(II) La Escuela Austriaca de Economía: el valor y el precio (por Jan Doxrud)
El objetivo de este escrito es exponer la teoría del valor y de los precios de la Escuela Austriaca de Economía (EAE). Tras leer esto, el lector podrá formarse una opinión en relación a las siguientes preguntas:
1-¿Dependen los precios del trabajo incorporado por el ser humano? (teoría del valor trabajo).
2-¿Dependen los precios de los costes de producción?
3-¿Dependen los precios del valor moral o estético de un bien "X"?
4-¿Existen precios objetivos inherentes a las mercancías?
5-¿Tiene sentido controlar los precios?
Hacia el final daré una breve respuesta a estas interrogantes
Uno de los fundadores de la EAE, Carl Menger, abordó este tema en su “Principios de Economía Política”. El concepto de “valor” es definido por el autor como la “significación” (utilidad) que unos bienes concretos o cantidades parciales de bienes adquieren para “nosotros”, cuando somos conscientes de que dependemos de ellos para la satisfacción de nuestras necesidades. Con esta simple definición, Menger toma distancia de teorías que defendían la idea de un valor inherente a los bienes. Así, una aldea que cuenta con un caudaloso arroyo que les provee de agua permanentemente durante el año para bañarse, cocinar, tomar y alimentar a sus animales, no será en realidad un bien económico, y le asignará, los miembros de la aldea, un escaso valor al agua. Pero si la situación cambiase debido a un fenómeno climático que causa una fuerte sequía, entonces la nueva situación es diferente a la anterior, ya que los miembros de la aldea darán un valor al agua ya que se ha vuelto un bien “escaso” y con “usos alternativos” (bañarse, cocinar, tomar o alimentar animales), de manera que las personas tendrán que ordenar y jerarquizar sus preferencias a la hora de utilizar el agua.
Clarifiquemos el punto anterior respondiendo a la siguiente pregunta: ¿Por qué el diamante vale más que el agua (esencial para nuestra vida)? ¿Es acaso una “constante” que el precio del diamante sea superior al del agua? En relación a la primera pregunta tenemos que el diamante es un bien apreciado por cierta parte de la población y además es relativamente escaso, vale decir, si hubiese abundancia de diamantes, entonces estos no tendrían valor. El agua, por su parte, también es un bien útil, más útil que el diamante, pero no es escaso como el anterior. En cuanto a la segunda pregunta, la respuesta será “depende”. Puede que las preferencias y gustos de las personas cambien, y que los diamantes ya no sean valorados. Por otra parte, dependerá del escenario en el que estemos insertos, es decir, para una persona perdida en un desierto le será más útil – y por tanto valorará más – un vaso de agua que un diamante. En resumen, tenemos que los conceptos de escasez y utilidad marginal (utilidad de la última unidad adicional de un bien) son cruciales para entender el fenómeno del valor. Ahora bien, como señaló, Böhm-Bawerk, todos los bienes tienen utilidad, pero no todos los bienes tienen valor, puesto que para que aparezca el valor, debe haber escasez al tiempo que utilidad, no una escasez absoluta, sino relativa respecto de la demanda de la clase particular de bienes.
Muy importante es la aseveración de Menger de que el valor de los bienes se fundamenta en la relación de estos con nuestras necesidades y, por tanto, en los bienes mismos. En palabras del autor:
“Así, pues, el valor no es algo inherente a los bienes, no es una cualidad intrínseca de los mismos, ni menos aún una cosa autónoma, independiente, asentada en sí misma. Es un juicio que se hacen los agentes económicos sobre la significación que tienen los bienes de que disponen para la conservación de su vida y de su bienestar y, por ende, no existe fuera del ámbito de su conciencia”[1].
Lo único objetivo, añade Menger, son las cantidades y, por el contrario, la objetivación del valor de esos bienes tiene una naturaleza netamente subjetiva. El valor, para una persona, de una cantidad parcial de bienes viene determinada por la significación que para esa persona tiene las satisfacciones de necesidades menos importantes. Menger desecha las teoría del valor basada en el trabajo, es decir, que el valor dependa de la cantidad de trabajo incorporado a un bien determinado. Esta fue una idea defendida por Adam Smith, David Ricardo y Karl Marx (trabajo socialmente necesario). Para Menger, la cantidad de trabajo incorporada a un bien no tiene ninguna conexión directa y necesaria con la magnitud del valor de ese bien. Al respecto escribe el autor:
“Respecto del valor de un diamante, es indiferente que haya sido descubierto por puro azar o que se haya empleado mil días de duros trabajos en un pozo diamantífero. Y así, en la vida práctica, nadie se pregunta por la historia del origen de un bien; para valorarlo sólo se tiene en cuenta el servicio que pueda prestar (…) Y así, no pocas veces, bienes en los que se ha empleado mucho trabajo no tiene ningún valor y otros en los que no se ha empleado ninguno lo tienen muy grande. Puede ocurrir que también que tengan un mismo valor unos bienes para los que se ha requerido mucho esfuerzo y otros en los que el esfuerzo ha sido pequeño o nulo”[2].
Por su parte, Böhm-Bawerk afirmaba que la teoría de Marx no era compatible con la realidad y no tenía sustento empírico alguno:
“Parece, pues, que lo más lógico para Marx, en su deseo de convencer de una tesis cuya veracidad o falsedad puede verificarse empíricamente, debería haber sido apelar a los datos de la experiencia (…) Pero Marx no lo hace, y no puede decirse que haya descuidado esta posible – y ciertamente oportuna – fuente de conocimiento y de experiencia. Al contrario, como revelan las argumentaciones de su tercer volumen, sabe perfectamente cómo secomportan los datos empíricos, y sabe también que son contrarios a su tesis Sabe que los precios de las mercancías no están en relación con la cantidad de trabajo en ellas incorporado, sino que se fijan de acuerdo con los costes totales de producción, que comprenden también otros elementos”[3].
Por lo demás, la teoría del valor de Marx implica que aceptemos otras falacias como el considerar un trabajo purificado de todas sus particularidades que los distinguen de otros trabajos. Para Marx, el valor de la fuerza de trabajo se determina por el tiempo de trabajo necesario para su producción, en este caso, para la reproducción del trabajador. El trabajador gasta una cantidad determinada de músculos, energía cerebral, nervios que debe reponer para realizar el trabajo durante los días que trabaja a la semana. Para Marx, el trabajo tenía un carácter dual o bifacético que estaba contenido en las mercancías. Tenemos, en primer lugar, el trabajo concreto, que es el trabajo específico de los productores, desde quien produce pan hasta quien se dedica a la fabricación de artículos de lujo. En cuanto al trabajo abstracto, este es lo que tiene en común todo trabajo (el desgaste de energía mental y física). En suma, para el pensador alemán, la medida del valor no proviene del trabajo concreto, sino que del trabajo abstracto.
Ante esta idea, Böhm-Bawerk responde con ironía:
“¿Qué habría dicho Marx frente a la siguiente argumentación? Un teatro de ópera trata de contratar a tres cantantes famosos, un tenor, un bajo y un barítono, cada uno de los cuales exige un sueldo de 20.000 florines. ¿Cuál es – nos preguntamos – el factor común que equipara los sueldos de estos tres artistas? A lo que contestamos: en materia de sueldos, una buena voz vale tanto como otra cualquiera, una buena voz de tenor tanto como una buena voz de bajo o de barítono, siempre y cuando que existan en la proporción adecuada. Por consiguiente, en materia de sueldos se hace abstracción, evidentemente, de la buena voz, razón por la cual labuena voz no puede ser la causa común del alto sueldo pagado a los cantantes”[4].
Añade Böhm-Bawerk que la teoría del valor de Marx sólo podría ser verdadera en el mundo de las fábulas, donde no existen ni capitalistas ni terratenientes. Sólo en aquel mundo sería posible afirmar su tesis de modo irrefutable, por incontrolable, es decir, no controlable por la experiencia
Siguiendo lo expuesto por Marx en el primer volumen de “El Capital”, debemos entonces hacer desaparecer el carácter útil de los trabajos , así como las diversas formas concretas de estos trabajos, de manera que no podamos distinguir unos de otros, logrando así reducir todo trabajo a un trabajo humano igual, esto es, a trabajo humano abstracto.
Regresando a Menger, el austriaco sintetiza su teoría del valor de la siguiente manera:
1-La significación que los bienes tienen para nosotros y que llamamos valor, es solamente una significación figurada o metafórica. En principio lo único que tiene significación es la satisfacción de nuestras necesidades, porque de ella depende la conservación de nuestra vida y nuestro bienestar. Pero luego y con lógica consecuencia, trasladamos esta significación a aquellos bienes de los que sabemos que depende la satisfacción mencionada.
2-La magnitud de la significación que tiene para nosotros la satisfacción de las diversas necesidades (es decir los actos concretos de las mismas, que nosotros podemos realizar a través de unos bienes determinados) es desigual y la medida de esta se halla en el grado de su importancia para la conservación de nuestra vida y nuestro bienestar.
3-También es diferente la magnitud de la significación de la satisfacción de nuestras necesidades trasladadas a los bienes mismos, es decir, la magnitud del valor, y su medida se halla en la magnitud de la significación que tiene para nosotros la satisfacción de las necesidades que depende de los bienes en cuestión.
4-En cada caso concreto, depende de la disposición sobre una determinada cantidad parcial de la cantidad total de un bien de que dispone un sujeto económico tan sólo la satisfacción de aquellas necesidades aun no garantizada por dicha cantidad total que para este sujeto tiene menor significación en el conjunto de sus necesidades.
5-El valor de un bien concreto o de una determinada cantidad parcial de la masa total de bienes de que dispone un sujeto económico es igual a la significación que para el mencionado sujeto tiene la satisfacción de las necesidades menos importantes que puede alcanzarse con aquella cantidad parcial y todavía asegurada por la cantidad total. La satisfacción de estas necesidades depende, efectivamente, por lo que hace al sujeto económico en cuestión, de la disposición sobre el bien concreto
Otro aspecto desechado por Menger y la EAE es aquella distinción entre el valor de uso y el valor de cambio de los bienes (valor del bien en una transacción), ya que en la práctica existe sólo un valor y es el que el individuo estima subjetivamente de acuerdouna escala de valores. Recordemos que el agua tiene un valor de uso crucial, ya que sin agua simplemente moriríamos, en cambio, el valor de uso de un diamante es el utilizarlo como joya o instrumentos de corte y pulido. Para un extraterrestre no versado en economía el agua debería ser más valorada y, por ende, debería tener un alto precio, pero para su sorpresa, se encuentra con que el diamante es más valorado y mucho más caro que el agua. Un mingitorio por lo general se espera que esté localizado en un baño con el objetivo de que el sujeto pueda orinar, o puede ser expuesto como una “obra de arte” tal como lo hizo Marcel Duchamp. No es de extrañar que el mingitorio de Duchamp tenga un precio más elevado que el resto de los mingitorios del resto del mundo.
Otro punto relevante dentro de la teoría del valor es la “ley de la utilidad marginal” en virtud de la cual a medid que aumenta el número de unidades de un bien, el valor que asignamos a la última unidad va descendiendo. En palabras de Menger:
“(…) la satisfacción de una necesidad concreta tiene, en un punto determinado de su plenitud, una significación relativa máxima y que toda satisfacción que desborde este punto va teniendo una importancia cada vez menor, hasta llegar a un estadio en el que una satisfacción aún más plena de la necesidad correspondiente puede llegar a ser indiferente y, finalmente, todo nuevo acto (…) no sólo no tiene ya para los hombres ninguna importancia, sino que les hastía y les causa tormento”[5].
Por último Menger destaca otro error común en la teoría del valor: el que los bienes tienen calor para nosotros porque para su producción se emplearon bienes valiosos. Esto se puede plantear de otra manera: el precio de un bien está determinado por su coste de producción, es decir, por el gasto efectuado en factores productivos o bienes de orden superior como los denomina Menger (los bienes de orden inferior, dentro de la estructura productiva, son los bienes de consumo o cercano a las etapas finales). De acuerdo a Menger, el valor que para nosotros tienen los bienes de orden inferior no se encuentran condicionados por el valor de los bienes de orden superior. Todo lo contrario, para el autor austriaco el valor de los bienes de órdenes superiores se encuentra siempre condicionado por el valor previo de aquellos bienes de orden inferior a cuya producción sirven.
Una persona podrá pensar que el un empresario fija el precio de un bien de acuerdo al costo de producción de ese bien. Pero si esto fuese cierto entonces las empresas no quebrarían y el precio de las acciones no harían más que subir otorgando cuantiosos dividendos a los accionistas. Pero tal no es la situación ya que el empresario utiliza como señal informativa los precios, ya que serán los precios los que determinarán si resulta rentable entrar en un negocio determinado (teniendo en cuenta la competencia y los métodos de producción empleados). Si los PRECIOS no logran cubrir los COSTES entonces el negocio no es rentable. Usted podrá decidir incursionar en el rubro “X”, pero si es un novato en el rubro y sus costes de producción son altos, tendrá necesariamente que vender su producto a un alto precio en relación a los mismos productos que ofrece la competencia. Pero el resultado será que nadie le comprará y a nadie le importará que sus altos precios respondan a sus altos costes de producción (o se retira del rubro o comienza a planificar cómo puede reducir esos costes)
En lo que respecta al tema de los precios, Menger los compara con olas que se mueven en el océano, claro que, en el caso de la economía, tales olas son generadas por el deseo de los seres humanos. Los precios destacado, añade Menger, son los únicos que pueden ser captados por nuestros sentidos y cuyo nivel puede medirse. Lo que determina los preciso de los bienes y servicios es la oferta y la demanda. La persona que vende X a cambio de 100$ es porque valora más esos 100$ (que utilizará en algún momento en comprar algo) que el bien X que tiene a la venta. Por otro lado, el consumidor valor más el bien X que los 100$ que tienen en sus bolsillos. Por su parte Ludwig von Mises explicaba que la a la cataláctica, esto es, la teoría de los tipos de intercambio y de los precios, no le correspondía predecir las formas de intercambio que se daban en el mercado y menos aún determinar precios objetivos o “justos”. En palabras del economista austriaco:
“Los precios justos, equitativos, carecen de relevancia científica; tales conceptos no son más que máscaras tras las que se ocultan simples deseos; vanas pretensiones de que las cosas sean distintas de cómo son. Los precios de mercado son función de los juicios de valoración de la gente tal como ésta efectivamente se pronuncia”[6].
Los individuos, en virtud de la “Ley de Asociación” se unen unos a otros para cooperar y obtener mayores beneficios por medio de esa ayuda mutua. Con el transcurso del tiempo, y la progresiva división del trabajo, en una sociedad basada en el respeto de la propiedad privada, la reiteración de los actos de intercambio va generando un mercado que cada vez se va ampliando y tornando más complejo. Comienza a usarse la moneda como medio de intercambio, unidad de cuenta y reserva de valor. Es el dinero el que permite expresar el valor que tiene un bien o servicio determinado. Dentro de este mercado agitado, juega un rol fundamental el empresario*, quienes buscan el lucro personal en las diferencias de precios y siempre están atentos a nuevas oportunidades de beneficio. Es esta actividad empresarial la que permite la tendencia a la igualación de los precios de todas las mercancías idénticas entre sí. El economista estadounidense, y alumno de Mises, Israel Kirzner, fue quien desarrolló el concepto de empresarialidad dentro de la EAE. Kirzner explica que el mercado no se encuentra en equilibrio ya que los empresarios están compitiendo constantemente unos contra otros:
“La competencia empresarial se expresa, por lo tanto, en las clases y calidades de las mercancías y de servicios que son producidos y ofrecidos en venta y en las clases y calidades de los factores que se desea comprar. Se sigue de ello que el desequilibrio del mercado no sólo significa un patrón de precios y de cantidades sujeto a cambio bajo presiones de carácter competitivo, sino también un patrón de tipos de productos y calidades sujeto a cambio a través de estas mismas presiones”[7].
El punto central es que Mises, al igual que Menger y los integrantes de la EAE, son los juicios de valor del consumidor los que determinan, en última instancia, los precios. En palabras de Mises. “Cada uno de nosotros, comprando o dejando de comprar y vendiendo o dejando de vender, contribuye personalmente a la formación de los precios del mercado”[8].
Señalé más arriba que un empresario no puede imponer precios de manera arbitraria para así poder cubrir sus costes de producción, ya que sería desplazado por la competencia. Pero tal situación podría darse en el caso de un mercado monopolista. Desde la óptica de la EAE, un monopolio puede formarse por distintas razones. Puede atribuirse a las regulaciones impuestas por el gobierno que hace casi imposible la existencia de pequeñas empresas, beneficiándose de esa manera aquellos empresarios (con empresas más grandes) que mantienen contactos con las altas cúpulas políticas de las cuales puede obtener favores. El mercado competitivo y libre es sustituido por el lobby y el amiguismo entre políticos y empresarios. Los monopolios pueden también explicarse por las nacionalizaciones de empresas o por la imposición de aranceles que protejan la industria nacional. Ahora bien cabe aclara que aquello que define un régimen de monopolio no es la existencia de un productor que posee un poder discrecional en la fijación de precios. Lo que define a un monopolio son las barreras artificiales de entrada como las mencionadas anteriormente, esto es, como la concesión de privilegios por parte del Estado (tal como sucedió con el régimen económico mercantilista en el pasado). Junto a este monopolio estatal tenemos el monopolio de mercado en donde una compañía ofrece un producto específico, pero sin que existan barreras artificiales que restrinjan la competencia. Murray N. Rothbard destacaba la confusión que existía en torno a una correcta definición del concepto de monopolio. El economista estadounidense descarta la definición del monopolio entendida como una empresa que impone arbitrariamente los precios a los consumidores (soberanía del productor). En cambio, el autor acepta como correcta aquella definición proporcionada por Sir Edward Coke (1552-1634):
“Monopolio es el establecimiento u otorgamiento por parte del rey, mediante merced, concesión suya, o de otra manera (…) a cualquier persona o personas, cuerpos políticos o corporativos, para la exclusiva venta, compra, fabricación, elaboración o uso de alguna cosa, por medio de lo cual cierta persona o personas, cuerpos políticos o corporativos, resultan restringidos en cuanto a libertades que anteriormente tenían, o entorpecidos en su legítimo comercio”[9].”
Rothbard destaca esta definición ya que transparenta el verdadero significado del concepto de monopolio: un privilegio otorgado por el Estado a unos pocos en cierto campo de la producción. Así, el autor no ve nada de malo en el hecho de que una empresa, por el hecho de ser más eficiente en cuanto al servicio al consumidor sea la que subsista, en tanto que los consumidores se nieguen a ser clientes de la menos eficiente.
Es justamente en virtud de esta definición de monopolio que, para Rothbard y la EAE, no puede existir un monopolio en un mercado genuinamente libre.
Respuestas a las interrogantes:
1-¿Dependen los precios del trabajo incorporado por el ser humano? (teoría del valor trabajo).
No, puesto que, aunque la producción de un bien hubiese significado la incorporación de una gran cantidad de trabajo, si no existe demanda para ese bien, su valor es igual a cero. En otras palabras, si no existe una demanda para ese bien no podrá existir un precio para este.
2-¿Dependen los precios de los costes de producción?
No, debido a la misma razón anterior. Suponer que el costo de producción determina el precio d eun bien es ingenuo. Si fuese así, entonces los empresarios nunca quebrarían y los emprendedores nunca fracasarían, puesto que sólo tendrían que fijar siempre un precio superior al costo de producción de manera que los costos fijos y variables dejan de ser una preocupación. Lamentablemente, las cosas no son así de simples. Piense lo siguiente: a) Si el precio lo determinan los costos de producción, entonces ¿por que las empresa quiebran? b) Si el precio lo determinan los costos de producción entonces, ¿por qué el precio del salitre chileno se vio tan fuertemente afectado por la primera Guerra Mundial y la crisis de 1929 en Estados Unidos?
La realidad es que los costos no determinan los precios ya que una persona antes de entrar a un negocio debe saber el precio de venta del artículo “X” para así determinar si está dispuesto a incurrir en esos costos o incluso innovar y reducir los costos y superar a la competencia. En otras palabras, un emprendedor no entra en un negocio sin preocuparse por sus costos, pensando en que todo lo recuperará por medio del precio que el “imponga”
3-¿Dependen los precios del valor moral o estético de un bien "X"?
Lamentablemente esto es falso. Un narcotraficante (una labor no muy loable desde un punto de vista moral) puede ganar (salario = precio) infinitamente más que un honrado médico que presta sus servicios en países donde reina la pobreza. Si nos vamos a la estética, tenemos que un disco de música tecno o reggaeton puede costar más que un disco de J.S. Bach o Mozart. Quizás una autobiografía de Kim Kardashian se venda (más) y a un precio mayor que las memorias de Talleyrand, Fouche, Arthur Koestler o Stefan Zweig.
4-¿Existen precios objetivos inherentes a las mercancías?
No, y creer esto es ignorar que los precios emergen de las valoraciones subjetivas de miles de millones de personas que interactúan en el mercado. Si ese bien resulta, por lo demás, ser escazo, entonces su precio subirá. Si usted venede un producto "X" con mucha demanda y decide no ajustar los precios a la estructura oferta-demanda imperante, entonces terminará sin ningún producto "X". Ahora bien puede suceder que el precio del producto "X" disminuya producto de la entrada de nuevos productores del mismo producto, lo que presionará los precios a la baja. El punto es que no existe un precio objetivo o precio "justo" de una mercancía.
5-¿Tiene sentido controlar los precios?
Cuando se tiene claro que: a) los precios existen porque hay escasez; b) los precios constituyen un mecanismo de información para consumidores y productores (dónde comprar, dónde vender, dónde invertir); c) los precios comunican las escasez relativa de los bienes y servicios en el mercado de toda la cadena productiva (no sólo de los bienes finales). Usted puede imponer precios máximos a los productores pero eso sólo terminará por arruinarlos puesto que sus costos no cambian, de manera que forzará a estos productores a abandonar ese rubro o forzarlo a que venda sus productos en el mercado negro. Pero el dictador económico, con su habitual estrechez de miras y con un enfoque no sistémico de la economía, sólo ve esto:
1-Aumento de los precios.
2-Descontento social.
3-Impongo un precio máximo por debajo del precio de mercado a los productores para que "todos" puedan comprar.
4-Resultado: Ahora "todos" tienen sus necesidades satisfechas. Problema resuelto.
[1] Carl Menger, Principios de Economía Política (España: Unión Editorial, 1997), 178.
[2] Ibid., 206-207.
[3] Eugen von Böhm-Bawerk, La conclusión del sistema marxista (España: Unión Editorial, 2000), 105-106.
[4] Ibid., 116.
[5] Ibid., 183.
[6] Ludwig von Mises, La Acción Humana. Tratado de Economía (España: Unión Editorial, 2011), 401-402.
* Para una mejor compresión de la figura del empresario, puede consultar mi artículo: Reflexiones sobre el liberalismo (4): emprendedores, empresario y empresa
[7] Israel M. Kirzner. Competencia y Empresarialidad (España: Unión Editorial, 1998), 149.
[8] Ibid., 402.
[9] Murray N. Rothabard, El hombre, la Economía y el Estado, Vol. II (España: Unión Editorial, 2013), 172.