Friedrich Hayek: Socialismo y la planificación para la esclavitud (por Jan Doxrud)

Friedrich Hayek: Socialismo y la planificación para la esclavitud (por Jan Doxrud)

El intelectual y economista austriaco, Friedrich Hayek (1899-1992), no fue testigo del auge del denominado Socialismo del Siglo XXI en Venezuela, pero ciertamente no se hubiese sorprendido de cómo evolucionó este fenómeno, desde la euforia y optimismo desmedido inicial, hasta su debacle final. Personajes como Chávez y el socialismo bolivariano no son fenómenos inéditos en la historia, así como tampoco es nuevo el embrujo que ejerció entre las masas e incluso connotados intelectuales de izquierda, que no dudaron en apoyar a cualquier nuevo caudillo carismático que se levantara en contra del capitalismo y Estados Unidos. Los intelectuales de izquierda (por ejemplo Nikolas Kozloff), así como movimientos anti-globalizción y ant-sistema,  huérfanos desde hace años de una URSS que era capaz de hacer frente a EEUU y al capitalismo, encontraron en Chávez a un sustituto útil.

Lo cierto es que para quienes saben algo de historia y economía, el fracaso del Socialismo del Siglo XXI en Venezuela esta muy lejos de ser una sorpresa, era sólo una cuestión de tiempo. Para Hayek, el socialismo era, básicamente, la abolición de la empresa privada y la propiedad privada de los medios de producción. En segundo lugar, el socialismo implicaba la sustitución del sistema de libre competencia (la anarquía de mercado de Marx) por una economía centralmente planificada. Este es el socialismo al que apunta Hayek y no le interesa en lo más mínimo todos los eslogans con buenas intenciones o fines que el socialismo anuncia: igualdad, solidaridad, justicia, etc. Para Hayek la discusión sobre el socialismo debe ser una discusión sobre los MEDIOS y no sobre los FINES. Tampoco interesan otras definiciones de socialismo elaboradas posteriormente que no guardan relación alguna con lo que el verdadero socialismo es (un personaje tan aberrante como el Che Guevara se refería al socialismo como “amor a la humanidad”, lo mismo diría años después uno de los líderes de Podemos, Juan Carlos Monedero)

Friedrich Hayek escribió el libro “Camino de servidumbre” en un contexto completamente diferente al que vivimos. El libro fue escrito en la década de 1940, cuando el socialismo era uno fiel a sus ideas (socialismo clásico, dice Hayek) y no el socialismo “reformado” actual que ha abandonado la idea de la socialización (al menos total y absoluta) de los medios de producción y la revolución violenta, en favor de una economía mixta. El año 1875 fue un hito relevante dentro de la izquierda puesto que se fundó el Partido Socialdemócrata Alemán que se dispuso mantener una parte de la tradición marxista pero con ciertas modificaciones o revisiones a la obra del pensador alemán, Karl Marx. Las dos principales figuras del “revisionismo” fueron Karl Kautsky (1854-1938) y Eduard Bernstein (1850-1932).

Lo que estos autores no pudieron seguir ignorando era el fracaso de las predicciones de Marx, por ejemplo, el colapso “inevitable” del capitalismo, el empobrecimiento gradual de la clase obrera y el advenimiento “inevitable” del socialismo para posteriormente abrir paso a la utopía final: el comunismo. En resumen, para un hombre como Bernstein el socialismo no era la meta final y necesaria fruto del colapso del capitalismo. Así, la alternativa era abandonar la vía violenta para llegar al poder – tomando distancia de las ideas de Lenin – y adoptar una vía pacífica e institucional para transitar hacia el socialismo por medio de la instauración de un Estado del bienestar que gestionara el régimen capitalista.

Eduard Bernstein y Karl Kautsky

Este Estado tendría la misión de garantizar la igualdad de oportunidades y reducir las diferencias sociales por medio de mecanismos redistributivos, a través de los impuestos. Con el tiempo, la socialdemocracia se expandiría a lo largo de Europa: el Partido laborista británico, Partido Socialista francés, Partido Socialista Obrero español, el Partido Socialdemócrata alemán y el Partido Socialdemócrata Sueco. Por supuesto que Lenin, con su tolerancia y apertura de mente que lo caracterizaba, tildó a Kautsky de oportunista y renegado.

Así, Hayek escribió en una época de conflictos e inestabilidad, un período donde la “tentación totalitaria” – como diría Jean-François Revel (1924-2006) –  era un hecho, es decir, las personas asintieron en ser gobernados por regímenes autoritarios y totalitarios, en desmedro de la democracia liberal, considerada como un régimen de gobierno decadente. En suma, al publicar su libro (1944), Hayek había vivido: ascenso del fascismo (1922), del nazismo (1933), la consolidación de la dictadura comunista soviética, el expansionismo nazi, el tratado de no agresión entre la Alemania de Hitler y la Rusia de Stalin (1939),  el quiebre del pacto entre ambos totalitarismos (1941), y el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Ciertamente era un panorama desolador. No está de más decir que Hayek alcanzó a servir en el frente durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

“Camino de servidumbre”, cuyo argumento central ya había sido publicado en 1938 bajo el título “Freedom and the Economic System”, constituye un llamado a velar por mantener al Estado dentro de sus límites y estar siempre alerta ante las  ambiciones de líderes mesiánicos e ideologías totalitarias de querer extender ilimitadamente las atribuciones del Estado en nombre del “bien común”. Cabe traer a la palestra un interesante debate[1] emitido en el año 1945 entre Hayek y dos profesores de la Universidad de Chicago: el economista y político socialista Maynard C. Krueger (1906-1991) y el cientista político Charles E. Merriam (1874- 1953) – un defensor del enfoque conductista en ciencia política. Es un debate interesante puesto que Hayek clarifica su posición respecto a la planificación centralizada (propia de los regímenes socialistas) lo cual permite evitar caricaturizar las ideas centrales de Hayek en su obra “Camino de Servidumbre”. Tal caricatura nos dice que Hayek considera que “toda” planificación lleva hacia el totalitarismo”, lo cual sería absurdo puesto que equivaldría a decir que Hayek era un anarcocapitalista, lo cual nunca fue.

Hayek es sumamente claro en este debate cuando señala que se deben introducir matices en la temática de la planificación. Merriam le dice a Hayek: “Llevo dedicado a la planificación desde hace más de cuarenta años: a la planificación de Chicago, a la estatal, a la regional, a la nacional en Washington...y no he advertido en ningún momento que nuestra planificación haya conducido hacia la servidumbre sino hacia la libertad, hacia la emancipación y hacia niveles superiores de desarrollo de la personalidad humana”. Hayek responde que su objeción a la planificación no es de principio sino de grado. Cuando Merriam le pregunta a Hayek acerca de los tipos de planificación que no criticaría, el filósofo austriaco responde:

“Todo el diseño del marco legal dentro del cual opera la competencia: las leyes sobre contrato, sobre propiedad, las cláusulas generales sobre la prevención del fraude y el engaño. Actividades todas perfectamente deseables”.

El autor explica que lo que él critica es cuando se le pide al gobierno que decida “cómo” se habrá de producir algo, “quién” habrá de hacerlo (y quien no), así como “qué se producira” (y qué no), ya que esto tiene como resultado la creación de un sistema social alternativo al de la competencia. En palabras de Hayek: “Es de este sistema, de ese tipo de planificación, del que única y exclusivamente estoy tratando, y el que desapruebo”. En otra parte de la entrevista Hayek vuelve a aclarar qué es lo que considera como una “planificación objetable”:

“cualquier control directo del volumen o dirección de la producción. Si quiere ejemplos de este país [EEUU], creo que deben ser de antes de la guerra. Por ejemplo, la Agricultural Adjustment Administration, y casi todo el NRA; más recientemente, la Guffey Coal Bill”.

Incluso para Hayek, dadas circunstancias especiales, la planificación puede ser deseable como es el caso de los tiempos de guerra, afirma que “durante la guerra todos hemos de ser en algún sentido totalitarios. En el debate, los dos académicos de Chicago están constantemente poniendo a Hayek entre la espada y la pared con preguntas sobre la seguridad social, salario mínimo, su opinión sobre proyectos – parte del New Deal de Roosevelt –  como “La Autoridad del Valle del Tennessee” (AVT). Si bien Hayek no pone en duda la legitimidad y el deber que tiene el gobierno de realizar proyectos como el AVT, este no necesariamente debe ser el rol exclusivo del sector público.

En suma, en el debate pareciera que Hayek rompe la imagen preconcebida que tenían sus interlocutores sobre él. En una parte Krueger señala: “Me parece que usted permite mucha más planificación pública de lo que muchos de sus lectores en éste país han supuesto”. Hayek responde: “Efectivamente, ya lo he advertido. Pero no soy un anarquista, no sugiero que un sistema competitivo pueda funcionar sin un sistema legal inteligentemente adoptado y eficazmente exigido”.

Hacia el final de la discusión, Hayek señala lo siguiente a sus interlocutores:

“Parecen no advertir que continúan sumidos en una antigua controversia, la de si el Estado debería o no intervenir. El propósito de mi obra no ha sido otro que sustituir esa vaga y estúpida discusión por otra nueva, basada en la distinción entre tipos de intervención estatal, ya que estimo algunos tipos de actuación o intervención extremadamente peligrosos. Todo mi esfuerzo, por tanto, se ha dirigido a distinguir entre intervención legítima e ilegítima. Y lo he dicho diciendo que, en la medida en que el gobierno actúe para favorecer la competencia, o bien en ámbitos en que no quepa introducir ésta, entonces no habría qué objetar. Todas las demás formas de actividad estatal me parecen, por el contrario, extremadamente peligrosas”.

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Regresemos a “Camino de Servidumbre”. Es cierto que la opinión de Hayek sobre el rol del Estado fue cambiando a lo largo de los años. Por ejemplo el Hayek del “Camino de servidumbre” se mostraba a favor del monopolio de la emisión de moneda por parte del Banco Central, mientras que más adelante defendería la idea de la banca libre y la libre competencia de monedas. Hayek se mostró, al igual que Milton Friedman, contrario a la creación de una moneda única como el euro. Sin embargo, una constante en su pensamiento fue la idea de que el Estado debe hacerse cargo de aquellos bienes públicos que el mercado no ofrece y, principalmente, debe fomentar el buen funcionamiento de lo que Hayek denominaba como “catalaxia”.

Hayek señala en el capítulo 2 de su libro que los fundadores del socialismo, por ejemplo Saint-Simon (1760-1825), fueron desde un comienzo autoritarios, es decir, concebían que la sociedad debía y podía ser organizada desde arriba abajo. La nueva libertad socialista se fundamentaba únicamente en la libertad frente a la indigencia, es decir, la libertad es riqueza, y esta sólo se logra por medio de la distribución igualitaria de la riqueza. Por supuesto, se podrá reprochar, que un niño en Darfur o Somalia puede que sea libre, pero se muere de hambre, por ende, ¿es realmente libre? ¡Las personas quieren alimentarse y no ser libres! Esto resulta ser cierto, puesto que la libertad posee múltiples dimensiones y una de ellas guarda relación con las condiciones materiales de las personas, pero debemos tener cuidado de reducir la libertad solamente a esto.  

La libertad dependiente de las condiciones materiales es sólo un aspecto de la libertad, puesto que la libertad, en su sentido medular, es la capacidad del ser humano de poder determinar su propio destino, crear sus propios proyectos de vida sin interferir en los proyectos de vidas de los demás. Muchos de los “apparatchik soviéticos,  boliburgueses en Venezuela y altos funcionarios de Corea del Norte pueden que tengan una muy buena vida (a diferencia de la gran masa de trabajadores) , pero a costa de estar en línea y sintonía con la ideología oficial, por ende podemos preguntarnos, ¿es eso libertad? Ciertamente en Venezuela las personas recibían generosas ayudas del Estado y, en aquel entonces, tenían una vida al menos digna, pero tal ayuda estaba condicionada a la lealtad de aquella persona al régimen chavista. En otras palabras, usted no era considerada como parte del “pueblo” si era un opositor al régimen: ¿es eso libertad?

                                 Clientelismo social

                                 Clientelismo social

Ahora bien, resulta claro que no podemos llevar a cabo todos esos proyectos de vida, pero eso no significa que seamos menos libre. Pensar que la libertad significa transformar todas las necesidades y demandas de las personas en “derechos sociales” y, por ende, provistos por el Estado, es no entender en absoluto lo que es la libertad. Sacrificar este aspecto medular de la libertad en nombre de mejoras materiales es un camino que ha demostrado ser contraproducente. La economista Deirdre McCloskey señala que, desde un punto de vista ético no importa si los pobres tienen el mismo número de brazaletes, diamantes y automóviles Porsche que los poseedores de fondos de inversiones, ya que lo que realmente importa es si tienen las mismas oportunidades para votar o aprender a leer o si tienen un techo sobre sus cabezas.

El punto es que el Estado no puede asegurar que todos tengamos los mismos resultados, ni siquiera nos puede asegurar las mismas oportunidades. Igualdad y libertad, ¿se contraponen? ¿más de una implica menos de la otra? Le dejo al lector que reflexione al respecto, de manera que no espere respuestas tajantes y simplistas en este escrito. Por lo demás, es un tema que desarrollo con mayor profundidad en un libro (aún en corrección)

Ciertamente el tema de la libertad es uno complejo y se encuentravinculado a una determinada antropología, esto es, a una determinada concepción del ser humano, de manera que en el estudio de esta se deben integrar múltiples disciplinas como la, la filosofía, la sociología, psicología, la psiquiatría, etc. Imagine el lector el estrecho concepto de libertad que tenía Hitler dada su antropología racista o la de los líderes comunistas y su estrecha antropología clasista (y también racista en algunos).

La libertad no puede existir en una sociedad en donde se concibe que los seres humanos son valiosos siempre y cuando pertenezcan a una determinada etnia, religión o ideología política. En una sociedad libre, el fundamentalismo religioso, el racismo, el übermensch y el “hombre nuevo” del Che Guevara no tienen cabida. El intelectual francés, Raymond Aron, liberal como Hayek, pero crítico del concepto de libertad del austriaco, distinguía cuatro significados de libertad. En primer lugar destaca la libertad política que implica la participación en la formación o en el ejercicio del poder. En palabras del intelectual francés: “Ser libre es ser un ciudadano, o lo que es lo mismo, tener derecho al voto, derecho a la candidatura y, por consiguiente, a ser uno de los gobernantes. En este sentido, podemos decir que la libertad es el derecho de participación en la competencia por el ejercicio del poder[2].

En segundo lugar tenemos la libertad entendida como la protección de la persona contra cualquier arbitrariedad por parte de quien o quienes detentan el poder. En tercer lugar está la libertad-capacidad o la libertad-plenitud de la persona, que se refiere a la posibilidad de realización en la vida social. Por último, Aron se refiere a la libertad-autonomía, esto es, a la capacidad, por parte del individuo, “de no ser absorbido completamente por los grupos intermediarios o por el grupo nacional; la capacidad de escoger por sí mismo sus ideas, su manera de vivir, su partido político, su religión: un cierto grado de libertad-opción o de libertad-autonomía respecto a las obligaciones tanto de la sociedad como del Estado[3].

Lo que sin duda puede suceder, y ha sucedido, es que en la obsesiva búsqueda de la igualdad material de las personas (como requisito de una mayor libertad) se termine por empobrecer a la sociedad en su conjunto y las personas se transformen en esclavos de las “ayudas sociales” que le otorga el Estado. Recuerde  el lector siempre que los objetivos nobles son irrelevantes, es decir, si los problemas se solucionaran con bellos y elocuentes discursos, entonces la pobreza y la miseria habrían desaparecido hace mucho tiempo, pero lamentablemente las cosas son más complejas y no se resuelven con discursos mágicos no charlatanería sentimentalista.

La colectivización soviética y el tristemente célebre “Gran Salto Adelante” de Mao Tse-tung en China, se fundamentaron en ideas ingenuas de que para progresar sólo se requiere de esfuerzo, fanatismo ideológico y recompensas morales. Mao incluso lanzó todo su fervor ideológico contra los gorriones que conspiraban contra el comunismo chino, puesto que se comían las semillas. En su intento de imponer el comunismo chino a la naturaleza, la muerte de los gorriones significó que hubieran más insectos que terminaron por arrasar con los campos. Nuevamente el comunismo perdió la batalla contra la realidad, pero recordemos que para la mentalidad comunista era la realidad la que tenía que estar equivocada, de manera que la matanza de Mao en China continuó por varios años más. Tales políticas, de Stalin y Mao cobraron la vida de millones de personas debido a las hambruna generadas.

Como afirmaba el intelectual estadounidense, Walter Lippmann (1889-1974),  a medida que aumentaba la dirección organizada, la variedad de los fines tenía que dar paso a la uniformidad: o somos todos iguales o nadie será libre. La libertad quedaba así sepultada bajo la imposición de un estricta nivelación hacia debajo de la población (ver mi artículo al respecto). Esta libertad, por lo demás, se alejaba de la libertad defendida por los liberales clásicos: libertad frente a la coerción, libertad frente al poder arbitrario de otros (sin importar sus buenas intenciones) y supresión de los lazos que impiden a las personas elegir. En síntesis, y citando las palabras de Peter Drucker (1909-2005), el socialismo, en su búsqueda de la igualdad de condiciones materiales como fundamento de la libertad, lleva a la implantación de sociedades no económicas, totalitarias y regidas bajo un régimen de esclavitud fundamentado en nobles aspiraciones (la igualdad).

Drucker, citado por Hayek, señalaba en “The End of Economic Man” (1939) que el fascismo constituía el estadio que se alcanzaba después de que el comunismo había demostrado ser un ilusión. Como señaló León Trotsky (1879-1940) en 1936, en un país donde el único patrono es el Estado, la oposición sólo vendría a significar la muerte por consunción lenta, y que el viejo principio “el que no trabaje no comerá” sería sustituido por uno nuevo: “el que no obedezca no comerá”. El socialismo, por los fines que persigue, necesariamente deberá evolucionar hacia una dictadura política- económica, puesto que la planificación se va extendiendo cada vez más hacia distintos ámbitos, y el eclipse de la libertad económica irá de la mano con el declive de la libertad política, y el empobrecimiento general de las personas. El socialismo, añadía Hayek, no respeta al individuo, puesto que lo vale es la masa. El individuo podía ser sacrificado en nombre de la gran causa de la ideología. El Che Guevara es claro en sus escritos que en la construcción del socialismo, el individuo podía ser sacrificado en aras del Estado y el colectivismo. Añadía que el individualismo debía desaparecer pro completo de Cuba.

El autor ruso, retrata magistralmente una distopia colectivista

El autor ruso, retrata magistralmente una distopia colectivista

Peor aún, el concepto de individualismo ha sido estratégicamente vinculado con el “egoísmo”, lo cual es una verdadera tergiversación. Como señala Hayek:

“(…) los rasgos esenciales de aquel individualismo que, con elementos aportados por el cristianismo y la filosofía de la Antigüedad clásica, se logró plenamente por vez primera durante el Renacimiento y ha crecido y se ha extendido después en lo que conocemos como civilización occidental Europa, son: el respeto por el hombre individual qua hombre, es decir, el reconocimiento de sus propias opiniones y gustos como supremos en su propia esfera, por mucho que se estreche esta, y la creencia en que es deseable que los hombres puedan desarrollar sus propias dotes e inclinaciones individuales”[4].

Casos como el de Venezuela deben mantenernos atentos a los potenciales peligros del estatismo desmedido, así como la ideologización y politización absoluta de la sociedad. Hoy en día las dictaduras no deben necesariamente venor a través de golpes ni deben tampoco venir vestidas de uniformes.

Termino con las siguiente frase de Hayek:

“Puede ser que una sociedad libre como la que nosotros hemos conocido lleve en sí misma las fuerzas de su propia destrucción, que una vez que la libertad se haya conseguido se dé por sentada y deje de ser valorada y que el libre crecimiento de las ideas que es la esencia de una sociedad libre conlleve la destrucción de los cimientos sobre los que se asienta (…) Si hemos de impedir esa evolución, tendremos que ser capaces de ofrecer un nuevo programa liberal que despierte la imaginación. Una vez más tenemos que hacer del edificio de la sociedad libre una aventura intelectual, un acto de valor. Lo que nos falta es una utopía liberal (…) La principal lección que el verdadero liberal debe aprender del éxito de los socialistas es que fue su valor para ser utópicos lo que les valió el apoyo de los intelectuales y, por tanto, una influencia sobre la opinión pública que está haciendo posible cada día lo que hasta hace poco parecía totalmente remoto”[5].  

 

[1] Friedrich Hayek, Hayek sobre Hayek: un diálogo autobiográfico (España: Alianza Editorial, 2010).

[2] Raymond Aron, Introducción a la filosofía política. Democracia y revolución, 76.

[3] Ibid., 77.

[4] Friedrich Hayek, Camino de Servidumbre (España: Alianza Editorial, 2010), 43.

[5] Friedrich Hayek, Socialismo y Guerra (España: Unión Editorial, 1997), 281.