2/4-Apuntes sobre el pensamiento de David Hume: Teoría del conocimiento. (por Jan Doxrud)

2/4-Apuntes sobre el pensamiento de David Hume: Teoría del conocimiento. (por Jan Doxrud)

Comencemos con la percepción. Al respecto, Hume escribió:

“Todo el mundo admitirá sin reparos que hay una diferencia considerable entre las percepciones de la mente cuando un hombre siente el dolor que produce el calor excesivo o el placer que proporciona un calor moderado, y cuando posteriormente evoca en la mente esta sensación o la anticipa en su imaginación”[1].

Una primera aproximación a este párrafo es que tenemos dos procesos. Por un una parte, la percepción de algo, por ejemplo, de una hermosa puesta de sol, con todos su colores, con el mar agitándose y la sensación de la brisa marina. Por otro lado, tenemos la capacidad de evocar ese momento, incluso sin haberlo experimentado o habiéndolo experimentado hace muchos años lo anticipamos en la imaginación. Ahora mismo puedo evocar la sensación que me produjo mirar directamente en la madrugada la grandeza de Machapuchare, una montaña ubicada en Nepal. Por lo tanto, siguiendo a Hume, tengo la capacidad de imitar o copiar las impresiones de los sentidos.

Podemos preguntarnos sobre la fidelidad de esa copia con respecto al original y la respuesta es que la copia no es tan fidedigna, ya que si tuviese la posibilidad de estar parado nuevamente enfrente de Machapuchare lo haría y no optaría por evocarla por medio del pensamiento. Entonces la copia es menos vivaz, quizá más ficticia o no completamente fidedigna con respecto a la percepción inicial. Si tuvimos alguna vez un encuentro cercano con una serpiente venenosa, posteriormente lo más probable es que no deseásemos evocar ese momento. Pero si se nos diese la oportunidad de escoger entre estar parado frente a la serpiente y experimentar nuevamente el miedo que esta me provoca o que me soliciten que recuerde el momento en que estuve de pie frente a la serpiente, es seguro que optaremos por la segunda opción.

Hay una diferencia entre ambas experiencias, ya que una es más fuerte que la otra. De acuerdo con lo dicho anteriormente, Hume afirma que existen dos tipos de percepción que se distinguen por sus distintos grados de fuerza o vivacidad. Las menos fuertes e intensas comúnmente son llamadas pensamientos o ideas”[2]. El otro tipo, por ende, debe referirse a aquellas percepciones fuertes que dejan una fuerte marca en nosotros y esta especie que como “…carece de un nombre en nuestro idioma, como en la mayoría de los demás, según creo, porque solamente con fines filosóficos era necesario encuadrarlos bajo un término o denominación general. Concedámonos, pues, a nosotros mismos un poco de libertad y llamémoslas impresiones”[3].

Con esta diferenciación entre impresiones e ideas, Hume establece otra diferencia: entre sentir y pensar. El sentir significa tener percepciones más vivas y fuertes, mientras que pensar consiste en tener percepciones más débiles. Esto se traduce en que cada percepción es doble ya que por un lado es sentida fuertemente como impresión, y por otro es pensada como idea.

En síntesis, tenemos que existen dos clases de percepciones. Los contenidos de la mente humana son solamente percepciones que se dividen en ideas e impresiones. Entre impresiones e ideas existen dos diferencias. La primera guarda relación con la vivacidad o fuerza con que se nos presentan en nuestra mente. La segunda hace referencia al orden y la sucesión temporal con las que se presentan. Concentrémonos en el primer punto. Las ideas no serían más que copias de otra clase de percepción que Hume denominó impresiones. Tenemos que la diferencia entre ambas está en el grado de fuerza que ejercen en nosotros, en donde las impresiones son las percepciones más intensas: lo que oímos, olemos, observamos, odiamos o amamos.

Las ideas (que derivan de nuestras impresiones) pueden evocar estas impresiones, pero tendrían una carga menos violenta e intensa. Alguien se cuestionará sobre la capacidad que tenemos de concebir en la mente, por ejemplo, ángeles, dragones, serpientes emplumadas o un minotauro. Hasta donde yo sé, tales seres no existen, salvo en las mitologías, libros sagrados y películas de ciencia ficción. Por lo tanto, ¿qué sucede con este tipo de seres ficticios? ¿Son ideas de algo, de una impresión? Hume nos dice que, a primera vista, el pensamiento humano tiene ilimitada capacidad de concebir cualquier tipo de apariencias. Pero sabemos que el pensamiento es libre de crear cualquier clase de objetos, incluso aquellos que no existen en la realidad, pero que cada uno de sus componentes sí existen y que, mediante la unión y separación de estos, creamos algo.

Por ejemplo, tenemos el caso del unicornio o la quimera, en donde el caballo existe, el cuerno en la frente no es algo inédito (vemos cuernos en animales reales), sus patas son de antílope y su chivo podemos verlo hasta en un ser humano. De esa manera, unimos estos elementos y tenemos como resultado un unicornio o una quimera. Lo mismo sucede con quienes dicen haber sido abducidos por extraterrestres. Cuando los describen resulta que estos de alguna forma son semejantes a nosotros, es decir, tienen cabeza, manos, ojos y utilizan herramientas similares a la de los doctores para intervenir en sus víctimas abducidas. En resumen, estos tienen cualidades de seres humanos pero combinadas con alguna característica que no tengan los seres humanos, como la de tener la piel verde, ojos grandes o más de dos brazos.

El pensamiento tiene esta libertad de crear algo que no existe, pero a partir de un material que existe en la realidad, es decir, el pensamiento en este sentido es limitado ya que no puede crear algo completamente nuevo, algo que esté más allá del pensamiento ya que este opera dentro de los límites de lo conocido. ¿Qué opinaba Hume al respecto? ¿Es realmente el poder del pensamiento ilimitado como para concebir algo que nunca ha sido visto por el ojo humano, algo completamente nuevo? ¿Se puede trascender el automorfismo en el que inevitablemente caemos? Hume responde que la libertad ilimitada del pensamiento es una apariencia y que bajo un examen más detenido se verá que este está sometido a estrechos límites. De acuerdo con Hume:

“(…) todo ese poder creativo de la mente no viene a ser más que la facultad de mezclar, trasponer, aumentar o disminuir los materiales suministrados por los sentidos y la experiencia”[4].

En el análisis de nuestras ideas, desde las más básicas a las más complejas, desde las más magnificentes y sublimes hasta las más banales, estas se resuelven de acuerdo con Hume “en ideas tan simples como las copiadas de un sentimiento o de un estado de ánimo precedente”[5]. A Hume no se le ocurre un mejor ejemplo que el de Dios, señalando que, “…en tanto que significa un ser infinitamente inteligente, sabio y bueno, surge al reflexionar sobre las operaciones de nuestra propia mente y al aumentar indefinidamente aquellas cualidades de bondad y sabiduría”[6].

Concluyamos por ahora que todas las impresiones son fuertes y potentes, y dejan en nosotros una gran huella. En cambio, las ideas son débiles y obscuras. Podríamos decir que las impresiones dan legitimidad a las ideas. Estas ideas, que son copias, pueden ser separadas o aisladas por obra de la imaginación para luego recomponerlas. Veo un perro, experimento impresiones, auditivas (su jadeo, ladridos), olfativas y táctiles. Me formo esta idea de “perro”, una recomposición vinculada al principio de asociación. Más atrás señalé que una diferencia entre impresiones e ideas es el grado de fuerza con que se nos presentan En segundo lugar mencioné otra diferencia que tiene que ver con el orden y la sucesión temporal con las que se presentan.

Aquí llegamos a un punto importante ya que daremos una respuesta a la siguiente pregunta: ¿Es la idea la que depende de la impresión o viceversa? Este asunto está ligado con el primer punto. Si la impresión es lo que se nos presenta con mayor fuerza entonces esta debe ser primero, lo original y la idea sería algo derivado. Las ideas complejas pueden ser copias de impresiones complejas y pueden ser evocadas por la memoria, así como también por la imaginación, que puede combinar las distintas ideas entre sí como el caso del perro ya mencionado.  

Ahora demos un paso más. Tenemos que las ideas se agregan entre sí en nuestra mente, pero esto no se debe solamente a nuestro libre juego de la imaginación o la fantasía, ya que también intervienen otro proceso más complejo. Para Hume existe una suerte de fuerza entre las ideas que se expresa por el principio de asociación. La asociación, de acuerdo con el filósofo, nace de tres tipos de relaciones: semejanza, contigüidad en el tiempo o en el espacio y causa o efecto. De acuerdo con la ley de la semejanza la mente nos impulsa a asociar ideas entre las que hay alguna similitud, por ejemplo, una canción que puede evocar a el recuerdo sobre una persona o un lugar específico.

En otras palabras, nuestra mente tiende a reproducir ideas semejantes, lo cual es de relevancia en nuestra relación con las cosas ya que consideramos que objetos semejantes deben tener las mismas propiedades, así como los mismos poderes causales. El fuego lo voy a asociar con la idea de calor y que este me puede quemar. La ley de contigüidad espacio-temporal consiste en que una idea nos conduce a otra cuando éstas se suceden próximas en espacio o en el tiempo. Una idea nos conduce a otra cuando entre estas existe una relación de proximidad. Así si veo humo saliendo de una chimenea, me imagino que debe haber fuego. ¿No le ha sucedido al lector que, al escuchar una canción, sin proponérselo, evoca recuerdos de alguna persona o algún viaje que realizó en el pasado?

En este caso opera la ley de asociación que dice que aquellas ideas que se han vivido juntas tienen la tendencia de aparecer juntas. Esta ley, por lo demás, constituye el pilar en nuestra formación de ideas complejas. La multiplicidad de percepciones, en otras palabras, la multiplicidad de cosas que se nos presentan a nuestra mente y que forman parte de su contenido, se dan unas junto a otras tanto desde el punto de vista temporal como espacial. Imagínese como serían nuestras vidas si careciéramos de esta facultad.

El tema de la causalidad lo abordaremos posteriormente, por ahora digamos que esta ley de asociación dice que nosotros, tras observar la existencia de contigüidad espacial de dos hechos u objetos, así como su sucesión en el tiempo, y la reiteración de la experiencia de estas relaciones entre ambos, se creará en nuestra mente la predisposición a evocar la idea del segundo, es decir, el efecto, si está presente la idea del primero, esto es, la causa.

Ahora quiero continuar con un tema recurrente en filosofía, que es el de los universales. Continuemos con nuestro perro al que hice alusión anteriormente. Aunque éste no se encuentre presente, aún tengo un recuerdo del perro, al cual, incluso puedo, atribuirle distintos colores y evocar el conjunto de impresiones por la que me formo la idea de ese perro particular. También podré formarme una imagen que trascienda a la de ese perro particular, formándome la de perro en general, llegando de esa manera al concepto de perro. Pero ¿es realmente el perro el que genera en nosotros toda esa serie de impresiones y sensaciones? En otras palabras, ¿hay un objeto externo que existe en sí y por sí que produce sensaciones e impresiones en nosotros?

Para Hume lo único que conocemos son sensaciones e impresiones y si creemos que hay un objeto exterior que las genera es producto de la costumbre. En otras palabras, todo está en mi consciencia y las ideas no corresponden a un objeto real. Hume sometió a una fuerte crítica a aquellas ideas abstractas, preguntándose de qué impresión derivaban. En relación con los universales, Hume acepta la tesis de Berkeley de acuerdo con la cual todas las ideas generales son sólo ideas particulares que se encuentran unidas a una cierta palabra que les otorga un significado más amplio y hace que reclamen otras ideas individuales semejantes a ella.

Para Hume esta tesis de Berkeley constituyó uno de los grandes descubrimientos de la república de las letras. Hume era un nominalista, ya que para él una idea era una copia de una impresión y, siendo esta última solamente determinada cualitativa o cuantitativamente, también lo debe ser la idea, ya que sólo son copias de las impresiones.  De esta manera la idea, como una mera copia, es una imagen particular e individual. Ahora bien, para poder explicar el cómo una idea particular puede ser usada como idea general y cómo la unión con una palabra puede hacer esto posible, Hume responde que entre las ideas de cosas que se nos presentan existe una semejanza que nos permite darles el mismo nombre, independiente de las diferencias cualitativas o cuantitativas que puedan aparecer. 

La idea de sustancia también sale herida. Para Aristóteles, la Metafísica, la pregunta por el ser se solucionaba en la pregunta por la sustancia. La sustancia era la esencia, es donde se dan los accidentes como el color, el olor o el tamaño. La sustancia, como indica su nombre ,es lo que subyace y permanece inmutable. Hume en cambio se preguntó ¿a qué impresión corresponde la idea de sustancia? ¿Existe una impresión, ya sea de reflexión o sensación, que corresponda a la idea de sustancia? La respuesta es negativa, y la sustancia vendría a ser nada, es decir, no contiene absolutamente nada sensible. La cuestión es simple desde el punto de vista de Hume: si tenemos una idea a la que no le corresponde una impresión, esa idea resulta ser por lo tanto falsa.

Vemos entonces lo radical que fue Hume, ya que desechó tanto a la sustancia material como la espiritual, ya que ninguna tenía una impresión que le correspondiese. Para Hume la superioridad de la experiencia es más que una tesis gnoseológica ya que constituye una verdad con un valor metodológico. Para nuestro autor, en general, las ideas abstractas o conceptos son simplemente el resultado de una generalización a partir de la inducción y por tanto de la experiencia.

Hume colocó también en entredicho la existencia de algo que para la mente occidental es algo incuestionable en, me refiero a la concepción del “Yo”. En Oriente hacía mucho tiempo que el Yo se había transformado en un objeto de estudio. Este Yo que se nos presenta como algo tan cercano es, a su vez, muy elusivo. La pregunta es: ¿existe un Yo sólido que existe por sí mismo? El lector ya sabrá que la respuesta es negativa, ya que no existe un Yo como sustancia. Cuando observamos dentro de nosotros no encontramos nada parecido a un Yo permanente e inmutable, sino que encontramos un cúmulo de percepciones que se suceden unas a otras.

Hume infringe así un golpe mortal al Cogito de Descartes. “Pienso luego soy”, pero ¿Quién es el Yo que piensa?  ¿Qué es esa sustancia que piensa? La idea de un Yo no resiste la prueba del quirófano empirista de Hume. ¿A qué impresión permanente corresponde la idea del Yo? Tenemos entonces que, y en esto Hume se asemeja mucho a algunas escuelas orientales de pensamiento, no existe un Yo como sustancia permanente, un Yo distinto de las impresiones e ideas. El Yo es, para Hume, un conjunto de impresiones. Nosotros y los objetos somos haces de impresiones e ideas, de manera que pareciera que con Hume la realidad pierde materialidad y solidez, a favor de una realidad más fluida, líquida (para emplear el concepto de Zygmunt Bauman), inestable o también inmaterial.

Examinemos el tema de la causalidad en Hume. La causalidad es el tercer tipo de relación que explica las asociaciones. Hume se centró en esta y la sometió a su lupa crítica. Para Hume, todos los objetos de la razón e investigación humana se dividen en dos grupos: relaciones de ideas y cuestiones de hecho. A la primera pertenecen la geometría, álgebra y la aritmética, es decir, toda afirmación intuitiva o demostrativamente cierta. Estas operaciones pueden descubrirse a través del pensamiento, independiente de si el círculo o el triángulo existen en la naturaleza. En suma, son aquellas proposiciones que Kant denominó juicios analíticos.

En lo que se refiere a las cuestiones de hecho, la evidencia de su verdad difiere de las primeras. Hume responde que la naturaleza de la evidencia de las cuestiones de hecho se fundamenta en la relación causa y efecto. En palabra del autor:

 “Tan sólo por medio de esta relación podemos ir más allá de la evidencia de nuestra memoria y sentidos”[7].

El siguiente paso de Hume es saber cómo se llega al conocimiento de la causa y del efecto. La respuesta de Hume es, a través de la experiencia y no a través de razonamientos a priori. De acuerdo con Hume, ningún objeto nos revela, por medio de sus cualidades que aparecen a nuestros sentidos, ni las causas que lo produjeron, ni los efectos que surgieron de este. Añade que tampoco puede nuestra razón, “sin la asistencia de la experiencia, sacar inferencia alguna de la existencia real y de las cuestiones de hecho”.  

Como ejemplifica Hume, nadie imagina que la explosión de la pólvora o la atracción de los imanes pueden descubrirse de manera a priori.  Hume no acepta que podamos percibir los efectos por medio de la operación de nuestra razón. El filósofo analiza el ejemplo de la bola de billar que comunica su moción a otra al impulsarla. De acuerdo con el escocés, no tendríamos que esperar a que aconteciera esto para pronunciarnos con certeza acerca de esta transmisión de la moción de una bola a otra. Pero este razonamiento sería erróneo y arbitrario, ya que no proviene de la experiencia. Uno podría imaginar cientos de resultados más con respecto al movimiento de las bolas de billar, pero todas serían de carácter arbitrarias en el caso no estar fundadas en la experiencia. Citemos a Hume, que explica su visión al respecto:

“Cuando veo, por ejemplo, que una bola de billar se mueve en línea recta hacia otra, incluso en el supuesto de que la moción en la segunda bola me fuera accidentalmente como el resultado de un contacto o de un impulso, ¿no puedo concebir que otros cien acontecimientos podrían haberse seguido igualmente de aquella causa? ¿No podrían haberse quedado quietas ambas bolas? ¿No podría la primera bola volver en línea recta a su punto de arranque o rebotar sobre la segunda en cualquier línea o dirección? Todas estas posiciones son congruentes o concebibles”[8].

De acuerdo con lo dicho por él, si dejo caer una bola de acero desde el balcón de mi edificio o lanzo la misma bola con gran fuerza en dirección ascendente, ¿podría imaginarme que en el primer caso la bola no necesariamente cae en dirección descendente o en el segundo que la bola tomará una dirección ascendente para luego dirigirse en una dirección descendente? Apriorísticamente, puedo concebir más posibilidades, y que no necesariamente se den los efectos mencionados. El razonamiento a priori sería arbitrario y, además, de acuerdo con Hume, no es seguro afirmar que el sol volverá a aparecer mañana o que se esconda hoy, ya que esta creencia sería fruto del hábito.

Sé que si suelto una piedra que tengo en mi mano, la piedra caerá después de un tiempo en dirección descendente y será siempre así, incluso si no soy testigo directo. El punto es que, en todos los casos, cuando me cuenten que alguien dejó caer una piedra, pensaré que esta cayó, y esto se debe, de acuerdo con Hume, al hábito (comportamiento repetido regularmente). La naturaleza predispone al sujeto a creer que la piedra caerá de forma descendente. La experiencia nos hace percibir sólo una relación de contigüidad entre ellos y no una relación de producción.

Imaginémonos un mundo en donde todos los materiales que utilizan sus habitantes estén hechos de plumas suaves, blancas y livianas. Un día llegan unos personajes extraños, nunca vistos por ellos y les regalan artefactos de acero y otros metales. Los habitantes que sólo conocen de plumas como material de construcción, tocarán y olerán un artefacto hecho de metal, digamos un cubo de hierro. Después de examinarlo dejan caer el cubo y este, efectivamente cae, causando sorpresa en estas personas. Estos personajes nunca se imaginaron que un objeto podía caer de esa manera ya que no habían tenido jamás esa experiencia y, por lo tanto, no esperaban que eso sucediera.

Lo que Hume quiere decir, considerando este ejemplo, es que por más que sometamos a un riguroso análisis un objeto, no sabremos qué efectos producirá, pero sí podemos saber sus consecuencias a través de la experiencia y que, en este caso, fue que el metal cayó de manera rápida y brusca (incluso infringió dolor a aquel que lo dejó caer encima de su pie). Para esta persona debió haber sido una gran impresión, ya que eso no hubiese sucedido con sus artefactos hechos a base de plumas. La pregunta es: ¿qué es lo que hace que el metal caiga? Escucharemos que se explica por el fenómeno de la gravedad o que fue producto de que el habitante de las plumas lo dejó caer.  Para el habitante del “mundo de las plumas” todo esto no es muy evidente, pero sí lo es para el extraño sujeto que ya había tenido experiencias de esto y sabía lo que sucedería.

Recapitulemos. Hume se pregunta cuál es la naturaleza de nuestros razonamientos acerca de cuestiones de hecho. La respuesta sería que están fundados en la relación causa-efecto. Segunda pregunta: ¿Cuál es el fundamento de todos nuestros razonamientos y conclusiones de esta relación? La respuesta es: la experiencia. La tercera pregunta es, ¿Cuál es el fundamento de todas las conclusiones de la experiencia? Esta pregunta es para Hume difícil de resolver y de explicar. Cuando un sujeto infiere la existencia de un objeto de la aparición de otro “con toda su experiencia, no ha adquirido idea o conocimiento algunos del secreto poder por el que un objeto produce el otro, ni está forzado a alcanzar esta inferencia por cualquier proceso de razonamiento. Pero, de todas maneras, se encuentra obligada a realizarla”[9].

Hace frío, siento frio, se me pone la piel de gallina, pero que del frío salga una fuerza misteriosa que hace que a los cuerpos se les ponga la piel de gallina o comiencen a temblar, eso no lo veo. El principio que determina estas conexiones es el hábito o la costumbre. Con este principio Hume sólo quiere indicar un principio de la naturaleza humana que es “universalmente admitido y bien conocido por sus efectos”. Por lo tanto, tenemos que todas las inferencias realizadas a partir de la experiencia son efectos de la costumbre y no del razonamiento. Hume se pregunta ¿Cuál es la conclusión de todo esto? Toda creencia en una cuestión de hecho o existencias reales deriva meramente de algún objeto presente a la memoria o los sentidos y de una conjunción habitual entre éste y algún objeto.

https://es.scribd.com/doc/228327667/Clasifcacion-de-Las-Percepciones

En otras palabras, señala Hume, tenemos que, habiéndose encontrado en muchos casos que dos clases cualesquiera de objetos, por ejemplo, la llama y el calor, nieve y frío han estado siempre unidos, si la llama o la nieve se presentaran a nuestros sentidos, la mente sería llevada por costumbre a esperar calor y frío, a creer que tal cualidad realmente existe y que se manifestará tras un mayor acercamiento nuestro. Las conclusiones derivadas de la experiencia nos llevan más allá de la memoria y los sentidos, y nos aseguran cuestiones de hecho que ocurrieron en espacios más alejados y tiempos remotos. No obstante lo anterior, siempre ha de estar presente a la memoria y a los sentidos algún hecho del que podamos partir para alcanzar aquellas conclusiones:

En una palabra, si no partiésemos de un hecho presente a la memoria y a los sentidos, nuestros razonamientos serían meramente hipotéticos[10].

Nuestros razonamientos se mueven dentro de lo conocido, de manera que no podemos ir más allá de lo conocido. Inevitablemente nuestras ideas están condicionadas por nuestras experiencias pasadas y por las que estamos experimentando en cada momento. El pensamiento no puede crear nada absolutamente nuevo, ya que todo lo que genera tiene como base lo conocido. Sin duda hay personas que han pensado algo que antes nadie había pensado (por ejemplo, Einstein), pero lo hicieron moviéndose dentro de lo conocido, de sus experiencias, de los conocimientos acumulado en el pasado y que los traen a la palestra a través de la memoria. En palabras de Ludovico Geymonat:

En conclusión, ni la lógica, ni la experiencia están en condiciones de fundamentar el principio de casualidad…Si una ley científica nos ha hecho verificar en el pasado cierto fenómeno sigue constantemente a otro, nada nos garantiza de manera absoluta, que la misma ley será válida también en el futuro. La antítesis entre la razón humana, que exige leyes universales, y la observación empírica, que nos aporta sólo casos individuales, no es superable sino con una dogmática apelación a la voluntad de Dios o a cualquier otro principio metafísico no verificable[11].

La causalidad, el que B siga a A es necesaria, pero para Hume hay que explicar algo que va más allá de la relación entre A y B. Hume escribió:

“Todos los acontecimientos parecen absolutamente sueltos y separados. Un acontecimiento sigue a otro, pero nunca hemos podido observar un vínculo entre ellos. Parecen conjuntados, pero no conectados”[12].

Conjunción, es decir, que “enlaza” o “une con”, conexión que, para Hume, en los casos aislados de la actividad de cuerpos no se puede encontrar más que un suceso que sigue a otro “sin que seamos capaces de comprender la fuerza o poder en virtud del cual la causa opera, o alguna conexión entre ella y su supuesto efecto”. Por lo tanto, cuando examinamos la acción de objetos externos no somos capaces de descubrir un poder o conexión necesaria, ninguna cualidad que ligue el efecto a la causa. El extraño personaje cree que existe una relación “necesaria” entre el cubo de acero que cae a gran velocidad y quede inamovible en el suelo (a diferencia de una pluma). Pero esto que sucede con el cubo no se encuentra en la experiencia del extraño personaje.

¿De dónde viene esta relación necesaria? Respuesta: lo que señalé anteriormente: a la costumbre. Al ver este proceso innumerables veces uno se crea una costumbre en la mente y espera que “cuando se realice tal cosa esto otro va a suceder”. Tenemos la costumbre de esperar que ciertas cosas sucedan: que el fuego quema, que el ácido quema la piel que la nieve produce una sensación de frío. Hume señala que en el universo todo está en constante cambio y los objetos se siguen a otros en sucesiones ininterrumpidas, pero el poder o la fuerza que mueve toda la máquina se mantiene oculta. Para Hume es clave la causalidad, ya que le da un cierto orden a todo este universo cambiante. Escribe el pensador:

 “Pues si nos importa conocer alguna relación entre objetos, con toda seguridad es la de causa y efecto. En ella se fundamentan todos nuestros razonamientos acerca de cuestiones de hecho o de existencia. Sólo gracias a ella podemos alcanzar alguna seguridad sobre objetos alejados del testimonio actual de la memoria y de los sentidos[13].

Añade Hume:

Sabemos que, de hecho, el calor es compañero asiduo de la llama, pero ni siquiera está a nuestro alcance hacer conjeturas o imaginar cual sea su conexión[14].

En lo que se refiere a la relación entre mente y cuerpo, se da la misma dificultad: “no somos capaces de observar o representarnos el vínculo que une movimiento y volición, o la energía en virtud de la cual la mente produce este efecto”. Formulemos una pregunta a Hume para aclarar este tema: señor, ¿cree usted que el hecho A causa el hecho B? Hume nos responde, “señor, yo más que ver una causa veo que al hecho A sigue el hecho B y no veo un vínculo causal, una especie de tercera fuerza presente en uno de estos hechos. El universo está continuamente cambiando y un objeto sigue a otro en sucesión ininterrumpida, ahí está escrito, en la página 98 de mi Tratado.

Las mismas causas no tienen siempre los mismos efectos. Hume elabora una definición de causa: “un objeto seguido de otro, cuando todos los objetos similares al primero son seguidos por objetos similares al segundo. O, en otras palabras, el segundo objeto nunca ha existido sin que el primer objeto no se hubiera dado”. La definición no define la conexión entre causa y efecto, debido a que como Hume dice, no se tiene ninguna idea de esta. Tenemos entonces que una idea es la copia de una impresión, por lo que la existencia de una idea está en dependencia a la existencia de una impresión.

No hay nada que nos sugiera la idea de un poder o conexión necesaria, pero en los casos en el que observamos que el mismo objeto es seguido por el mismo suceso, uno comienza a tener la sensación de causa y conexión. Sentimos una nueva impresión, que es una conexión habitual entre un objeto y otro, pero que se encuentra, de acuerdo con Hume, en nuestro pensamiento o en la imaginación. Esta impresión o sentimiento “es el original de la idea que buscamos”, idea que surge a partir de varios casos similares.

Otro tema relacionado con lo que hemos estado tratando es el de la probabilidad. ¿Qué sucede con la probabilidad? Es probable que, debido a mis experiencias pasadas, el cubo de acero caiga de manera brusca y cause un gran dolor si cae en mi pie. La probabilidad, según Hume, se basa también en la creencia de la uniformidad de la naturaleza, que “debido a mis experiencias en el pasado lo más probable es que suceda X”.  Hume señala que hay causas que son uniformes y constantes, como que el fuego quema o la Ley de la Gravedad. Luego escribe:

Al estar determinado por costumbre a trasladar el pasado al futuro en todas nuestras inferencias, cuando el pasado ha sido absolutamente regular y uniforme, esperamos el acontecimiento con la máxima seguridad y no dejamos lugar alguno para la suposición contraria”.

Pero, ¿qué sucede en el caso contrario, es decir, que efectos distintos se siguen de causas que al parecer son similares? Estos efectos pasarán por el mismo proceso que es el de presentarse ante la mente y, en base a las experiencias pasadas, se evaluará cuál efecto es el más probable. A pesar de que estemos convencidos que se producirá tal efecto, Hume señala que no hay que desechar los demás, sino que hay que asignarle a cada uno de ellos un peso y valor determinado, según su frecuencia, y esto lo hacemos en palabras de Hume, trasladando el pasado al futuro para determinar el efecto que resultará de determinada causa:

Cuando un gran número de experiencias en determinado momento concurren en un mismo hecho, lo fortalecen y confirman en la imaginación, engendran el sentimiento que llamamos creencia y dan a su objeto preferencia sobre el objeto contrario que no es apoyado por un numero semejante de experiencias., ni acude tan frecuentemente al pensamiento cuando éste traslada el pasado al futuro[15].

Bertrand Russell comenta sobre la reducción de la conexión causal a experiencias de conjunciones frecuentes. Estas experiencias no justifican las expectativas de que similares conjunciones sucederán en el futuro, señalando que, cuando ve una manzana, mis experiencias pasadas me harán esperar que tendrá gusto a manzana y no a roast beef. Luego señala que no hay una justificación racional para esta expectativa. La única justificación sería: “esas instancias de las cuales no teníamos ninguna experiencia se asemejan a aquellas instancias de las cuales tuvimos experiencias” que, según Russell, no sería lógicamente necesaria, ya que al menos concebimos cambios en el curso de la naturaleza.

Por lo tanto, Russell señala que debiera ser un principio de probabilidad. Continúa explicando el filósofo británico que todos estos argumentos probables asumen este principio y por lo tanto no puede este mismo ser probado por cualquier argumento probable o incluso volverse probable por cualquiera de esos argumentos. En realidad, el principio de que el futuro se asemeja al pasado no está fundado en ningún tipo de argumento, sino que es derivado del hábito, como ya lo hemos estado enfatizado.

Regresemos al tema del Yo. ¿Cómo abordó Hume el problema del Yo? Las impresiones no nos proporcionan la existencia de una substancia que contiene las cualidades percibidas por los sentidos. Como bien escribió Russell, Hume proscribió o eliminó el concepto de substancia de la psicología, así como Berkeley lo hizo en al ámbito de la física. No hay una impresión de un “Yo” y, por ende, no hay idea de un “Yo”. No se puede, “atrapar al Yo”, solo tenemos percepciones. Es más, somos un conjunto de percepciones. Tenemos que Hume se deshace del concepto de substancia que aun perduraba y luchaba por mantenerse. ¿Qué sucede por ejemplo en teología, con el concepto de alma?

Hume redefine la epistemología occidental al replantear la relación que existía entre sujeto y objeto. Ahora el sujeto que percibe, que se considera como existiendo de manera independiente de todo en cuanto le rodea no sería más que un conjunto de percepciones. ¿Qué queda del “cogito ergo sum” de Descartes? El filósofo estadounidense, John Searle, cree que Hume dejó al margen de sus reflexiones el tema del yo. Para Searle existe la necesidad de postular un yo por añadidura al cuerpo y a la secuencia de nuestras experiencias. De acuerdo con Searle, los argumentos que le llevaron a postular la existencia formal de un yo son la libre elección, la toma de decisiones, las nociones de racionalidad y las razones para la acción.

Además, añade Searle, no tenemos experiencias desordenadas, sino que

todas las experiencias que tengo en un instante cualquiera se viven como parte de un solo campo consciente unificado…su poseedor experimenta la continuación de ese campo consciente a través del tiempo como una continuación de su propia consciencia[16].

[1] David Hume, Investigaciones sobre el conocimiento humano (España: Alianza Editorial, 2007), 41.

[2] Ibid., 42.

[3] Ibid.

[4] Ibid., 43.

[5] Ibid., 44.

[6] Ibid.

[7] Ibid., 59.

[8] Ibid., 62.

[9] Ibid.,75-76.

[10] Ibid., 79.

[11] Ludovico Geymonat, Historia de la filosofía y la ciencia (España: Editorial Crítica), 376.

[12] Ibid., 109.

[13] Ibid., 111.

[14] Ibid., 98.

[15] Ibid., 93.

[16] John Searle, La mente: una breve introducción (Grupo Editorial Norma, 2006), 357.