Algunas palabras sobre el concepto de “Universidad”
Este artículo tuvo un origen repentino. Al ver una entrevista de CNN Chile Ennio Vivaldi, rector de la Universidad de Chile, me sorprendió cuando el rector dio a entender que el concepto de “universidad” hace referencia a lo “universal” de esta. Este es un error común en las personas, es decir, el de asociar la palabra universidad con “universal” queriendo dar a entender que la universidad es para “todos”. El error anterior se deriva de la falta de conocimiento sobre el verdadero significado de este concepto. Esta ignorancia puede justificarse en personas que no han estudiado sobre el desarrollo de la universidad en la Edad Media, pero sí me extraña que un rector cometa esta clase errores. Por lo tanto, en primer lugar realizaré una breve reseña del panorama educativo antes de la formación de las universidades, y luego pasaré a abordar el significa del concepto de “universitas” dentro de latín medieval.
Existe un acuerdo en señalar que la universidad ha sido una de las grandes creaciones de la denominada “Edad Media”. Resulta curioso que una de las grandes creaciones intelectuales haya ocurrido en aquella época que aún muchas personas ignorantes gustan de asociarla con el barbarismo más extremo. El desarrollo de las universidades hacia el año 1200 fue un fenómeno que se desarrolló conjuntamente con la expansión urbana, donde finalmente la universidad logró estabilizarse como una institución de tipo corporativo que tuvo como objetivo dedicarse a lo que hoy en día conocemos como enseñaza superior. ¿Qué existía antes de las universidades? Ciertamente la universidad no fue una creación a partir de la nada, todo lo contrario, fue heredera de otras instituciones existentes en el asado. En el siglo VI la escuela antigua de carácter pública y laica desapareció en Galia, Italia y España, y surgieron en su lugar las escuelas eclesiásticas, controladas por obispos y abades, por lo que fueron instaladas al amparo de catedrales y monasterios. Así, vemos que la educación se transformó en un monopolio casi total de la Iglesia (monopolio que iría perdiendo hacia el siglo XIII). Los distintos concilios provinciales y nacionales, como el de Toledo (527) y el III Concilio de Letrán (1179), enfatizaron en que los obispos y titulares de las principales parroquias se preocupasen de organizar escuelas. Otro aspecto importante de aquella épica fue que el comienzo de la definición de los métodos y programas de las escuelas, que se concibieron siguiendo el hilo de la patrística de la Doctrina christiana de san Agustín. ¿Qué se enseñó en estas escuelas cristiana? Estaban, en primer lugar, las artes liberales, específicamente la enseñanza del Trivium (gramática, retórica y dialéctica), para concluir con una lectura comentada de la Sagrada Escritura (sacra pagina). Las siete artes liberales constituyeron el fundamento de la educación medieval. Fue a partir de la época carolingia cuando estas fueron divididas en dos grandes bloques: Trivium y Quadrivium. Las tres artes del Trivium fueron la gramática latina, la retórica y la dialéctica. El Quadrivium estaba compuesto por la aritmética, geometría, música y astronomía). Todas aquella disciplinas “mecánicas” y “lucrativas”, no fueron parte de enseñanza ya que fueron víctimas de un prejuicio que se remonta hasta los antiguos griegos. Aristóteles, por ejemplo, rechazaba la denominada “crematística” (el arte de hacerse rico) y consideraba que hacer dinero a partir del dinero mismo era una actividad contra natura que terminaba por deshumanizar a las personas. Hasta el siglo XVIII las trabajos manuales fueron despreciados por la aristocracia, que vivía principalmente de las rentas de la tierra. El cristianismo heredó el prejuicio contra el dinero y las actividades lucrativas quedaron relegadas por lo tanto a los laicos pecadores o illiteratus, es decir, ignorantes en el sentido de no haber cursado las artes liberales y que ignoran el latín. Los historiadores destacan que el año 1100 significó una verdadera “revolución educativa” donde la red escolar se vería profundamente transformada, fruto del crecimiento económico, la apertura al Mediterráneo, el crecimiento urbano, reforma de la Iglesia y la reestructuración de los poderes laicos. Como resultado de esto, las escuelas monásticas pasan a un segundo plano y las escuelas catedralicias pasan a tomar el protagonismo. También maestros aislados, en su mayor parte clérigos, comienza a abrir sus propias escuelas a título personal que acogían a los alumnos mediante contratos. El estudiantado también cambia ya que no son sólo clérigos los que lo componen sino que también hijos de aristócratas que deseasen hacer una carrera particular o simplemente quisieran satisfacer su curiosidad intelectual. Las artes liberales continúan enseñándose, pero se introdujo un cambio que consistió en el estudio sistemático y detallado de la dialéctica, a partir de la lógica de Aristóteles. Al respecto escribe el medievalista francés Jacques Verger:
“Este fenómeno trajo como consecuencia la introducción de problemas propiamente filosóficos en la enseñanza, así como la posibilidad de emplear un método universal para explicar los textos y para exponer la doctrina utilizando los procedimientos de la ‘sentencia’ y de la ‘cuestión’. Pedro Abelardo, el primero que emprende esta tarea, no dudó de aplicar la dialéctica al comentario místico tradicional hasta lograr conseguir una formulación racional y posible de las verdades de la fe, formulación a la que da el nombre de ‘teología’”[1].
Los maestros parisienses adoptarían también este método para facilitar la integración de disciplinas que eran hasta ese entonces vistas en menos, como fue el caso del derecho y la medicina. En palabras de Verger:
“En este terreno, en concreto, la renovación llegó de Italia, fundamentalmente de Bolonia, en el campo del derecho, y de Salerno, en el de la medicina. A partir de nuevos textos, textos recuperados o traducidos del derecho romano o de la medicina griega y árabe, los maestros que eran capaces de dominar los recursos de la dialéctica inauguraron un tipo de enseñanza cuya reputación atrajo, entre los años 1120 y 1130, a numerosos estudiantes procedentes de más allá de los Alpes. La mayor parte de estos maestros eran laicos y las escuelas que dirigían escapaban a cualquier tipo de control eclesiástico. Desde mediados de siglo, juristas y médicos formados en Italia se trasladaban a Francia o a Inglaterra para enseñar, año menos de forma temporal”[2].
Tenemos entonces que, durante el siglo XII, las escuelas se multiplicaron en el Occidente medieval, y se perfeccionaron y diversificaron las enseñanzas que se impartían, que era realidad una respuesta a la demanda social en expansión. También hay que destacar la búsqueda de autonomía por parte de estas instituciones educativas, autonomía que no era del agrado de los grandes poderes de la época. A los poderes políticos no les agradaba el monopolio que la Iglesia tenía de la educación, monopolio que se veía reflejado por medio del sistema de licencia que consistía en la autorización por parte de un obispo para enseñar . Ahora bien, habían maestros laicos de derecho y medicina que escaparon al control eclesiástico.
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Tras esta breve reseña sobre el contexto en nacen las universidades pasemos a abordar el nacimiento de estas mismas. La palabra universidad si bien etimológicamente está emparentada con la palabra universal, lo cierto es que el concepto de “universitas” (latín medieval) no pretendía significar “universalidad de la educación”, sino que sólo se quería dar a entender que la universidad era una “corporación” o “gremio” (universitas) de estudiantes y maestros. Es más, la palabra universitas hacía referencia a un gremio o asociación corporativa que protegía los intereses de las personas y no a un centro de estudios. Así, la llamadas “Universitas Magistrorum et Scholarium” significaba simplemente “asociación de maestros y estudiantes”.
“El término universitas que significa ‘institución autónoma’, fue aplicado con regularidad a gremios y comunas…En realidad las primera universidades eran gremios, corporaciones de profesores, responsables de otorgar títulos académicos y de admitir a otros hombres en el seno de la profesión, o bien corporaciones de estudiantes”[3].
En el primer decenio del siglo XIII aparece en París la Universitas magistrorium et escolarium Parisiensum. Esta consistió en una agrupación voluntaria de maestros y estudiantes que rápidamente recibió el beneplácito del Papa. En 1215 el legado pontificio le otorgó sus primeros estatutos y privilegios escritos, y en 1231 el Papa Gregorio IX, a través de la bula “Parens scientiarium, confirmó y amplió los dichos privilegios. El rey por su parte, reconoció que dicha agrupación voluntario devenida en corporación, dependía exclusivamente de la jurisdicción eclesiástica. La universidad de Paris consistía en una federación de escuelas donde cada maestro conservaba para sí un grado de autoridad sobre sus alumnos. Esta federación de escuelas se agrupaban en distintas facultades de acuerdo a la disciplina impartida. Estaba la facultad preparatoria de artes, las facultades superiores de derecho canónico, medicina y teología. Desde 1219 el derecho civil quedaría desterrado de las escuelas parisienses.
“La facultad con un mayor número de estudiantes era la facultad de artes, porque recibía a los alumnos más jóvenes. Tenía una organización particular: los maestros se repartían en ella en ‘naciones’, según fuera su origen geográfico de procedencia…La universidad propiamente dicha facultades y naciones. La finalidad que se perseguía era velar por la disciplina general de la comunidad de maestro y de estudiantes. La universidad les defendía frente a los poderes externos (rey, obispo, papa) y negociaba con ellos la concesión o la confirmación de libertades y privilegios (exenciones judiciales y fiscales, fijación del precio de los alquileres, etc) que garanticen su autonomía y su personalidad moral. A la cabeza de la universidad aparecía, hacia el año 1250, el rector, que procedía de las naciones de la facultad de artes. Este prestigioso cargo no concedía a su titular más que una autoridad limitada, puesto que tan sólo resultaba elegido para una duración de tres meses”[4].
Hacia el año 1257 aparecen en París los primeros, como el de la Sorbona (fundada por EL teólogo francés Robert de Sorbonne, capellán de Luis IX) y que en un comienzo fueron simplemente establecimientos de alojamiento para acoger a los estudiantes pobres, pero con el tiempo se transformaron en entidades autónomas con su propia personalidad y vida intelectual específicas.
Otra institución educativa destacada fue la de Bolonia. A diferencia de la de París, lo que predominó el derecho civil y canónico. Al igual que en París, había una escuela de artes, dedicada principalmente a la enseñanza de la gramática y la retórica, y una escuela medicina. La facultad de teología vería la luz recién en el año 1364. La particularidad de la universidad de Bolonia, y que la diferenciaba de la de París, era que la primera no fue una federación de escuelas sino que una organización comunitaria de sus estudiantes. En sus comienzos, diversas agrupaciones de estudiantes se agruparon en dos universidades siendo la primera la italiana y la segunda la de los extranjeros o ultramontanos. Cada una de estas contó con un rector que ejercía sus funciones durante un año.
Otras universidades destacadas fueron las escuelas de artes y teología de Oxford, Cambridge (nacida de una escisión de maestros y estudiantes de Oxford en 1209), las escuelas de medicina de Montpellier, las escuelas instituidas en Toulouse, la universidad de Salamanca y las escuelas establecidas en Nápoles por el emperador Federico II.
Sin duda el nacimiento de la universidad fue uno de los grandes legados de aquella época que muchos aún insisten en considerarla como obscura, me refiero a la Edad Media. Las universidad tuvieron una serie de características que hicieron de estas instituciones un fenómeno original. La primera característica fue la autonomía con la cual contaban, es decir, “las libertades y privilegios”. En segundo lugar, los maestros podían definir libremente los programas, cursos, exámenes o las colaciones para la concesión de los distintos grados. En tercer lugar, la universidad organizaba la ayuda mutua de sus miembros, asegurando su defensa y representación frente a las autoridades exteriores. En cuarto lugar, la universidad podía delimitar el reclutamiento de sus miembros, es decir, tanto de maestros como de estudiantes. Y no está de más decir que la universidad cumplió una relevante función social, en el sentido de ser una vía de promoción individual y promover así una suerte de “meritocracia del título”.
[1] Jacques Le Goff y Jean-Claude Schmitt, eds, Diccionario razonado del Occidente medieval (España: Ediciones Akal, 2003), 791.
[2] Ibid., 792
[3] H. R. Loyn, Diccionario Akal de Historia Medieval (España: Ediciones Akal, 1998), 421.
[4] Jacques Le Goff y Jean-Claude Schmitt, op. cit., 793