(4) Marxismo y filosofía de la historia: Utopía y el sacrificio de la realidad (por Jan Doxrud)
Otro escritor que diseño una ciudad ideal, “La ciudad del Sol”, fue el dominico Tommaso Campanella (1568-1639) Este autor se vio marcado por las guerras de religión y las divisiones al interior de la cristiandad. Por sus intentos de rebelión contra el dominio español sobre Calabria, fue torturado y encarcelado desde 1599 a 1626, eventos que también marcaron el carácter de su obra. En la obra de Campanella, se repite el elemento aislacionista, así como la férrea disciplina y control de la vida de las personas. Los nombres los escoge el “Metafísico”, los trabajos son designados, los sentimientos y la manera de orar también se encuentran reglamentados. En lo que respecta al trabajo, a diferencia de Utopía, los habitantes de la Ciudad del Sol también deben aprender la técnica militar y el pastoreo.
Cada uno recibe una ocupación en aquella rama en que se distingue, y son los magistrados de cada oficio quienes distribuyen las fatigas teniendo en cuenta las capacidades y fuerzas. El tema sobre la propiedad privada es claro: su tajante rechazo. Rechazan las ideas de Aristóteles y Escoto, y se escudan en las palabras de Ovidio, Platón, Clemente, Ambrosio y Santo Tomás. En la Ciudad del Sol, se considera que la liberalidad consiste en poner en común todas las cosas. La vida de Jesús también defiende la idea de la propiedad común: “Análogamente procedió Jesucristo con el ejemplo de los pájaros que no tienen nada propio, no siembran, ni siegan ni se apropian el alimento”[1].
Recordemos las palabras de Mannheim sobre las utopías, concebidas como orientaciones que, además de trascender la realidad, pueden ser muy destructivas cuando pretenden pasar del plano teórico a la práctica. Las utopías nos muestran escenarios ideales que ya están ahí, pero no explican detalladamente la forma en que se llegó a tal estado de cosas. Marx también sufre de esa laguna, ya que si bien describe el funcionamiento del sistema capitalista y anuncia su inevitable declive y desaparición, y anuncia el advenimiento del socialismo, el pensador alemán no se dio el tiempo de explicar acerca de cómo funcionaría la sociedad socialista, y además de qué manera se desintegraría gradualmente la dictadura del proletariado.
El mismo Lenin pudo corroborar la imposibilidad de poner en la práctica las ideas de Marx (por ejemplo, el fracaso del “comunismo de guerra”). Ludwig von Mises se refirió a este tema, pero en el plano económico, demostrando la imposibilidad del socialismo debido al problema del cálculo económico. Lo mismo señalaba Friedrich Hayek, aunque enfatizó aún más los límites epistemológicos con los que se encontraría el órgano de planificación central. En realidad se puede establecer que esa usual diferenciación entre socialismo utópico y científico no tiene razón de ser. El socialismo marxista es tan utópico como el socialismo utópico. El pensador y ensayista comunista español, Francisco Fernández Buey (1943-2012) en su estudio sobre las utopías escribió:
“La cultura europea moderna, desde Thomas More a Ernst Bloch y desde Karl Marx hasta Herbert Marcuse, pasando por Charles Fourier y William Morris, ha usado la palabra utopia en acepciones tan diferentes que no resulta nada fácil a estas alturas llegar a una definición univocal del término”[2].
Quisiera realizar un breve paréntesis a propósito del renovado interés en el estudio del concepto de utopía. El sociólogo al ya hemos hecho referencia, Göran Therborn, ha destacado los giros que ha tomado la izquierda frente a los desafíos encarnados principalmente por la posmodernidad y la derecha neomoderna. Por ejemplo, destaca el “giro teológico” en el caso de Europa, y lo que podemos denominar como el “giro futurista” en Estados Unidos, que se subdivide a su vez en dos corrientes, siendo la más llamativa el “nuevo utopismo”. No es extraño ver el tema de la utopia, así como la formación de nuevos metarelatos y apropiación de categorías religiosas en el lenguaje de algunos autores de izquierda.
Therborn cita el caso del crítico y teórico norteamericano Fredric Jameson (1934) quien escribió una obra titulada “Arqueologías del futuro”. También cita el caso del sociólogo Erik Olin Wright quien, a principios de los años noventa, fundó el “Real utopías Project” que busca explorar un amplio abanico de propuestas y modelos para un cambio social radical. Otro caso es el del geógrafo David Harvey quien “ha desplegado un atrevido «utopismo dialéctico« en Espacios de esperanza (2000)”[3]. En el caso de Jameson, considera que los usos de la utopía no son los mismos en cada situación histórica. En una charla en Madrid sobre este tema, Jameson realiza una serie de reflexiones interés:
“Mi posición en este libro es que actualmente nos resulta muy difícil hacer política porque no podemos imaginar el futuro excepto en los términos del sistema. Sin embargo, lo que propongo es que no tenemos que aceptar los términos de esta o aquella utopía, no necesitamos suscribirnos políticamente a esta o aquella utopía, porque la auténtica función de la utopía no es presentar un programa político sino romper /interrumpir el futuro y abrirlo para nosotros de nuevo”[4].
“Y creo que las utopías actuales más interesantes que estoy presentando en mi libro son aquellas que hacen una distinción radical entre la organización económica, la infraestructura, y la organización cultural, o que reflejan la diferencia entre las dos”[5].
“El antiutopismo actual expresa el miedo de que en una utopía todo sea estandarizado, de que todas las diferencias sean destruidas... Y esto es algo evidente, que también podíamos encontrar volviendo a la guerra fría y su miedo al comunismo. Pero, precisamente, si uno separa la cuestión de la infraestructura de la de la superestructura, si separa la cuestión de lo económico de lo cultural, esto ya no es exactamente lo mismo [que aquella utopía supuestamente estandarizadora que representaba el marxismo como sistema total]”[6].
En relación al rol del marxismo afirma Jameson:
“El marxismo parece proyectar [exclusivamente] una organización de la infraestructura, una organización de la economía y la producción, pero si imaginamos una utopía en este sentido, se vislumbrará un sistema global donde la economía está organizada sobre un modelo válido en el cual las diferentes comunidades poseen sus propios tipos de cultura, con sus propios “absolutos” y sus propias imágenes utópicas. Así que hay modos de ajuste: no tomando el marxismo simplemente como un sistema o una teoría a aplicar, sino considerándolo como el lugar adecuado para ejercer el derecho de las ambiciones utópicas aún existentes al respecto de un firme tipo de transformación de la infraestructura... para reconciliar eso con la cultura de la diferencia en un nivel superestructural. Sin embargo, las actuales políticas de la diferencia al uso no tienen en cuenta la dinámica económica del capitalismo”[7].
Regresemos a Fernández Buey y al tema de la utopía. El autor español se cuestiona sobre la supuesta frontera que separa a los socialistas utópicos como Henri de Saint-Simon (1760-1825), Charles Fourier (1772 - 1837), Robert Owen (1771 - 1858), Etienne Cabet (1788 - 1856) y Louis Blanc (1811-1882), del denominado “socialismo científico”, representado por Marx y Engels. Un rótulo más apropiado para los primeros sería el de reformadores sociales y no el de meros soñadores. ¿Cuál es entonces el criterio para trazar aquella frontera? Fernández Buey explica que ciertamente no radica en que los socialistas “utópicos” rechazaran la ciencia mientras que los otros la exaltaron.
Tampoco radica en que los denominados “socialistas utópicos” se pasaran su tiempo soñando con una sociedad alternativa, descuidando por completo la manera en que se pondría en práctica en la vida real, ya que si algo los caracterizó (a diferencia de Marx) fue justamente el haber intentado llevarlas a la práctica. Por otros lado tenemos que el socialismo de Marx se desarrolló principalmente en el exilio en Inglaterra, en el museo de Londres y en su hogar. Existe una respuesta simple a esta disyuntiva y es que el socialismo de Marx y Engels no era científico, de manera que la división entre dos socialismos constituye se nos presenta como un falso dilema. Al respecto escribió Albert Camus:
“¿Cómo un socialismo, que se decía científico, pudo chocar así con los hechos? La respuesta es simple: no era científico. Su fracase depende, al contrario, de un método bastante ambiguo para quererse al mismo tiempo determinista y profético, dialéctico y dogmático”[8].
Y si el marxismo fue científico en el sentido de rechazar y desenmascarar los mitos entonces, escribió Camus, Marx no sería más científico que el escritor y aristócrata francés La Rochefoucauld (1613-1680). El marxismo es profecía que anuncia una utopía, y en ningún caso se trata de una ciencia. Concluye Camus sobre este tema:
“El marxismo, hoy día, sólo es científico a condición de serlo contra Heisenberg, Bohr, Einstein y los mayores sabios de este tiempo. Al fin y al cabo, el principio que consiste en poner la razón científica al servicio de una profecía no tiene nada de misterioso. Se le ha llamado ya el principio de autoridad; es él quien guía las Iglesias cuando quieren someter la verdadera razón a la fe muerta y la libertad de la inteligencia al mantenimiento del poder temporal”[9].
El sociólogo francés Émile Durkheim, en un curso dictado en la Universidad de Burdeos, señalaba que el socialismo no era una ciencia, ya que esta última tenía la tarea de explicar lo que es y lo que ha sido y no realizar especulaciones sobre el futuro como era el caso del socialismo. El socialismo, explicaba Durkheim:
“está enteramente orientado hacia el futuro. Es ante todo un plan de reconstrucción de las sociedades actuales, un programa de una vida colectiva que no existe aún o que no existe tal como es soñada, y que se propone a los hombres como digna de su preferencia. Es un ideal. Se ocupa mucho menos de lo que es o ha sido de lo que debe ser”[10].
De acuerdo a Durkheim el socialismo como. doctrina está lejos de ser el resultado de una investigación ya que sus representantes en realidad ya habían tomado partido antes de pedir el apoyo a la ciencia. Concluye al autor que el socialismo “no es una ciencia, una sociología en miniatura: es un grito de dolor y a veces de cólera lanzado por los hombres que sienten con más viveza nuestro malestar colectivo”[11]. Regresemos al tema de la utopía.
De acuerdo a Buey, el concepto de utopía adquirió un significado predominantemente negativo tras el fracaso de las revoluciones de 1848.
“Es entonces cuando una parte de los defensores de la idea de construir una sociedad libre y de iguales deja de considerar esta tarea como un mero sueño de los de abajo ayudados por los de arriba (o por los de en medio) y la entiende como algo realmente realizable mediante una revolución propia”[12].
Pero ahora el protagonismo no lo tendrían los filántropos o mecenas a cargo de organizar falansterios o comunidades , sino que el protagonismo lo tomarían los movimientos sociales que los propios trabajadores estaban organizando. Frente al rótulo de “utopistas”, señala el Fernández Buey, hubo dos reacciones. La primera fue la de asumir con honra tal epíteto. La segunda reacción fue negar cualquier asociación o vínculo con los utopistas. En esta negación, señala el pensador español, existían dos propósitos. El primero tenía relación a oponerse a la idea de que el capitalismo existente fuera el modelo de sociedad científicamente realizable, mientras que el socialismo quedaba relegado al reino de la utopía, por lo que había que quebrar ese nexo entre utopia y socialismo, y colocar a este último en la misma “dignidad” científica que el capitalismo reinante.
El segundo propósito era el de diferenciarse de figuras como Fourier, Saint-Simon o Cabet, cuyos idearios de 1848 se consideraban como fracasados. De acuerdo a Fernández Buey, tanto Marx como Engels apreciaban “el valor histórico de la utopía, el pensamiento utópico de sus antecesores, pero creían llegado el momento de fundamentar científicamente el ideario mostrando de manera racional, y en la práctica, que la sociedad alternativa, la sociedad libre y de iguales, no solo era realizable sino necesaria y hasta inevitable”[13]. De acuerdo a esto, Fernández Buey afirma:
“Por grande que hayan sido las diferencias entre el proyecto cabetiano, la propuesta falansteriana de Charles Fourier, el socialismo de Proudhon, el ideario anarquista, el proyecto socialista de Karl Marx o las Noticias de ninguna parte de William Morris…en todos estos casos encontramos una idea parecida de la dialéctica histórica, según la cual la crítica de lo existente hace enlazar el recuerdo del buen tiempo pasado con la armonía, la justicia y la igualdad que se desean para el futuro. La idea marxiana de la dialéctica histórica como superación de lo que hay incluye también la recuperación y elevación del comunitarismo primitivo que hubo a un plano superior”[14].
Más adelante continúa Fernández Buey:
“Todavía ha habido otro rasgo entre socialistas, comunistas y anarquistas a la hora de caracterizar la sociedad alternativa. La ciudad futura se concibe, en términos generales, como el salto de la humanidad desde el reino de la necesidad al reino de la libertad. Este salto no puede dares en el vacío. Las palancas para dar el salto son, de una parte, el desarrollo de las fuerzas productivas (la riqueza material que está creando ya el sistema capitalista) y, de otra, la voluntad de cambio de los interesados, que son mayormente los proletarios, los obreros. El socialismo, según esto, sería una sociedad de la abundancia”[15].
De acuerdo al mismo autor, la principal aspiración del ideario socialista se puede entender como una continuación del ideario de Tomás Moro, esto es, en establecer una sociedad basada en la comunidad de bienes o, utilizando otra terminología, basada en la colectivización de los medios de producción y la abolición de la propiedad privada. Esta sociedad sería una caracterizada por un alto grado de planificación.
[1] Ibid., 273.
[2] Francisco Fernándes Buey, Utopías e ilusiones naturales (España: El Viejo Topo, 2007), 7.
[3] Göran Therborn, op cit., 151.
[4]Frederic Jameson, Arqueologías del futuro (documento en línea: www.elviejotopo.com/web/archivo_revista.php?arch=235.pdf)
[5] Ibid.
[6] Ibid.
[7] Ibid.
[8] Albert Camus, El hombre rebelde, 305.
[9] Ibid., 307-308.
[10] Émile Durkheim, El Socialismo (España: Ediciones Akal, 2010), 12.
[11] Ibid., 14.
[12] Francisco Fernándes Buey, Utopías e ilusiones naturales, 162.
[13] Ibid., 164.
[14] Ibid.
[15] Ibid., 165.