3/4-Apuntes sobre el pensamiento de David Hume: La moral (por Jan Doxrud)

3/4-Apuntes sobre el pensamiento de David Hume: La moral(por Jan Doxrud)

Pasemos ahora a las ideas de Hume con respecto a la moral. El fundamento de la moral en Hume se caracteriza por descansar, no sobre la razón, lo que hace de nuestro pensador un personaje anómalo dentro de la Ilustración donde se ensalzaba, algunas veces de manera desmesurada, el papel de la razón como guía del comportamiento humano. ¿Qué se quiere decir con que la moral de Hume no descansaba sobre un fundamento no racional? Ya llegaremos a la respuesta, pero, en primer lugar, me centraré en el tema del orgullo y la humildad que Hume aborda en su Tratado sobre la naturaleza humana. Ahí nos dice que, así como las percepciones de la mente pueden dividirse en impresiones e ideas, las impresiones a su vez admiten otra división: originales y secundarias.

Las primeras, que también reciben el nombre de impresiones de sensación. son aquellas que, sin ninguna percepción antecedente, surgen en nuestro espíritu originadas por la impresión de los objetos sobre los órganos externos o por la constitución del cuerpo. Ejemplos de estas son las impresiones de los sentidos, los dolores y placeres corporales. Las segundas, que también reciben el nombre de impresiones reflexivas, son las que proceden de las impresiones originales o por la interposición de su idea. Ejemplos de estas son las pasiones y otras emociones semejantes. Las impresiones reflexivas o secundarias se dividen en dos géneros: el tranquilo y el violento. Ejemplos del primer género es el sentimiento de la belleza y fealdad en la acción. En cuanto al segundo género tenemos que son las pasiones del amor y odio, pena y alegría, orgullo y humildad.

En cuanto a las pasiones mencionadas, Hume las divide en directas e indirectas. Las primeras son aquellas que nacen inmediatamente del bien o del mal, del placer o del dolor. Ejemplos de estas son la pena, la alegría, la esperanza, el menosprecio y la seguridad. Las indirectas son aquellas que provienen de esos mismos principios, pero mediante la combinación con otras cualidades. Ejemplos de pasiones indirectas son el orgullo, la humildad, amor, envidia piedad y malicia.

Una vez aclarado esto, Hume procede a explicarnos las pasiones indirectas, específicamente el orgullo y la humildad. No es mi objetivo que el lector comprenda qué es la humildad o el orgullo para Hume, sino que capte otro punto de relevancia que expone nuestro filósofo a partir de la explicación de estas pasiones. Comencemos diciendo que el objeto del orgullo y la humildad somos nosotros. Somos dominados por una de estas pasiones, ya sea exaltados por el orgullo o deprimidos por la humildad. Por ende, que quede claro este primer punto y es que en la medida en que la “propia persona no entra en consideración no hay lugar para el orgullo y la humildad[1].

Hume establece otra precisión y es que, aunque el “Yo” o ese conjunto de percepciones sea el objeto de las pasiones mencionadas, es imposible que este Yo sea causa de estas. La razón de esto es que si estas pasiones, siendo absolutamente contrarias, tienen un mismo objeto y, por lo demás, si fuese este objeto su causa, “no se podría producir ningún grado de una pasión sin que al mismo tiempo se despertase un grado igual de la otra (…) Es imposible que un hombre sea al mismo tiempo orgulloso y humilde[2]. Debido a que estas pasiones surgen alternativamente y siempre la más intensa desplazará a aquella que se presenta con menos fuerza, es imposible que sea el Yo la causa de estas.

Entonces, frente a esto, hay que distinguir entre la causa y el objeto de estas pasiones, entre la idea que las despierta y aquella idea a la que se refieren una vez que son excitadas. Sabemos hasta ahora que el objeto de estas pasiones somos nosotros mismos y lo que necesitamos es saber de dónde surgen. Tenemos que imaginarnos que estas pasiones se encuentran insertas entre dos ideas, una que la produce y otra que es el objeto de estas pasiones. En lo que se refiere a la causa, Hume establece una distinción: la cualidad que actúa y la cosa a la que corresponde.

Para ilustrar esto, tomemos el ejemplo que nos da Hume. Un hombre está sumido en la vanidad por la nueva casa que tiene. El objeto de la pasión es el hombre mismo y la causa es la hermosa casa. Esta causa se subdivide en la cualidad que opera sobre la pasión, que en este caso es la belleza y por otra parte tenemos la cosa a la que es inherente, que sería en este ejemplo, la casa. Ambas partes son esenciales y van de la mano, esto es, se necesita de su unión para producir la pasión. Tenemos entonces que Hume define el objeto, causa y características de las pasiones y procede a analizar aquello que determina cada uno de estos elementos y las relaciones entre estos.

Como ya he señalado, tanto el orgullo como la humildad apuntan hacia el Yo que constituye su objeto. ¿Cómo sucede esto? Hume responde que es debido a un impulso primario, a una cualidad original. Nuestro autor escribió que en el transcurso de la historia la naturaleza humana ha otorgado el mismo  valor a ciertas posesiones tales como el poder, la belleza y la riqueza. Por ende, resulta inimaginable, de acuerdo con Hume, que esta naturaleza no se vea afectada en forma directa por orgullo o vanidad, o permanezca totalmente indiferente ante ellas:

“¿Podemos imaginar que sea posible que mientras que la naturaleza humana permanece la misma los hombres son indiferentes a su poder, riqueza, belleza…y que su orgullo y vanidad no sean afectados por estas propiedades ventajosas?”[3].

Las causas del orgullo y la humildad son variadas y carecen de cualidades distintivas, por lo que el que pueda ser capaz de generar las pasiones estriba en unos contextos que son comunes a estas pasiones. Acto seguido, Hume se pregunta cómo se pueden reducir los principios de los cuales derivan las pasiones a un número menor, y encontrar en las causas algo que sea común. En esta búsqueda de un factor común, Hume nos lleva a reflexionar sobre tres propiedades de la naturaleza humana. La primera es la ya conocida asociación de ideas por semejanza, contigüidad o causalidad. La segunda propiedad es la asociación entre impresiones semejantes:

Todas las impresiones semejantes se enlazan entre sí, y tan pronto una de ellas surge es seguida por la otra. Pena y desilusión dan lugar a la ira, la ira a la envidia, la envidia a la malicia y la malicia de nuevo a la pena hasta que se completa el círculo”[4].

En tercer lugar ambos tipos de asociación se apoyan y favorecen entre sí y “la transmisión es realizada más fácilmente cuando ambas concurren en el mismo objeto[5]. Hume pasa a examinar la influencia de estas relaciones sobre el orgullo y la humildad. El filósofo establece que la cualidad de una causa cualquiera que genere orgullo, genera también placer y la cualidad que genera humildad también genera lo contrario. Las cosas sobre las que estas cualidades se adhieren son o bien parte de nosotros o bien algo cercano a nosotros. Recordemos el ejemplo de la casa. Se puede apreciar que existe un proceso de relaciones simultáneas donde la cualidad, en este caso, la belleza, funciona dando origen a la pasión correspondiente. El objeto (la casa), es el que entra en relación con el Yo (la casa es mi casa) que es el objeto de la pasión. Se sigue naturalmente que la causa – cosa y cualidad – habrá de originar inevitablemente la pasión respectiva.

Libertad

Pasemos ahora al tema de la libertad en Hume. El pensador escocés va a tratar este tema bajo un nuevo enfoque, por lo que hace necesario comprender el concepto de necesidad. Hume afirma que las acciones de los cuerpos externos son necesarias y, tanto en la comunicación de su movimiento, su atracción y conexión mutua, no existen rastros de libertad:

Cada objeto se halla determinado de un modo absoluto en el grado y dirección de su movimiento, y es tan incapaz de apartarse de la línea precisa en que se mueve como de convertirse por sí mismo en un ángel, un espíritu o una sustancia superior[6].

De esta manera, en lo que se refiere a las acciones de la materia, tenemos que estas son necesarias “y todo en lo que este respecto sea análogo a la materia debe ser reconocido como necesario”[7]. ¿Qué sucede con las acciones del espíritu? Hume se adentra en terrenos delicados ya que solamente atreverse a cuestionar el libre albedrío era algo particularmente ofensivo, especialmente para los sectores religiosos y por ende, un peligro para la persona quien osaba cuestionarla. Pero como él mismo escribió:

No hay método de razonar más común ni más censurable que intentar refutar en las discusiones filosóficas una hipótesis bajo pretexto de sus peligrosas consecuencias para la religión y la moral…no es cierto que una opinión sea falsa por sus consecuencias peligrosas[8].

Estamos ante tema confuso y así lo reconoce Hume. Se suele creer que los dementes no son libres, pero, por otra parte, si los juzgamos por sus acciones, estas presentan menos regularidad y constancia que las de un hombre cuerdo y, por consiguiente, se hallan más distanciadas de la necesidad”[9]. Las personas privadas de razón, al ser impredecibles en sus actos, no sabemos cómo reaccionarán y parecen estar libres de la necesidad, a diferencia del común ser humano que vive en sociedad y se ha adaptado a esta. Pero sabemos que el loco es tan esclavo de su enfermedad como el hombre “civilizado” de las convenciones sociales, de manera que ambos están de alguna forma determinados, ya sea interna o externamente. Pero vayamos al tema central: ¿Somos libres? ¿Qué argumentos existen para apoyar esta afirmación? En primer lugar, veamos qué entiende Hume por “necesidad”:

La refiero o a la unión y conjunción constante de objetos análogos o a la inferencia en el espíritu del uno al otro…La necesidad en estos dos sentidos se ha concedido universal, aunque tácitamente, en las escuelas, en el púlpito y en la vida corriente, como perteneciente a la voluntad del hombre, y nadie ha pretendido negar que podemos realizar inferencias referentes a las acciones humanas y que estas inferencias se fundan en una unión experimentada de acciones análogas con análogos motivos y circunstancias[10].

De acuerdo con Hume, existen algunas razones que nos hacen creer que somos libres. Entre estos se encuentra la confusión entre libertad y espontaneidad o la no coacción externa. Pero de acuerdo con nuestro filósofo, esto no es así ya que igualmente estamos determinados internamente. Otra razón es de carácter religiosa y consiste en defender el libre albedrío dado por Dios. Pero lo cierto es que todos estamos sometidos a la necesidad, estamos determinados y para Hume, este género de necesidad que mencioné anteriormente es tan esencial para la religión como para la moral y sin esta, ambas terminarían en la ruina absoluta. Escribe Hume:

Es cierto de hecho que como todas las leyes humanas se basan en las recompensas y castigos, se supone como principio fundamental que estos motivos tienen una influencia sobre el espíritu y que ambos producen las acciones buenas y evitan las malas[11].

Más adelante continúa:

Podemos dar a esta influencia el nombre que nos agrade; pero como se halla habitualmente enlazada con la acción, el sentido común requiere que sea estimada como una causa y considerada como un caso de esta necesidad que yo he querido establecer[12].

Mausoleo de David Hume

Lo mismo se aplica a las leyes divina en donde a Dios se le considera como un legislador que recompensa y castiga a los fieles. Todo esto sería imposible sin la conexión necesaria de causa y efecto en las acciones humanas. Escribe el escocés:

El objeto constante y universal del odio o la cólera es una persona o criatura dotada de pensamiento y conciencia, y cuando una acción criminal o injuriosa excita esta pasión, lo hace tan solo por su relación con la persona o conexión con ella[13].

Contrariamente a esto, escribió Hume, la doctrina de la libertad reduce la conexión anterior a nada y los seres humanos no serían “más responsables de las acciones que han emprendido y premeditado que de las más fortuitas y accidentales”. El ser humano cae en una inconsecuencia ya que, mientras critica que la necesidad destruye totalmente el mérito y demérito, “continúa razonando sobre estos principios de la necesidad en todos sus juicios referentes a existe asunto”. ¿Cómo podemos culpar a un criminal si no existen causa, conexiones y efectos? Afirmar esto es decir que el criminal estaba determinado a realizar el crimen, es decir, su libertad se vería coartada. Anteriormente mencioné que la moral de Hume no se fundamenta en la razón, no pone el énfasis en esta, lo cual es algo novedoso.

Hume es consciente de que era común en su época y en las precedentes que,  en la lucha entre la razón y la pasión, se le daba la preferencia a la razón y que el hombre virtuoso es el que se somete a los dictados de esta. Mientras que a la razón se le asocia con lo inmutable, lo eterno y su origen divino, a la pasión se le asocia con la ceguera y la falsedad última. En esto Hume se asemeja, de alguna forma, en lo que respecta a su rechazo de concebir al ser humano como un ser puramente racional, a Schopenhauer (voluntad) y a Freud (inconsciente).

Para Hume la razón, por sí sola, no es capaz de producir una acción o dar lugar a la volición así como tampoco evitarla. Hume es tajante:

La razón es y sólo puede ser la esclava de las pasiones y no puede pretender otro oficio más que servirlas y obedecerlas”[14].

Sólo en dos sentidos las afecciones son consideradas irracionales. En primer lugar, cuando una pasión –  como la esperanza, la desesperación o la alegría – se basa en el supuesto de la existencia de objetos que realmente no existen. En segundo lugar, cuando la pasión influye en la acción de las personas y estas, al buscar los medios para alcanzar el fin que desea, se engaña en el juicio en relación con las causas y efectos. Si la pasión no cae en ninguna de estas dos categorías, entonces el entendimiento no puede ni condenarla ni justificarlas. Se comprende entonces que, de acuerdo con Hume, las reglas de la moralidad no son conclusiones de nuestra razón. La moral, como sentimiento, actúa sobre las acciones y afectos, mientras que la razón no.

La moralidad puede ser sentida y este sentimiento no debe confundirse con una idea que es fruto de la razón. El ser humano averigua cuáles son aquellos sentimientos que originan  la aprobación de los demás seres humanos y cuales son aquellos sentimientos que suscitan el rechazo o reprobación. Como resultado de lo anterior, la moral radica en los sentimientos de satisfacción y de rechazo. De este modo, de acuerdo con Hume, los juicios morales serían similares a los juicios que tienen que ver con la belleza, en donde la razón juega un rol auxiliar, aunque de suma relevancia en cuanto a que influye en cómo nos presenta los hechos que estamos observando. La razón pone en marcha la máquina y las pasiones le dan una dirección a esta y, en este sentido, la razón sería esclava de las pasiones.

Con Hume comienza la teoría del subjetivismo ético, ya que la moral pasa a ser una cuestión de sentimientos más que hechos. En palabras de James Rachels, no debemos confundirnos con las aseveraciones de Hume, como cuando escribió que no es contrario a la razón preferir la destrucción del mundo a un rasguño en uno de nuestros dedos. Después de todo, escribe Rachels, los valores no tienen un estatus objetivo, no son la clase de cosas que pueden existir como lo hacen estrellas y planetas. Sólo existen nuestras actitudes y no hechos como que ese acto fue “perverso”. Frente a esto, la razón no nos dice qué debemos desear, por lo que preferir la destrucción del mundo no estaría errado, al menos desde el plano de la razón. Es un error creer que existen sólo dos opciones: que tengamos, por un lado, hechos morales objetivos que existen como los planetas en el universo y, por otro, que nuestros valores no son más que una expresión de nuestros sentimientos.

Rachels agrega que un juicio moral es cierto si está respaldado por mejores razones que sus alternativas. De esta manera, continúa explicando, Rachels que una verdad en ética es una conclusión que está respaldada por razones, por lo que la respuesta correcta a una pregunta moral es simplemente la respuesta que tiene a su lado el peso de la razón. No creamos entonces que Hume era un relativista moral que no concebía que existiesen principios morales objetivos.





[1] David Hume, Tratado sobre la naturaleza humana, 241.

[2] Ibid.

[3] Ibid., 244.

[4] Ibid., 245.

[5] Ibid., 246.

[6] Ibid., 335.

[7] Ibid., 336.

[8] Ibid., 342-343.

[9] Ibid., 339.

[10] Ibid., 343.

[11] Ibid., 343-344.

[12] Ibid., 344.

[13] Ibid.

[14] Ibid., 347.