(III) La Escuela Austriaca de Economía: El Capitalismo (por Jan Doxrud)
A-Entendiendo el concepto
Para Ludwig von Mises el concepto de capitalismo no era otra cosa que la economía de mercado. Actualmente, en la Escuela Austriaca, no todos aceptan esto o, al menos, han introducido algunas precisiones. Quiero decir con esto que el capitalismo no necesariamente va de la mano con el libre mercado, ya que este puede coexistir con formas políticas autoritarias como fue el caso de Chile durante la dictadura militar, la actual China y todos los socialismo reales del siglo XX.
El concepto de capitalismo viene de la palabra capital, de manera que resulta conveniente entender este concepto. La Real Academia Española nos proporciona las siguientes definiciones de capital, tanto desde el punto de vista económico, como del derecho, que es el caso de la tercera definición:
1-“Factor de producción constituido por inmuebles, maquinaria o instalaciones de cualquier género, que, en colaboración con otros factores, principalmente el trabajo, se destina a la producción de bienes”.
2-“Valor de lo que, de manera periódica o accidental, rinde u ocasiona rentas, intereses o frutos”.
3-“Cantidad de dinero que se presta, se impone o se deja a censo sobre una o varias fincas, sobre todo cuando es de alguna importancia”.
John Stuart Mill advertía que no había que entender el capital como sinónimo de riqueza o dinero. Explicaba Mill que el dinero en sí mismo no podía realizar ninguna función del capital, ya que no podía prestar ninguna ayuda a la producción. De acuerdo a este autor, la diferencia entre capital y no capital no radicaba en la clase mercancía, sino que en el espíritu del capitalista, es decir, en su deseo de emplearlas para cierta finalidad y no para otra. El capital de un empresario consistía en aquella parte de sus posesiones que había de constituir su fondo para llevar a cabo la producción. Por su parte, Adam Smith escribió que donde predominaba el capital, prevalecía la actividad económica y que cualquier aumento o disminución del capital promovía de una manera natural el aumento o la disminución de la magnitud de la industrial.
En el clásico manual de Paul A. Samuelson y William D. Nordhaus se da la siguiente definición de capital o bienes de capital: “consta de aquellos bienes durables producidos que son a su vez usados como insumos productivos para una producción subsiguiente. Algunos bienes de capital pueden durar unos cuantos años, mientras que otros pueden durar un siglo o más. Pero la propiedad esencial de un bien de capital es que es tanto un insumo como un producto”[1]. En otra parte del mismo manual los autores señalan lo siguiente: “Una economía avanzada como la de Estados Unidos utiliza una gran variedad de edificios, máquinas, computadoras, software, etc. Estos son los factores de producción a los que se denomina capital, el cual es un factor de producción, un insumo durable que por sí mismo es un producto de la economía”[2].
En el manual de Gregory Mankiw el concepto de capital se define como “equipos y estructuras utilizadas para producir bienes y servicios.” Una definición más extendida en el mismo manual dice: “Los economistas utilizan el término capital para referirse al acervo de equipo y estructuras utilizadas para la producción. Esto es, el capital de la economía representa la acumulación de bienes producidos en el pasado que están siendo útiles en el presente para producir nuevos bienes y servicios”[3].
En el glosario del manual de Krugman, Wells y Olney, el concepto de capital se define como el “valor de todos los activos: equipos, edificios, herramientas, inventarios y activos financieros.” En el de Michael Parkin y Eduardo Loría encontramos la siguiente definición de capital: “Las herramientas, los instrumentos, las máquinas, los edificios y otras construcciones que las empresas utilizan para producir bienes y servicios...”[4]. A diferencia de la definición del manual de Krugman, el capital financiero es considerado de manera separada, ya que este no se usa de manera directa para producir bienes y servicios, por lo que, al no ser un recurso productivo, no es capital. En el manual de Ben S. Bernanke y Robert H. Frank, sólo encontramos el concepto de capital físico para referirse a las fábricas y máquinas.
El economista francés Thomas Piketty, en su “El Capital para el siglo XXI”, explica que el capital es un acervo o stock, por lo que no tiene una dimensión temporal. Es el conjunto de los activos no humanos que pueden ser poseídos e intercambiados en un mercado. Incluye capital inmobiliario (inmuebles, casas), utilizados como vivienda, y el capital financiero y profesional (edificios, equipos, máquinas, patentes, etc) utilizados por las empresas (capital privado) y las agencias gubernamentales (capital público). Piketty utiliza los conceptos de capital, riqueza y patrimonio de manera intercambiable o “sinónimos perfectos”.
Tenemos, pues, que de acuerdo a estas definiciones de “capital”, todos los países serían capitalistas, lo cual resulta ser cierto, de manera que deberíamos distinguir entre distintas clases de capitalismo, desde uno de libre mercado hasta un capitalismo dictatorial de Estado como el de Cuba. En todos los países se utilizan bienes de capital, existen empresas, existen trabajadores asalariados y existe el beneficio, pero no todos los países en el mundo gozan del mismo grado de libertad. El punto central, tal como lo plantea Mises, se puede entender por medio de las siguientes preguntas:
-¿Quién planifica?
-¿Debe cada miembro de la sociedad realizar sus propios planes o debe ser un déspota o junta directiva la que debe monopolizar las decisiones de los individuos?
-¿Planificación descentralizada o centralizada?
-¿Libertad u omnipotencia gubernamental?
Ahora bien, quien introduce una nueva definición del concepto de capital es Marx, para quien constituye una relación social entre personas. Marx da crédito al político y colonialista inglés Edward Gibbon Wakefield (1796-1862) por descubrir que el capital no es una cosa, sino que una “relación social entre personas mediada por cosas”[5]. Marx le da una connotación negativa al concepto de capitalismo y es por esto, en parte, que algunos autores han optado por un nombre, no sólo que se aleje del prejuicio marxista, sino que describa de manera correcta y precisa cómo opera el sistema de libre mercado. Como explica Mises, Marx utilizó en sentido peyorativo las palabras capitalismo, capital y capitalistas y añadía que incluso los órganos oficiales de propaganda del gobierno de los Estados Unidos habían caído bajo el hechizo de esta definición.
Así, existen autores que prefieren hablar de economía de libre mercado o economía o, como lo hace el economista francés, Pascal Salin, “economía de propiedad privada”. Incluso Friedrich Hayek no hacía yso de esta palabra. Pero para Mises capitalismo y libre mercado iban de la mano, de manera que no reduce el concepto a “bienes de capital”, para que el lector quede desde ya advertido. Ahora bien, Mises igualmente introduce matices, por ejemplo, en el caso del socialismo, Mises lo entiende más bien como un “Capitalismo de Estado”, lo cual totalmente correcto. Las economías mixtas no representaban para Mises un sistema intermedio entre capitalismo y socialismo, ya que las opciones eran simplemente dos: producción dirigida por el Estado u órgano colegiado o la producción dirigida por el mercado. En palabras de Mises:
“En modo alguno puede hablarse de sistema intermedio, combinación del socialismo y el capitalismo, cuando en una sociedad basada en la propiedad privada de los medios de producción algunos de éstos son administrados por entes públicos, es decir, por el gobierno a alguno de sus órganos. El que el estado o los municipios posean y administren determinadas explotaciones no empaña los rasgos típicos de la economía de mercado. Dichas empresas, poseídas y dirigidas por el poder público, están sometidas, igual que las privadas, a la soberanía del mercado. Han de acomodarse, tanto al comprar primeras materias, maquinaria o trabajo, como al vender sus productos o servicios, a la soberanía del mercado. Están sometidas a su ley y, por tanto, a la voluntad de los consumidores, que pueden acudir libremente a las mismas o rechazarlas, habiendo de esforzarse por conseguir beneficios o, al menos, evitar pérdidas”[6].
A la economía de mercado Mises la denomina como “capitalismo puro” y se opone radicalmente a la economía planificada o lo que es lo mismo, el socialismo. La economía libre es sinónimo de economía de mercado, que constituye un sistema social en virtud del cual los individuos satisfacen las necesidades de los demás atendiendo a las propias. Mises concuerda con Marx en denotar a este sistema como una “anarquía de la producción capitalista” ya que es justamente esa una de las características centrales del sistema y que lo diferencia del socialismo: ausencia de un dictador omnisciente que gobierna o de un jerarca o déspota económico. En la economía de mercado o capitalismo el consumidor es el soberano y los productores son los “pilotos que dirigen el navío”, afirma Mises. En un sistema socialista es el productor el soberano, es decir, el monopolio estatal el que reina sobre los consumidores. El hecho de que este sistema esté regido por el mercado no implica, para Mises, que el Estado no tenga funciones de importancia. Para el economista austriaco, el Estado, entendido como el aparato social de fuerza y coacción, de operar de manera tal que prevenga actuaciones que perjudiquen el funcionamiento del mercado. Continúa explicando el autor:
“Se protege y ampara la vida, salud y la propiedad de los particulares contra las agresiones que, por violencia, o fraude, puedan perpetrar enemigos internos o externos. El estado crea y mantiene así un ambiente social que permite que la economía de mercado se desenvuelva pacíficamente”[7].
Otro rasgo del sistema capitalista, además del respeto de la libertad integral, la propiedad privada y la planificación descentralizada, es la competencia. Mises señala que esta clase de competencia social no debe confundirse con la competencia “biológica”, aquella rivalidad que predomina en la naturaleza donde el fuerte se impone al débil. La competencia en un sistema de libre mercado no es un juego de suma cero, donde unos ganan y otros pierden. En un sistema socialista la competencia igualmente continúa sólo que consiste en una pugna por conseguir favores de quienes detentan el poder estatal. En suma, la competencia no es sinónimo de guerra, sino que es una rivalidad entre productores que, buscando su propio beneficio, buscan ofrecer productos de calidad y a precios accesibles a los consumidores. Otra característica de este sistema es que nadie puede “dormirse en los laureles”, es decir, nadie tiene su puesto asegurado
Resulta fácil entender el capitalismo de Mises entendiendo su contrario: el socialismo. De acuerdo al economista austriaco, existen dos formas de realizar el socialismo. En primer lugar está lo él denomina como “sistema ruso o sistema de Lenin” en donde la banca, la industria y la agricultura son “nacionalizadas”, es decir, pasan a ser propiedad del Estado burocrático que dirige dictatorialmente el sistema económico. En segundo lugar Mises destaca el “sistema germánico” o de Hindenburg), que es aquel que mantiene nominalmente y en apariencia la propiedad privada de los medios de producción, y un aparente mercado con supuestos precios, salarios e interés. Esta es una mera mascarada ya que los empresarios en la realidad desaparecen ya que se ven obligados a seguir las directrices del gobierno y los salarios, precios e interés son también determinados por el gobierno. En palabras de Mises:
“El gobernante, por sí y ante sí, ordena y encauza toda la actividad productora. Los jefes de empresa obedecen y cumplen las órdenes del gobierno, sin que para nada influyan los deseos y apetencias de los consumidores, y los precios de mercado ya no determinan la producción. Estamos ante un socialismo que pretende ocultarse tras máscaras capitalistas. Subsisten ciertos vocablos de la economía libre, términos que, sin embargo, se refieren a fenómenos totalmente distintos de aquellos a los que se refiere el mercado con las mismas palabras”[8].”
En resumen, el capitalismo o economía de libre mercado es un sistema de cooperación social que se fundamenta en la propiedad privada de los medios de producción. En tal sistema, los propietarios pueden utilizar directamente los medios de producción para producir, o prestarlos a cambio de una compensación. Este sistema también puede ser visto como una democracia del consumidor, en donde los empresarios compiten, buscando su propio interés, por satisfacer las demandas y necesidades de los consumidores, por medio de la competencia. Por último, en este sistema el mercado regula la producción y el consumo, y es donde se forman los precios, fruto de la oferta y la demanda
Por el contrario, el socialismo o economía planificada, explica Mises, es un sistema de cooperación basado en la propiedad pública (estatal) de los medios de producción. A este sistema Mises también lo denomina como “capitalismo de Estado” o “economía autoritaria” . En esta clase de sistema es el órgano central, ya sea el dictador o el comité de planificadores, quienes deciden qué se va a producir y cómo ha de producirse. No existe libertad empresarial ni emprendimiento. Las empresas son más bien departamentos del Estado tal como lo son las FFAA. En tal sistema el mercado intervenido impide el cálculo económico basado en los precios de mercado, ya que ni siquiera los precios son reflejos de la libre acción de consumidores y productores.
Mises también se muestra escéptico frente al intervencionismo estatal, puesto que el grado de intervención tiende cada vez más a ampliarse, pero de manera sutil, es decir, el gobierno comienza a imponer una serie de regulaciones que buscan el beneficio de la población. Al respecto escribe Mises:
“Desde luego, sería un error creer que la tutela que las autoridades ejercen sobre el individuo se limitará a la esfera de la salud, que se sentirán satisfechas con prohibir o limitar el uso de venenos peligrosos como el opio, la morfina e incluso el alcohol y la nicotina, pero que en otros campos la libertad individual quedará intacta. Una vez que se admite el principio de que las elecciones individuales respecto al consumo deben ser supervisadas y restringidas por las autoridades, la extensión de estos controles dependerá exclusivamente de las autoridades y de la opinión pública que las extiende (…) ¿Por qué proteger sólo el cuerpo del daño causado por venenos o drogas? ¿Por qué no también proteger nuestras mentes y nuestras almas de doctrinas y opiniones peligrosas que ponen en peligro nuestra salvación eterna? Privar al individuo de la libertad de elección en el consumo conduce a la abolición de la libertad”[9].
Resumamos este capítulo señalando los principales rasgos del capitalismo entendido como un sistema de libre mercado:
a) Propiedad privada de los medios de producción.
b) Existencia del mercado como espacio en donde interactúan los individuos y en donde confluyen la oferta y demanda, lo cual permite la regulación de la producción y el consumo, al igual que la formación de precios que permite el cálculo económico.
c) Los precios juegan un rol fundamental como señales que emiten información (por ejemplo la escasez o abundancia de un bien), así como generar incentivos que a su vez influyen en el comportamiento de los productores y consumidores.
d) Soberanía del consumidor, es decir, es éste que, a través de sus preferencias y sus compras, da respuesta al qué se produce y en qué cantidad. Los productores compiten por los votos (dinero) de los consumidores.
e) Defensa de un Estado mínimo que asegure que se respete el Estado de derecho, el respeto por los derechos de propiedad legalmente establecidos y que garantice un nivel de subsistencia para aquella parte de la población que carece de recursos. Ahora bien, el papel del Estado no es transformarse en una máquina proveedora de derechos sociales, es más, el Estado debe evitar caer el clientelismo, vale decir, establecer una relación en la cual la masa de la población que carece de recursos quede subordinada a los favores “sociales” del Estado, a cambio de su lealtad política.
f) El sistema capitalista no se define por el “consumo”, sino que por el ahorro. Como bien señala el Director del Instituto Juan de Mariana en España (también influenciados por la Escuela Austriaca), Juan Ramón Rallo, el capitalismo depende del ahorro y no del consumo. Los países crecen y la civilización progresa no por medio de gasto y el despilfarro de dinero, sino que por medio de la acumulación de capital. En palabras de Rallo:
“(…) el capitalismo no depende del consumo sino del ahorro. Una sociedad donde se consumiera el 100% de la renta sería una sociedad nada capitalista. No tendríamos ni un solo bien de capital: ni viviendas, ni fábricas, ni infraestructuras, ni laboratorios, ni científicos, ni arquitectos, ni universidades ni nada. Simplemente, todos los individuos tendrían que estar ocupados permanentemente en producir bienes de consumo –comida, vestidos, mantas...– y no dedicarían ni un segundo a producir bienes de inversión (por definición, si se consume el 100% de la renta es que no se producen bienes que no sean de consumo). Es el ahorro, el no desear consumir todo lo que podamos, lo que nos permite dirigir durante un tiempo nuestros esfuerzos, no a satisfacer nuestra más inmediatas necesidades, sino a preocuparnos por satisfacer nuestras necesidades futuras: producimos bienes de capital para que éstos, a su vez, fabriquen los bienes de consumo futuros que podamos necesitar”[10].
B-¿Por qué tiene mala propaganda el capitalismo?
El capitalismo es impopular. Basta escribir capitalismo en "google images" para percatarse de ello. Cabe comenzar aclarando que las críticas al capitalismo no vienen necesariamente de la izquierda socialista. También la “derecha conservadora” se ha mostrado hostil, al igual que los conservadores ligados al nacionalismo y al catolicismo. Por ejemplo, en el caso chileno tenemos a autores como Alberto Edwards, quien criticaba a la burguesía por su materialismo y su carácter mercantil, incapaz de elevarse por sobre los intereses meramente pecuniarios. Una similar opinión tenía el historiador Mario Góngora para quien una economía de libre mercado se oponía a su concepción del Estado como una forma de existencia común o una forma de ser. El mismo Jaime Guzmán, un cristiano católico, también tomó distancia del liberalismo económico, al menos antes del golpe:
“La estructura de la empresa capitalista tradicional, que niega al trabajador todo acceso a la propiedad, a la gestión y a las utilidades de la empresa, tiende a constituirse en fuente de reprochables desigualdades en la distribución del ingreso nacional, pero la superación de tal circunstancia es perfectamente sin tener para ello que caminar hacia el estatismo. [...] [La] estructura tradicional de la empresa debe ceder su paso a otra más justa y más humana. Con fórmulas diferentes según la importancia que en cada empresa tenga el capital, el trabajo y la organización, y reconociendo siempre al capital privado un margen mínimo de utilidad que lo atraiga a arriesgarse para crear nuevas riquezas, deben establecerse los mecanismos adecuados para que quienes trabajan en una unidad productiva, tengan efectiva participación en la gestión, propiedad y utilidades de ellas”[11].
Para qué hablar de Mussolini, Hitler y todos los jerarcas comunistas, todos fueron hostiles al liberalismo económico, aunque no al capitalismo entendido como lo señalamos al comienzo del escrito. Hitler criticaba el sistema capitalista de libre mercado, aunque igualmente adoptó un capitalismo dictatorial de Estado como los demás estados comunistas. Las dictaduras son incompatibles con el liberalismo económico ya que no se puede concebir que la libertad económica puede reprimirse sin perjudicar otras libertades. Hitler era un nacionalista y, como tal, no aspiraba a instaurar un orden económico mundial basado en la cooperación entre naciones por medio del comercio. Alemania no podía depender de otros estados, de manera que aspiraba a la autosuficiencia económica, a la autarquía. Mussolini, creador del fascismo, criticaba fuertemente el “supercapitalismo” por promover el consumismo(la utopía del consumo ilimitado) y por aspirar a estandarizar al género humano. Ahora bien, lo anterior no significó que Hitler y Mussolini renunciaran a la industrialización o a recibir apoyo de grandes empresarios para sus campañas. Una lección importante es que el ultranacionalismo es incompatible con el capitalismo de propiedad privada y libre mercado y, por su puesto, con cualquier clase de dictadura.
¿Que hay de las críticas comunes contra el sistema capitalista? En primer lugar sus críticos cometen el error de criticar el capitalismo “en general”, es decir, no son capaces de establecer diferencias y matices entre el capitalismo estadounidense, sueco, francés, chino y cubano. Es más hoy en día, en el discurso de la izquierda el capitalismo es equivalente a otro concepto aún menos claro: Neoliberalismo. Mises añade además que esta hostilidad al capitalismo y, en general, a temas económicos es una constante en los denominados “intelectuales”. Los intelectuales suelen ver a la economía como una disciplina frívola y superficial, que no se compara con sus profundos conocimientos sobre filosofía (existencialismo deconstruccionismo) poesía o sociología. Estos “intelectuales” perciben que sus aptitudes no son lo suficientemente recompensadas y, en cambio, un “superficial” e “ignorante” empresario se hace rico vendiendo ropas o aparatos tecnológicos, un jugador de football gana millones al mes y el economista (un mero tecnócrata) se ha transformado se en el gran protagonista de nuestros tiempos. El economista y politólogo francés, Bertrand de Jouvenel (1903-1987), en su ensayo titulado “Los intelectuales europeos y el capitalismo”, escribió:
“Los intelectuales occidentales, en grandísima mayoría muestran y proclaman su hostilidad hacia las instituciones que denominan globalmente capitalismo. Cuando se les pregunta sobre los motivos de esa hostilidad, dan razone afectivas, como el interés por el trabajador, la antipatía hacia el capitalista, y razones morales como la currelada y la injusticia del sistema. Esta actitud revela una singular semejanza superficial con la actitud de la intelectualidad clerical de la Edad Media. El centro de la atención y de l actividad de la Iglesia medieval lo constituían los desgraciados; ella era la protectora de los pobres y se ocupaban de todas las funciones que ahora han pasado al Estado Providencia: alimentar a los indigentes, curar a los enfermos, educar al pueblo”[12].
El autor francés añade que parte de la intelectualidad percibe el capitalismo como un mundo habitado por egoístas que se mueven buscando sus propios interés. El autor se pregunta por qué razón esos mismos intelectuales no escandalizan con el método democrático hedonista en donde también los individuos son movidos por sus propios intereses. El problema con estos prejuicios, continúa explicando de Jouvenel, es que los intelectuales construyen y difunden una imagen deformada de nuestras instituciones económicas. EN palabras del autor: “Se trata de un hecho peligroso, pues tiende de apartar de tareas realizables y constructivas un sano estímulo a la reforma orientándolo hacia tareas irrealizables y destructivas”[13].
Mises incluso se refiere a lo que hoy conocemos como “marxismo cultural” (o gramsciano), que penetra sutilmente en el ámbito de la cultura: literatura, cine, teatro y, principalmente la educación. Mises habla del socialismo que predominaba en su época en Hollywood y Broadway y que continúa en nuestros días con personajes como Michael Moore u Oliver Stone
Estas críticas se fundamentan en estereotipos de larga data y de simplificaciones producto de la ignorancia sobre los conceptos de los cuáles hablan: el empresario es un explotador, el trabajador por el hecho de trabajar es explotado, el capitalismo genera desigualdad (ante la aplastante evidencia en contra, la izquierda tuvo que abandonar aquella idea de que el capitalismo genera pobreza), la competencia genera violencia y el dinero nos vuelve “avaros” y codiciosos.
Como explica Mises, el odio contra este sistema no se origina en Marx, ni siquiera en las masas de trabajadores, sino que en la alta burguesía y en la aristocracia terrateniente, quienes fueron testigos de que su mundo de privilegios comenzaba a desmoronarse, al igual que la sociedad basada en rígidos estamentos . Esta es una aseveración que ningún marxista podría negar, ya que el mismo Marx alaba a la burguesía (nacida de las cenizas de la sociedad feudal) por haber ejercido en la historia una acción esencialmente revolucionaria. Ahora bien, la sociedad burguesa sólo ha sustituido un antagonismo social por otro, de manera que la lucha de clases aún no ha acabado, por lo que el capitalismo todavía estaría esperando a morir ya que, supuestamente, lleva en sí mismo la semilla de su propia destrucción. Continuaremos esperando cómo evolucionará el capitalismo en el futuro, si será finalmente trascendido como lo pensaba Marx y Schumpeter, o si se irá adaptando a los cambios políticos y sociales.
[1] Paul Samuelson y William Nordhaus, Economía, (España:
McGraw -Hill, 2005), 261.
[2] Ibid., 32.
[3] N. Gregory Mankiw, Principio de Economía (México: Cengage Learning Editores, 2009), 406.
[4] Michael Parkin y Eduardo Loría, Microeconomía. Versión para Latinoamérica (España: Pearson, 2010), 4
[5] Karl Marx, El Capital, tomo 1, 757.
[6] Ludwig von Mises, La Acción Humana. Tratado de Economía (España: unión Editorial, 2011), 315.
[7] Ibid., 313.
[8] Ibid., 846-847.
[9] Ludwig von Mises, Crítica del intervencionismo (El mito de la Tercer Vía) (España: Unión Editorial, 2011), 261.
[10] Juan Ramón Rallo, El capitalismo depende del ahorro, no del consumo, Libre Mercado, 15 deAbril de 2011 (http://www.libremercado.com/2011-04-15/juan-ramon-rallo-el-capitalismo-depende-del-ahorro-no-del-consumo-59306/)
[11] Subsidiariedad. Más allá del Estado y del mercado (Chile: Instituto de Estudios de la Sociedad, 2015), 104.
[12] F. Hayek, T.S Ashton, B. De Jouvenel, R.M Hartwell, W. Hutt, El capitalismo y los historiadores (España: Unión Editorial, 1997), 97-98.
[13] Ibid., 93.