György Lukács (1885-1971) fue un influyente intelectual marxista húngaro. En ese entonces Hungría era parte de la monarquía dual bajo el emperador Francisco José quien gobernó entre 1848 y 1916. Lukács fue parte de una familia acaudalada de Budapest. Por el lado materno descendía de una de las más antiguas ramas del judaísmo alemán de corte. Su padre fue un banquero encargado de la sucursal húngara del Banco Angloaustríaco y fue ennoblecido por Francisco José y como consecuencia de esto, Joseph Löwinger pasó a llamarse Joseph von Lukács. De acuerdo al historiador e intelectual francés François Furet, el joven György Lukács acumularía durante su vida un odio dentro de sí contra el judío y el burgués. La llegada de la dictadura bolchevique en Rusia significó para Lukács una verdadera conversión.
Tenemos que tener en consideración que el intelectual húngaro no había sentido previamente ninguna pasión por la política y por Rusia. Escribe Furet: “Hasta entonces él nunca había salido de un trabajo interior sobre sí mismo, ascesis estetizante con la que trata de conjurar la irrisión constitutiva del burgués. En cuanto a Rusia, no la considera (como los alemanes) más que una copia primitiva de la historia prusiana”. Así, el hechizo de la revolución y la conversión de Lukács debió haber significado un cambio brusco en el interior de él. Furet explica que Lukács, al unirse al comunismo leninista, reacomodó los términos filosóficos en los cuales se planteaba los problemas de su vida. Sobre este encuentro entre el comunismo y Lukács, escribió Furet:
“Constituyó una salida para su miseria filosófica y dio una forma positiva a su desesperación de existir...Otros, para romper el círculo alemán del alma bella, se orientarán hacia el fascismo, a partir de una fusión moral con el Volk redentor. Pero ese judío húngaro sólo por la cultura pertenece al germanismo, y el bolchevismo le ofrece con Marx una garantía alemana y a la vez universalista más apropiada a sus esperanzas…En el momento mismo en que confía su destino a la historia , Lukács no se une ni al pueblo ruso…ni a la Revolución leninista…sino a dos de sus grandes predecesores: Hegel y Marx”[1].
Furet señala que Lukács, a los 33 años (antes de leer a Lenin), era comisario del pueblo adscrito a la Educación en la efímera República Húngara de los Consejos, organizada de acuerdo al modelo soviético. También durante la guerra sirvió en el ejército rojo húngaro. Con la caída de Béla Kun y la derrota de la República Húngara de los Consejos, Lukács comenzó su período de exilio. En Moscú sufrió el hostigamiento de las autoridades debido al contenido de su obra “Historia y Conciencia de Clase” y tendría que renegar varias veces de esta obra donde el autor recupera al joven Marx y la temática de la alienación bajo el régimen capitalista. Fue justamente este tono y el marcado tono hegeliano de su obra lo que le valió las sospechas del Kremlin.
Como afirmó Furet (1927-1997), Lukács continuó siendo un fiel bolchevique hasta el final de su vida, incluso teniendo en consideración que el intelectual fue víctima de la persecución ideológica de las autoridades soviéticas. Leszek Kołakowski, en su monumental obra sobre las corrientes marxistas, afirmó que Lukács nunca criticó el estalinismo sino en el interior del estalinismo. Lukács llegó a afirmar que “el peor de los regímenes comunistas es mejor que el mejor de los regímenes capitalistas”[2]. En palabras de Furet, Lukács representaba el ejemplo típico “de una creencia política que sobrevivió durante más de medio siglo a la observación y hasta a la experiencia, sin dejarse de justificarse jamás en el tribunal de la razón histórica. El más grande filosofo contemporáneo de la enajenación capitalista vivió preso de la enajenación comunista durante toda su existencia”[3].
El autor fue un ejemplo de aquella fidelidad del comunista quien, a pesar de tener desacuerdos con ciertas ideas de los grandes profetas, prefiere callar o criticar sólo al interior del movimiento, ya que frente al enemigo ideológico hay que demostrar una unidad firme. La ideología comunista, afirmaba Furet, contiene un licor particularmente en contenido ideológico:
“No tanto por su resistencia a la experiencia: ese rasgo es común a todas las convicciones militantes, en gran parte impermeables a los hechos. Ni por una longevidad excepcional: la fe comunista se pierde o se rompe tal vez más a menudo que ninguna otra creencia política, a juzgar por los millones de ex comunistas que ha producido el siglo. Su nivel particularmente elevado de carga psicológica se debe a que parece unir la ciencia y la moral: dos tipos de razones tomadas de universos diferentes y milagrosamente unidas. Cuando cree realizar las leyes de la historia, el militante lucha también contra el egoísmo del mundo capitalista en nombre de la universalidad de los hombres”[4].
Ortodoxia y dialéctica
Lukács se planteó la siguiente pregunta : ¿Qué es el marxismo ortodoxo? ¿Existe acaso un corpus de ideas que puedan ser consideradas como la esencia misma del marxismo que pueda así trazar la frontera entre marxistas ortodoxos y heterodoxos? Para Lukács, la respuesta era clara: “Así pues, marxismo ortodoxo no significa reconocimiento acrítico de los resultados de la investigación marxiana, ni fe en tal o cual tesis, ni interpretación de una escritura sagrada”[5]. De esta manera Lukács se muestra en contra de distintas escuelas o dogmas que ponen énfasis en distintos aspectos de las ideas de Marx. Para Lukács la ortodoxia se refiere exclusivamente al método. “Esa ortodoxia es la convicción científica de que en el marxismo dialéctico se ha descubierto el método de investigación correcto, que ése método no puede continuarse, ampliarse ni profundizarse más que en el sentido de sus fundadores”[6].
En otras palabras, para el pensador húngaro cualquier intento de corregir o superar la dialéctica significaba caer en la herejía, en el peligro de deformar la doctrina y caer en el eclecticismo. Así, la diálectica hegeliana en clave marxista es el aspecto esencial del marxismo. Para él, tal dialéctica era una de carácter revolucionaria y constituía el vehículo de la revolución. El método marxista, añade Lukács, es un producto de la lucha de clases, exactamente igual que cualquier resultado de naturaleza política o económica. Esta dialéctica, en oposición a la metafísica, pone el énfasis en el carácter dinámico de la realidad:
“Engels describe la formación de conceptos propia del método dialéctico poniéndola en contraposición de la ‘metafísica’; subraya con gran energía que en la dialéctica se resuelve la rigidez de los conceptos (y la de los objetos correspondientes); que la dialéctica es un constante proceso de fluyente transición de una determinación a otra, una ininterrumpida superación de las contraposiciones, su mutación recíproca; y que, por lo tanto, hay que sustituir la causalidad unilateral y rígida por la interacción…”[7].
Lukács destaca y enfatiza el hecho de que para el método dialéctico lo fundamental no es quedarse en las abstracciones tal como lo hizo Hegel, sino que lo central para este método era la transformación de la realidad. Lukács lanza sus invectivas contra el empirismo y las ciencias naturales. Para el autor estas disciplinas sólo reducen los fenómenos a su ser puramente cuantitativo, para que puedan de esa manera ser expresados con números y relaciones numéricas. Añade que tal manera de proceder es propia del capitalismo, esto es, el de aislar los fenómenos y disponerlos de manera tal, para que puedan ser sometidos a la medición y cuantificación. Además esta ciencia burguesa tiende a aislar los fenómenos, no captando así las interconexiones existentes entre estos, y esto tiene como resultado la creación de campos parciales aislados con leyes propias como es el caso del derecho o la economía.
Por el contrario, la dialéctica capta esta aparente (y supuesta) cientificidad de estas disciplinas y, además, “subraya la concreta unidad del todo, y descubre que esa apariencia es precisamente una apariencia – aunque necesariamente producida por el capitalismo – , parece una mera construcción”[8]. La crítica de Lukacs apunta a que estas disciplinas pretenden captar “hechos puros” lo cual es completamente imposible ya que tales hechos son históricos y se encuentran en constante transformación. En el siglo XX tales hechos serían un producto de una determinada época histórica: la del capitalismo. Así, nuestro autor tira por la borda la supuesta cientificidad de estas disciplinas, de manera que la ciencia sería un producto de la sociedad capitalista y, por tanto, carece de credenciales científicas y de cualquier pretensión de objetividad (recuerde el lector el fenómeno del polilogismo de los autores marxistas que he abordado en otros artículos).
En palabras de Lukács, la ciencia “ se sitúa simple y dogmáticamente en el terreno de la sociedad capitalista, y acepta la esencia, la estructura objetivas y las leyes de ésta, de un modo acrítico…”[9]. Sólo la dialéctica puede penetrar más allá de los condicionamientos históricos, es decir, puede captar la diferencia entre la existencia real y la estructura nuclear interna de una cosa. Al respecto escribe el autor:
“Por eso lo que importa es, por una parte, desprender los fenómenos de la forma inmediata en que se dan, hallar las mediaciones por las cuales pueden referirse a su núcleo, a su esencia, y comprenderse en ése núcleo; y, por otra parte, conseguir comprensión de su carácter fenoménico, de su apariencia como forma necesaria de manifestarse”[10].
El método dialéctico debe entonces partir de las determinaciones naturales, puras, simples del mundo capitalista, pero debe avanzar desde ellas hasta el conocimiento de la “totalidad concreta”, que no está inmediatamente dada al pensamiento. El método dialéctico es para Lukács el único que permite reproducir y captar intelectualmente la realidad, siendo la “totalidad concreta” la categoría propiamente dicha de tal realidad. Es el objetivo primordial de la dialéctica, continúa explicando Lukács, el desgarrar el velo de eternidad de las categorías y debe a su vez disolver su solidez cósica, para así poder despejar el camino al conocimiento de la realidad.
Las ideas de Lukács en relación a las ciencias siguen estando presentes en muchos sociólogos del conocimientos, para quienes la ciencia es una narrativa más entre otras y que estas estarían preñadas de intereses ideológicos de manera que la ciencia sólo serían un instrumento útil para las clases dominantes. Al respecto escribe Lukács:
“El ideal cognoscitivo de las ciencias de la naturaleza, el cual, aplicado a la naturaleza se limita a servir al progreso de la ciencia resulta ser, aplicado al desarrollo social, un arma ideológica de la burguesía. Es vital para la burguesía entender su orden productivo como si estuviera configurado por categorías de atemporal validez, y determinado para durar eternamente por obra de leyes eternas de la naturaleza y de la razón…”[11].
[1] François Furet, El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX (México: FCE, 1996), 144.
[2] Ibid., 141.
[3] Ibid., 141.
[4] Ibid., 148.
[5] Georg Lukács, Historia y consciencia de clase. Estudios de dialéctica marxista (México: Grijalbo, 1969), p.2.
[6] Ibid.
[7] Ibid., 4.
[8] Ibid., 7.
[9] Ibid., 8.
[10] Ibid., 9.
[11] Ibid., 12.