Henry Kissinger (1): ¿Estados Unidos entre la Realpolitik y el idealismo? (por Jan Doxrud)
Heinz Alfred Kissinger nació el en Fürth, Baviera (Alemania) en 1923, en el seno de un matrimonio judío. Tras el ascenso del nacionalsocialismo hitleriano, la familia emigró hacia Londres para posteriormente dirigirse hacia los Estados Unidos. En EEUU recibió su Bachelor of Arts, MA y PhD en la Univsersidad de Harvard, además fue Director del Harvard International Seminar entre 1952 y 1969. Entre 1973 y 1977 sirvió como Secretario de Estado del Presidente Richard Nixon (1969-1974). También se desempeñó como Consejero de Seguridad Nacional entre 1969 y 1975. Así, Kissinger sirvió bajo dos presidentes: Nixon y, tras la renuncia de este tras el escándalo de Watergate, Gerald Ford (1974-1977).
Henry Kissinger es un personaje polémico. Como señala Zbigniew Brzezinski, todos los presidentes de Estados Unidos terminan cautivados y embelezados por el hecho de tener acceso, tanto a poderes especiales, como a información privilegiada de la que nadie más dispone. Añade el politólogo que existen presidentes que hacen de los asuntos exteriores su principal preocupación, lo que se traduce en que descansen en sus consejeros de seguridad nacional, de manera que el Consejo de Seguridad Nacional termina por gozar de un status especial dentro de la Casa Blanca. Otros presidentes, en cambio, tienden a centrar más su atención en los asuntos internos del país y a descansar más en la opinión de sus Secretarios de Estado. Un ejemplo de este último fue el Presidente Ford, cuyo Secretario de Estado era Henry Kissinger. Un ejemplo del primer tipo de presidente (centrado en política exterior), señala Brzezinski, fue Richard Nixon, cuyo Consejero de Seguridad fue: Henry Kissinger.
Kissinger fue una personalidad política que se volvió famosa y casi en una celebridad, así como también en un personaje predilecto de los teóricos de la conspiración que predican la imposición de un “Nuevo Orden Mundial” por parte de una elite selecta y secreta (Davos, Bilderberg, etc). Kissinger también ha recibido famosos y polémicos premios: el Nobel de la Paz en 1973, el mismo año en que colapsó el régimen de la Unidad Popular en Chile, en donde el régimen de Nixon (y Kissinger) tuvieron un activo protagonismo. El Nóbel fue otorgado por su rol en los Acuerdos de Paris que ayudaron a poner fin a la Guerra de Vietnam. Cabe señala que el Premio iba también dirigido al político y militar vietnamita Le Duc Tho (1911-1990), quien rechazó el galardón, por una sencilla razón: su país aún no estaba en paz. Kissinger también recibió el Presidential Medal of Freedom y el Medal of Liberty, otorgado sólo a 10 personalidades nacidas en el extranjero.
La polémica en torno a la figura de Kissinger llegó a su cúspide con la denuncia hecha por el polémico e implacable periodista británico, Christopher Hitchens, quien publicó un libro (luego un documental) titulado: “The Trial of Henry Kissinger”. Hitchens, en su estilo directo y sin eufemismos, acusó a Kissinger de crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra, delitos contra el derecho consuetudinario o internacional y conspiración para cometer asesinatos, secuestros y tortura. Lamentablemente, para Hitchens, se perdió lo que en vida señaló no quería perderse: el obituario de los viejos villanos.
Pero no nos adentraremos en esta dimensión del personaje, ya que lo que me propongo es analizar el nuevo orden mundial y el rol de los Estados Unidos de acuerdo a Kissinger y a una de sus principales obras: su voluminosa “Diplomacia”. Kissinger es un autor cuyas ideas se encuentran influenciadas por su propia vida personal y por una serie de autores que leyó en su juventud y madurez: G.W.F Hegel, Oswald Spengler y Arnold Toynbee entre otros. Ahora bien, Kissinger no era de la idea de que en el orden internacional prevaleciera necesariamente el caos, es decir, si bien la irracionalidad era un rasgo que temporalmente podía gobernar a las naciones, a la larga, siempre se retornaba a la armonía y al equilibrio. Tal orden y equilibrio sólo podía emerger por obra de una elite, es decir, su enfoque era más bien top-down, puesto que el autor no sentía mucho aprecio por las “masas”. En otras palabras, el poder debía residir en unas pocas manos.
Kissinger es un seguidor de la Realpolitik, término que nació con el trabajo del alemán Ludwig von Rochau (1810-1873). Es por ello que demostrabacierta admiración por personajes como Robert Stewart Castlereagh (1769-1822) o Klemens von Metternich (1773-1859). La Realpolitik, como explica Kissinger, consiste en una política exterior fundamentada en cálculos de poder y en el interés nacional. Esta política realista y pragmática se opone a aquella política que se fundamenta sobre consideraciones ideológicas y morales. La Realpolitik ve al mundo tal cual como es y no escatima en esfuerzos para lograr que sus objetivos se cumplan, de manera que no existe ideal alguno que actué como barrera para conseguir los fines últimos de una política determinada.
Las políticas no deben ser juzgadas por su contenido moral sino que por su éxito en el mundo real y teniendo en consideración la situación (política y económica) real del mundo. Ahora bien, esta separación tajante entre ideología y praxis no resulta ser tan cierta, puesto que hasta el más pragmático siempre sigue un conjunto de ideas, aunque no sea consciente de ello. El economista británico, John Maynard Keynes (1883-1946) señaló en su “Teoría General” que las ideas de los economistas y filósofos políticos, tanto cuando son correctas como erróneas, tienen más poder de lo que comúnmente se entiende y que el mundo se encontraba dominado por ellas. Añadía que los hombres prácticos, aquellos que creían estar exentos de cualquier influencia intelectual, eran usualmente esclavos de algún economista (o filósofo) difunto.
Es desde la óptica de la Realpolitik que se puede explicar la razón por la cual Hitler y Stalin realizaran un pacto de no agresión en 1939. Kissinger, por ejemplo, no tuvo problema de entablar, durante la Guerra Fría, relaciones con la China comunista para que, de esa manera, pudiese ejercer presión sobre la URSS por medio de la diplomacia triangular. Tampoco tuvo problemas de apoyar una dictadura en Chile, aún cuando su país se vanagloriaba de ser el faro de la libertad y la democracia. Esto reflejaba aquella famosa frase pronunciada por un líder político estadounidense sobre el Dictador Somoza de Nicaragua: "Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta". Pinochet podría ser un dictador y un violador de los DDHH, pero era un dictador del agrado de EEUU, así de simple, bienvenidos a la diplomacia donde no existen amigos sino que sólo intereses permanentes, para citar a Lord Palmerston.
Como comentaba en sus memorias el intelectual y politólogo francés, Raymond Aron (1905-1983) (quien conoció personalmente a Kissinger), durante la Guerra Fría, Kissinger aceptó el dominio soviético en Europa oriental para mantener el equilibrio entre las dos grandes superpotencias. Pero por otro lado, no dudó en apoyar los intentos de derrocar a Allende en Chile. Aron destaca la ironía de esto, es decir, aceptar a los comunistas donde se habían hecho odiosos y combatirlos en aquellos lugares donde gozaban de cierta popularidad. Sobre las habilidades diplomáticas de Kissinger, escribió Aron:
“H. Kissinger demostró ser un manipulador excepcional. Cuando los soviéticos hicieron gravitar la amenaza de la intervención de las divisiones aerotransportadas en el mismo escenario de las operaciones, convenció en plena noche al presidente de que pusiera en estado de alerta todas las instalaciones militares de los Estados Unidos en el mundo. Simultáneamente, se fue en avión a Moscú y se pudo de acuerdo con L. Breznev [Secretario General del PCUS] sobre el alto el fuego que quitó a Israel parte de su victoria [Guerra del Yom Kippur] (…) Luego, a fuerza de infatigables idas y venidas entre Jerusalén y El Cairo, sentó las primeras bases de un arreglo egipcio-israelí. Por ese entonces, el hombre que había negociado alternativamente con Chu En-Lai, Mao Tse-Tungm L. Berznev, Le Duc Tho y que siempre, al cabo de horas, meses o años, había llegado a un acuerdo, parecía, , con ayuda de los medio de comunicación, el hombre milagro”[1].
Aron le reconoce a Kissinger el mérito de saber manejar las crisis, siendo su “obra maestra maquiaveliana” la guerra del Yom Kippur (1973), guerra en la cual los israelíes fueron atacados sorpresivamente durante esa festividad, pero que terminaron por triunfar. En este contexto, Kissinger manejó la situación de tal manera que logró crear la plataforma desde donde el presidente egipcio, Anwar el-Sadat (1918-1981), pudo lanzar su “ofensiva de paz” y sorprender al mundo con su visita a Jerusalén. Ahora bien, Sadat pagaría caro y en 1981 fue asesinado durante un desfile militar por militares.
Un representante de la Realpolitik fue el “Canciller de Hierro” y arquitecto del “Segundo Reich”, Otto von Bismarck (1815-1898), al que Kissinger llamó el “Revolucionario blanco” (en contraposición a “rojo”). De acuerdo con Kissinger, pocos estadistas habían alterado tanto el curso de la historia. ¿Por qué razón? Debido a que antes de que él asumiera el poder, se esperaba que Alemania se unificara bajo algún tipo de gobierno parlamentario y constitucional. Pero resultó que al asumir Bismarck, y tras tres guerras (contra Schleswig y Holstein, Austria y Francia), unificó Alemania bajo el reinado del prusiano Guillermo I, coronado, nada más y nada menos, que en Versalles. Bismarck desafió tres premisas que prevalecían en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX: elequilibrio europeo del poder, un equilibrio alemán interno entre Austria y Prusia[2], y un sistema de alianzas basado en la unidad de valores conservadores, obra principalmente de Metternich.
¿Qué señala Kissinger acerca del rol de Estados Unidos en el mundo? En primer lugar, el autor afirma que casi “como efecto de alguna ley natural, en cada siglo parece surgir un país con el poderío, la voluntad y el ímpetu intelectual y moral necesarios para modificar todo el sistema internacional, de acuerdo a sus propios valores”[3]. Así, en el siglo XVII, la Francia del Cardenal Richelieu introdujo el enfoque moderno de las relaciones internacionales, fundamentado en el Estado-nación y los intereses nacionales, y durante el siglo XVIII, Gran Bretaña introdujo el concepto de equilibrio de poder, que gobernó la diplomacia europea durante, al menos, 200 años. Añade que en el siglo XIX fue la Austria de Metternich la que reconstruyó el orden europeo tras la derrota de Napoleón Bonaparte y fue la Alemania de Bismarck la que puso fin a tal orden.
Ahora bien, el siglo XX, comenta el autor, ha sido testigo de un fenómeno inédito, puesto que surgió un país que ha influido de manera decisiva, y con considerable ambivalencia, las relaciones internacional como ningún otro lo hizo en el pasado: Estados Unidos. Ahora bien, la política exterior estadounidense es algo más compleja que reducirla a dos opciones: Realpolitik vs Idealismo. El académico estadounidense, Walter Russell Meade, señaló en su libro “Special Providence” que la mejor manera de diferenciar y describir la política exterior estadounidenseespor medio de las políticas de los siguientes presidentes estadounidenses: Alexander Hamilton (1755/57-1804), Woodrow Wilson (1856-1924), Thomas Jefferson (1743-1826) y Andrew Jackson (1767-1845).
En primer lugar tenemos el arquetipo “hamiltoniano” que aboga por una estrecha alianza entre el gobierno y las grandes corporaciones, y por una política supeditada al posicionamiento de las empresas estadounidenses en el mercado mundial. Los “hamiltonianos” conciben, pues, las relaciones internacionales como relaciones comerciales, un juego de suma no cero. El segundo arquetipo es el “wilsonismo” que viene a representar el idealismo político que se traduce en que Estados Unidos tiene un obligación moral de extender sus valores e ideales al resto del mundo, tal como un misionero religioso que viene a predicar la buena nueva. El tercer arquetipo de la política exterior son los “jeffersonianos” que, al igual que el wilsonismo idealista-universalista, defiende la idea de la superioridad y unicidad de los valores de Estados Unidos, pero con la salvedad de que se busca evitar la interacción con otras naciones, para así defender esos valores estadounidenses. En palabras de Jefferson en una carta dirigida a T. Lomax en 1799: "Commerce with all nations, alliance with none, should be our motto".
George Wasington (1732-1799) tenía una visión similar en cuanto a su renuencia a involucrarse en alianzas comprometedoras y lazos artificiales con las potencias europeas. Estados Unidos, comentaba Washington, debido a su situación geopolítica, debía seguir un rumbo diferente al de los europeos. Sobre la nueva república estadounidense, escribe Kissinger:
“Una característica de la política exterior de la nueva república fue la convicción de que las constantes guerras europeas eran resultado de sus cínicos métodos de gobierno, Mientras que los dirigentes europeos basaban su sistema internacional en la creencia de que la armonía podía ser destilada desde la competencia entre intereses egoístas, sus colegas norteamericanos pensaban en un mundo en que los Estados podían actuar como socios cooperativistas, y no como desconfiados rivales. Los dirigentes de los Estados Unidos rechazaron la idea europea de que la moral de los Estados debía ser juzgadas con normas distintas de la moral de los individuos”[4].
Por último tenemos los “jacksonianos” que conciben que el principal objetivo de la política exterior estadounidenses es salvaguardar sus intereses políticos y económicos. Si bien los “jacksonianos” se oponen a la guerra, considera que una vez que comienza, esta debe finalizar con la rendición incondicional de aquellos que ponen en tela de juicio los intereses de Estados Unidos. Tenemos pues, que la política exterior estadounidense resulta ser un poco más compleja que la visión maniquea Realpolitik-Idealismo.
Kissinger señala que ninguna nación había sido tan pragmática en la conducción cotidiana de su diplomacia, ni más ideológica en la búsqueda de sus convicciones morales históricas. El autor destaca dos escuelas de pensamiento, que se construyeron fruto de la experiencia de la nación estadounidense, en lo que respecta a la política exterior de EEUU. La primera dice que la mejor forma en que EEUU puede servir de manera óptima a sus valores es perfeccionando su democracia en el interior, actuando de esa manera como un faro para el resto del mundo. La segunda escuela de pensamiento señala que los valores de EEUU le imponen la obligación de emprender una cruzada para poder así difundir tales valores al resto del mundo. En suma estas dos escuelas de pensamiento se resumen como sigue: EEUU como faro o EEUU como cruzado o misionero.
En el capítulo II de su libro, Kissinger analiza la evolución de la política estadounidense entre las presidencias de Theodore Roosevelt (1901-1909) y Woodrow Wilson (1913-1921). Hasta el año 1900 la política de EEUU se mantuvo más cercana al aislacionismo, pero dos hechos cambiarían ese rumbo: 1) el poder y rápida expansión de EEUU; 2) El desplome del orden europeo. Kissinger explica que, dentro de este contexto, Roosevelt insistía en que se le debía atribuir a EEUU un papel internacional, puesto que así lo exigía su interés nacional y porque el equilibrio del poder global así lo exigía. Wilson, en cambio, si bien también abogaba por un protagonismo estadounidense en el escenario internacional, esto lo justificaba por otra razón: no por el equilibrio de poder, sino que para difundir los principios estadounidenses por todo el mundo. En palabras de Kissinger:
“Wilson fue el forjador de la visión de una organización universal, la Sociedad de las Naciones, que conservaría la paz mediante la seguridad colectiva, y no con alianzas. Aunque Wilson no pudo convencer de sus méritos a su propia patria, la idea siguió viviendo. Ante todo, la política exterior norteamericana ha marchado al son del redoble de tambor del idealismo wilsoniano, desde su decisiva presidencia, y sigue marchando así hasta hoy”[5].
Regresando a comienzos del siglo XX, EEUU se había limitado a realizar su filosofía nacional, el “Destino Manifiesto”, es decir, expandirse territorialmente hasta alcanzar tanto el océano Atlántico como el Pacífico, y mantener a las potencias europeas lejos del continente americano en sus conjunto. Tal fue el mensaje de la ambigua “Doctrina Monroe”: “América para los americanos” (¿o para los estadounidenses?) Kissinger comenta que, por medio de la Doctrina Monroe, los Estados Unidos daban la espalda a Europa pero, por otro lado, los dejaba libres para extenderse sobre el continente americano y convertirse en la gran potencia del continente. Lo anterior significó que EEUU ya no sólo fuera el “faro de la libertad” para los demás países, sino que asumiera un rol activo y preponderante dentro de la región. Kissinger señala que fue Theodore Roosevelt quien mejor captó y expresó esto último, por medio de su “Corolario”, esto, es, una enmienda a la Doctrina Monroe en virtud de la cual América Latina y el Caribe pasarían a ser esferas de influencia de la nación estadounidense. Al respecto comenta Kissinger:
“Como primer paso, Roosevelt dio a la Doctrina Monroe su interpretación más intervencionistas identificándola con las doctrinas imperialistas de la época. En lo que llamó un corolario de la Doctrina Monroe, el 6 de diciembre de 1904 proclamó un derecho general de intervención por cualquier nación civilizada, que en el continente americano sólo los Estados Unidos tenía derecho a ejercer: «en América, la adhesión de los Estados Unidos a la Doctrina Monroe puede obligar a la nación, en casos flagrantes de maldad o incompetencia, a ejercer, aun con renuencia, un poder policíaco internacional»”[6].
Tal visión quedó plasmada en el estilo de las relaciones diplomáticas de Roosevelt, el “Big Stick”, que se basó en las siguientes palabras del presidente: speak softly and carry a big stick, you will go far. El “Big Stick” de Estados Unidos quedó en evidencia intervino en diferentes conflictos como la separación de Panamá de Colombia y las ocupaciones militares en Haití, República Dominicana y Cuba.
Más adelante continúa explicando Kissinger las bases en la que se fundamentaba la política exterior de Roosevelt:
“Para él, la vida internacional significaba lucha y la teoría darviniana de la supervivencia del más apto era mejor guía para la historia que la moral personal. En opinión de Roosevelt, los mansos heredarían la tierra sólo si eran fuertes. Según él, los Estados Unidos no eran una causa, sino una gran nación, potencialmente la más grande. Esperaba ser el presidente destinado a conducir a su patria al escenario mundial para que pudiese moldear el siglo XX así como la Gran Bretaña había dominado el siglo XIX”[7].
Roosevelt, por ende, tenía como modelos (él mismo lo señaló) en política exterior a la tradición establecida y desarrollada por Federico el Grande de Prusia y Otto von Bismarck. Roosevelt rechazaba cualquier clase de idealismo moralista y universalista. También negó la eficacia del derecho internacional y rechazó el desarme.
Fin articulo 1
[1] Raymon Aron, Memorias (España: Alianza Editorial, 1985), 604.
[2] Tras el Congreso de Vienna, que reordenó el mapa europeo tras las guerras napoleónicas, Alemania quedó fragmentado en 39 Estados. Finalmente sería uno de estos, Prusia, el que llevó a cabo el proceso de unificación.
[3] Henry S. Kissinger, La Diplomacia, (México: FCE, 2000), 11.
[4] Ibid., 26.
[5] Ibid., 24.
[6] Ibid., 33.
[7] Ibid., 35.