(II) Marx, el falso profeta el comunismo: la falacia de la revolución social proletaria (por Jan Doxrud)
Una vez que desaparecen los últimos vestigios de resistencia, la dictadura del proletariado no tiene razón de existir, por lo que deberá desaparecer para dar paso al comunismo pleno. De acuerdo a este planteamiento, Marx demostró no captar la paradoja de la libertad, así como el rol que debía cumplir el poder estatal. ¿Acaso la auténtica libertad es aquella donde no existe ningún poder en absoluto? ¿La igualdad es sólo posible al margen de las leyes? Popper no acepta el rol secundario que asigna Marx a la acción política y, por lo tanto, no acepta la primacía que se da a la evolución de las máquinas y as relaciones de clase. Popper concuerda y entiende el contexto en que escribió Marx, es decir, el predominio de un sistema económico que no tenía la menor compasión por los seres humanos y el medio ambiente. Está de acuerdo en que el sistema capitalista debe estar regulado, ya que la libertad, si es ilimitada se anula a sí misma[1]. Para llevar a cabo cambios profundos no se debe continuar aceptando que el poder económico domine al político. Los marxistas rechazan la mera libertad formal y quieren complementarla con la libertad económica, pero pasan por alto el hecho de que la libertad formal es la única que puede garantizar una política económica democrática[2].
Si bien el poder económico es real y puede adquirir independencia con respecto al político, la experiencia nos ha demostrado el caso contrario, como el caso de gobernantes, emperadores, dictadores que se han valido de los hombres de negocios para llegar al poder y luego ignorarlos una vez que alcanzan su tan anhelado objetivo. Pero claro está que para los marxistas posteriores la “teoría de la impotencia” no era cierta y se valieron del poder político para alcanzar sus fines, como Lenin, Stalin, Mao o Castro, y en la actualidad el intelectual de cabecera de la izquierda no es Marx, sino que Antonio Gramsci. El problema, como bien escribió Popper, es que estos personajes no comprendieron que la mejor forma de gobierno es la democracia (mejor hablemos de gobiernos representativos), sistema que era capaz de controlar la acumulación de poder en el Estado. Escribe popper:
“Si bien abandonaron, más o menos inconscientemente, la doctrina de la impotencia de la política, conservaron la idea de que el poder del Estado no representa un problema de importancia y de que es malo sólo si se halla en manos de la burguesía”[3].
Esto vale para nuestros días donde el Partido Comunista, en el caso de Chile, se ha acostumbrado a utilizar una retórica repleta de términos ajenos a su ideología como democracia, derechos humanos o libertad de prensa, pero cuando se trata de la violación de los derechos básicos en regímenes comunistas, no se quedan cortos en justificar las razones que explican el porqué en Cuba está prohibida la oposición, la libertad de prensa y la democracia que tanto defienden en su propio país. Dentro de la mentalidad polilogista puede suceder que una dictadura sea buena, dependiendo si es “proletaria” o “burguesa”.
Pasemos a examinar otra crítica de Popper en relación con la profecía histórica de Marx. En primer lugar aborda el tercer paso de su profecía que es el advenimiento del socialismo. Popper da por supuesto que el desarrollo del capitalismo conduce a la eliminación de todas las clases. De acuerdo a la profecía marxista, el proletariado está destinado a vencer y al triunfar sobre la burguesía, para posteriormente establecer una sociedad sin clases sociales. ¿Acaso tiene esto algún fundamento o prueba? Supongamos incluso que el proletariado realmente triunfa pero, ¿se sigue de esto el advenimiento del socialismo? ¿Qué hace pensar que los proletarios actuarán solidariamente, manteniéndose unidos ante los cambios de las circunstancias? Escribe Popper:
“No existe ninguna razón en absoluto para que los individuos que integran el proletariado retengan la unidad de clase una vez desaparecida la presión de la lucha contra el enemigo de clase común. Lo más probable es que el menor conflicto latente de intereses divida ahora al proletariado, previamente unido, en nuevas clases, renovándose la lucha de clases”[4].
De esta lucha de clases difícilmente el proletariado se mantendrá como un bloque unido con intereses comunes y afirmar lo contrario es tener una visión idealista de este grupo social, es carecer de conocimientos de la historia del mundo obrero, así como de otras fuerzas que son más potentes que el sentimiento de clase como es el caso del nacionalismo. Por ejemplo, durante la Primera Guerra Mundial, el proletariado no se declaró en rebeldía ante las tensiones entre los imperios, sino que tomaron las armas y se dirigieron al frente de combate. El nacionalismo fue un factor que refutó la sociología reduccionista de Marx que anteponía la clase social al nacionalismo. Como escribió Albert Camus, las simplifcaciones en que incurría Marx hizo que este se alejara del fenómeno nacional:
“Creyó que por el comercio y el intercambio, por la proletarización misma, caerían las barreras. Fueron las barreras nacionales las que hicieron caer el ideal proletario. La lucha de las nacionalidades se reveló al menos tan importante para explicar la historia como la lucha de las clases. Pero la nación no puede explicarse enteramente por la economía; el sistema, pues, la ignoró”[5].
En la URSS la sociedad sin clases nunca llegó, todo lo contrario, emergió la nomenclatura, aquella elite que dirigía el aparato burocrático. Es más, desde el comienzo, los bolcheviques (comunistas) no contaron con el apoyo popular lo que llevó a Lenin a improvisar y a eliminar a la oposición. Si hubiésemos entrevistado a un campesino ucraniano de la época sobre sus conocimientos del marxismo, materialismo o la dialéctica, no hubiese sabido de qué diablos estábamos hablando, menos acerca su crucial rol en el establecimiento del socialismo. Tales personas nos habrían mirado con extrañeza y sorpresa.
Tenemos entonces que esta unidad proletaria es una afirmación que carece de base y menos aún se puede hablar de una solidaridad internacional entre el proletariado. Ahora bien, si diésemos por sentado lo anterior, es decir, el triunfo del proletariado, ¿acaso es verosímil afirmar que la única alternativa que queda es la instauración del socialismo? Los países de la órbita soviética nunca se acercaron a esa fase, sino que se quedaron estancados en un estatismo capitalista, donde el poder del Estado no dejaba de crecer y no existían señales de que esa situación cambiaría. Veremos la respuesta del autor en el siguiente artículo.
[1] Ibid.,339.
[2] Ibid., 342.
[3] Ibid., 344-345.
[4] Ibid., 353.
[5] Albert Camus, El hombre rebelde, 296.