles Comte (1782-1837) y el economista liberal Charles Dunoyer (1786-1862) que desarrollaron de manera más sofisticada el modelo de Mill. Ambos autores definieron las clases en conflicto “como aquellas que se hacen con el control del aparato del estado frente a las que son controladas por el mismo”[1]. Por lo tanto la lucha de clases a la que se referían estos autores franceses, así como también Mill, había que entenderla desde este punto de vista.
Tal punto de vista, explica Rothbard, consiste en que la clase dirigente se encuentra compuesta por cualquier grupo que haya conseguido apropiarse del poder del Estado. Por su parte, los gobernados son aquellos grupos que pagan impuestos y están regulados por los que mandan. De acuerdo a lo anterior, el interés de clase se define como una relación de un grupo con el Estado. Es el gobierno del Estado, señala Rothbard, con sus impuestos y ejercicio del poder, as í como con sus controles y concesiones de subvenciones y privilegios, el instrumento que crea conflictos entre gobernantes y gobernados.
En otras palabras tenemos las clases “no productivas” y parasitarias representada por los políticos, funcionarios gubernamentales, rentiers que viven de títulos del estado y los hombres de negocios subvencionados o receptores de privilegios del estado, aquello que hoy se conoce como “capitalismo de compadrazgo” o “crony capitalism”. Comte y Dunoyer consideraban que la existencia de un nuevo factor o elemento que denominaron “industrielismo”, haría triunfar una sociedad sin clases, pero recordemos, entendiendo la lucha de clases bajo la óptica de estos autores y no la de Marx. Al respecto escribe Rothbard:
“La aparición de la sociedad industrial requería de una economía de libre Mercado internacional que le permitiese funcionar; de ahí que Comte y Dunoyer contemplasen como inevitable la ampliación a toda Europa y, eventualmente, a todo el mundo, de una economía de libre mercado que disolvería las clases dominantes, y que daría lugar a una región y un mundo libertarios, un mundo libre de la opresión del estado. Así, en esta visión, el estado se extinguiría, se disolvería en la economía de cambio, de Mercado, y, tal y como lo expresan Comte y Dunoyer, «el gobierno sería reemplazado por una administración de cosas»”[2].
Estos autores y sus seguidores no abogaban por un igualitarismo radical, ya que aquello se oponía a lo que ellos consideraban como una ley fundamental de la humanidad y la sociedad, que consiste en que tanto las rentas como las posiciones de cada ser humano depende más que nada “de su conducta, y que sea proporcional a la actividad, a la inteligencia y a la moralidad y constancia de sus esfuerzos”[3]. Rothbard considera que las ideas de Comte y Dunoyer fueron distorsionadas por un aristócrata francés: Claude Henri de Rouvroy, Conde de Saint-Simon (1760-1825).
Isaiah Berlin en su estudio sobre Saint-Simon señala que el francés fue el verdadero padre del historicismo europeo, aún más que los alemanes, ya que fue él quien criticó los métodos ahistóricos del siglo XVIII y planteó una propia interpretación de la historia. Berlin otorga una gran relevancia y peso a las ideas de Saint-Simon así como la influencia que tendrían en la posterioridad. Fue Saint-Simon el originador de las denominadas “religiones seculares”, vale decir, “el primer en ver que no se puede vivir tan sólo por la sabiduría tecnológica; que hay que hacer algo para estimular los sentimientos, las emociones y los instintos religiosos de la humanidad”[4]. De esta manera, Berlin considera al francés como el primero en inventar un sustituto de religión, es decir, una versión desteologizada y secularizada del cristianismo. Otras ideas influyentes de Saint-Simon lo explica Berlin en un párrafo en donde señala que el francés es también el padre de lo que deseo llamar la interpretación tecnológica de la historia.
Añade que lo anterior no es exactamente lo mismo que la interpretación materialista de la historia de Marx y Engels, de manera que Saint -Simon fue más original. Esto se explica a que fue el primero en definir las clases en el sentido moderno, esto es, como entidades sociales económicas, dependientes de manera directa del progreso de la tecnología. Continúa señalando Berlin
“En resumen, Saint-Simon es el primero en llamar seriamente la atención hacia los factores económicos en la historia. Más aún, cada vez que se habla de una sociedad planeada, de una economía planeada, de una tecnocracia, de la necesidad de lo que los franceses llaman dirigisme, anti laissez-faire; por doquiera que hay un New Deal, dondequiera que hay propaganda en favor de algún tipo de organización racional de la industria y del comercio, a favor de aplicar las ciencias en beneficio de la sociedad y, en general, a favor de todo lo que hemos llegado a relacionar con un Estado planeado, y no de laissez-faire; cada vez que se habla de esto, las ideas que se barajan vieron la luz originalmente en los manuscritos semi publicados de Saint-Simon”[5].
Marx se nutrió intelectualmente de Saint-Simon y si bien el francés se inspiró en Hegel, su pensamiento fue más terrenal y aplicado a la vida concreta de los seres humanos. La historia es la historia de seres humanos concretos que intentan desarrollar sus capacidades de diferentes maneras y para ello, desarrollan los utensilios, herramientas y tecnologías necesarias para someter a la naturaleza. Este avance tecnológico va creando a las clases y dentro de estas a las elites que ejercen su dominio.
Son las elites las que poseen las “armas” para ejercer un dominio sobre el resto de la sociedad. El poder de esta elite se puede ver erosionado y pueden terminar siendo derrocados del poder por clases inferiores. Ahora bien, como explica Berlin, Saint-Simon otorga un importante papel a las ideas en comparación al marxismo ortodoxo. La historia es para Saint-Simon una evolución de la humanidad de manera no automática y en donde se buscaba la satisfacción de distintas necesidades de acuerdo al período histórico correspondiente.
En cuanto a las normas del progreso, Saint-Simon señala cuatro. La primera norma consiste en que una sociedad progresista es aquella que ofrece los máximos medios para satisfacer el mayor número de necesidades de los seres humanos que la integran. La segunda norma es aquella es que todo lo que sea progresista dará la oportunidad de llegar a la cima a los mejores. La tercera norma dice que el progreso es la aportación de la máxima unidad y fuerza con el propósito de una rebelión. La cuarta norma conduce a la invención, el descubrimiento y la civilización. Cuando Berlin habla de un progreso no automático en Saint-Simon se refiere a que este no es una necesidad en la historia, es decir, no existe una suerte de meta hacia la cual la historia humana se dirige de manera forzosa. En palabras de Berlin:
“De allí el enorme hincapié que hace Saint-Simon en el papel del genio en la historia, en el hecho de que a menos que haya hombres de genio y a menos de que se les dé la oportunidad de actuar, en suma, a menos que se les dé un espacio a las grandes ideas de los grandes hombres que con mayor profundidad y mayor imaginación perciben y comprenden las circunstancias de su propia época, se retardará el progreso”[6].
Con el tiempo Saint-Simon se fue volviendo más hostil hacia el liberalismo del laissez-faire. El conde francés, continúa explicando Berlin, se transformó en uno de los más empecinados críticos de los ideales del siglo XVIII como por ejemplo la libertad civil, derechos naturales, democracia, individualismo o el nacionalismo. Atacó mucho de estos principios porque se mostraban incompatibles con el principio aristocrático-platónico de que la sociedad debía ser dirigida por los más sabio. Al respecto escribe Berlin:
“…la libertad, es un lema ridículo. La libertad es siempre desorganizadora; la libertad es siempre algo negativo contra la opresión de fuera. Pero en un régimen avanzado en que todo sea progresista no habrá opresión, no habrá nada que resistir, no habrá necesidad de emplear un ariete. La libertad es siempre una suerte de dinamita que hace estallar las cosas, pero en una época constructiva, en una época creadora, en contraste con una destructora, no se emplea la dinamita: al menos, no con este tipo de propósito. De allí todos sus gritos advirtiéndonos que la libertad individual es peligrosa y hay que suprimirla”[7].
De acuerdo a Rothbard, Saint-Simon confundió los conceptos que estaban contenidos en el análisis de clases de los libertarios. Según el economista estadounidense, Saint-Simon confundió los conceptos e introdujo la contradicción fatídica y no reconocida: la oposición entre los patronos y los asalariados en el mercado libre. El socialismo que presentaba Saint-Simon era uno de carácter elitista en donde los intelectuales y banqueros tendrían un papel fundamental en la dirección de la sociedad. En la sociedad que concebía Saint-Simon estaban los “ociosos” que incluía a los antiguos privilegiados así como a aquellos que vivían de sus rentas. Estos eran grupos que no intervenían en la producción ni en el comercio. La pobreza era incompetencia y dentro de la sociedad saintsimoniana la competencia debía ser reemplazada por la planificación concertada. Dentro del concepto de “trabajadores” estaban los obreros asalariados, los fabricantes, banqueros y comerciantes. La sociedad del pensador francés debía ser regida por una elite.
En cuanto a quiénes integrarían tal elite, esto fue variando a lo largo de la vida de Saint-Simon. En su juventud la vio encarnada en los “Consejos de Newton” una especie de cooperativa internacional o asociación científica. Otros sectores que integraron la elite saintsimoniana fueron los hombres de ciencia, banqueros e industriales. Al final propuso un Parlamento tripartito donde existiría una “Cámara de Inventos” integrada por artistas e ingenieros, una segunda cámara integrada por matemáticos, físicos y fisiólogos y, por último, una cámara de ejecutivos integrada por industriales y banqueros.
Rothbard explica que el pensamiento del aristócrata francés repercutiría en Inglaterra, por ejemplo, en la figura de Thomas Carlyle (1795-1881) quien tradujo e intentó publicar “El Nuevo cristianismo” de Saint-Simon. Esta última etapa representa la fase quizás más religiosa y profética del pensador francés, ya que se propuso crear un culto y fijar una creencia para la humanidad. Saint-Simon fue un personaje con un conjunto de ideas que moldearían el pensamiento de autores posteriores. El cientismo que denuncia Hayek, la mentalidad ingenieril, el planificacionismo excesivo, la tecnocracia omnisciente y todopoderosa, y las medidas represivas disfrazadas de buenas intenciones, se encuentran presentes en el pensamiento de Saint-Simon. Sobre el ideal saintsimoniano escribe Berlin:
“Adopta formas benévolas y humanas, por ejemplo, en el caso del New Deal norteamericano, o en el Estado socialista de posguerra en Inglaterra. Toma, en cambio, formas violentas, implacables, brutales y fanáticas en el caso de las sociedades fascistas y comunistas planeadas por una directiva…el concepto de una nueva religión secular que debiera ser un opio para las masas, espoleándolas hacia una creencia que intelectualmente no son capaces de comprender, también ha sido tomado de Saint-Simon”[8].
[1] Murray N. Rothbard, Historia del pensamiento económico, vol. 2, 419.
[2] Ibid., 419-420.
[3] Ibid., 420.
[4] Isaiah Berlin, La traición de la libertad (México: FCE, 2004),
[5] Ibid., 142.
[6] Ibid., 150.
[7] Ibid., 164-165.
[8] Ibid., 167.